
Uzbekistán
El territorio de lo que hoy es la República de Uzbekistán es uno de esos lugares disputados que ha formado parte de diversos imperios a lo largo de la historia. Fue parte del imperio sasánida y más tarde del imperio timúrida. En el siglo XIX pasó a formar parte del imperio ruso y consecuentemente en el siglo XX fue una de las repúblicas socialistas de la URSS. Pese a su gran antigüedad y a su dilatada historia, solo ha sido un país independiente a partir de 1991.
Se encuentra en Asia central y está rodeada por un conjunto de países para nosotros tan lejanos como enigmáticos: Afganistán: Turkmenistán, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán. Tiene además el dudoso honor de ser el único país del mundo de cierta entidad que para llegar al mar ha de atravesar dos países diferentes. Es decir, Uzbekistán no es solo un país interior sino que además está doblemente aislado, un factor que dificulta gravemente ciertas actividades como el comercio internacional.
Tal vez por ese motivo, a pesar de los vaivenes políticos, ha mantenido no solo su lengua sino también muchos rasgos de su identidad propia (figura 1).
Figura 1. Mujeres uzbekas con sus atuendos tradicionales
Y alguien podría preguntarnos con bastante razón: ¿Qué se os ha perdido en Uzbekistán? La respuesta es sencilla. Este territorio tan aislado y tan lejano fue en su día un importantísimo centro comercial, lugar de paso esencial de la Ruta de la Seda en el que se encuentran antiguas ciudades míticas como Samarcanda y Bujara, ciudades que evocan inmediatamente imágenes de riquezas pretéritas y de palacios de las Mil y una noches.
La Unión Soviética controló el territorio en el siglo XX y aplicó una política fuertemente centralizada que en el aspecto económico se caracterizó por una rígida planificación impuesta desde Moscú y por una especialización de los diversos territorios en función de sus producciones características y de las conveniencias del poder central. Aunque Uzbekistán posee varias riquezas mineras (oro, gas natural, uranio…) su producción más característica en tiempos soviéticos fue el cultivo del algodón. Su economía ha ido diversificándose poco a poco desde la independencia pero el algodón sigue siendo un producto de primera importancia y todavía pueden contemplarse enormes extensiones de terreno en las que se cultivan estos arbustos, que en época de floración parecen cubiertas de una capa de nieve y en las que trabajan cientos de mujeres recogiendo los copos con sus hábiles manos (figura 2).
Figura 2. Joven uzbeka recogiendo a mano las flores del algodón
Taskent es desde la época soviética y también actualmente la capital de Uzbekistán y el principal centro económico del país. Aunque poseedora de una rica historia y en su día una importante etapa en la Ruta de la Seda, Taskent es una ciudad moderna de la que han desparecido casi todos los restos de épocas pasadas. La Unión Soviética fue muy poco respetuosa con los edificios históricos de las repúblicas periféricas, sobre todo si eran de carácter religioso, e impuso su urbanismo frío, racionalista y grandilocuente. Pero en el caso de Taskent casi todo lo que había sobrevivido a la labor uniformadora del comunismo fue destruido por un gravísimo terremoto ocurrido en 1966, un seísmo que destruyó 78.000 edificios y dejó sin hogar a 300.000 personas.
Casi todo lo que podemos ver hoy en Taskent es pues moderno y tiene escaso interés para el viajero. La ciudad sin embrago es agradable, con amplias avenidas, bonitas fuentes y numerosos parques donde pasear y ver el colorido local.
El monumento más importante de la ciudad es la mezquita de Kudeldash, un gran complejo religioso que fue históricamente un importante centro educativo que contenía además de la mezquita, la madrasa y otras dependencias representativas de la religión musulmana. Tras la época soviética y las destrucciones del terremoto de 1966 fue completamente reconstruida por lo que actualmente parece recién edificada y luce en todo su esplendor (figura 3).
Figura 3. Mezquita de Kudeldash en Taskent
Cerca de la plaza de la Independencia, en un bonito parque, se ha erigido un gran monumento en recuerdo de los numerosos uzbecos fallecidos en la II Guerra Mundial. Uno de los aspectos más llamativos de este monumento es el porche construido con columnas de madera bellamente labradas imitando el estilo tradicional de las construcciones antiguas del país (figura 4).
Figura 4. Monumento a las víctimas de la II Guerra Mundial (Taskent)
Los habitantes de la ciudad acuden a este lugar a pasear, a descansar y a pasar el rato charlando. El bonito entorno se ha convertido en uno de los lugares preferidos donde las recién casadas acuden para hacerse su consabido reportaje fotográfico (figura 5).
Figura 5. Recién casada posando para reportaje fotográfico
Dejando ya la capital uzbeka nuestra siguiente etapa es la ciudad de Bujara, una de esas ciudades míticas que fue en su día uno de los grandes hitos de la Ruta de la Seda y que se halla unida en nuestra imaginación a suntuosos palacios, grandes riquezas, cruentas batallas y leyendas sin cuento. Somos conscientes no obstante del tiempo transcurrido y de las vicisitudes de todo tipo por las que ha pasado esta ciudad. Nos tememos que, como en tantas otras ciudades antiguas (Roma, Atenas, Éfeso, Palmira…) lo que quede de las glorias pasadas sean ruinas de los grandes edificios de otro tiempo.
Las cosas han sido sin embargo muy diferentes en Uzbekistán. A partir de la independencia lograda a la caída de la Unión Soviética, el país acometió un ambicioso programa destinado no solo a mantener los monumentos de épocas pasadas sino a reconstruirlos totalmente. Así pues, hoy en día podemos visitar monumentos que han sido completamente rehabilitados y que pese a su antigüedad y los daños sufridos a lo largo de los siglos se encuentran en perfecto estado, como si fuesen nuevos. De hecho, en la mayor parte de los casos, lo son.
Uno de los principales monumentos de Bujara en el mausoleo de Ismail Samani, construido en los siglos IX y X y destinado a conservar los restos de un poderoso emir de la época persa. El mausoleo, uno de los principales monumentos de Asia central, está situado en un parque lleno de flores y es una pequeña joya no solo por su antigüedad sino por su belleza (figura 6).
Figura 6. Mausoleo del emir Samani en Bujara
Este mausoleo es el edificio islámico más antiguo de toda Asia central y presenta una curiosa mezcla de estilos. Está construido en ladrillo cocido y cubierto de una cúpula grande. A pesar de no tener el tamaño y la suntuosidad de otras edificaciones, este edificio ejerció una gran influencia sobre otras edificaciones realizadas con posterioridad en la región.
Sin embargo, el conjunto monumental más importante de Bujara procede de tiempos más recientes y es un grupo de edificios religiosos construidos alrededor de la mezquita y el alminar de Kalan. Desde los primeros tiempos de la invasión musulmana (713) se construyeron en este lugar diversas mezquitas y edificios religiosos pero de los primeros edificios aquí levantados nada queda. En el siglo XII se volvieron a construir varios edificios importantes pero el complejo fue incendiado y destruido algo menos de un siglo después durante la invasión de Gengis Kan.
La única gran construcción del siglo XII que pervive tras el asedio de Gengis Kan es la gran torre o alminar de Kalan que es el emblema principal de la ciudad. Es una enorme torre de 45 metros de altura, construida enteramente en ladrillo y con una bonita y esbelta forma troncocónica. Dadas las grandes dimensiones de este alminar es probable que sus funciones no fuesen solo las estrictamente religiosas de convocar a los fieles a la oración. Seguramente se perseguían también fines defensivos y decorativos y sobre todo demostrar el poder de los gobernantes de la ciudad.
El alminar de Kalan (o Gran Alminar, que es su significado en persa) ha sido conocido también como la Torre de la Muerte, un nombre mucho más macabro que alude a la función que desempeñó este monumento durante siglos: lugar de ejecución desde el cual los condenados a muerte eran lanzados al vacío (figura 7).
Figura 7. Mezquita de Kalan en Bujara, con el alminar del siglo XII al fondo
La gran torre sobresale por su altura del resto de los edificios del conjunto religioso formados ante todo por una gran mezquita con un imponente patio interior. Aparte de la torre, del siglo XII, la mayor parte de los edificios fueron construidos en el siglo XVI y, como se ha dicho, han sido recientemente rehabilitados por lo que parecen completamente nuevos.
Las proporciones son grandiosas y todos los edificios están decorados con bellos motivos ornamentales y coronados con las típicas cúpulas de influencia persa recubiertas completamente de azulejos en tonos azules y verdosos. Las galerías que rodean al patio central de la mezquita están cubiertas por 288 pequeñas cúpulas que se apoyan en 208 pilares.
Uno de los elementos más bonitos por la riqueza de su decoración es el iwan o puerta principal de acceso a la sala de oración, un pórtico grandioso completamente decorado con motivos geométricos y textos del Corán en el que el juego de los azulejos y de los restantes motivos decorativos en suaves tonos anaranjados y azulados contrasta con el brillante azul verdoso de las cúpulas que lo flanquean (figura 8).
Figura 8. El bonito iwan de la mezquita de Kalan
El principal edificio civil de Bujara es la fortaleza Ark, un gran recinto fortificado que se construyó en el siglo V y que ha sufrido gran cantidad de modificaciones a lo largo de su azarosa historia. Además de su función militar original, ha desempeñado diversas funciones y ha sido habitado por las diferentes cortes reales y mandatarios diversos que han ejercido el poder sobre la ciudad. Perdió su función original a principios del siglo XX cuando el territorio de Uzbekistán cayó en poder de la Unión Soviética.
Pese a su valor histórico, la visita esta gran mole que tiene un perímetro de casi 800 metros y está rodeada por grandes murallas cuya altitud oscila entre 16 y 20 metros tiene un interés relativo. Algunas estancias son interesantes pero en líneas generales es un recinto defensivo con fines militares y escasos atractivos artísticos.
Lo contrario ocurre hasta cierto punto con la mezquita de Chor Minor o de los cuatro alminares, un edificio relativamente reciente (se construyó en el siglo XIX) pero que resulta muy atractivo por su belleza y su originalidad. Es una construcción de reducido tamaño que se caracteriza por las cuatro torres que se izan en las esquinas del cuadrilátero y que son desproporcionadamente grandes en relación con el tamaño del edificio principal (figura 9).
Figura 9. Mezquita de Chor Minor (Bujara)
El edificio que se puede ver hoy formaba parte de una madrasa mucho más grande y tenía funciones religiosas pero también sirvió como refugio y almacén. Aunque se hable popularmente de los cuatro alminares o minaretes, las torres no tenían esa función. Tres de ellas eran almacenes y la cuarta simplemente contenía una escalera que permitía acceder al piso superior. Las cúpulas que cubren las torres están cubiertas con los típicos azulejos de color azul. Cada torre está decorada con motivos diferentes.
También vale la pena visitar a las afueras de Bujara el palacio Sitorai Khosa, la que fue residencia de verano del último emir de la región. Es un edificio que data del siglo XIX pero tiene el interés de poder ver cómo eran los palacios que utilizaban los grandes señores de la región puesto que casi todos ellos fueron destruidos durante el dominio soviético. Obviamente su riqueza, sobre todo en lo decorativo, era una muestra de “lujo asiático” que se consideraba decadente. El palacio de verano de Bujara se conservó bastante bien y se ha restaurado para devolverle su aspecto original, si bien muchas de las grandes riquezas que había en su interior no han podido ser recuperadas.
El emir dedicó el palacio a su esposa Sitorai, de quien recibe el nombre, aunque también se conoce como el palacio de la luna y las estrellas.
El recorrido de Bujara a Samarcanda lo hacemos por carretera con la doble finalidad de poder ver los pasajes de la región y de hacer alguna parada en lugares que merece la pena visitar. Uno de los más destacados es Shakhrisabz.
La ciudad de Shakhrisabz, que entonces se llamaba Kesh, fue la patria chica de Tamerlán el gran conquistador turco-mogol que en el siglo XIV se adueñó del gigantesco imperio que un siglo y medio antes había formado Gengis Kan, llegando a conquistar un territorio de 8 millones de kilómetros cuadrados en una serie de campañas bélicas fulminantes. Esta ciudad de nombre impronunciable es hoy bastante pequeña pero en tiempos de Timur El Cojo (Tamerlán) rivalizaba en poder e importancia con Bujara y Samarcanda.
El máximo atractivo de Shakhrisabz es la visita a lo que queda del que fue inmenso palacio de verano de Tamerlán. La construcción del palacio se comenzó en 1380 y fue constantemente ampliado y embellecido hasta la muerte de Timur, acaecida en 1405. Aunque desgraciadamente lo que queda del palacio es solo una pequeña parte de lo que fue en su día es impresionante ver las colosales dimensiones que tenía, lo que se aprecia mejor subiendo los 116 escalones que llevan a lo alto de una de las torres que quedan en pie, así como la belleza y refinamiento de la construcción y de ciertos elementos decorativos que todavía pueden verse, principalmente azulejos con motivos geométricos y textos del Corán.
En lo que fue el centro del palacio se eleva hoy una monumental estatua del célebre guerrero, sin duda el hijo más famoso y más poderoso del territorio que hoy conocemos como Ukbekistán. El lugar está hoy bellamente ajardinado y es el principal centro de reunión de los habitantes de la ciudad (figura 10).
Figura 10. Estatua de Tamerlán y restos de su palacio de verana en Shakhrisabz
El terreno hacia Samarcanda es una árida estepa que en ocasiones se asemeja a un desierto y en la que durante el verano los ganados han de sobrevivir buscando briznas de hierba casi inexistentes. Las ondulaciones del terreno, de color pardo rojizo, a pesar de que viajamos en otoño, se asemejan curiosamente a las dunas formadas por la arena del desierto (figura 11).
Figura 11. Pastor con su ganado en las estepas de Uzbekistán
Y por fin llegamos a la que era la meta más importante de nuestro viaje: la mítica ciudad de Samarcanda. Conocida ante todo por el papel decisivo que tuvo en la Ruta de la Seda, se trata de una de las ciudades más antiguas del mundo habitada de forma continuada, rivalizando con ciudades como Bagdad, Jericó o Damasco. Desde que la conquistó Alejandro Magno en el siglo IV antes de Cristo, ha sufrido numerosas vicisitudes a lo largo de su dilatada historia. Ha sido griega, turca, persa, árabe, mongola, ukbeka y rusa, pero siempre ha mantenido su fuerte personalidad y su importancia. Su época de mayor esplendor coincidió con el gobierno de Tamerlán, quien la convirtió en capital de un imperio que se extendía desde Turquía hasta la India.
De hecho, uno de los monumentos más destacados de Samarcanda es el mausoleo de Tamerlán. Aunque su intención era que le enterrasen en su ciudad natal, los avatares de la guerra y la decisión de sus sucesores hizo que en el siglo XV se construyese este impresionante mausoleo como panteón de la dinastía timúrida. Es un edificio de planta octogonal coronado por la clásica cúpula de color celeste, bellamente decorado en el exterior con azulejos de colores azul y blanco. Pero lo más destacable de este mausoleo es la riquísima y bellísima decoración del interior. Todos los espacios, paredes y techos, están cubiertos de una decoración que combina los motivos geométricos y vegetales con versículos del Corán, todo ello en tonos azulados, ocres, anaranjados y rojizos que se armonizan de forma insuperable.
La misma tarde de nuestra llegada a Samarcanda nos acercamos a ver el mausoleo pero ya era de noche. El edificio estaba bien iluminado y los azulejos proyectaban destellos azulados y verdosos formando un gran espectáculo, pero obviamente el edificio estaba ya cerrado. Mientras contemplábamos ese espectáculo se abrió una puertecilla lateral y salió un hombre, evidentemente guardián del lugar, que se iba a su casa. Le suplicamos que nos dejase pasar y sorprendentemente accedió con amabilidad a nuestra súplica. Así tuvimos la inmensa suerte de poder ver el interior del mausoleo a nuestras anchas, solos, sin nadie más que perturbase la intimidad de un lugar de singular belleza. No es raro que el viajero interesado y perseverante se encuentre con sorpresas de este tipo que por sí solas hacen que un viaje sea inolvidable (figura 12).
Figura 12. Interior del mausoleo de Tamerlán en Samarcanda
Hablando de Samarcanda y de Tamerlán conviene recordar un episodio histórico relacionado con España y que es poco conocido en nuestro país. En el siglo XIV inspiraba mucho temor el imperio otomano regido entonces por el sultán Bayaceto. El rey de Castilla Enrique III concibió la idea de hacer una alianza con Tamerlán contra los turcos y con esta finalidad envió a Samarcanda a un embajador, Ruy González de Clavijo. El proyecto no pudo realizarse porque González de Clavijo llegó a la corte de Tamerlán en 1404, poco antes de que el gobernador asiático falleciese. El embajador castellano fue sin embargo muy popular en Samarcanda y todavía hoy un barrio de la ciudad recibe el nombre de Madrid y una calle recuerda al embajador enviado por Castilla (figura 13). Ruy González de Clavijo describió su fantástico viaje en un libro de gran interés: Embajada a Tamorlán. Las descripciones del embajador son tan precisas y atinadas que durante nuestra visita aprovechamos para leer algunos pasajes de la obra y comprobar que todavía podemos reconocer muchas de las cosas escritas hace seis siglos.
Samarcanda, situada a más de 7.500 km de Madrid, nos parece hoy un lugar remoto. No podemos pues concebir lo que significaba hacer este larguísimo viaje a finales del siglo XIV… Y además lograr volver sano y salvo. Sorprende también la visión estratégica de alcance mundial del rey castellano.
Figura 13. Calle en honor de Ruy González de Clavijo en Samarcanda
El principal punto de interés de Samarcanda y el lugar más célebre de la ciudad es sin dudad la plaza del Registán, un enorme recinto cuadrado con un lado abierto y los otros tres ocupados por sendas madrasas o antiguas escuelas dedicadas al estudio del Corán. Esta bellísima plaza, cuyo nombre significa en persa desierto o lugar arenoso, ha sido históricamente el centro neurálgico de la ciudad. Ha contemplado coronaciones reales, fiestas religiosas, negocios entre mercaderes, ejecuciones públicas, invasiones de conquistadores diversos y autobuses llenos de turistas.
La primera y más antigua de las tres madrasas recibe su nombre del nieto de Tamerlán, Ulugh Beg, quien además de gobernar el imperio formado por su abuelo, fue un reputado astrónomo y matemático (figura 14).
Figura 14. Madrasa de Ulugh Beg en el Registán
Las otras dos madrasas se construyeron en el siglo XVII. En conjunto, estas tres escuelas tuvieron una enorme importancia científica porque en ellas, además del Corán, se estudiaba medicina, filosofía, astronomía, matemáticas, teología, etc. En estos edificios se concentró no solo el saber científico de la época sino la habilidad y el buen gusto de los arquitectos y de los artesanos de la región, y la riqueza y el poder de la ciudad, que llega hasta la ostentación (figura 15).
Figura 15. Cúpula completamente decorada
La riqueza y la belleza de la decoración de estos edificios llena de asombro. Los azulejos, la cerámica, los estucos, los mocárabes, los versículos del Corán, las pinturas de motivos botánicos, geométricos e incluso animales… todo ello resulta tan impresionante que llega a abrumar. Nos resulta difícil captar los detalles de una decoración tan rica y tan exuberante.
Las madrasas han perdido hoy sus funciones tradicionales pero una vez restauradas forman un conjunto de una armonía difícil de igualar. La plaza de Registán debe verse a la luz del sol y también de noche cuando la iluminación artificial produce unos tonos sorprendentes y las cúpulas lanzan destellos irisados. La del Registán es una de esas plazas mágicas que solo es comparable con algunas otras inolvidables que hay alrededor del mundo: San Marcos en Venecia, la plaza mayor de Salamanca, el Zócalo de Méjico, la plaza Real de Ispahan… (figura 16).
Figura 16. Plaza de Registán (Samarcanda)
Sería sin embargo un error considerar que el interés de Samarcanda se reduce al mausoleo de Tamerlán y la plaza de Registán. La ciudad está llena de edificios y de lugares de interés. Uno de los lugares más representativos para los musulmanes es el gran complejo construido en memoria de Al Bujari, un famoso escritor y erudito de origen persa que vivió en el siglo IX. Para los musulmanes suníes tiene una enorme importancia porque fue el autor del, para ellos, libro más fundamental después del Corán.
Aunque el imán Al Bujari nació en Bujara, pasó la mayor parte de su vida en Samarcanda y fue enterrado en una pequeña población a 30 km de la ciudad. Su mausoleo es hoy un gran complejo que contiene mezquitas, residencias y otros edificios y se ha convertido en uno de los principales lugares de peregrinación para los musulmanes suníes en Uzbekistán (figura 17).
Figura 17. Mausoleo el emir Al Bujari
Otro de los conjuntos más interesantes de Samarcanda es la necrópolis de Shah-i-Zinda. Se trata de un conjunto de edificios funerarios construidos alrededor del lugar en el que se supone que fue enterrado Abbas, primo de Mahoma. Hasta el siglo XI esta zona de la ciudad era un lugar residencial que contaba con lujosas mansiones. A partir de ese momento se convirtió en un lugar de enterramiento de personajes nobles en el que se construyen lujosos mausoleos ricamente decorados con azulejos, maderas talladas, terracota esmaltada, estucos e incluso láminas de oro. Las principales edificaciones se corresponden con la época de los sucesores de Tamerlán. El conjunto representa una visita de gran interés tanto por la belleza y la variedad de los mausoleos como por los personajes históricos que se supone que descansan en este lugar: una hermana de Tamerlán (figura 18), el astrónomo Rumi, el general de Tamerlán Bouroundonk, la madre del también general Hussein, etc.
Figura 18. Mujer uzbeka saliendo del mausoleo de la hermana de Tamerlán
Esta imponente necrópolis merece una visita larga y sin prisas. Cada edificio presenta rasgos singulares y está cargado de historia. Los fieles uzbekos acuden a este lugar emblemático para orar y para honrar a sus antepasados con fama de santos y de grandes guerreros. Al anochecer, las cúpulas de colores y la decoración toda de los mausoleos adquiere tonalidades cambiantes e imposibles de describir. Una imagen de la puesta de sol sobre las cúpulas de los mausoleos nos sirve para poner punto final a esta descripción resumida de un viaje a un país apasionante, Uzbekistán, y que cuenta con dos ciudades que han tenido un gran protagonismo en la historia de la humanidad: Bujara y, sobre todo, Samarcanda (figura 19).
Figura 19. Anochecer sobre la necrópolis de Shah-i-Zinda
.jpg)
.jpg)
.jpg)
.jpg)
.jpg)
.jpg)
.jpg)
.jpg)
.jpg)
.jpg)
.jpg)
.jpg)
.jpg)
.jpg)
.jpg)
.jpg)
.jpg)
.jpg)
.jpg)