
Botsuana y Namibia
Narro en esta página las experiencias de un interesantísimo viaje que hicimos por tierras de Botsuana y Namibia, en el que recorrimos unos 4.600 km en coche, de los cuales más de 3.000 fueron por pistas sin asfaltar.
Ya habíamos estado con anterioridad en Botsuana para visitar el parque nacional Chobe pero en esta ocasión queríamos pasar tiempo en el famoso delta del Okavango. Nuestra primera etapa en tierras de Botsuana fue la ciudad de Ghanzi, considerada la capital del Kalahari. Aunque nuestros planes no nos dejaban tiempo para adentrarnos en las profundidades del inmenso Kalahari, la escala en Ghanzi nos permitía hacernos una idea de cómo es el territorio de este gran desierto sudafricano.
Ghanzi es la típica ciudad de frontera que recuerda a los antiguos poblados del oeste. Hoy es una población que cuenta con unos 14.000 habitantes pero hay que tener en cuenta que hace cien años era apenas un pequeño campamento utilizado por los primeros expedicionarios a esta inhóspita región, en su mayor parte cazadores. Hace treinta años Ghanzi no contaba con radio, televisión ni teléfono, lo que nos da una idea de lo aislado que estaba este lugar.
Nos alojamos en el Kalahari Arms Hotel, el primero que se instaló en la región y un hito entre los alojamientos en el Kalahari. Es de destacar que pudimos disfrutar de una cena que nos supo a gloria, no solo porque habíamos hecho un largo viaje hasta llegar allí sino porque nos sirvieron un gran pedazo de carne tan sabrosa como jugosa. La carne que se produce en Botsuana tiene justa fama y nuestra primera noche en el país nos permitió comprobarlo.
Nuestra siguiente etapa fue Maun, otra ciudad que hasta hace poco era una pequeña población rural de frontera y que ha experimentado un crecimiento vertiginoso a expensas de las actividades turísticas. Es actualmente la quinta ciudad más grande del país y la capital turística del famoso delta del Okavango. Se asienta a orillas del río Tamalakane y es un bullicioso centro comercial que concita a cuantos han de aprovisionarse antes de adentrarse en el inmenso territorio que forma el delta del Okavango.
Teníamos un gran interés en visitar el delta del Okavango, sin duda un destino turístico de gran importancia pero ante todo un accidente geográfico muy original y extraordinariamente interesante desde diversos puntos de vista. El río Okavango fluye desde las altas mesetas de Angola en dirección al desierto del Kalahari. Tiene 1.600 km de longitud y aunque no es uno de los ríos más caudalosos de África es un curso de agua muy importante con una cuenca que es casi 1,5 veces la superficie de España. Al llegar al Kalahari el Okavango se adentra en una zona geológicamente deprimida formando un enorme delta que tiene una superficie de unos 15.000 km2. Dado que el terreno es mayoritariamente muy llano las aguas transcurren mansamente formando meandros y finalmente se expanden por el desierto formando un dédalo de riachuelos, lagunas e islas.
La gran cantidad de agua que tiene el delta alberga a una abundante fauna y forma un ecosistema extraordinariamente original y valioso, que el gobierno de Botsuana trata de proteger con gran empeño. Los caudales son fuertemente estacionales por lo que las zonas secas e inundadas cambian de unos meses a otros pero finalmente todo el caudal desaparece sorprendentemente evaporado por el sol o absorbido por las arenas del desierto para alimentar los acuíferos subterráneos.
Dada la escasa profundidad de las aguas del delta el método tradicional de surcarlas es el mokoro, una pequeña embarcación estrecha y alargada que es propulsada por un barquero que se apoya en los fondos pantanosos con ayuda de una larga pica (figura 1).
Figura 1. Típico mokoro del delta del Okavango
Navegar por las tranquilas aguas del delta es un placer difícil de describir. Uno podría pasar días enteros surcando esa extensión completamente llana y aparentemente infinita sorteando la abundante vegetación palustre formada por grandes masas de juncales, carrizos y cañaverales. El silencio es casi total, oyéndose únicamente el murmullo de las aguas al ser surcadas por la canoa y hendidas por la pica del barquero. Sobre nuestras cabezas vuelan cientos de aves acuáticas de todo tipo y tamaño.
Y de vez en cuando aparecen tras las matas de vegetación, casi de la nada, los grandes mamíferos que van a aquellas aguas a cazar, a abrevarse, a lavarse o simplemente a jugar con el barro. Abundan los rebaños de herbívoros: cebras, ñus, impalas, kudús… Las siempre llamativas jirafas nos miran con atención junto a un termitero o asomando su cabeza tras una acacia espinosa. Hay elefantes por todas partes: grupos de hembras con sus crías y grandes machos solitarios. El espectáculo de la hembra tomando una ducha con su cría junto a nuestro mokoro es de una plasticidad tal que si no supiésemos que se trata de peligrosos animales salvajes podríamos pensar que son juguetes de peluche o animales de dibujos animados (figura 2).
Figura 2. Elefanta con su cría en el delta de Okavango
Faltan palabras para describir las sensaciones experimentadas en el delta del Okavango. Una vez más el milagro del agua se hace patente. El agua es la causante de esta explosión de vida que se produce solo a unos pocos kilómetros de uno de los desiertos más grande y más árido del mundo, el Kalahari. Lo único un poco frustrante es saber que solo podemos visitar una pequeña porción de este enorme delta, ser conscientes de que podríamos estar surcando estas aguas durante meses sin poder abarcar toda la extensión del humedal y que en todos esos lugares se dan constantemente maravillosos espectáculos de la naturaleza.
Dentro del extenso territorio que cubre el delta del Okavango hay diversas regiones y varios espacios protegidos con distintos tipos de protección. El espacio más destacable es la reserva de caza Moremi, el primer sector del delta que fue protegido, allá por el año 1963. Es una imponente reserva que ocupa aproximadamente el 40% de la superficie del delta.
Moremi es un territorio de contrastes. Bajo la luz clara y rosada del amanecer podemos experimentar un frío intenso pero a las horas centrales del mismo día el sol puede resultar abrasador sobre las tierras casi blancas del desierto. El Okavango fluye perezoso formando pantanos y corrientes de agua límpida junto a terrenos arenosos completamente secos. Las zonas completamente desérticas se alternan con otras cubiertas de densos matorrales espinosos e incluso con auténticos bosques formados por árboles de gran porte. Y toda esta variedad se ve extremada porque las zonas secas y las zonas inundadas cambian drásticamente de una época del año a otra (figura 3).
Figura 3. Pista de arena en el parque de Moremi
Moremi destaca ante todo por la enorme riqueza de su fauna. El oasis de agua y verdor que supone el delta del Okavango permite la vida de miles de animales, tanto aves como mamíferos. Circulando por las pistas de tierra de este parque podemos contemplar grandes manadas de diferentes tipos de herbívoros: impalas, kudús, cebras, jirafas, ñus, búfalos, etc. Hay un territorio muy extenso con agua y yerba en abundancia. ¿Qué más pueden pedir los herbívoros? La cantidad es tal que pronto uno tiene la sensación de haber tomado demasiadas fotografías y de haber satisfecho el objetivo de observarlos (figura 4).
Figura 4. Primer plano de una jirafa en el delta del Okavango
Encontramos también elefantes por todas partes. Botsuana, país muy concienciado en la protección de sus recursos naturales, prohibió en 2014 la caza de estos grandes paquidermos pero en 2019 ha levantado la prohibición para evitar el crecimiento excesivo de la población. Hay que tener en cuenta que Botsuana es el país africano con más elefantes. Uno de cada tres elefantes africanos vive en Botsuana.
Las zonas húmedas y pantanosas no solo permiten que todos los animales encuentren el agua que necesitan para beber sino que albergan grandes colonias de aves acuáticas. Y muchos otros habitantes más llamativos, como los cocodrilos y los hipopótamos. Estos se encuentran a cientos en las charcas, muchas veces semienterrados en el lodo y mimetizados con el color de los barrizales en los que dormitan durante horas (figura 5).
Figura 5. Hipopótamo en una charca de lodo
Y si hay abundancia de herbívoros también la hay de carnívoros y predadores. Estos suelen cazar en las primeras y las últimas horas del día y son difíciles de ver en las horas centrales cuando el valor del sol incrementa su natural pereza. Pero si tenemos suerte y disponemos de tiempo suficiente no será raro que veamos a un grupo de leones tumbados plácidamente entre los húmedos juncos en las proximidades de una charca o de un curso de agua.
Nuestros largos recorridos por Moremi se vieron recompensados con el avistamiento de un carnívoro muy singular, el perro salvaje del Cabo (Lycaon pictus pictus), un mamífero muy escaso y feroz que ha sido casi exterminado por las carnicerías que solía producir en los rebaños domésticos. En Moremi se encuentran las poblaciones más numerosas pero su número total es reducido y habitan en las zonas con vegetación más densa, por lo que no es fácil dar con ellos. Una gran manada pasó bajo la luz tenue del amanecer por delante de nuestro vehículo todo terreno y pudimos disfrutar de un espectáculo que duró solo un par de minutos pero que es de esos que compensan sobradamente todas las dificultades y esfuerzos que conlleva un viaje de este tipo (figura 6).
Figura 6. Manada de perros salvajes en el delta del Okavango
Botsuana es uno de los países más estables y mejor gestionados de África, hecho que le ha permitido seguir una senda de desarrollo equilibrado basado en un adecuado aprovechamiento de sus recursos naturales. Su crecimiento económico ha sido impresionante pues ha pasado de un PIB per capita de 1.344 dólares en 1950 a nada menos que 15.015 en 2016. Dos de las palancas muy bien utilizadas para provocar ese crecimiento han sido el turismo y la ganadería. Es cierto que Botsuana ha contado con la gran ventaja de tener una población reducida pues en un territorio con una superficie similar a la de España habitan solo 2,2 millones de personas, pero no es menos cierto que las condiciones geográficas son muy difíciles pues además de no tener salida al mar el 70% del territorio está ocupado por el desierto del Kalahari.
Uno de los grupos étnicos que habitan en Botsuana son los herero, una tribu que ha sufrido muchas vicisitudes a lo largo de la historia pero que ha mantenido con gran empeño su propia identidad y su dedicación casi exclusiva al pastoreo y la ganadería. Aunque en muchos aspectos sus costumbres han sido occidentalizadas, siguen considerando que las vacas son casi sagradas y no solo las cuidan con esmero sino que hasta cierto punto les rinden culto. Esto se refleja en el colorido y elegante atuendo tradicional que se remata con un sombrero en forma de tricornio que imita la cornamenta del ganado bovino (figura 7).
Figura 7. Mujer herero
Nos gustaría disponer de más tiempo para seguir explorando el territorio botsuano pero habrá que dejarlo para otra ocasión porque nuestro destino principal es el vecino país de Namibia. Bordeando el delta del Okavango por su parte Oeste nos dirigimos pues hacia el Norte en dirección a la franja de Caprivi. A lo largo de un recorrido de más de 300 km la única población con una cierta entidad y en la que podemos repostar y comprar agua y hielo es la de Gumare. Es impresionante la escasísima densidad de población y las grandes extensiones de terreno por las que pasamos sin divisar una sola choza o una sola alma. Cruzamos a Namibia por el paso fronterizo de Mohembo, un lugar remoto y casi desierto en el que los trámites son rápidos y sencillos.
La franja de Caprivi es un curioso territorio perteneciente a Namibia que se alarga hacia el Este comprimido entre Angola y Botsuana y en su extremo oriental se ensancha y hace frontera también con Zambia. Al pasar de Botsuana a Namibia entramos directamente en la reserva de caza de Mahango, un pequeño parque natural fronterizo situado junto al río Okavango al Norte del delta donde ya el río es una corriente de agua sin ramificarse todavía. Pese a sus reducidas dimensiones, Mahango es un parque pleno de vida salvaje y que ofrece paisajes de extraordinaria belleza. Es un lugar remoto y desierto en el que uno tiene la sensación de poder contemplar un pedazo de territorio virgen e intacto que probablemente no ha cambiado durante siglos o incluso milenios (figura 8).
Figura 8. Primer plano de una hembra de kudú (Tragelaphus strepsiceros) en Mahango
Tenemos intención de seguir el curso del río Okavango en dirección Oeste porque nos interesan tanto los bonitos paisajes que ofrece como el avistamiento de los animales que alberga y el contacto con los poblados y tribus que moran dispersos por aquel remoto territorio. El río Okavango es muy estacional y en esta época del año no lleva una gran cantidad de agua. Esta fluye perezosamente por un terreno llano y solo de vez en cuando un desnivel algo más marcado produce rápidos e incluso algunas cascadas. Las cascadas Popa son uno de los accidentes más conocidos pero se trata de unos meros rápidos en los que la corriente se arremolina y se acelera pero es un tanto eufemístico decir que son unas cascadas. Los niños de los poblados cercanos bajan a bañarse y a jugar al río conviviendo alegremente con la peligrosa fauna que vive en el agua (figura 9).
Figura 9. Niños jugando al borde del río Okavango
El río Okavango forma durante bastantes kilómetros la frontera natural entre Angola y Namibia, dos países vecinos con grandes similitudes y con marcadas diferencias. Como suele ocurrir en las regiones fronterizas, el río sirve de barrera y separación natural pero también de nexo y de vía de comunicación. Pequeñas barcas facilitan los intercambios entre las dos orillas, intercambios de personas y de mercancías, generalmente informales y poco controlados.
Para mí, que tuve ocasión de viajar a Angola varias veces en los años ochenta del pasado siglo, cuando el país vivía una terrible guerra civil y era imposible adentrarse en las regiones del interior, resulta emotivo contemplar la orilla angolana del río, literalmente a tiro de piedra. Viendo este río calmado y estos paisajes bellísimos parece increíble que hasta hace pocos años la guerra más cruel asolase estas regiones.
El Okavango, hoy menos remoto que antaño y con una mayor población cerca de sus orillas, ha perdido buena parte de la fauna salvaje que habitaba en sus aguas. No obstante, en cuanto empezamos a navegar por el río podemos ver, a veces sorprendentemente cerca, grupos numerosos de hipopótamos que solo sacan fuera del agua los ojos y las orejas y solitarios cocodrilos que toman el sol sobre las piedras. Para los que vivimos en ciudades occidentales modernas este espectáculo de un tramo fluvial en el que al mismo tiempo los niños juegan en la orilla, las mujeres lavan la ropa, los barqueros pasan de un país a otro con sus pequeñas embarcaciones, los hipopótamos están sumergidos y los cocodrilos toman el sol, es una llamativa muestra de convivencia y adaptación al medio que resulta tan chocante como interesante (figura 10).
Figura 10. Un cocodrilo dormita sobre una roca en el río Okavango
El río Okavango se va estrechando a medida que lo recorremos hacia su nacimiento, en dirección Oeste, hasta convertirse en una corriente de agua tranquila y poco profunda. Pero sigue ofreciendo imágenes coloridas de una gran belleza. Sobre todo a las horas del amanecer y el ocaso aparecen tonos suaves, contrastes marcados, reflejos en el agua que uno no se cansa de contemplar ni de fotografiar (figura 11). El espectáculo de la puesta de sol, con el disco incandescente poniéndose sobre el lecho del río y cambiando gradualmente de un amarillo brillante a un naranja intenso y a un rojo violento, resulta casi increíble y desde luego inolvidable.
Figura 11. El río Okavango cerca de Rundu
Al igual que ocurre en Botsuana, Namibia tiene una de las densidades de población más bajas del mundo. En un territorio de 824.000 km2 viven poco más de dos millones de habitantes. Pero aun este dato tan llamativo es engañoso. La capital, Windhoek, cuenta con una población de 335.000 habitantes y en las dos principales ciudades costeras, Walvis Bay y Swakopmund, viven 74.062 y 35.675 personas, respectivamente. La inmensa mayor parte del territorio está pues casi completamente deshabitado, en gran parte debido a la escasez de agua.
A pesar de que Namibia fue una colonia alemana y tiene fama de ser un país más occidentalizado que otros países africanos, solo el 6% de la población es blanca y la población está formada por muchos grupos étnicos diferentes. Algunos de estos grupos defienden celosamente sus formas de vida tradicionales. Es por tanto muy interesante desde el punto de vista antropológico ver los pequeños poblados de chozas que se encuentran dispersos por el inmenso territorio de Namibia, sobre todo, en sus tierras más septentrionales. Como es lógico, esto es bastante difícil tanto por la escasez y dispersión de los poblados como porque en la mayor parte de ellos los turistas curiosos no son bien recibidos.
Por ello, fue para nosotros de sumo interés la visita a un poblado mbunza, un pequeño poblado tradicional en el que sus habitantes se muestran muy bien dispuestos a acoger al visitante y a mostrarle su forma de vida: los trabajos manuales que realizan, los juegos que practican, sus rudimentarios instrumentos musicales, las armas que elaboran para la caza y las danzas con que festejan (figura 12).
Figura 12. Joven madre mbunza con su bebé
Fue una experiencia extraordinariamente interesante porque son raras las ocasiones en las que es posible entrar en contacto de forma personal con tribus que mantienen sus formas de vida primitiva y que además se muestran dispuestas a explicar sus costumbres a los extranjeros. Resultan impresionantes estos contrastes en un país relativamente desarrollado como Namibia en el que hay ciudades modernas como Windhoek o Swakopmund y al mismo tiempo coexisten miles de poblados alejados y dispersos en los que los habitantes siguen viviendo como hace cientos o miles de años, aunque tal vez enviando a los niños a alguna escuela rural o incluso disponiendo ocasionalmente de un teléfono móvil.
Esta oportunidad de conocer la vida de pueblos que todavía viven como cazadores-recolectores en el mundo actual, manteniendo las formas de vida que fueron en tiempos pretéritos las de todos los seres humanos, resulta especialmente interesante y suscita numerosas reflexiones que superan el objetivo de este sucinto relato. Países modernos como Namibia aceptan e incluso protegen en su legislación estas formas de vida pero, igualmente, imponen sistemas de educación a los niños y establecen restricciones a la caza de muchas especies, lo que obviamente impide el mantenimiento de las formas de vida tradicionales. Asimismo, resulta un enigma para el visitante cómo pueden sobrevivir estos pueblos en un territorio desértico en el que no parece haber una sola gota de agua en centenares de kilómetros a la redonda.
Uno de los principales destinos de Namibia es sin duda el parque nacional Etosha, uno de los muchos parques africanos en los que la vida salvaje se nos muestra en toda su espectacularidad. Pero, a diferencia de otros parques como Masai Mara o Amboselli, cubiertos de grandes extensiones de yerba, o el Kruger, con una singular vegetación arbustiva, Etosha es un inmenso secarral durante la mayor parte del año. Es un enorme territorio de más de 22.000 km2 en el que hay por supuesto zonas de sabana y de monte bajo pero que llama la atención por su planicie infinita cubierta en su mayor parte por arbustos espinosos y por arena y en la que destacan ciertas depresiones, restos de antiguas lagunas hoy secas, de color blanco por los carbonatos depositados después de la evaporación.
Es sorprendente y casi inexplicable que en este terreno desolado habite una rica fauna salvaje compuesta por más de 2.000 elefantes, más de 300 rinocerontes, más de 250 leones, etc. Por todas partes vemos las ágiles y graciosas gacelas saltarinas (springbok en inglés) que miran sorprendidas a los visitantes y que parecen alimentarse del polvo y del aire.
Y es que nuestra visita se produce a final de la temporada seca. Momento en el que las reservas de agua están en sus valores mínimos. En Etosha la temporada de lluvias va de noviembre a abril, época en la que llueve bastante y el parque se llena de yerba y de vida. En la temporada seca el polvo se enseñorea del territorio y el agua queda confinada en pequeñas charcas a las que grandes cantidades de animales se acercan a beber, dando al lugar una apariencia de arca de Noé natural (figura 13).
Figura 13. Herbívoros abrevando en una charca del parque Etosha
En esta temporada seca se producen en el parque violentas tormentas de viento que levantan toneladas de polvo blanco que ocultan el sol durante horas y dejan todo el terreno cubierto de un color blanquecino que da la apariencia de una nevada reciente. Pero el sol no tarda en volver a hacer su aparición y a llenarlo todo de color y contraste. Las luces oblicuas del amanecer y del anochecer nos ofrecen imágenes de gran colorido y belleza. Las jirafas de color ocre y rosado, análogo al del terreno circundante, se acercan a beber a las charcas, tarea siempre difícil para animales cuya cabeza se encuentra a gran altura (figura 14).
Figura 14. Jirafas abrevando a la puesta de sol
Más llamativo resulta que recorriendo las polvorientas pistas del parque nos topemos con todo tipo de animales, algunos bastante insospechados. Desde los grandes herbívoros que podemos divisar en la distancia o que aparecen de repente tras unos arbustos, como elefantes, rinocerontes y jirafas, hasta los diminutos antílopes dicdics, poco mayores que gatos domésticos, pasando por toda la gama de antílopes de tamaño medio como los oryx de larga cornamenta, los nerviosos impalas, los rayados kudús o los rojizos eland.
Los perezosos leones son siempre difíciles de avistar pues pasan buena parte del día dormitando a la sombra. Pero si pasamos tiempo suficiente en Etosha y estamos atentos tendremos oportunidad de contemplar al algún ejemplar cazando o descansando, como el gran macho adulto que aparece en la figura 15 y que resulta impresionante a pesar de la distancia.
Figura 15. León macho a la sombra de un árbol en Etosha
Volviendo a saltar de la zoología a la antropología, otro de los objetivos de nuestro viaje era acercarnos a la tribu himba, como los masai una de las tribus más singulares de África pero a diferencia de estos mucho menos accesible y mucho menos adaptada a la vida moderna. Los himba han vivido tradicionalmente en la región Noroeste de Namibia, en su día el bantustán (reserva tribal en la época del apartheid) de Kaokoland, una región periférica y mal comunicada fuera de las principales rutas de comunicación del país. Este relativo aislamiento, unido al apego a sus costumbres tradicionales ha hecho que los himba hayan seguido sido ganaderos seminómadas y hayan mantenido en gran medida sus atuendos y sus formas de vida tradicionales (figura 16).
Figura 16. Trabajos tradicionales en un poblado himba
La vida de los himba, como la de muchas otras tribus que se han mantenido aisladas hasta tiempos recientes, está cambiando rápidamente como consecuencia de los esfuerzos educativos de los gobiernos, la mejora de los medios de transporte, la llegada de las nuevas tecnologías y el desarrollo del turismo, pero todavía es posible encontrar poblados himba en los que la vida parece haberse detenido hace miles de años. Los hombres se ocupan del ganado, las mujeres realizan sus trabajos manuales sentadas a la puerta de las chozas hechas de adobe y excrementos, el puchero se calienta al fuego de leña, la carne se seca sobre chamizos al sol, la escasa agua disponible se conserva en un pellejo junto a la choza y la vida toda se adapta a la luz del sol, al lugar donde hay yerba para el ganado y a un entorno especialmente duro.
Para los que tenemos afición a la fotografía los himba son una tribu especialmente atractiva. Sus cuerpos muestran un sugerente color rojizo o cobrizo como consecuencia de las cremas que se untan obtenidas a base de arcilla machacada y de manteca de vaca. Las mujeres se adornan el pelo con largas trenzas recubiertas de ungüentos especiales que les confieren un color rojo peculiar y un aspecto brillante que es para ellas un signo de belleza y distinción. Tienen además un gusto especial por los adornos de todo tipo: collares, cinturones, pulseras, tobilleras, etc. Todo ello hace que los representantes de esta etnia y sus poblados resulten especialmente fotogénicos (figura 17).
Figura 17. Joven mujer himba con su bebé
Algo más al Sur se encuentra la antigua Damaralandia o Damaraland. Fue en su día un bantustán destinado a albergar a los nativos de la etnia damara. En 1989 el territorio se adscribió a las provincias de Kunene y Erongo, lo que no impide que todo el mundo siga hablando de Damaraland. Es un extenso territorio tan seco como la mayor parte del país pero notablemente más montañoso. Tiene bastante importancia por su riqueza minera. El interés de la región es limitado, aparte de ser un camino casi obligado entre Etosha y la capital Windhoek. Las montañas presentan con frecuencia formas y colores caprichosos que ofrecen algunas vistas muy llamativas. Destaca tal vez entre otros accidentes geográficos el célebre Vinkerklip, según su nombre en alemán. Es una gigantesca roca en forma de dedo que parece una escultura edificada artificialmente sobre un montículo y que sin embargo da testimonio de que en esa región se ha producido una gigantesca erosión a lo largo de millones de años y de la cual han quedado elevadas apenas algunas rocas especialmente duras. El Vingerklip recuerda al Monument Valley y al igual que en aquel parque del Oeste americano las puestas de sol son espectaculares (figura 18).
Figura 18. Puesta de sol sobre el Vingerklip (Damaraland)
La región de Damaraland cuenta con otros lugares que merece la pena visitar. A unos 40 km al Oeste de la pequeña ciudad de Khorixas tenemos por ejemplo un interesante bosque petrificado en el que puede verse los que en su momento fueron grandes troncos de árboles y que por efecto del peso de las masas de rocas sedimentarias se han convertido en piedras de vistosos colores. Hay árboles petrificados de diversos tamaños, unos completamente visibles y otros semienterrados. Es algo que puede contemplarse en varios otros lugares del mundo, pero siempre impresiona pensar que en un secarral como este hubo hace cientos de millones de años un denso bosque con grandes árboles.
A no mucha distancia se encuentra la zona donde pueden verse los bonitos petroglifos que los antiguos habitantes de la región dejaron grabados sobre la piedra arenisca. Aunque cuando visitamos este lugar el campo estaba completamente seco y cubierto de arena, Twifelfontein significa fuente incierta, lo que da idea de que hay o había un manantial que aportaba agua en ciertos momentos del año y permitía vivir a los antiguos habitantes de la región. Parece que en la zona hay miles de petroglifos grabados hace unos cinco mil o tres mil años. Muchos son todavía inaccesibles y están pendientes de estudios arqueológicos. La mayor parte de los grabados representan animales de la región de una forma esquemática e infantil pero con una belleza muy atractiva (figura 19).
Figura 19. Petroglifos en la arenisca de Twifelfontein
Desde Damaraland nos dirigimos hacia el Oeste para llegar al océano Atlántico que en esa parte del litoral namibio es conocido con el tétrico nombre de Costa de los Esqueletos. Aquí se produce un fenómeno geográfico muy singular. Los vientos suelen soplar desde el interior del continente, lo que explica que las lluvias sean muy escasas y el territorio tan seco. Pero en la costa la corriente fría de Benguela produce densos bancos de niebla que están presentes la mayor parte del año. Es muy curioso conducir hacia el Oeste bajo un sol abrasador y, sin previo aviso, cuando estamos llegando al mar, meternos en un oscuro banco de niebla, al mismo tiempo que la temperatura desciende bruscamente 15 o 20 grados. Las persistentes nieblas, el fuerte oleaje que suele presentar el mar y los fondos arenosos explican la mala fama de esta costa donde son muchos los barcos que han naufragado o encallado. Algunos permanecen varados en la arena y en medio de la neblina se dejan colonizar por las aves marinas, pero son un mudo testimonio que nos recuerda la peligrosidad de estos mares (figura 20).
Figura 20. Barco encallado en las proximidades de Swakopmund
Swakopmund es una ciudad con apenas 120 años de vida pero con sus 35.000 habitantes se ha convertido en una de las principales ciudades namibias y sin duda en el balneario más visitado por los habitantes urbanos del país. La huella alemana está aquí más presente que en cualquier otro lugar de Namibia, no solo en los edificios que reflejan la arquitectura colonial germana, sino también en el aspecto físico y en la lengua hablada por los habitantes, en su inmensa mayoría blancos descendientes de los antiguos colonos alemanes. Para mí el lugar tiene escaso interés turístico, pero ofrece una buena oportunidad de disfrutar de una cena a base de estupendas salchichas alemanas.
Más interesante resulta Walvis Bay, una ciudad portuaria que al amparo de la bahía que le da nombre ha crecido con fuerza y es actualmente la segunda ciudad más grande del país. Es el único gran puerto natural de esta costa y ello hace que la importancia económica y comercial de este puerto sea decisiva para el país. Para el viajero, sin embargo, lo más interesante de esta gran bahía es la abundancia de vida marina que contiene. Las condiciones geográficas hacen que el plancton sea muy abundante en el interior de la bahía y ello atrae a una gran cantidad de peces y aves marinas. Los pelícanos y los flamencos surcan constantemente los cielos. No en vano la gran restinga que protege la bahía en su parte más occidental recibe el nombre de Punta de los Pelícanos (figura 21).
Figura 21. Los pelícanos se acercan a los barcos en busca de comida
Pero lo más interesante y más sorprendente es que la bahía es un excelente lugar para ver ballenas que llegan aquí atraídas por el abundante plancton. Es frecuente que la persistente niebla de esta franja costera dificulte el avistamiento de los cetáceos pero si, como nos ocurrió a nosotros, tenemos la suerte de que el sol se abra paso entre la niebla es muy posible que podamos ver a las ballenas muy cerca de nuestro bote. El nombre de Walvis Bay hace referencia a este hecho pues la etimología no es otra que Bahía de las Ballenas. Los marineros habituados a surcar estas aguas son expertos en avistar y en perseguir a las ballenas y como la bahía está cerrada por la lengua arenosa de la restinga podemos acercarnos mucho a estos impresionantes animales. La tensión de la espera expectante a que surjan del agua y la emoción de verlas salir durante un instante antes de volver a zambullirse es una experiencia particularmente intensa. La navegación durante unas horas por esta singular bahía comporta un conjunto de sensaciones que son difíciles de describir pero que justifican un viaje (figura 22).
Figura 22. Ballena jorobada (Megaptera novaeangliae) en aguas de Walvis Bay
El atractivo de las ballenas nos hace casi despreciar la inmensa colonia de focas que habita en las superficies arenosas de la restinga. Pero es también un llamativo espectáculo. El recorrido en barco nos permite acercarnos mucho a estos lugares donde miles de focas descansan al sol después de haberse hartado de peces en las ricas aguas de la bahía. Tanto nos acercamos que el estruendo de los gritos y los gruñidos es ensordecedor y el hedor de los excrementos de tal cantidad de animales, difícilmente soportable. La más famosa y más numerosa colonia de focas de Namibia está más al Norte, en Cape Cross, pero la cantidad que hay en Walvis Bay es igualmente impresionante.
Desde aquí ponemos rumbo hacia el Este para dirigirnos al parque nacional de Namib-Naukluft, uno de los principales y más singulares atractivos de Namibia. Es un inmenso territorio protegido de casi 50.000 km2, lo que lo convierte en uno de los parques nacionales más grandes del mundo. Protege parte del desierto de Namib, según parece el más antiguo del mundo, y de las montañas Naukluft. Es un territorio casi desierto que recibe una cantidad mínima de precipitación al año pero que ofrece paisajes de una belleza tan espectacular como salvaje. A medida que nos acercamos por las polvorientas, anchas y accidentadas pistas características de la red viaria namibia las montañas se van haciendo más imponentes y muestran toda su grandiosidad, así como sus llamativos colores rojizos, azulados y amoratados (figura 23).
Figura 23. Pista en el Parque Nacional de Namib-Naukluft
El principal atractivo de esta región, que es interesante en toda su extensión, es la zona de dunas de Sossusvlei, uno de los lugares más sorprendentes que uno puede visitar. De forma insospechada aparece al adentrarnos en el parque ese precioso campo de dunas que hemos visto en tantas fotografías y que ofrece vistas e imágenes literalmente inolvidables, imágenes que además cambian significativamente a lo largo del día. Hay que visitar las dunas al amanecer y al anochecer, lo que no siempre es fácil por los horarios de apertura del parque y por las distancias que hay que recorrer. A esas horas, las dunas están iluminadas oblicuamente por el sol y ofrecen contrastes de luz y color inverosímiles.
Hay dunas en muchos lugares del mundo, pero las del desierto de Namib son especiales. En primer lugar, por su gran tamaño. Son las dunas más altas del mundo y algunas de ellas se elevan sobre la planicie circundante a alturas equivalentes a rascacielos de 40 y hasta de 60 pisos. Destacan además por el color rojizo de la arena que las forma, un color que no parece natural y que cuando lo vemos en las fotografías parece que estas han sido manipuladas. Cuando el sol incide oblicuamente al amanecer y al atardecer el color rojo y naranja de la cara iluminada contrasta bruscamente con los tonos oscuros, casi negros, que aparecen en las zonas en sombra. Este contaste sorprendente se ve reforzado por el hecho de que las aristas superiores de las dunas sean en muchos casos afiladas y produzcan unas formas serpenteantes de una belleza extraordinaria (figura 24).
Figura 24. Amanecer sobre las dunas de Sossusvlei
Es posible ascender a algunas de estas grandes dunas, principalmente a la duna 45 y a la Big Daddy. Esta es una de las más altas del país, con más de 350 metros de altura. La ascensión es dura, aunque el desnivel a superar sea de solo unos centenares de metros. El calor a las horas centrales del día es intenso y agobiante. El sol reverbera sobre las arenas calcinadas y resulta abrasador. La pendiente de la superficie arenosa de la duna es en muchos tramos acusada, lo que se agrava por el hecho de que la superficie es inestable y la arena se hunde bajo nuestros pies. Cada dos pasos que damos solo avanzamos realmente uno y la marcha es a veces frustrante. Resulta curioso que esa arena que se hunde y resbala cuando la pisas sea capaz al mismo tiempo de formar aristas muy estrechas que hacen que cuando estás arriba impresione tanto la altitud alcanzada como las acusadas pendientes que tenemos a uno y otro lado.
En las zonas deprimidas cercadas de dunas se encuentran los vlei, vocablo que forma parte del nombre Sossusvlei. Se trata de restos de pequeños lagos que solo reciben agua estacionalmente o que hace mucho tiempo que dejaron de tenerla. Por efecto de la evaporación se han convertido en terrenos casi llanos que toman un color amarillento o blanquecino por las sales que han quedado depositadas en el fondo. En estos lugares se producen paisajes tricolores en los que tres franjas se superponen produciendo unas imágenes de una belleza surrealista y única. Arriba, el azul intenso del cielo del desierto tropical; en el medio, el rojo anaranjado de las masas arenosas que forman las dunas; y abajo, el amarillo blanquecino de las sales depositadas en los vlei. Para añadir dramatismo a la imagen aparece el color negro de los esqueletos retorcidos de árboles que murieron por la excesiva salinidad de las aguas (figura 25).
Figura 25. Vista de la duna Big Daddy con el Dead Vlei en primer plano
Se trata realmente de un lugar único que cautiva al visitante tanto por su singularidad y belleza como por su aridez y la sensación de desolación salvaje que transmite. No nos cansamos de contemplar las vistas cambiantes y los colores tan originales que nos rodean. Pero en las horas centrales del día el calor es abrasador y pronto hace que la energía del visitante vaya menguando con rapidez. Subir a las dunas más altas o adentrarse por los arenales sin fin que muestran sus formas ondulantes hasta el infinito es una experiencia casi mágica. Pero pronto notamos que nuestras fuerzas empiezan a flaquear. Caminar en soledad por ese mar de dunas completamente silencioso es un placer para los sentidos, pero también una experiencia de nuestra indefensión ante un entorno tan hostil.
Sin embargo, aunque a simple vista parezca imposible, el desierto de Namib-Naukluft es también importante por la vida salvaje que habita en tan inhóspito lugar. Podemos ver los característicos escarabajos que surgen de repente de la arena y que dejan artísticas huellas sobre la superficie intacta. Los grandes oryx aparecen de detrás de las dunas y te obligan a preguntarte dónde encontrarán el agua imprescindible para sobrevivir. Vemos también chacales merodeando en busca de pequeños roedores o de serpientes con que alimentarse. Y todo ello nos hace pensar en las maravillas que deben esconderse en el enorme territorio que protege este parque nacional, que supone nada menos que la décima parte de toda la superficie de España.
Nuestro viaje por tierras de Botsuana y de Namibia se acerca a su final, pero antes de llegar a la capital del país, una ciudad agradable pero muy moderna y occidental, con escaso interés para nosotros, haremos una etapa en la ciudad de Mariental, situada en una zona más próxima a Windoek y con mejores servicios y medios de comunicación, pero que al mismo tiempo tiene lugares muy adecuados para disfrutar de la contemplación de la vida salvaje.
Mariental es hoy una pequeña ciudad de 10.000 habitantes, capital de la región de Hardap. Está situada a solo 274 km de Windhoek y bien comunicada con la capital por carretera y por ferrocarril. Recibe el nombre de María en honor de la mujer de uno de los primeros colonos de la zona, Brandt. La zona es igual de árida que la mayoría del país, pero tiene la gran ventaja de contar con el principal embalse de Namibia, la presa Hardap.
Solo pasamos un par de días en los alrededores de Mariental pero tuvimos la suerte de poder ver a placer algunas muestras destacadas de la fauna salvaje del país. Muy cerca de nuestro alojamiento había una charca artificial a la que se acercaban a beber numerosos animales. Una tarde, a la hora del anochecer, se acercó a beber y a refrescarse en el barro una pareja de grandes rinocerontes. Fue una gran suerte porque hasta ese momento solo habíamos visto un ejemplar de esta especie en Etosha. La pareja de Mariental estuvo bastante tiempo en los alrededores de la charca y pudimos disfrutar de su presencia durante mucho rato y a una corta distancia que permitía apreciar a los animales en toda su imponente grandeza y tomar fotografías muy nítidas (figura 26).
Figura 26. Gran ejemplar de rinoceronte saliendo de los matorrales para acercarse a beber
De igual forma, tuvimos la oportunidad de observar a uno de los grandes felinos cuya excepcional belleza es siempre un ansiado objetivo para los fotógrafos, el guepardo. Una pareja apareció de repente entre los arbustos paseando tranquilamente a la luz tibia del ocaso, probablemente buscando alguna presa con la que alimentarse o acercándose a algún abrevadero. Ya habíamos tenido ocasión de ver y de fotografiar a algún otro representante de esta especie en otros viajes, pero el colorido, la majestuosidad y la agilidad del guepardo nunca dejan de sorprenderte.
Figura 27. Un guepardo en las proximidades de Mariental
Visto de cerca en su hábitat natural el guepardo produce impresiones encontradas. Llama la atención su tamaño, relativamente pequeño en comparación con el de otros depredadores. Impresiona su mirada inteligente y la ligereza de sus movimientos. Y resulta increíble que una animal tan bonito y tan parecido a un gato doméstico sea un depredador sanguinario. Toda una metáfora de lo que es Namibia, un país de fuertes contrastes, a la vez amable y salvaje, un país muy árido pero lleno de vida, un país fascinante por sus paisajes, por sus gentes y por su fauna.











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