
Ruta de san Pablo
Recojo en este relato los recuerdos de un estupendo viaje que tuvimos la oportunidad de organizar en 2010 para recorrer en compañía de un numeroso grupo de amigos diversos lugares de Turquía y Grecia, muchos de los cuales recibieron hace dos mil años la visita de san Pablo. Claro que aprovechamos para ver lugares en los que no consta que llegase a estar san Pablo y, en cambio, nuestro periplo no incluyó otros en los que sí predicó este santo tan viajero y tan decisivo para la concreción y la expansión de la religión cristiana. Hoy, cuando tanto tiempo ha trascurrido desde entonces y estamos acostumbrados a que Roma sea la capital de la Iglesia católica nos resulta difícil imaginar que, aparte de los territorios de Judea y Galilea, en los que vivió Jesús, los primeros pasos de la naciente Iglesia se produjesen en los territorios de Asia Menor y en país como Turquía que no sólo pertenece en la actualidad al mundo musulmán sino que durante siglos ha sido ha albergado un imperio, el Otomano, acérrimo enemigo del cristianismo.
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Éfeso
La primera etapa de nuestro recorrido es Éfeso una gran ciudad antigua del Asia menor, cercana a la moderna ciudad de Esmirna (figura 1). Éfeso fue en su día una ciudad de gran importancia y cuenta con una historia tan rica y tan dilatada que pocos lugares pueden competir con ella. Su importancia cultural, comercial y religiosa pasó pero nos ha legado algunas ruinas de gran belleza y especialmente evocadoras cuando nos paramos a pensar en el impacto que han tenido en la historia. Ya en tiempos de la Grecia clásica era una ciudad muy antigua que según Estrabón había recibido su nombre de una amazona y según Plinio el Viejo había tenido varios nombres diferentes con anterioridad.
Figura 1. Imagen de la moderna ciudad de Esmirna
En los siglos anteriores a Cristo Éfeso contaba con una de las famosas siete maravillas del mundo antiguo, el templo dedicado a Artemisa, diosa de la fertilidad, la guerra y la caza. El pastor Erístrato se hizo tristemente célebre por incendiar y destruir esta maravilla en el siglo IV a. C. Desgraciadamente todo lo que podemos ver de este templo en la actualidad es un par de solitaria, aunque muy bonitas, columnas.
Éfeso siguió siendo una ciudad comercial próspera en época de los romanos y del siglo II de nuestra era es el resto más llamativo de cuantos han llegado hasta nosotros, la biblioteca de Celso, un edificio de gran belleza y una de las pocas bibliotecas de cuantas que construyeron los romanos que podemos ver (figura 2). Los yacimientos arqueológicos de Éfeso contienen restos de numerosos templos y de otras construcciones civiles, como calles, teatros, ágoras, letrinas, termas, etc., pero de todas ellas es la biblioteca de Celso la más singular y espectacular.
Figura 2. La portada de la biblioteca de Celso en Éfeso
No es de extrañar que san Pablo, en su celo por dar a conocer el Evangelio en territorios distintos de los más próximos a Judea, acudiese a una ciudad tan importante como Éfeso, ciudad que además contaba con una numerosa comunidad judía. Su primera visita se narra lacónicamente en los Hechos de los Apóstoles (18,19): Y llegó a Éfeso, y los dejó allí; y entrando en la sinagoga, discutía con los judíos.
Pero sabemos que estuvo en la ciudad más de una vez y que allí vivió unos dos años, llegando a estar preso durante algún tiempo. A los cristianos de Éfeso dedico una de sus cartas, la Carta a los efesios.
Figura 3. La llamada Casa de la Virgen en Éfeso
Uno pocos años más tarde también vivió en Éfeso el apóstol san Juan e incluso una de las siete cartas del Apocalipsis está también dirigida a la iglesia de Éfeso. Según la tradición, Juan llevó a la Virgen María a Éfeso huyendo de las persecuciones de Jerusalén y allí pasaría María sus últimos años sobre la tierra. Una pequeña iglesia bizantina, de tiempos mucho más recientes, se ha considerado como el lugar donde pudo haber estado la casa de la Virgen (figura 3) pero la Iglesia nunca se ha pronunciado sobre la autenticidad histórica de este lugar.
Aunque el poderío de la ciudad empezó a declinar lenta pero inexorablemente, todavía en el año 431 albergó el III concilio ecuménico celebrado por la Iglesia católica, después de los celebrados en Nicea y Constantinopla, lo que es una clara muestra de la pujanza de Éfeso como núcleo cristiano.
2. Mileto
Otra importante ciudad clásica de la región es Mileto, donde san Pablo se reunió con los ancianos de Éfeso antes de ser trasladado a Roma para ser juzgado y martirizado.
Poco es lo que ha pervivido hasta nuestros días de la ciudad de Mileto. La mayor parte de los restos son ruinas muy fragmentarias que yacen esparcidas por el suelo, y sólo el anfiteatro griego nos permite hacernos una idea de la grandeza que tuvo esta ciudad sin tener que poner de nuestra parte un gran esfuerzo de imaginación (figura 4).
Figura 4. Vista del anfiteatro de Mileto
Pero nuestra imaginación se ve estimulada si pensamos que fue cuna de los grandes y sabios personajes, algunos de los cuales han ejercido una poderosa influencia sobre las generaciones posteriores. Tal vez a muchos no nos digan nada los nombres de algunos de los naturales de Mileto como Anaximandro, a pesar de ser un gran geógrafo que definió con precisión los solsticios y los equinoccios, o Anaxímenes, otro gran físico y filósofo. Pero todos hemos estudiado en el colegio el teorema de Tales y es que Tales de Mileto fue un físico, astrónomo y matemático tan relevante que fue considerado uno de los “siete sabios de Grecia”. También era de aquí el gran arquitecto Hipódamo quien concibió el diseño ortogonal de las ciudades que adoptó como propio el urbanismo romano y de ahí pasaría a servir de base a la mayor parte de las ciudades del mundo que no han crecido de forma espontánea sino que se crearon como futo de una planificación previa. Hoy decimos que las ciudades de Buenos Aires y Chicago o el barrio de Salamanca de Madrid tienen un plano hipodámico.
3. Afrodisias
Está situada a unos 200 km de Esmirna y fue en su día una ciudad griega de reducido tamaño dedicada, como indica su sugerente nombre, a la diosa del amor, Afrodita. Tuvo un especial relieve artístico por estar situada en las proximidades de una cartera de mármol de gran calidad, que sirvió en su día para esculpir numerosas obras de arte.
En su época de apogeo Afrodisias contaba con diversos edificios destacables, generalmente decorados con esculturas de bella factura. Algunas de éstas se hallan desperdigadas en lugares distantes o han desparecido, pero en la ciudad está mucho mejor conservada que otros lugares de la antigüedad y el viajero puede contemplar un conjunto de restos arqueológicos muy variado y armónico, con algunos edificios de gran belleza y otros muy impresionantes, todo ello en el marco de una naturaleza que cuando nosotros la visitamos brillaba con las luces y los colores de la primavera.
Figura 5. El tetrápilo de Afrodisias
Uno de los principales atractivos del lugar, aunque tal vez no sea la obra más relevante, es el tetrápilo, puerta monumental y decorativa, construida en el siglo II a. C., muy bien conservada, y cuya imagen se incluye como figura 5).
El edificio más importante era en su momento el templo dedicada a la diosa del amor patrona de la ciudad. Aunque ha sufrido numerosas y profundas alteraciones a lo largo de muchos siglos transcurridos y su estado de conservación no es tan bueno todavía podemos contemplar los restos magníficos de una obra grandiosa y hacernos una idea de la riqueza que en la, antigüedad clásica tuvo esta región de Asia Menor, en la que tantas ciudades rivalizaban en el comercio, el arte y la cultura (figura 6).
Figura 6. Ruinas del templo de Afrodita en Afrodisias
Otros restos interesantes existentes en la ciudad de Afrodisias son el ágora, la zona dedicada a mercado, que se encuentra entre el templo de Afrodita y la acrópolis; un excelente museo que alberga valiosas esculturas y sarcófagos encontrados en las excavaciones realizadas en la ciudad; el gran estadio destinado a los eventos deportivos y que tiene nada menos que 270 m de largo por 60 de ancho, con capacidad para unos 30.000 espectadores; el odeón o buleterión, un teatro de reducidas dimensiones pero de gran belleza; y el Sebasteión, otro conjunto de edificios religiosos dedicados al culto a la diosa y a ciertos emperadores romanos y que cuenta con bonitos relieves.
Afrodisias no tuvo en su día tanta importancia económica o política como Éfeso pero actualmente es un lugar lleno de encanto, una verdadera joya del Asia Menor.
4. Hierápolis, Pamukkale, Laodicea
Pamukkale ya convocaba a numerosos visitantes hace 2.500 años y hoy es una de las atracciones de la región más conocidas por los turistas. El río Menderes cuenta con cascadas sobre la que los movimientos tectónicos causados por un falla geológica dieron lugar a la aparición de fuentes de aguas termales que por contener grandes cantidades de minerales en disolución han dado lugar a unas formaciones en terraza muy bonitas y originales en las que el color nacarado de la calcita hace que brillen bajo el sol y den la sensación de ser cataratas de hielo (figura 7).
Figura 7. Vista de las cascadas de Pamukkale
El gran foco de atracción que suponían estas originales fuentes termales dio lugar a la fundación de la ciudad de Hierápolis en el siglo II A. C. Hoy que tan de moda se han puesto los lugres destinados a disfrutar del agua (spa) debemos recordar que los antiguos griegos y romanos tenían una gran afición a este tipo de lugares y a las actividades en ellas practicadas como lo demuestra la importancia que en todas las ciudades tenían las termas. Hierápolis fue pues un famoso spa durante varios siglos hasta que la ciudad fue destruida parcialmente por un terremoto en el año 60 de nuestra era.
No obstante, según la tradición católica esta ciudad fue evangelizada por al apóstol Felipe, quien aquí hallaría la muerte hacia el año 80. Por este motivo en Hierápolis se construyeron con posterioridad numerosas iglesias y la ciudad se convirtió en un importante centro religioso y sede episcopal.
A sólo unos 12 kilómetros de Hierápolis vale la pena visitar las ruinas de otra ciudad greco-romana llamada Laodicea, lugar mucho menos conocido y que suele quedar al margen de las rutas turísticas. En época romana fue una próspera ciudad comercial conocida sobre todo por sus actividades textiles en relación con la lana. Desde antiguo contaba con una gran comunidad judía, lo que puede tal vez explicar que los apóstoles le prestasen bastante atención en los primeros tiempos del cristianismo, hasta el punto de haber sido citada en el Apocalipsis como una de las llamadas Siete iglesias de Asia Menor. Hay que reconocer, sin embargo, que la opinión que san Juan tenía de esta ciudad no era muy favorable: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca (Ap. 3, 15-16).
No es mucho lo que queda de Laodicea en la actualidad pero la grandiosidad de sus restos arqueológicos nos permite comprender que en su momento fue una ciudad grande y próspera (figura 8).
Figura 8. Imponente calle principal de Laodicea
5. Iconio y Listra
Iconio es otra de las ciudades de Asia Menor que tuvo un papel relevante en las predicaciones de san Pablo. En época romana un activo núcleo comercial en la ruta que unía Éfeso con Siria y mantuvo su importancia en épocas posteriores, ya dentro del mundo musulmán, siendo una de las ciudades turcas más conocida por su ortodoxia religiosa. En consecuencia, es hoy una ciudad moderna (Konia) de la que han prácticamente desaparecido todos los vestigios de sus épocas pasadas: griega, romana y cristiana.
Los Hechos de los Apóstoles narran en sus capítulos 13 y 14 las actividades realizadas y las peripecias sufridas por Pablo y Bernabé en Iconio. Así comienza, por ejemplo, el capítulo 14: Aconteció en Iconio que entraron juntos en la sinagoga de los judíos, y hablaron de tal manera que creyó una gran multitud de judíos, y asimismo de griegos. No obstante, no todo el mundo los acepto tan bien y tuvieron que huir a Listra para evitar que les apedreasen.
La actual Konia guarda pues el recuerdo de esta azarosa predicación de Pablo y Bernabé pero, aparte de eso, no tiene interés para el viajero y a mí personalmente me pareció una etapa poco estimulante.
Teníamos empeño en aprovechar esta oportunidad para conocer lo que quedase de la ciudad a la que huyeron Pablo y Bernabé, Listra, y en la cual vivieron también aventuras muy intensas y ambivalentes. Según los Hechos de los Apóstoles, Pablo curó en esta ciudad a un cojo y tullido de nacimiento, una sanación que provocó un entusiasmo tal en los habitantes de la zona que creyeron que Pablo y Bernabé eran los dioses griegos Hermes y Zeus, respectivamente, a lo que ellos respondieron: Nosotros somos también hombres, de igual condición que vosotros. Poco duró el fervor de la multitud pues acto seguido se nos dice que: Vinieron entonces de Antioquía e Iconio algunos judíos y, habiendo persuadido a la gente, lapidaron a Pablo y le arrastraron fuera de la ciudad, dándole por muerto. Es decir, según parece, Pablo experimentó en Listra los dos extremos de la reacción de las gentes, desde el intento de glorificarle como a un Dios hasta apedrearle y dejarlo medio muerto.
Listra está unos 30 km de Iconio pero es hoy un lugar abandonado, al margen de todas las rutas turísticas y de difícil acceso por carreteras estrechas y en mal estado. Es, sin embargo, un lugar bastante sorprendente por su sencillez y su autenticidad, en el que se mantienen bastantes cuevas excavadas en la roca y alguna iglesia rupestre que nos permiten hacernos una idea bastante precisa de cómo era este lugar en el siglo I. Aquí no hay grandes ciudades clásicas ni templos ni calzadas romanas ni columnas ni estatuas. Apenas unas pocas familias siguen viviendo por los alrededores en precarias habitaciones excavadas en la roca.
Es impresionante la diminuta y primitiva iglesia de planta cruciforme excavada en la roca, testimonio evidente de los comienzos de la expansión del cristianismo (figura 9).
Figura 9. Primitiva iglesia rupestre en Listra
6. Estambul
Desde mi infancia, Estambul es una de ciudades que más fascinación ha ejercido sobre mi imaginación. Serían tal vez las clases que recibíamos en el colegio en las que se pintaba con brillantes colores la historia del imperio bizantino y se nos proyectaban diapositivas de Santa Sofía o serían tal vez las lecturas de las aventuras de los viajeros románticos a los que tanto atrajo esta ciudad en el siglo XIX. Desde luego, las descripciones de los viajeros (Lamartine, Blasco Ibáñez, De Amicis, Lord Byron…), son en general tan entusiastas que inflaman a las imaginaciones más obtusas. Como muestra, valga un ejemplo tomado de Lamartine: Ciudad incomparable y única que a un tiempo es, ciudad, campo, mar, puerto, ribera de ríos, jardín, frondoso monte, valle profundo, océano de casas, hormiguero de buques y de calles, lagunas apacibles y encantadoras soledades, que ningún pincel puede expresar en conjunto, y que a cada golpe de remo, se presenta, recibiendo el alma una nueva impresión.
He tenido la suerte de visitar esta gran ciudad varias veces y siempre he experimentado su magia, aunque el crecimiento desaforado que ha experimentado durante el siglo XX hace que cada vez sea más difícil no sólo el poder ver algunos vestigios de su época gloriosa sino incluso los restos de los barrios típicos que tanto impresionaron a los románticos hace sólo uno o dos siglos.
Figura 10. Vista de conjunto de Santa Sofía
En esta ocasión nuestro objetivo era la Ruta de san Pablo pero Estambul era una etapa necesaria, tanto por razones operativas de los vuelos como por el interés que todos teníamos en volver a visitar la gran ciudad euroasiática. Nuestro primer objetivo era, claro, la antigua basílica de Santa Sofía que pese a los diversos avatares históricos que ha sufrido a lo largo de los siglos es uno de los monumentos más majestuosos y más emocionantes que pueden contemplarse. Testigo de los acontecimientos históricos durante más de 1.500 años, su construcción, especialmente su famosa cúpula, es uno de los hitos más sobresalientes de la arquitectura mundial. Las dimensiones, los juegos de luces que se producen en el interior, los colores apagados por el paso del tiempo, los increíbles mosaicos que todavía perviven en algunos lugares, hacen de Santa Sofía un lugar único que nunca te cansas de admirar (figuras 10 y 11).
Figura 11. Mosaico representando a Cristo Pantocrator (Santa Sofía)
Otro de mis lugares preferidos en Estambul es la cisterna Basílica, que en turco recibe el poético nombre de “palacio sumergido” (Yerebatan sarayi). Es la más grande y espectacular de las cisternas que se construyeron en época bizantina para abastecer de agua y dar autonomía frente a una posible invasión a la ciudad de Bizancio o Constantinopla. Para quien no ha tenido la suerte de verlo, es difícil imaginar la impresión y la emoción que se experimenta al encontrar en el subsuelo de la ciudad antigua esta inmensa sala de una superficie de unos 10.000 m2 y sostenida por más de 300 columnas de mármol, una gran parte reaprovechadas de construcciones de época romana. El aspecto mágico del lugar se ve acentuado por la penumbra, por las sombras que producen las grandes columnas y por los reflejos de la luz en el agua.
Figura 12. El Bósforo con el puente intercontinental que une Europa y Asia
No lejos de este lugar encontramos otro completamente diferente, lleno de gentes, de bullicio y de ajetreo, el famoso Gran Bazar. Los grandes zocos y bazares orientales, tan característicos de las ciudades del mundo árabe, siempre han tenido un atractivo especial para los viajeros no sólo por la función comercial que les es propia sino por tratarse de verdaderas ciudades dentro de la ciudad en las que se reúnen decenas o centenares de locales comerciales, generalmente atestados de mercancías variopintas, en los que se venden los objetos más dispares y en los que el regateo es a la vez un arte sutil y un arduo reto que exige grandes dosis de paciencia y de astucia. El Gran Bazar de Estambul no es una excepción, aunque sí puede diferenciarse de otros muchos por la grandiosidad de sus instalaciones y por la riqueza de muchos de sus comercios.
Otro de los grandes atractivos de Estambul es su privilegiada situación en un enclave estratégico con condiciones casi únicas: en el quicio que une Asia y Europa, junto al estrecho del Bósforo, puerta de entrada al importante mar Negro, no lejos del mar de Mármara y recostada sobre el Cuerno de Oro. Un emplazamiento excepcional que ha marcado la historia de la ciudad y que le confiere puntos de vista de gran variedad y belleza (figura 12).
En esta ocasión, dados el tiempo disponible y la finalidad de nuestro viaje, dejamos de lado algunos de los grandes atractivos de Estambul, como el palacio de Topkapi, la torre Gálata, el palacio de Dolmabahçe o la plaza Taksim. Sí visitamos, en cambio, la iglesia de San Salvador in Cora, mucho menos conocida por encontrarse bastante alejada de los centros turísticos, pero para nosotros imprescindible por contener algunos de los mejores restos del arte bizantino que se conservan en el mundo. Es una iglesia muy antigua y que también sufrió diversos avatares a lo largo de la historia, y en la cual lo más interesante son los bellísimos mosaicos y frescos que datan de finales de la época bizantina (siglo XIV) y que se han conservado muy bien tal vez por estar fuera de la ciudad (es lo que significa Chora) y porque durante siglos estuvieron cubiertos de una capa de yeso. Una muestra representativa de los frescos que pueden contemplarse en San Salvador es la Anastasis que incluyo como figura 13. Se trata de un motivo muy frecuente en el arte bizantino, en el que se ve a Cristo descendiendo a los infiernos para rescatar a los patriarcas del Antiguo Testamento.
Figura 13. La Anastasis (iglesia de San Salvador in Cora, Estambul)
Todavía hicimos algunas otras visitas durante nuestra estancia en Estambul pero las mencionadas son las más significativas y con el fin de no alargar excesivamente este relato saltamos ahora a tierras griegas para seguir nuestro periplo por algunos de los lugares recorridos por san Pablo.
7. Corinto
Corinto es una antiquísima ciudad del Peloponeso que por su situación en el istmo que une la península al continente fue en época antigua una ciudad comercial de primera importancia y el principal centro de construcción naval en el Mediterráneo oriental. Como consecuencia, en época de san Pablo era una ciudad cosmopolita en la que se concitaban personas de muy diversas procedencias (Grecia, Roma, Judea, Asia, África), que practicaban creencias dispares y veneraban a diferentes dioses. Pablo fue a Corinto en más de una ocasión y pasó bastante tiempo predicando en sus calles y en sus sinagogas. Allí cosechó notables éxitos en forma de conversiones y también sufrió violentas persecuciones. A los corintios dedicó dos cartas en las que se recogen algunos de sus pasajes más sobresalientes. Desde Corinto escribió cartas a otras ciudades y concretamente la que podría ser el libro más antiguo del Nuevo Testamento, la 1ª Epístola a los Tesalonicenses.
Corinto es hoy una pequeña ciudad provinciana y moderna que parece haber olvidado ese pasado en el que fue una ciudad de gran importancia. Sólo algunos restos arqueológicos dan fe de una historia tan rica y compleja. Así, en la fotografía que incluyo como figura 14 podemos ver en primer plano las pocas columnas que quedan en pie del templo de Apolo, un excelente ejemplo de la arquitectura dórica arcaica y que se remonta al siglo IV a. C. Al fondo, en lo alto de la montaña, se ven restos del Acrocorinto, la acrópolis de Corinto. La ciudad estaba dedicada a Afrodita y es fama que en esta acrópolis se practicaba el culto a la diosa del amor y que en la cima del monte habitaban más de 1.000 sacerdotisas dedicadas a la prostitución sagrada.
Figura 14. El templo de Apolo con la acrópolis al fondo (Corinto)
En este contexto se comprende mejor el revuelo que debió de producir la predicación de Pablo en Corinto y también las duras frases que profiere el Apóstol en el capítulo 6 de la primera de las cartas que dirigió a los fieles de la ciudad: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los pervertidos, ni los ladrones, ni los avaros, ni los bebedores, ni los difamadores, ni los usurpadores heredarán el Reino de Dios.
8. Micenas
La península del Peloponeso conserva restos muy interesantes de la época en que Grecia era la gran potencia del Mediterráneo y aportaba grandes progresos culturales, literarios, artísticos y científicos a la humanidad. Tal vez los más importantes entre ellos por su antigüedad son los referidos a la cultura micénica. La ciudad de Micenas tuvo su época de mayor esplendor entre 1.600 y 1.100 años antes de Cristo, pero se han hallado pruebas de que la ciudad ya existía hacia el 3.000 antes de Cristo. Estamos hablando pues de una cultura que floreció aproximadamente 1.000 años antes del siglo de oro del mundo griego. La zona arqueológica de Micenas se encuentra a sólo unos 40 km de Corinto y era, por tanto, un lugar que no podíamos dejar de visitar en nuestro recorrido por tierras griegas.
Las excavaciones arqueológicas han permitido identificar muy relevantes restos de Micenas, como tumbas, viviendas y murallas, pero dos monumentos son especialmente llamativos y merecen la atención de los visitantes. En primer lugar, fuera del recinto de la ciudad hay varias tumbas de cúpula monumentales entre las que destaca la famosa tumba o tesoro de Atreo, un espectacular enterramiento del siglo XIII A. C. que consta de una cámara circular y una entrada monumental de piedra (figura 15). No sabemos lo que contenía esta tumba porque fue saqueada en la antigüedad pero la gran entrada formada por piedras de gran tamaño dando lugar a una especie de avenida y su contraste con la oscuridad y el recogimiento del interior, de planta circular y cubierto por una gran cúpula, resulta impresionante y da idea de la pujanza que llegó e tener la cultura micénica.
Figura 15. Entrada a la tumba o tesoro de Atreo (Micenas)
El mayor atractivo de Micenas lo constituye la conocida como Puerta de los Leones, el principal acceso a la ciudad en la muralla y una construcción ciclópea que es única en el mundo tanto por su belleza como por su antigüedad. Para hacernos una idea de la monumentalidad de este conjunto y de la dificultad que debió de suponer su edificación hace más de 3.000 años baste considerar que se estima que la gran piedra que forma el dintel de esta grandiosa puerta pesa aproximadamente 20.000 kg.
Sobre ese dintel se sitúa otra gran piedra de forma triangular en la que están labrados los dos leones rampantes que apoyan las patas delanteras sobre una columna y que dan nombre a la puerta (figura 16).
Figura 16. La monumental Puerta de los Leones (Micenas)
9. Atenas
Nuestro viaje al pasado terminó en otra de las ciudades que han desempeñado un papel crucial en la historia de la humanidad, Atenas. Actualmente una ciudad grande y caótica pero que atesora numerosos tesoros de su época de esplendor. Como suele ser normal cuando el tiempo disponible no es mucho, nuestra visita se centró especialmente en la Acrópolis y sus alrededores.
Siempre es un gusto el volver a ascender y pasear por la Acrópolis y contemplar las maravillas que allí se agrupan, desde la entrada monumental de los Propileos, pasando por los templos de Atenea Niké y el bonito Erecteión con su famosa tribuna sostenida por cariátides (figura 17), hasta detenerse en las líneas perfectas del Partenón, una de las obras más conocidas de toda la arquitectura mundial por ser el símbolo de las elevadísimas cotas culturales alcanzadas en el siglo V a. C. por la Atenas de Pericles y por artistas tan irrepetibles como el escultor Fidias.
Figura 17. Las cariátides del Erecteión (Atenas)
Personalmente debo reconocer, sin embargo, que pese a conocer esos méritos insuperables que muestra el Partenón, nunca me ha producido la emoción vibrante de otras obras cimeras como las pirámides de Egipto, la Gran Muralla china o Santa Sofía de Constantinopla. Probablemente ello se deba factores externos tales como que suele estar cubierto de feos andamios, que normalmente hay grandes masas de gente visitándolo y que no puedo sustraerme a la decepción que me produce el pensar que lo más valioso e interesante del Partenón, sus frisos y metopas, no está allí sino en las salas del Museo Británico, en Londres (figura 18).
Figura 18. Vista parcial del Partenón (Atenas)
La Acrópolis, como promontorio rocoso elevado sobre la ciudad, nos permite descubrir en la distancia unas vistas espectaculares, mas también otros monumentos de gran belleza y significación, como el gigantesco templo dedicado a Zeus Olímpico, de construcción mucho más tardía. A mí me ha llamado siempre la atención la vista sobre el teatro de Dionisios, una construcción menos llamativa, pues es una obra similar, e incluso inferior, a la de otros teatros griegos que podemos ver alrededor del Mediterráneo, como el de Epidauro o el de Siracusa, pero que hace volar mi imaginación al pensar que en aquella colina, desde la que se divisa un extenso territorio de la ciudad, estrenaron sus obras autores como Esquilo, Aristófanes y Sófocles, que han dejado una profunda huella en la humanidad y que crearon personajes tan anclados en nuestro acervo cultural como Edipo (figura 19).
Figura 19. Vista del teatro de Dionisos (Atenas)
Descendiendo de la Acrópolis no dejamos de visitar otros templos y lugares de interés, de los muchos con que cuenta la ciudad de Atenas, como el bello templo de Hefaistos (figura 20), de reducidas proporciones pero muy bien conservado, la interesante Torre de los Vientos y la iglesia bizantina de los Apóstoles Santos.
Figura 20. Templo de Hefaistos (Atenas)
En relación con el hilo conductor de nuestro viaje, Atenas es un lugar muy adecuado para poner fin a la Ruta de san Pablo, pues aquí tuvo el apóstol un papel esencial como corresponde a la importancia de la ciudad en el mundo antiguo y el afán de Pablo de predicar el Evangelio a los gentiles. Los Hechos de los Apóstoles nos aportan en el capítulo 17 datos muy interesantes sobre las aventuras de Pablo en Atenas. En primer lugar, su talante: Su espíritu se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría (17, 16). En segundo lugar, cómo discutía con los filósofos de una ciudad especialmente culta y acostumbrada al razonamiento filosófico: Y algunos filósofos de los epicúreos y de los estoicos disputaban con él (17, 18). Entonces, Pablo les habla puesto en pie en medio del Areópago, la colina que dominaba el ágora de Atenas y donde los atenienses se reunían a tratar de todos los asuntos de importancia. Allí aprovecha hábilmente la apertura de los atenienses a las ideas nuevas diciéndoles: Observo que sois muy religiosos porque… hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: “Al dios desconocido”. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os predico (17, 22-23). A partir de ese enlace con las tradiciones griegas, Pablo empieza a exponer los principios básicos del Evangelio de Jesús, siendo el concepto que más escandalizó a los atenienses el de la resurrección de los muertos.
Antes de tomar el avión que nos devolvería a España, pusimos fin a este viaje de inmersión por lugares en los que se forjó la historia de Europa y en los que se inició la difusión del cristianismo con una comida típica en una de las muchas tabernas que podemos encontrar en el popular barrio de Plaka, asentado a los pies de la Acrópolis.
Jaime Pereña Brand
Junio 2013
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