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África austral

 

El sur de África es en gran medida una región muy especial, como si estuviese a caballo entre África y Europa. Desde un punto de vista geográfico es plenamente África. Además África negra y la región más alejada de Europa. Y también sita a gran distancia de América, de Asia y de Oceanía. Sociológicamente es una región que ha vivido una colonización más intensa y prolongada que la mayor parte del continente africano, colonización que ha dejado huellas muy perceptibles y que ha desembocado recientemente en un grado de desarrollo superior a la de la mayoría de los países del continente.

  1. Ciudad del Cabo y península del Cabo

 

Aunque la puerta habitual de entrada en Sudáfrica es la enorme, dinámica y compleja ciudad de Johannesburgo, y ése fue también nuestro caso, prescindo de comentar las características de una ciudad que resulta enorme, difícil de aprehender y poco atractiva para el turista. Casi el único comentario que se me ocurre es que el tiempo pasado en esta ciudad, aunque sea breve, siempre parece excesivo.

No así Ciudad del Cabo, una gran urbe situada en un emplazamiento excepcional, y con una gran belleza, todo lo cual la convierte en uno de los destinos preferidos de todo el continente, aunque no carezca de barrios muy peligrosos. Su nombre evoca la proximidad al mítico cabo de Buena Esperanza, avistado por el primer europeo (Bartolomé Dias) en 1488 y que fue conocido como cabo de las Tormentas por los fuertes vientos y oleajes que suelen desencadenarse en aquel extremo del continente africano. El rey Juan II de Portugal cambió más tarde el acertado nombre marinero por el más poético (y políticamente correcto) con el que es actualmente conocido.

El emplazamiento de la ciudad se eligió para que sirviese de punto de abastecimiento a los barcos que hacían la ruta entre Europa y Asia por su proximidad al cabo y por su excelente puerto natural. Hoy es una bonita ciudad moderna aunque ha conservado algunos edificios coloniales antiguos como recuerdo de un pasado que no es muy remoto en el tiempo y que sin embargo corresponde a una época muy diferente de la actual.

Ciudad del Cabo, aparte de la belleza que le aporta el marco geográfico en el que se halla situada, es famosa por estar asentada a los pies de la famosa Montaña de la Mesa (Table Mountain), una singular masa de arenisca cuarcítica muy erosionada que adopta la forma de una meseta muy plana en la parte superior. Desde la ciudad esa forma aplanada y la gran extensión de la Mesa produce una sensación de montaña de escasa altitud. Sin embargo, se yergue casi vertical sobre la ciudad y alcanza la nada despreciable altitud de 1.000 metros sobre el nivel del mar.

Desde esa atalaya única que es la Montaña de la Mesa se divisa un  panorama de una belleza excepcional. Se tiene una panorámica de 360º sobre la ciudad, la bahía, la costa, las islas cercanas, etc. Esta vista se ve con mucha frecuencia impedida por las nieblas que tan frecuentes son en la zona y que lleva a decir que la Mesa suele tener también su mantel. Pero cuando las nieblas aparecen como un elemento más del paisaje, sin tapar la visión, la belleza del lugar se acrecienta y las imágenes que se divisan desde lo alto son de una variedad, de una originalidad y de una belleza insuperables.

Eso nos ocurrió a nosotros, que tuvimos la suerte de disfrutar de una preciosa mañana invernal, aunque algo fresca, en la que pudimos contemplar a nuestras anchas las increíbles vistas que ofrece la Mesa (figura 1). Después de dedicar unas horas a pasear por los caminos que surcan la superficie de la montaña iniciamos nuestro descenso hacia las calles de la ciudad lamentando no disponer de más tiempo para observar los cambios de tiempo y de luces que se ven desde esas alturas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 1. Vista desde la montaña de La Mesa

En los alrededores de Ciudad del Cabo hay excelentes playas, muchas de ellas con fuertes corrientes y oleajes, lo que ofrece excelentes oportunidades de ocio a los habitantes de la región y a los muchos turistas que viajan a la zona. Aunque no es una de las mejores, es muy conocida la playa de Saint James por las casetas multicolores que la adornan y que le confieren un pintoresquismo singular, hasta el punto de ser una de las imágenes que más se repiten cuando se trata de reflejar los atractivos de Sudáfrica (figura 2).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 2. Playa de Saint James

Mas si Saint James es una playa muy conocida y frecuentada, la provincia Occidental del Cabo dispone de un sinfín de playas de gran belleza, algunas pueden verse casi totalmente desiertas salvo en determinadas fechas. Además las características climáticas de la zona, con tantos vientos, tormentas y nieblas hacen que la costa presente matices muy singulares, con luces cambiantes, fuertes oleajes, nieblas que se forman y se disipan, nubes de variados colores y playas de arena blanca que se alternan con acantilados vertiginosos (figura 3).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 3. Playas salvajes cercanas al cabo de Buena Esperanza

Así pues, el recorrido de la pequeña península del cabo que nos lleva desde la ciudad hasta el cabo de Buena Esperanza permite disfrutar de paisajes de gran belleza, variados y cambiantes, en parte urbanizados y en parte bastante salvajes, paisajes además hoy protegidos por la figura del parque nacional. El cabo de Buena Esperanza es un lugar especialmente atractivo por sus características geográficas y por sus resonancias históricas, aunque he de decir que a mí me gusta más el primitivo nombre que le puso Bartolomé Dias, más ajustado a la realidad geográfica. Si los cabos son con frecuencia promontorios agrestes azotados por los vientos y las olas, éste, situado en el extremo austral del continente y formado por una masa rocosa afilada que se adentra en el océano como una cuña que desafía a la furia de los elementos, en un lugar donde se unen las aguas de los océanos Atlántico e Índico es verdaderamente el cabo de las Tormentas. Durante siglos ha sido un lugar especialmente temido por los marinos y no es casual que en sus alrededores hayan naufragado una gran cantidad de navíos. Los viajeros que hoy tenemos la suerte de llegar a este lugar, a la vez muy turístico y muy remoto, sentimos una emoción viva al asomarnos al mar desde estas rocas y al caminar por sus abruptos senderos tratando de imaginar el significado que este lugar único ha tenido en la historia de la navegación y del comercio (figura 4).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 4. En el legendario cabo de Buena Esperanza

Y es que cuando viajamos lo hacemos no solo con nuestras piernas y con nuestros sentidos; también lo hacemos con nuestra imaginación, los recuerdos de nuestras lecturas y las resonancias afectivas que en nosotros despiertan ciertos lugares y ciertos nombres. Hay que advertir en este sentido que el cabo de Buena Esperanza no es, como mucha gente cree, el punto más meridional de África, ni mucho menos. Es sí el famoso cabo de las Tormentas y tal vez el más espectacular por su peculiar orografía pero el cabo de Agujas, situado a unos 150 km de Ciudad del Cabo en dirección suroeste se encuentra dos grados más al sur.

La peculiar posición geográfica del Cabo, hace que cuente también con una flora y una fauna de gran riqueza e interés. Desde el punto de vista florístico baste destacar el hecho extraordinario que uno de los seis grandes reinos que se distinguen en el planeta es precisamente el capense que se refiere a la flora de este extremo austral de África.

También es muy rica y variada la fauna de la región, dándose hechos curiosos como la presencia de una variedad de pingüinos, el conocido como pingüino africano o pingüino de El Cabo (Spheniscus demersus), única especie de pingüino que se ha adaptado a las temperaturas relativamente cálidas del continente africano (figura 5).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 5. Colonia de pingüinos de El Cabo

 

2. El parque Kruger

 

En el extremo opuesto del gran país que es Sudáfrica, a 1.800 km de distancia en línea recta, se encuentra otro de los destinos principales de los viajeros, en no pocos casos el que motiva al viaje al África austral, el parque Kruger. En efecto, uno de los grandes atractivos del continente africano es la posibilidad de hacer un safari fotográfico, un remedo moderno y aceptable de los tradicionales safaris de caza. No he sido nunca cazador y confieso que la idea de matar por sorpresa a un bello y pacífico animal con la ayuda ventajosa de un rifle con mira telescópica me parece, como mínimo, absurda y anacrónica y, tal vez, hasta ridícula e inmoral. En cambio, el safari fotográfico, incruento y pacífico, siempre me ha parecido una actividad fascinante y las ocasiones en las que he podido practicarla he disfrutado intensamente.

Y aunque podemos contemplar animales salvajes en algunos otros lugares del globo, el safari por excelencia se practica en tierras africanas (no en vano el propio término proviene de una palabra suajili) por ser aquí donde la variedad y cantidad de animales salvajes es todavía un espectáculo de inmensas proporciones, si bien ya reducido exclusivamente a los territorios protegidos como parques nacionales, todos relativamente parecidos pero cada uno con sus propias características, con su paisaje singular, con unos tipos de fauna y, podríamos decir, con su propia personalidad. En este viaje por las tierras del sur de África visitamos varios de estos parques, entre ellos el Kruger, uno de los más conocidos y de los más antiguos.

Tres son las características del parque Kruger que merecen destacarse. La primera y tal vez la más evidente es un enorme tamaño. Con una forma aproximadamente rectangular el lado más corto (este-oeste) tiene unos 80 km mientras que el lado más largo (norte-sur) tiene aproximadamente la distancia que hay entre Madrid y Zaragoza. En los últimos años esta superficie se ha incrementado drásticamente al unirse con el parque Limpopo de Mozambique y el Gonarezhou de Zimbabue para formar el enorme parque transfronterizo del Gran Limpopo, un gran paso para la conservación de la fauna de la región.

En el parque podemos encontrar nada menos que seis ecosistemas diferentes, algunos existentes en otras regiones africanas como el matorral de acacias y algunos específicos de la región como el famoso bushveld (figura 6). 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 6. Un gran elefante macho surge del bushveld en el parque Kruger

 

Para el viajero, sin embargo, el rasgo que más influencia práctica representa es la facilidad que existe para poder recorrer y explorar el parque de forma independiente, sin necesidad de contar con guías. Esto supone una diferencia sustancial frente a lo que ocurre en otros parques y confiere una libertad de acción inusitada que resulta muy de agradecer. El parque está surcado por carreteras y pistas de tierra y cuenta con un buen número de alojamientos de diferentes tipos y niveles, e incluso gasolineras, todo lo cual hace que su visita no presente ningún tipo de complicación.

En estas condiciones el concepto de safari adquiere su plenitud pues el viajero puede pasar días enteros recorriendo caminos más o menos transitados, acercándose a los ríos y charcas donde van a abrevar los animales, descubriendo los diversos hábitat y tipos de vegetación existentes y tratando de avistar ejemplares de la rica fauna del parque, fauna que a veces aparece inesperadamente y otras se muestra bastante esquiva. Se experimenta de esta forma toda la sorpresa y la emoción inherentes al safari. Podemos pasar horas sin ver más que simples gacelas, defraudados y hastiados por la falta de avistamientos significativos, y de repente toparnos con la gran sorpresa que supone encontrar un enorme elefante macho al borde del camino. Podemos sentirnos decepcionados porque hemos encontrado una manada de leones pero tan alejada de la carretera que la hemos intuido más que verla realmente y algo más allá presenciar a pocos metros de nosotros el espectacular cortejo de una pareja de jirafas (figura 7). Podemos pasar días sin conseguir atisbar un rinoceronte ni de cerca ni de lejos y de repente divisar un leopardo dormitando en la rama de un árbol o cruzándose en nuestro camino.  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 7. El cortejo de las jirafas

Si perseveramos lo suficiente, experimentaremos sin duda sorpresas muy emocionantes y escenas fuertes e inolvidables como una bandada de buitres devorando los restos de una cría de elefante, una hiena acercándose sigilosamente a un grupo de impalas, una manada de cebras pastando tranquilamente, una familia de hipopótamos revolcándose en el barro de una charca o un grupo de cocodrilos tomando el sol al borde del río.

Y todo ello en el marco de los extraordinarios paisajes africanos que tan pronto nos ofrecen un río caudaloso como una sabana cubierta de altas hierbas, cielos tormentosos con luces increíbles o puestas de sol de excepcionales belleza y colorido (figura 8).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 8. Los colores increíbles de la sabana africana

Sí, el parque Kruger es un destino esencial para los amantes de la naturaleza y los que deseamos contemplar a nuestras anchas la riqueza y la increíble variedad de la fauna africana. Y, además, es muy recomendable ir con tiempo y por su propia cuenta, dispuestos a buscar y a esperar a los animales, a experimentar alguna frustración por las horas sin resultados y también las enormes sorpresas que nos depara el súbito encuentro con el animal inesperado y la emoción de poder contemplar estos animales de tan singular belleza, a veces a distancias muy cortas, e incluso en ocasiones experimentando el estremecimiento derivado del susto que implica la interacción visual con los grandes mamíferos. 

 

3. Suazilandia

En nuestro viaje al África austral no queríamos dejar de visitar este pequeño país pensando que nos iba a deparar la posibilidad de conocer territorios menos desarrollados y en los que todavía fuesen visibles las antiguas costumbres tradicionales. En este sentido fue una pequeña decepción pues, pese a la imagen que ciertas costumbres del país han transmitido, ha venido creciendo significativamente y hoy muestra rasgos de un grado de desarrollo de tipo medio: carreteras bastante buenas, grandes explotaciones agrarias y forestales, viviendas dignas, etc. Todo esto ha de considerarse sin embargo como algo muy positivo pues indica que el tipismo ha ido dejando paso gradualmente a la educación, el transporte, la sanidad, la agricultura y la industria.

No obstante, nuestro objetivo principal seguía siendo la realización de algún safari fotográfico y en este caso elegimos el parque nacional más grande y relevante de Suazilandia, el Hlane. Su tamaño es mucho menor que el de otros grandes parques africanos y está bastante compartimentado, lo que le resta mucha naturalidad y le confiere un cierto aire de gran zoo, pero al mismo tiempo facilita el avistamiento de algunas especies esquivas, como es el caso del león, uno de los “cinco grandes”, siempre objetivo principal de todo safari, pero especie muy perezosa y difícil de observar en las grandes llanuras herbáceas en las que color de su pelaje se mimetiza muy precisamente con los tonos ocre de las hierbas del entorno (figura 9).  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 9. Una leona al acecho en parque Hlane

Los grandes felinos siempre suponen un aliciente y un objetivo de primera magnitud, aunque otros animales tengan un tamaño o una vistosidad mayores. Nuestro inconsciente colectivo atribuye al león unos rasgos de ferocidad, de agresividad, de fortaleza y hasta de realeza que no se corresponden con la realidad de las cosas pero hacen que la emoción que se experimenta al contemplar de cerca las evoluciones de estas fieras sea especialmente intensa. La belleza del cuerpo musculoso de esta leona y su mirada, a la vez lejana y penetrante, no pueden dejar de llamar poderosamente nuestra atención y de evocar temores ancestrales.

Esa fortuna que es un elemento esencial en los safaris fotográficos nos deparó en los alrededores del parque Hlane una sorpresa especialmente impresionante y gratificante: el encuentro con un grupo de rinocerontes, a los que pudimos contemplar a nuestras anchas, completamente solos y a una distancia increíblemente reducida, que nos llevó incluso a experimentar bastante inseguridad (figura 10).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 10. Pareja de rinoceontes en el parque nacional Hlane (Swazilandia)

 

Estos enormes herbívoros son relativamente fáciles de avistar a distancia por su gran tamaño pero son mucho más escasos que otros grandes mamíferos como los elefantes o los hipopótamos y tienden a alejarse de los lugares más concurridos, por lo que es raro el poder contemplarlos de cerca y durante bastante tiempo, por lo que este avistamiento nos resultó especialmente gratificante.

Aunque se trate de un animal hervíboro, su enorme tamaño, su carácter antisocial y su mala vista, compensada por unos sentidos del olfato y del oído muy agudos, lo convierten en un objetivo fotográfico bastante peligroso y no siempre fácil de tener “a tiro”.

 

4. Cataratas Victoria

 

Uno de los destinos turísticos esenciales del África austral desde que el misionero y explorador británico David Livingstone lo diese a conocer al mundo occidental a mediados del siglo XIX en sin duda el extraordinario accidente geográfico que forman las cataratas Victoria.

El río Zambeze nace en tierras angolanas y fluye en dirección oeste-este hacia el océano Índico recogiendo un importante caudal aunque muy cambiante según las épocas del año. Poco antes de llegar a la frontera entre Zambia y Zimbabue discurre perezosamente por una meseta basáltica muy llana hasta que de repente se desploma en una grieta estrecha en una caída de unos 100 metros de altura para formar una profunda y angosta garganta dando lugar a un espectáculo natural de gran belleza y produciendo un gran estrépito y una gran nube de vapor de agua que justifican el nombre que los nativos habían dado a este lugar (“el humo que truena”) antes de que un escocés le pusiese el nombre de su lejana reina. No es pues un salto de agua típico de montaña sino el desplome de todo un gran río en una falla de naturaleza tectónica. La vista aérea permite hacerse una idea de conjunto de este fenómeno tan llamativo (figura 11).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 11. Vista aérea de las cataratas Victoria

 

Así, la altura de las cataratas (100 metros) es considerable pero no extraordinaria pues hay saltos mucho más altos. En cambio, su anchura (1,7 km aproximadamente) hace que sean las que presentan un frente más amplio en todo el mundo. A su vez, la estrechez de la garganta implica que las mejores vistas se obtengan desde el lado de Zimbabue mientras que las vistas desde Zambia son parciales y menos espectaculares. Esta configuración morfológica hace que desde tierra sea imposible tener una visión de conjunto y por el contrario sea necesario recorrer el camino existente para ir contemplando las cascadas desde diferentes ángulos. Pero esto mismo nos permite hacer un recorrido de una gran belleza y variedad, amenizado con frecuencia por el arco iris que la luz del sol forma al atravesar el vapor de agua que se produce al chocar la masa líquida con el fondo de la garganta (figura 12).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 12. Vista de las cataratas Victoria desde Zimbabue

La visita a las cataratas Victoria no defrauda. El lugar goza de merecida fama pues se trata de un espectáculo insólito, de una belleza extraordinaria. Un espectáculo de agua, luz y sonido desplegado por la naturaleza en un escenario gigante. Un lugar que además tiene esas resonancias especiales de los lugares únicos y poco accesibles en los que no sólo es importante lo que ves y aquello de lo que disfrutas sino también la íntima satisfacción que te produce el hecho de estar, o de haber estado, allí.

Dicho esto, a quienes me pregunten por mis preferencias subjetivas les diré que las cataratas Victoria me han gustado más que las del río Niágara pero menos que las de Iguazú y las del Nilo Azul cerca del lago Tana.

 

5. Chobe

Aprovechamos nuestra estancia en las cataratas Victoria para ir a visitar el cercano parque nacional Chobe, en Botsuana. El río Chobe nace en Angola y transcurre en dirección sudeste cambiando varias veces de nombre hasta llegar a la región donde se encuentra el parque nacional del mismo nombre dando lugar a una frontera natural con Namibia poco antes de desembocar en el Zambeze.

El parque Chobe es uno de los más grandes de Botsuana y posee cuatro ecosistemas bastante diferentes en los que habita una fauna extraordinariamente rica y bien conservada. Como muestra de ello basta indicar que se estima que en el territorio del parque habitan 120.000 elefantes y que también cuenta con grandes poblaciones de jirafas, impalas, cebras, búfalos, hipopótamos, hienas, leones, etc.

La ciudad principal de la zona es Kasane, conocida por ser un destino turístico de primera importancia y porque se encuentra junto al lugar conocido como “las cuatro esquinas de África” donde coinciden las fronteras de cuatro países: Botsuana, Zambia, Zimbabue y Namibia.

El parque del río Chobe tiene también el aliciente de que además de los tradicionales safaris por tierra permite hacerlos por el río en barcos de poco calado que pueden acercarse mucho a las orillas y permiten que el visitante contemple cómo se comportan los animales en su propio hábitat, a veces a una distancia muy reducida (figura 13). 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 13. Hipopótamo en el parque Chobe (Botsuana)

 

La navegación por las tranquilas aguas del Chobe, acercándose silenciosa y lentamente a las encharcadas orillas es una experiencia sumamente gratificante y en mi caso supuso algunos de los mejores momentos de nuestro periplo por tierras sudafricanas. La gran cantidad de animales que se dan cita en los márgenes de esta gran vía fluvial nos permitió contemplar búfalos, jirafas, cebras, aves de muy diverso tipo, elefantes, kudús, perros pintados, etc. Pero sobre todo pudimos observar muy de cerca la vida de grandes ejemplares de mamíferos tan llamativos como los hipopótamos y de reptiles tan espectaculares y peligrosos como los cocodrilos del Nilo (Crocodylus niloticus) (figura 14).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 14. Un gran cocodrilo del Nilo en el parque Chobe

 

6. Conclusión  

 

Muchas otras cosas podría contar sobre este apasionante viaje a las tierras más australes del continente africano y muchas fotografías interesantes podría extraer de los cientos de imágenes que tuve la oportunidad de captar con mi cámara. Al revisar estas líneas compruebo la gran cantidad de omisiones que he cometido. No he hablado del famoso puente de hierro que los ingleses construyeron a principios del siglo XX para unir Zambia y Zimbabue salvando la garganta del Zambeze, no he hablado de grandes ciudades sudafricanas como Johannesburgo y Pretoria, no he mencionado a las gentes que conocimos y tratamos por aquellas lejanas tierras, no he citado ni mostrado los espectaculares paisajes del cañón del rio Blyde y he prescindido de las anécdotas más o menos graciosas que se producen en cualquier viaje.

He tratado de recoger en forma sucinta algunas de las imágenes más llamativas, algunas de las impresiones y experiencias que más nos han marcado y los que podrían considerarse como hitos más significativos de nuestro recorrido. Se trata así de un  relato muy incompleto mas espero que suficientemente ilustrativo y representativo de un viaje en el que los pequeños detalles quedan tal vez un tanto difuminados por el deslumbramiento que producen algunos lugares de características excepcionales. Pero no quiero terminarlo sin añadir la imagen de una de esas magníficas puestas de sol que siempre nos regala África (figura 15).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 15. Puesta de sol africana

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Bienvenido a mi sitio web de viajes

En este sitio quiero compartir con los amantes de los viajes, también con los que son renuentes a realizarlos, algunas experiencias y fotografías sobre algunos de los viajes más interesantes que hemos tenido la suerte de realizar.

Todo viaje a un país desconocido es una experiencia intensa que te hace sentirte vivo y te enriquece, pero en algunos casos la distancia, la sorpresa, el exotismo o la belleza del lugar hacen que esa experiencia sea algo especialmente memorable.

Jaime Pereña Brand

Madrid, 2020

 

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