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Monte Athos

Arcaico, anacrónico, ortodoxo, misógino. Cuatro bellos adjetivos de nuestra lengua que provienen del griego y que vienen a nuestra mente cuando hablamos del monte Athos. Sí, un lugar remoto con unas singularidades extraordinarias. Siempre me había intrigado y llamado la atención esta península anclada en tiempos pretéritos pero nunca se me había ocurrido que un día iría a conocerla. Hasta que hablando con mi cuñado Javier, igual de interesado por la vida monacal del monte Atos que yo, nos fuimos animando el uno al otro y allá nos fuimos a finales de un mes de mayo.

Al Norte de Grecia se encuentra la región de Macedonia, de especial relevancia histórica por haber sido la cabeza del imperio heleno de Alejandro Magno. En Macedonia está la península Calcídica que se adentra en el mar en dirección Sureste y en la cual a su vez se forman tres estrechas penínsulas menores casi paralelas que dan lugar a un gran tridente que se dirige al mar Egeo. El más oriental de estos tres dedos es el territorio del monte Athos, una casi isla de unos 300 km2 de superficie en el que moran unos 2.200 habitantes, casi todos monjes ortodoxos repartidos en una veintena de monasterios (figura 1).

 

 

 

 

 

Figura 1. El impresionante relieve del monte Athos

 

 

 

Figura 2. El arco de Galerio en Tesalónica

 

El territorio del monte Athos es pues un lugar de oración destinado exclusivamente a fines religiosos. Y por su singular historia ha mantenido un estatus legal sumamente original. Aunque forma parte de Grecia, y por tanto de la Unión Europea, es un territorio autónomo que se rige por sus propias leyes. Es difícil saber en qué medida se aplican aquí las leyes griegas y europeas pero aparentemente es un territorio autogestionado que vive al margen de lo que ocurre en el resto del país y del continente.

Para llegar a este apartado lugar volamos a Tesalónica, capital de la Macedonia Central griega e importante puerto situado en el golfo de igual nombre. Es una típica ciudad mediterránea, llena de vida y de animación. Una ciudad agradable para pasear y para tomar algo en alguno de los numerosos bares y restaurantes diseminados por todas partes.

Aunque nuestro objetivo es el monte Athos, para quienes sentimos un interés especial por la cultura clásica, Macedonia es un destino que evoca un pasado difícilmente comparable. De aquí fue el rey Filipo II y su celebérrimo hijo Alejandro Magno, nacido en Pella. En la cercana Estagira nació Aristóteles. La propia Tesalónica recibe su nombre en honor de una hija de Filipo y hermanastra de Alejandro. San Pablo dirigió una de sus cartas especialmente a los tesalonicenses.

Desgraciadamente, Tesalónica ha tenido una historia muy azarosa y son escasos los restos de su pasado glorioso que han llegado hasta nosotros. El monumento más conocido es tal vez el arco de Galerio que, aunque muy deteriorado, nos permite hacernos una idea de su antigua belleza (figura 2). Fue construido en el siglo IV por el emperador

Galerio y estaba decorado con altorrelieves que en su mayor parte se han perdido. Los que se conservan nos permiten hacernos una idea de la grandiosidad que tuvo este arco y del programa iconográfico que se desplegaba en los altorrelieves. En la parte central de la figura 3 vemos por ejemplo una bonita escena en la que el emperador Galerio (a la izquierda) lucha cuerpo a cuerpo con el rey armenio Narsés.

 

 

 

 

 

 

Figura 3. Altorrelieves del arco de Galerio

 

Muy cerca del arco se encuentra la Rotonda de Galerio, otro de los principales monumentos de la ciudad. Este edificio fue mandado construir por Galerio para hacer las funciones de templo o bien con el fin de ser su propio mausoleo aunque poco después de su construcción el emperador Constantino lo convirtió en iglesia dedicada a san Jorge. La Rotonda tiene un diámetro de 25 metros y unos muros de 6 metros de ancho lo que ha permitido que la iglesia sobreviviese a los frecuentes terremotos de la región y a los avatares de la historia. Fue iglesia durante 1.200 años, hasta que en el siglo XVI los musulmanes le añadieron un alminar, que todavía existe, y la convirtieron en mezquita. A principios del siglo XX los griegos reconquistaron la ciudad y la Rotonda recuperó su papel como iglesia ortodoxa (figura 4).   

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 4. La Rotonda de Galerio

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 5. La iglesia de Santa Sofía en Tesalónica

 

Tesalónica tuvo también un papel muy importante como centro religioso durante toda la época bizantina. Como testimonio de ello la ciudad cuenta con importantes iglesias, algunas de las cuales se remontan a los primeros tiempos del Cristianismo. En la figura 5 vemos por ejemplo la iglesia de Santa Sofía construida en el siglo VIII, imitando hasta cierto punto a su homónima de Estambul. Vino a sustituir a otra iglesia anterior del siglo tercero.

Dejamos Tesalónica rumbo a la pequeña localidad de Ouranópolis, puerta de entrada casi inevitable al monte Athos. Ouranópolis está a unos 130 km de Tesalónica y es un pequeño pueblo veraniego con algunas playas, también de tamaño reducido, y con numerosos hoteles y albergues en su mayor parte ocupados por quienes como nosotros han de hacer aquí una etapa antes de adentrarse en el territorio agreste del monte Athos. La frontera que separa este mundo aparte del resto del continente se encuentra a unos pocos centenares de metros de Ouranópolis.

Aparte de las playitas con más piedras que arena el único aliciente del pueblo es una bonita torre vigía de época bizantina situada justo a la orilla del mar y que ofrece bonitas imágenes tanto de día como de noche (figura 6). Pasamos en efecto la noche en un hotelito del pueblo para tomar a la mañana siguiente el barco que recorre los pequeños puertos de la península del monte Athos. Aquí dejaremos la mayor parte de nuestras pertenencias porque en el monte Athos hay que hacer casi todos los recorridos a pie y conviene ir muy ligeros de equipaje.

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 6. La torre bizantina de Ouranópolis al anochecer

 

El barco debe zarpar a las 10 de la mañana y descansamos felices sabiendo que nuestra meta está muy cerca. Pero a la mañana siguiente empiezan las sorpresas desagradables y poco a poco vamos tomamos conciencia de que la inaccesibilidad de este territorio singular no es tan ideal como suponíamos. Es tal vez el momento de adelantar la conclusión de que la visita al monte Athos fue para mí bastante decepcionante, no porque el lugar no fuese interesante, que lo es y mucho, sino porque reina en él un ambiente que es bastante hostil hacia los visitantes. O, mejor dicho, los visitantes que son esperados y bienvenidos son los fieles de religión ortodoxa que van allí de peregrinación. Mientras que los occidentales curiosos no son abiertamente rechazados pero sí vistos con bastante suspicacia.

El barco de las 10 de la mañana no aparece. Nadie sabe nada de él o, lo que viene a ser mismo, nadie te dice nada de si va a llegar y cuándo. Los peregrinos venidos de diversos países del Este de Europa (Rusia, Serbia, Bulgaria, Grecia, Rumanía…) esperan tranquilamente hablando de sus cosas. Según se comenta, el barco no puede zarpar por el mal estado de la mar. Pero podemos ver que el mar en aquel golfo estrecho está completamente en calma y no muestra ni un ligero oleaje. Nuestra moral se va resintiendo ante la incertidumbre y la falta de información.

En un momento dado, ingenuamente, decidimos ir andando hasta la cercana frontera para cruzarla a pie. El camino es muy bonito. El mar está completamente azul y la vegetación mediterránea primaveral luce en todo su esplendor. El camino es arduo porque el terreno es sumamente accidentado y montañoso y hay que ir superando constantes desniveles (figura 7). Al llegar a la frontera no hay nada. Ninguna posibilidad de adentrarse andando en el recinto del monte sagrado. Hay un camino por el que solo pueden acceder vehículos todo terreno autorizados y la distancia a los monasterios es grande. Nada podemos hacer. Hay que volver a Ouranópolis y esperar.

 

 

 

 

Figura 7. El mar Egeo en las proximidades de Ouranópolis

 

Ya por la tarde nos enteramos de que por fin el barco va a zarpar. Nuestro optimismo renace. El pasaje a bordo del barco resulta muy curioso. No hay un solo turista occidental. La mayor parte de los pasajeros son y peregrinos ortodoxos que acuden a orar en estos lugares sagrados. Muchos son monjes de la misma religión. Por supuesto, no hay ni una sola mujer. Es sabido que el monte Athos es un territorio reservado exclusivamente a los varones, algo que por supuesto sabíamos. Pero cuando se ve un barco todo lleno de varones sin ninguna mujer a bordo la impresión resulta chocante (figura 8).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 8. Monjes ortodoxos en el trayecto de Ouranópolis a Dafne

 

El barco es prácticamente el único medio de acceso desde la civilización representada por el pueblo de Ouranópolis a los monasterios del monte Athos. Hay varios barcos que dan la vuelta a la península, aunque como hemos visto su regularidad y fiabilidad son bastante dudosas. El principal puerto del monte es Dafne, que es a donde nos dirigimos nosotros, aunque hay otros pequeños puertos próximos a algunos de los monasterios principales: Gran Laura, Santa Ana, Sagrada Esclava, etc.

El trayecto hasta Dafne lleva un par de horas de pacífica navegación sobre un mar en calma que más bien parece un lago completamente azul. El paisaje es impresionante. El azul marino contrasta con el verde de una península cubierta de árboles y de matorrales de vegetación mediterránea y con el gris de las rocas de las elevadas cumbres. La cima del monte Athos se encuentra a tan solo 4 km de distancia de la costa en línea recta y tiene sin embargo una altitud ligeramente superior a los dos mil metros, lo que nos da una clara idea de lo escarpado y abrupto que es el terreno de la península.

El recorrido en barco, además de ser muy placentero, es una buena ocasión para contemplar algunos de los grandes monasterios del monte. La entrada al territorio sagrado está muy restringida. Cada día solo se admiten unos 200 peregrinos ortodoxos y 10 de otras religiones. Además, es necesario haberse provisto con mucha antelación de un salvoconducto especial denominado diamonitirion. No es pues de extrañar que muchos turistas realicen el recorrido en el barco sin desembarcar, limitándose a disfrutar de los varios monasterios que pueden verse desde la cubierta (figura 9).

 

 

 

Figura 9. El monasterio de Dochiariou desde el barco

 

Dochiariou es un buen ejemplo de los monasterios de Athos. Fue fundado en el siglo X por un discípulo de uno de los grandes santos orientales, san Atanasio. A pesar de sus grandes dimensiones no es de los monasterios más grandes de la montaña y, como casi todos ellos, llama la atención por su aspecto de fortificación defensiva y por la diversidad de construcciones añadidas a lo largo de los siglos.

En el siglo X el monacato y adquirió una gran fuerza en la iglesia oriental o bizantina. Cientos de miles de fieles abandonaban voluntariamente los lugares habitados para alejarse “del mundanal ruido” y dedicarse a la oración y el ascetismo en condiciones de extrema dureza. El monte Athos, una península poco accesible y de orografía extremadamente accidentada, era un lugar idóneo para ese propósito de abandonar el mundo en vida. Así pues, aquí surgieron a partir del siglo noveno pujantes comunidades religiosas situadas en lugares especialmente abruptos, a la vez que muchos otros eremitas buscaban refugio en lugares todavía más alejados para vivir en completa soledad. En el siglo XIII Athos contaba probablemente con unos 50.000 monjes de diversas congregaciones y orígenes. Estos datos explican el enorme tamaño que tienen algunos de estos monasterios, como el Xenophontos que vemos en la figura 10.

 

 

 

 

 

 

Figura 10. Vista parcial del monasterio de Xenophontos

 

Dafne, puerto y puerta de entrada al monte Athos, tiene escaso interés. Algunas tiendas para que los peregrinos que acaban su viaje compren algunos recuerdos de temas religiosos y bastante trajín de gente a la llegada y partida del barco (figura 11). Salvo que se quiera ir a visitar algún monasterio concreto de los que hay en la costa, lo normal desde Dafne es dirigirse a Karies, la capital de la república monástica del monte Athos. La distancia no es muy grande (unos 7 km) pero la carretera, muy sinuosa y con fuertes pendientes, aconseja tomar uno de los autobuses que conectan el puerto con la capital. Hemos perdido mucho tiempo en la espera del barco, así que decidimos subir a Karies en autobús.

 

 

 

 

 

Figura 11. Desembarco de peregrinos en Dafne

Karies es el principal asentamiento del monte Athos pero cuenta con apenas unos 200 habitantes. Está en el centro de la península y es punto de paso obligado, pero su interés es bastante reducido. Un pequeño poblado antiguo con unas cuantas casas, algunas tiendas y varias iglesias. Su importancia radica en que es la capital administrativa del estado monástico de Athos. Aquí, en el edificio de la comunidad santa, es donde se reúnen los monjes representantes de los veinte monasterios para tomar las decisiones de gobernación del territorio.

La importancia histórica de Karies es muy grande pero aquí seguimos sufriendo decepciones en nuestra visita al monte Athos. En la pequeña catedral de Karies se conserva uno de los iconos más famosos que existen, el Axion Estin, una antiquísima imagen de la Virgen que según la tradición es una copia de una anterior pintada directamente por el evangelista san Lucas. En efecto, una de las principales joyas artísticas y religiosas que se conservan en el monte es la fantástica colección de iconos bizantinos muy antiguos. Yo había tenido la suerte de haber podido ver algunas de estas bellísimas imágenes en una exposición que se celebró en el Petit Palais de París y que me pareció maravillosa. Era la primera vez que una muestra representativa de los iconos que se conservan en el monte Athos salía de la península. Pero en nuestra visita al monte Athos no pudimos ver ni el Axion Estin ni ningún otro icono antiguo. Empezamos a entender que en la mentalidad de los monjes ortodoxos las joyas que albergan sus monasterios no están pensadas para ser contempladas y mucho menos para que las vean los turistas de otras religiones. Son tesoros celosamente guardados desde hace siglos en lugares inaccesibles que solo en contadas ocasiones son utilizados en alguna solemne celebración religiosa.

Lo mismo ocurre con las excelentes bibliotecas que se conservan en estos monasterios. A lo largo de los siglos se han acumulado colecciones valiosísimas de libros, manuscritos, mapas, pergaminos, incunables. Cuentan con muchas joyas bibliográficas, principalmente procedentes de los mundos clásico y bizantino. Nada de todo eso es accesible para el visitante normal. Sabemos que existe pero nada podemos ver, ni de cerca ni de lejos.

Desde Karies lo más recomendable es recorrer a pie los caminos de la península que unen los diversos monasterios. Hay un servicio de taxis locales pero es caro y de funcionamiento muy errático. Pero, sobre todo, la única forma de contemplar los bellos paisajes, de disfrutar de una naturaleza casi virgen y de encontrar los muchos rincones semiocultos que reflejan la riquísima historia del monte Athos es caminar, caminar y caminar. Las caminatas son largas y los caminos, aunque amplios y bien trazados, presentan pendientes rompe piernas. Pero las sorpresas que aparecen de vez en cuando son muy gratificantes. En la figura 12 vemos por ejemplo a un monje bebiendo de la histórica fuente en la que hay una ermita que procede de los tiempos de san Atanasio, nada menos que del año 962. San Atanasio es un santo de la Iglesia universal porque es anterior al cisma que separó a los católicos de los ortodoxos. Aunque era oriundo de Turquía, es llamado “el Atonita” por ser el fundador e impulsor de los primeros monasterios que aquí se asentaron. Esta fuente de san Atanasio es pues un lugar simbólico especialmente venerado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 12. Fuente y ermita de san Atanasio, del año 962

 

 

 

 

 

 

Figura 13. Paisaje en el monte Athos

 

Igualmente, los paisajes que ofrecen los desniveles de la península, la rica vegetación mediterránea que la cubre y los miradores sobre el mar Egeo son en muchos casos espectaculares. He de decir que en este aspecto la sorpresa no es decepcionante sino, por el contrario, muy grata (figura 13).      

Por fin llegamos al monasterio que es nuestro destino para pasar la primera noche en el monte Athos, el Magistis Lavra o Gran Laura, el más antiguo y por tanto uno de los más emblemáticos. Es el primer monasterio del monte, erigido personalmente por san Atanasio, quien trabajó como albañil en su construcción. Aunque el propio san Atanasio fundó otros monasterios con posterioridad (Iviron, Vatopedi y Esfigmenou), aquí falleció trabajando en la obra a causa de un derrumbe y aquí está enterrado.

La llegada a este gran monasterio nos produce dos impresiones principales. La primera es la de soledad. Estos monasterios no estaban originalmente pensados como edificios para vivir en comunidad sino como lugar de reunión de los eremitas que habitualmente vivían aislados y dispersos por el monte. Esa misma impresión nos produce un recinto que es muy vasto y está completamente solitario (figura 14). Recorremos los patios del monasterio en completa soledad. No hay nadie siquiera que pueda darte la más mínima información o explicación. Solo alguna acémila aburrida mordisqueando las hierbas.

 

 

 

 

Figura 14. Vista de un patio interior del monasterio Magistis Lavra

 

La segunda impresión es de caos. Estamos acostumbrados a los monasterios occidentales, con una unidad constructiva y arquitectónica, con un plano bien diseñado y definido, en muchos casos restaurados en tiempos modernos. Nada de eso existe aquí. El monasterio es más bien como un pueblo fortificado en cuyo interior hay numerosos edificios con funciones diversas y procedentes de épocas y estilos muy variados. Todo ello aparentemente sin un plano coherente (figura 15). Generalmente hay edificios en buen estado junto a otros que aparecen muy deteriorados y en muchos casos hay grúas y otros elementos que parecen indicar que se están haciendo trabajos de restauración y de conservación, aunque tampoco se ve a nadie trabajando.

 

 

 

Figura 15. El patio principal del monasterio con el ciprés de san Atanasio

 

Una mirada más atenta nos permite atisbar algunos de los tesoros que contiene este monasterio. Uno de los principales edificios en casi todos los monasterios es el refectorio, el lugar de reunión por excelencia. El de Magistis Lavra está edificado sobre un antiguo templo clásico dedicado a Minerva y llama la atención por las bellas pinturas que decoran su exterior. La puerta de acceso está presidida por una imagen de la Virgen con el Niño. Tanto la Virgen como el Niño tienen los brazos abiertos en señal de acogida (figura 16).   

 

 

 

 

 

Figura 16. Portada de acceso al refectorio de Gran Laura

 

Desgraciadamente, la mayor parte de las estancias están cerradas y no podemos acceder a ellas. Así, no podemos visitar la iglesia, que es muy importante por estar en ella la tumba de san Atanasio y por contar con bonitos frescos del siglo XVI. En el patio, además de las entradas a la iglesia y al refectorio, hay un bonito edificio con funciones similares a las de un baptisterio. Es relativamente reciente (siglo XVII) pero está decorado con bellas pinturas de la misma época (figura 17). En el centro contiene una gran pila de piedra de una sola pieza,

 

 

 

Figura 17. Pinturas del siglo XVII

 

que tiene unos dos metros de diámetro. Y muy cerca de este lugar se encuentra un antiquísimo ciprés que se puede ver en la figura 15 y que según la tradición fue plantado por el propio san Atanasio.

En Gran Laura hay, cómo no, una importantísima biblioteca, la más antigua del monte. Contiene unos 20.000 volúmenes y más de dos mil manuscritos entre los que destaca el Codex Athos Laurae, un Nuevo Testamento escrito sobre pergamino en el siglo IV. Por supuesto, nada de eso está al alcance de nuestra vista. 

Pasamos la noche en este imponente monasterio. En unas celdas habilitadas para los visitantes que son muy modestas pero confortables. Somos los únicos visitantes salvo algunos peregrinos que residen en otro lugar. Nuestras celdas dan a un patio interior aunque otras zonas del monasterio cuentan con vistas espectaculares al mar Egeo. Supongo que están reservadas para los monjes y tal vez para ciertos peregrinos ortodoxos (figura 18). El silencio es absoluto. Este monasterio, como los demás, cierra sus puertas a las ocho de la tarde y nadie puede entrar ni salir durante la noche. A la mañana siguiente hemos que partir temprano porque el camino a recorrer es largo. En todo caso, la marcha es obligada porque los visitantes sólo están autorizados a pernoctar una noche en cada monasterio.

 

 

 

 

 

Figura 18. Exterior de una de las alas del Gran Laura dando al mar

 

Como he dicho, en el monte Athos hay veinte monasterios pero hay que tener en cuenta que hay muchos otros lugares de oración dispersos por la península: capillas, ermitas, eremitorios y celdas. Todavía hoy algunos monjes viven alejados de los monasterios, haciendo vida de ermitaños en completa soledad Al parecer les dejan sus magros alimentos, principalmente pan y aceitunas, en un cesto de donde el monje los toma sin tener que entrar en contacto con otro ser humano. El terreno sumamente accidentado de la península facilita este total aislamiento. Como muestra de esto podemos ver una pequeña ermita oculta por la vegetación en una empinada ladera (figura 19).

 

 

 

Figura 19. Típica ermita aislada en una ladera del monte Athos

 

Tras caminar durante unas cuatro horas llegamos al monasterio de Iviron, otro de los fundados en su día por san Atanasio y tercero en la jerarquía de los monasterios atonianos. La vista de este feo y pesado mazacote de piedra y ladrillo hace que mi sensación de decepción siga en aumento. Estamos en lugares muy relevantes desde un punto de vista religioso pero poco interesantes desde el punto de vista artístico. Las grandes obras de arte que poseen estos monasterios, sobre todo iconos, libros y obras de orfebrería, están guardadas a buen recaudo y no pueden visitarse. Lo que vemos es una especie de fortaleza exterior con habitaciones en la parte superior. Las iglesias y otros edificios de interés dan a los patios interiores. Todo está cerrado a cal y canto (figura 20).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 20. Vista de conjunto del monasterio de Iviron

 

Volvemos a pasar por Karies, punto neurálgico donde confluyen todos los caminos. Queremos visitar la iglesia del Protaton, probablemente la más antigua del monte Athos (siglo IX) y uno de los principales centros de culto. Contiene, al parecer, espléndidos murales pintados en el siglo XIII por Emmanuel Panselinos. Por fuera la iglesia está muy restaurada y resulta poco interesante (figura 21). Como en otros casos nos quedamos con las ganas de poder acceder a su interior y ver los famosos frescos.

 

 

Figura 21. Iglesia del Protaton (siglo IX) en Karies

 

Nos vamos alejando del monte Athos y en un momento dado divisamos a lo lejos un monasterio más moderno acurrucado en una hondonada a la falda de la montaña. No nos acercamos a visitarlo porque ya estamos bastante cansados pero la vista resulta impresionante. La gran mole del monasterio parece diminuta rodeada de la abundante vegetación y protegida por el monte sagrado (figura 22).

 

 

 

Figura 22. Un monasterio a los pies del monte Athos

 

Tras siete u ocho horas de marcha avistamos por fin el monasterio de Pantocratoros, nuestro destino para esa noche. Es más reciente que otros monasterios de la zona pero es uno de los más importantes. Contiene una buena biblioteca y destacadas obras de arte. Mis fuerzas están muy mermadas por la larga caminata y la vista del monasterio asentado sobre un promontorio que da al mar resulta muy estimulante. Todavía son las cinco de la tarde, así que tenemos tiempo de descansar, visitar el monasterio y contemplar las vistas (figura 23).

 

 

Figura 23. El monasterio de Pantocratoros

 

Nueva decepción, acompañada en este caso de un tremendo enfado. Aunque teníamos hecha la reserva para pasar aquí la noche, el monje portero nos dice que no hay sitio y nos echa con muy malos modos. No atiende a razones ni a papeles. El inmenso monasterio está según él completo, lo que por supuesto no nos creemos. Suplicamos alegando el largo trayecto recorrido (35 kilómetros) y nuestra gran fatiga. El siguiente monasterio está todavía lejos. Pero el monje guardián es tan inflexible como desagradable. No nos queda más remedio que reiniciar la marcha. Y, además, solo podemos echar un rápido vistazo el monasterio.

Tenemos que llegar a Vatopedi, el único monasterio que queda ya por esta zona Noroeste de la península. Once kilómetros más que, teniendo en cuenta lo que ya llevamos andando, nos va a exigir otras dos horas largas. A la fatiga acumulada se añaden buenas dosis de incertidumbre y angustia. No sabemos si seremos capaces de llegar de día y, lo que es mucho más grave, no sabemos si en Vatopedi nos darán alojamiento o nos volverán a echar con cajas destempladas.

Por fin, tras haber caminado unos 45 km durante más de nueve horas, conseguimos llegar a Vatopedi a la puesta de sol, pero todavía de día. Hemos visto monasterios enormes pero nada comparable a Vatopedi. Cuando estamos en la plaza central rodeados de grandes edificios nos olvidamos de que esto es un monasterio. Es una verdadera ciudad. Es en realidad el monasterio más grande y más rico de cuantos hay en la península (figura 24).

 

 

 

 

Figura 24. Vista parcial del interior del monasterio de Vatopedi

 

Nos reconciliamos parcialmente con los monjes ortodoxos. Sobre todo porque nos alojan, pero también porque lo hacen con bastante amabilidad y porque las excelentes instalaciones del monasterio nos proporcionan todo lo que necesitamos con un nivel suficiente de comodidad. 

Cenamos muy temprano en el impresionante refectorio de los monjes, donde además de un gran número de religiosos hay también varios grupos de peregrinos procedentes de países del Este de Europa. Es un típico refectorio conventual pero especialmente bonito. Un amplio reciento con capacidad tal vez para unos doscientos comensales. No falta el tradicional púlpito desde el cual se hacían antiguamente las lecturas. Pero lo sorprendente es que todas las paredes de la sala están cubiertas de bellísimas pinturas muarles de santos y de escenas bíblicas. Algunas de estas pinturas están deterioradas por la humedad y el transcurso del tiempo pero el conjunto es de una calidez y una armonía muy agradables. El techo plano cuenta también con un antiguo artesonado de madera que realza la belleza del refectorio.

El monastrio de Vatopedi es uno de los más importantes de la zona, el segundo en cuanto al orden jerárquico de los mismos. Fue erigido en el siglo X por tres discípulos de san Atanasio pero a lo largo de los siglos se han ido añadiendo muchos edificios de diferentes estilos y con variadas funciones. Los más recientes se edificaron en el siglo XIX. En el interior del reciento hay varias iglesias y capillas entre la que destaca la iglesia principal (katholikon), de un gran valor artístico y religioso. Cuando nosotros estuvimos en Vatopedi hubo una celebración religiosa en otra iglesia pero para nuestra desesperación no pudimos visitar el interior del katholikon.

Menos mal que en el exterior se encuentran los impresionantes frescos pintados en el siglo XIV por Panselinos de Salónica y sus discípulos, una verdadera joya de la pintura. Los frescos siguen ese estilo característico de muchas iglesias ortodoxas en el que las escenas se representan en viñetas como si se tratase de un cómic. Se trata de toda una Biblia en imágenes en la que se recoge una gran cantidad de escenas del Nuevo Testamento: la anunciación, la adoración de los magos, la ascensión, la huída a Egipto, etc. (figura 25).

 

Figura 25. Frescos de la iglesia de Vatopedi

 

Las escenas son de una belleza refinada. Se sigue, como es lógico, la iconografía clásica bizantina, que en ciertos puntos difiere de la occidental. Los colores utilizados muestran una delicada armonía a partir de tonos suaves con predominio de los ocres, rosas, naranjas y verdes. Todas las escenas mantienen unas tonalidades cromáticas que confieren al conjunto una gran sensación de calidez. En contraste con tantas otros elementos existentes en Athos, que están muy deteriorados, los frescos de Vatopedi presentan un excelente estado de conservación e integridad, lo que contribuye a realzar su encanto. Hay que detenerse a contemplar detalladamente cada escena tratando de identificar su significado y disfrutando de la belleza de esta catequesis mural (figura 26).

 

Figura 26. Frescos de la iglesia principal del monasterio de Vatopedi

 

La iglesia alberga algunos de los mejores iconos del monte Athos, que por supuesto nos quedamos sin ver. Es también conocida por la importancia y la riqueza de las reliquias que conserva, algo que se corresponde bien con la época en la que se erigió el monasterio, en la cual el culto a las reliquias tenía una enorme importancia religiosa y como signo de poder. Este culto es muy chocante para la mentalidad actual pero en la Edad Media las costumbres eran muy diferentes. Las dos reliquias más veneradas de Vatopedi son la oreja incorrupta de san Juan Crisóstomo y, sobre todo, un cinturón que según la tradición fue elaborado por la Virgen María con lana de camello y portado por ella misma.

Otra de las joyas de este monasterio es la torre Noreste, que data del siglo X y en la cual se alberga la excelente biblioteca del monasterio.

Vatopedi es una muestra excelente de lo que son los monasterios del monte Athos, aunque actualmente es uno de los más prósperos y activos. Aquí se mantiene una intensa vida religiosa y se producen celebraciones muy solemnes y numerosas. El monasterio es una pequeña ciudad fortificada rodeada de huertos que en gran medida se trabajan para abastecer al monasterio. En el interior hay grandes patios rodeados de edificios procedentes de épocas muy diferentes que se han ido añadiendo en función de las necesidades de la comunidad. Edificios muy antiguos, como en este caso el katholikon, el refectorio y la torre, conviven en dudosa armonía con los que se han incorporado en siglos posteriores (figura 27).

 

 

 

 

 

 

 

Figura 27. Una pequeña capilla bizantina contrasta con la residencia del fondo, donde nos alojamos durante nuestra estancia

 

Algunos monasterios son muy pobres y presentan estados de conservación muy deficientes, que ponen en peligro la supervivencia de edificios y obras de arte. Otros han sido apoyados financieramente por algunos de los países de religión mayoritariamente ortodoxa, principalmente Rusia y en menor medida Bulgaria, Serbia y Rumanía, lo que les ha permitido acometer obras de restauración y mantener un nivel de vida bastante bueno. Tal es el caso de Vatopedi.

Todos poseen excelentes obras de arte antiguas, principalmente pinturas, iconos y libros, pero en líneas generales es muy difícil poder contemplarlas. Los monjes son muy celosos de su conservación y muestran muy poca propensión a exhibirlas a los visitantes si no es por razones especiales y tras la obtención de permisos de difícil obtención. Esto es una grave limitación para los visitantes. Pero no preocupa a una comunidad que lejos de facilitar el acceso a los visitantes extranjeros prefiere mantener en la medida de lo posible el secular aislamiento de la región (figura 28).

 

 

Figura 28. A la salida de una celebración religiosa en Vatopedi

 

Todo esto es lo que hizo que para mí la visita al monte Athos fuese un tanto decepcionante. Me sorprendieron gratamente la vegetación de la península y los bonitos paisajes que ofrece su escarpada orografía. Me interesó mucho poder contemplar de cerca este lugar de tan gran valor histórico y religioso, tan recóndito y tan singular. Me pareció un privilegio excepcional el poder visitar algunos de estos monasterios, cenar en sus refectorios y dormir en sus albergues.

Pero me hubiese gustado poder visitar otros de los monasterios importantes, lo que se hace difícil por lo distantes que están unos de otros. Me habría gustado poder entrar en algunas de las iglesias antiguas y haber contemplado algunos de los iconos que conservan. Me habría gustado poder ver alguna de las ricas bibliotecas con que cuentan. Me habría gustado poder relacionarme algo más con los monjes ortodoxos que allí habitan, algo difícil porque no están interesados en ello y porque la mayor parte no hablan inglés ni francés. Me decepcionó en fin la arquitectura caótica de los monasterios, su mal estado de conservación y la escasa amabilidad de los monjes.

En resumen, un viaje más interesante por lo original y curioso del lugar que por su valor artístico, más llamativo por su valor histórico que por la acogida que los actuales habitantes ofrecen a los visitantes extranjeros (figura 29).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 29. Un monje lee a la puerta del katholikon de Vatopedi

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Sobre mí

Bienvenido a mi sitio web de viajes

En este sitio quiero compartir con los amantes de los viajes, también con los que son renuentes a realizarlos, algunas experiencias y fotografías sobre algunos de los viajes más interesantes que hemos tenido la suerte de realizar.

Todo viaje a un país desconocido es una experiencia intensa que te hace sentirte vivo y te enriquece, pero en algunos casos la distancia, la sorpresa, el exotismo o la belleza del lugar hacen que esa experiencia sea algo especialmente memorable.

Jaime Pereña Brand

Madrid, 2020

 

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