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Anécdotas de Angola

 

1. Introducción

 

He recopilado en este documento las anécdotas que recogí en los 7 viajes que realicé a Angola entre 1981 y 1984, todo ellos debidos exclusivamente a motivos laborales. Han transcurrido 30 años y la situación del país ha cambiado drásticamente. En aquel momento, Angola era un país muy joven, con menos de 10 años desde su independencia de Portugal, e inmerso en una guerra civil que duraría 40 años y tendría trágicas consecuencias. La situación era sumamente precaria, pese a lo cual mucha gente disfrutaba de la vida y no dejaban de producirse situaciones cómicas, otras más propias del humor negro.

He mantenido intactas las notas que tomé entonces porque, aunque muchas sean anécdotas irrelevantes y otras hayan quedado completamente desfasadas, reflejan bastante bien una realidad y una época.

En aquellos momentos, era muy difícil hacer fotografías porque casi todo estaba prohibido y se corrían riesgos importantes por el imprevisible comportamiento de los miliares y los policías, pero he incluido algunas de las pocas que pude obtener.      

 

2. Primer viaje. Enero y febrero de 1981

 

  • Llegamos a Luanda de buena mañana, después de toda la noche de viaje y haber pasado el día anterior en Lisboa. En el aeropuerto hay que hacer largas colas para todo, en medio de un calor húmedo y sofocante.

  • Hay una gran cola para cambiar dinero. Intentamos cambiar unos pocos dólares por moneda local. El empleado del BNA (Banco Nacional de Angola) se muestra incapaz de hacerlo y titubea durante varios minutos. Los billetes se le amontonan sobre la ajada mesa sin ningún tipo de orden. Por fin, mi compañero Alfonso, más experto en los usos angoleños, echa mano a los billetes, hace unos montoncitos y le explica al empleado que son equivalentes a nuestros dólares. Una vez convencido el empleado podemos salir con la moneda del país.

  • Al recoger las maletas coincidimos con un francés que ha llegado en el mismo vuelo y tiene amplia experiencia de viajar por África. Su maleta no aparece y cuando parece que ya han salido todas las que había, vemos asombrados que echa a correr, se mete en la pista del aeropuerto y se dirige a toda velocidad hasta el avión. Al poco vuelve con su maleta: no la habían bajado del avión y él ha conseguido recuperarla gracias a su experiencia y decisión.

  • Al llegar al hotel, no tenemos habitaciones, a pesar de que estaban hechas las reservas con bastante antelación. Tras una larga espera de un par de horas a la puerta del hotel, con nuestras maletas y bajo el calor del trópico, se nos adjudica una habitación en el segundo piso, por supuesto una habitación única que tenemos que compartir Alfonso y yo.

  • Esa misma tarde visitamos al Presidente de Sonangol, la gran empresa nacional que controla las enormes reservas de petróleo del país. Se trata del “camarada” Escorcio, un viejo luchador de la guerrilla contra los portugueses y gran figura dentro del Partido único que rige Angola. Es un hombre sumamente cordial.

  • En el hotel (el mejor de la ciudad) no hay agua. Durante dos días no pudimos ducharnos ni lavarnos. El segundo día conseguimos comprar una botella de agua mineral con la que pudimos lavarnos los dientes.

  • Por la noche aparece en el cuarto de baño una gran cucaracha de unos 10 cm de longitud. Dado el tamaño del bicho, nos resistimos a pisarlo y tuvimos que matarlo dándole golpes con la papelera.

  • Un día se celebra la fiesta de Sonangol y nos invitan a asistir. El acto se celebra en un teatro de Luanda. Hay bailes típicos, discursos políticos triunfalistas y canciones angoleñas. Al final del acto, una canción denuncia, María das bichas, produce la estupefacción del auditorio. Hay división de opiniones: unos se ríen, otros se indignan, todo están nerviosos y alterados. Freitas, director de la compañía, se levanta y se dirige lentamente al escenario, ante la expectación general. Unos instantes después, el locutor da por finalizado el acto, no sin antes tranquilizar a los asistentes diciendo que las patrullas de la ciudad están alertadas para que la entrada al acto sirva de salvoconducto, puesto que a esas horas el cotidiano toque de queda ya ha entrado en vigor. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 1

 

  • Otro fin de semana hacemos una excursión a Dondo, pueblo que está a unos 180 km de Luanda. En el recorrido hay que pasar numeroso controles militares. Alfonso domina la técnica sutil que nos permite conseguir que nos dejen pasar. El primer paso es saludar amablemente intentando simular el acento portugués: ¿Cómo está camarada? El segundo paso, esencial, es ofrecer cigarrillos a los 3 ó 4 miembros del comando. Entonces llega la pregunta inevitable: ¿A dónde van? Nunca hay que decir la verdad porque no nos dejarían pasar. Por el contrario, decir: Estamos dando un corto paseo, sólo vamos un poco más adelante. El sistema no falla y vamos superando, uno tras otro, todos los controles. A lo largo del camino contemplamos el típico y precioso paisaje de la sabana africana: hay algunos baobabs enormes (aquí llamados embondeiros) y espectaculares cactos que alcanzan 3 y 4 metros de altura. Por Dondo pasa el río Kuanza y se ven las barcas de los pescadores moviéndose lentamente. En un poblado paramos para tratar de hacer algunas fotografías. Las mujeres se esconden precipitadamente en las chozas pero algunos hombres aceptan hacerse fotos con nosotros creyendo que somos cubanos (figura 2). En Massangano podemos contemplar unos restos impresionantes de los rediles donde encerraban a los esclavos antes de enviarlos río abajo hacia la costa para embarcar hacia las Américas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 2

  • Cuando llegamos a trabajar a Sonangol, nos dirigimos al despacho de nuestro contacto, Euza, jefa de formación o algo así. Todos los empleados del departamento son mujeres y en cuanto aparece Alfonso todas se lanzan a abrazarle entre exclamaciones de alegría. Alfonso reparte abrazos y también algo infalible, chicles y cigarrillos.

  • Inspeccionamos el hotel un poco más en detalle. Se trata del Trópico, el mejor de la ciudad. Hay un sistema de aire acondicionado pero hace años que no funciona. Hay dos ascensores pero sólo uno está operativo y siempre va lleno a rebosar. En el sótano hay una lavandería equipada con una maquinaria modernísima, en la que un grupo de mujeres lavan la ropa a mano, como siempre lo han hecho en el río.

  • La comida hay que hacerla en el hotel, único lugar aceptable. El camarero se acerca ceremoniosamente a los huéspedes y les presenta el menú mientras espera pacientemente para tomar nota. Lo curioso es que no hay nada que elegir porque sólo hay un menú, igual para todo el mundo. Un menú, por otra parte, sumamente modesto y que no cambia de un día para otro: sopa y carapau, el típico pescado de la zona.

  • El comedor del hotel es una torre de babel donde habitan cooperantes de muy diversos países. Las mesas han de completarse porque el hotel está lleno y cada día tienen que comer con personas de distintas procedencias.

  • Lo que sí cambia en el comedor del hotel es que unos días hay cerveza y muchos otros no. El servicio de bebidas está sometido a un ritual muy solemne. El sumiller encargado de las bebidas pregunta a los comensales qué quieren beber. Pedimos cerveza y hoy tenemos suerte porque el hotel cuenta con la preciada bebida. Al cabo de un buen rato, un camarero se acerca con las botellas y las deposita en una mesa auxiliar, donde quedan a la espera de que algo más tarde llegue el encargado de destapar las botellas, que siguen depositadas en la mesa auxiliar en espera de que llegue otro camarero, en este caso el responsable de servir las cervezas. Este complicado ceremonial implica que sistemáticamente te sirvan la cerveza cuando ya has terminado de comer.

  • Pronto conozco a Carlos Alburquerque, un portugués amigo de Alfonso que trabaja para Marconi, adiestrando a los angoleños. Lo conocía de referencias porque, dado su trabajo, nos había llamado varias veces para transmitir noticias de Alfonso. Para mi sorpresa, resulta que no es angoleño, sino portugués y blanco, aunque con una dilatada experiencia en Angola. Carlos fue destinado a Angola por un año como instructor de los operarios locales que debían hacerse cargo del servicio telefónico del país. Pero ya lleva cinco años en el país, ha instruido a varias promociones y sigue sin haber técnicos locales porque cuando ya están formados son enviados a la guerra o se van a otros puestos de trabajo mejor remunerados

  • Enseguida aprendo que como aquí nada funciona la única forma de sobrevivir es arranjar esquemas. Esta gráfica expresión portuguesa significa que hay que buscar caminos ingeniosos, con frecuencia un tanto tortuosos y apoyados en contactos, para conseguir las cosas. Hay “esquemas” para todo.

  • Visito la pequeña iglesia de estilo colonial situada cerca de la bahía de Luanda. Dentro reina la penumbra y cuando los ojos se habitúan veo que hay varios angoleños, unos rezan en voz alta, otros lo hacen tirados sobre el suelo, algunos increpan a los santos, una señora permanece firmemente abrazada a la estatua de san José (figura 3). Es un espectáculo a la vez impresionante, conmovedor y revelador del arraigo que el catolicismo traído por los misioneros portugueses ha tenido en Angola aunque mezclado sincréticamente con expresiones propias.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 3

 

  • Los sábados y domingos R. y S. nos invitan a comer a su casa. Él es miembro del Partido y ello le permite tener algunas prebendas que le hacen disfrutar un nivel de vida bastante mejor que el de la población general. Viven en una casita de dos pisos sencilla pero confortable y agradable. Los anfitriones son muy hospitalarios y la casa está siempre llena de gente; es el lugar de reunión de toda la malta (pandilla). La cerveza corre a raudales, destacando por su capacidad de consumo el Seca, que no hace honor a su apodo. En Angola casi todos los hombres tienen motes derivados de su época de guerrilleros, motes que son utilizados en el trato habitual del día a día.

   

3. Segundo viaje. Septiembre de 1981

 

  • En esta ocasión Alfonso y yo llegamos a Luanda un sábado por la noche vía París. Nos van a buscar al aeropuerto y esa misma noche nos invitan a una fiesta en casa de R.

  • Al día siguiente, domingo, vamos a misa a la iglesia de Nuestra Señora del Carmen. Es una iglesia pequeña, blanca por fuera, de claro estilo colonial. El interior está cubierto de azulejos, como suele ocurrir en Portugal, y cuenta también con un bonito artesonado. La iglesia está completamente llena. La mayor parte de los feligreses son angoleños aunque también asisten algunos blancos. Algunas mujeres llevan trajes tradicionales hechos con telas de colores llamativos.

  • Aprovechamos el día festivo para intentar hacer una excursión a Caxito. A unos 20 km de Luanda se encuentra el pueblo de Cacuaco y no está permitido ir más allá de este lugar. Hay un mercado tradicional de gran tipismo. Cuenta con unos 40 puestos donde se venden productos del campo, muchos de ellos difíciles de identificar para nosotros. Nos entretenemos observando cómo se realizan las transacciones, algo sumamente interesante. Algo muy curioso es que no se vende al peso sino por “montes”, es decir, montoncillos del producto en cuestión hechos meramente a ojo. Y aquí vemos en funcionamiento una de los mecanismos clásicos de los países marxistas: la aplicación de paridades completamente artificiales e ilógicas a su divisa. Así, los precios son astronómicos si se aplica el valor oficial del kuanza: un pequeño monte de batata cuesta 1.000 kuanzas, al cambio oficial 5.000 pts., cuando su coste en España podría ser de unas 200 pts. Muchas de las operaciones se hacen mediante trueque. La mercancía está directamente sobre el suelo y suele ser vendida por mujeres ataviadas con los trajes tradicionales. Las hay muy jóvenes y también de elevada edad. Algunas están rodeadas de niños y otras dan de mamar casi constantemente a sus críos.

  • A nuestro alrededor, la naturaleza muestra el típico paisaje africano: un pequeño riachuelo serpentea enmarcado por palmeras. Cerca ya de Caxito hay grandes palmerales en los que vemos aves de gran tamaño desconocidas para nosotros. Al llegar a Caxito nos desviamos a la izquierda y en seguida llegamos a un pequeño puente sobre el río en el que bastantes mujeres están lavando la ropa. Un poco más abajo hombres y mujeres se bañan, muchos de ellos completamente desnudos. El río es estrecho y está flanqueado por una vegetación densa y exuberante. Paramos para disfrutar de la belleza del lugar y para tratar de hacer alguna foto, aunque con el temor habitual ante una posible reacción adversa de la gente. Preguntamos a dos hombres que pasan si quieren hacerse una foto con nosotros y acceden gustosos. Al acercarnos al puente para hacer más fotos, nos aborda un lugareño joven y mal encarado. Nos increpa agresivamente por intentar hacer fotos y nos pide la documentación y en particular la “guía de viaje”, el documento que es necesario para poder desplazarse por el país y que por supuesto no llevamos. La discusión se va haciendo cada vez más agria y difícil y dura 20 minutos. Obviamente el sujeto disfruta amenazándonos. Nosotros damos explicaciones y enseñamos todo tipo de papeles. Nos impide proseguir nuestro viaje y nos prohíbe hacer fotos. Además, intenta quitarnos los carretes de las máquinas, a lo que nos negamos. Intentamos defendernos implicando a los dos hombres mayores con los que nos habíamos fotografiado. Nuestro agresivo interlocutor es miembro de la ODP (Organización de Defensa Popular) y una vez que ha hecho ostentación de su poder y nos ha humillado suficientemente, reduce su presión. Por fin, nos deja marchar y conseguimos dar la vuelta sin perder nuestros carretes de fotos y con una buena experiencia de cómo funciona la Angola comunista (figura 4).

     

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 4

 

  • Al volver nos paran en un control e intentan que llevemos un soldado del destacamento a Luanda pero como ya hemos tenido bastante aventuras por hoy nos escudamos en que no nos está permitido.

  • Por la tarde vamos a la playa de la “ilha” (isla) de Luanda, principal lugar de asueto de los habitantes de la capital. No podemos pasar porque el fuerte oleaje llega hasta la carretera de acceso y la llena de piedras. Según nos dicen, se trata de un fenómeno típico del equinoccio de primavera, conocido como calema.

  • Al día siguiente vamos a trabajar al Banco Nacional de Angola, que es nuestro cliente en esta ocasión. Tenemos una reunión con el ministro, señor Teixeira Matos, hombre muy simpático. Al terminar la reunión nos ofrece el barco que acaba de comprar el Banco para que podamos hacer excursiones. Asistimos a una reunión con todos los directores del Banco. Les cuesta empezar a hablar porque existen muchas tensiones internas. Poco a poco se van desinhibiendo y empiezan a realizar intervenciones largas, premiosas, midiendo mucho las palabras y lanzando tremendas andanadas contra sus respectivos adversarios. La reunión se celebra en medio de una espesa tensión que nos permite conocer el ambiente explosivo del Banco. El ministro escucha sin intervenir y a veces esboza una ligera sonrisa. Durante la reunión interviene varias veces una de las directoras, una mujer de mediana de edad pero muy llamativa. Sus intervenciones son bastante desacertadas. En un momento, R. me dice al oído una frase, más bien una sentencia, que resume perfectamente la situación: é só para olhar, que se puede traducir por sólo sirve para mirarla.

  • Un día vamos a la isla de Luanda para intentar comprar algunas máscaras de madera. Hay numerosas casetas de artesanos, que trabajan normalmente en grupos de tres o cuatro. Tienen un reducido stock de unas pocas unidades, generalmente cubiertas de una espesa capa de polvo. Sólo tienen unas cuantas figuras de madera y alguna que otra de marfil. Algunas, las menos, son bonitas pero la mayor parte son burdas y sin ningún atractivo. Los precios expresados en la moneda oficial son astronómicos: por una pequeña máscara de pau preto nos piden 5.000 kuanzas (25.000 pts.) y por una diminuta figurita de marfil nada menos que 15.000 kuanzas (75.000 pts.). Está claro que no es posible comprar nada pagándolo en kuanzas; no hay más remedio que recurrir al método tradicional: el trueque, que aquí se llama la troca. No tenemos experiencia en estos quehaceres, así que después de preguntar algunos precios empezamos a tantear en algunas de las barracas existentes. Para nuestra sorpresa, el asunto resulta fácil porque están habituados e interesados en trocar cosas. Al verlos bien dispuestos, nos decidimos a intentarlo en serio. El proceso es difícil y lento pero resulta muy interesante. Se lo piensan mucho, regatean, dudan. Alfonso consigue una máscara alargada a cambio de una microrradio llavero. Yo intento conseguir una máscara grande a cambio de un reloj vulgar; no lo consigo, pero sí dos máscaras alargadas similares a la que ha trocado Alfonso. Al final, salimos contentos pues hemos conseguido algún recuerdo y hemos aprendido la mecánica del trueque. Hemos descubierto que lo fundamental es tener cosas originales y llamativas, sobre todo, con pilas de repuesto. También tienen mucho interés por la ropa (pantalones vaqueros y zapatillas deportivas) y piden cosas de comida, que no pueden conseguir en Angola, sobre todo, azúcar.

  • Conocemos al embajador de España, don Manuel Pineiro. Nos informa que UNITA ha secuestrado a un grupo de unas 15 ó 20 monjas en la zona de Calulo. Entre ellas hay cuatro españolas. Afortunadamente, todas se encuentran en buen estado. Van camino de las bases militares de UNITA, en un recorrido a pie por el mato que durará 2 ó 3 meses, en los que tendrán que recorrer unos 1.200 km. El comandante va con ellas y existe confianza en que no sufran daños porque UNITA suele ser respetuosa con los religiosos. Al parecer, las monjas avanzan tranquilas y contentas mientras cantan y rezan en grupo.

  • El fin de semana hacemos una excursión a la isla de Mozulo en el barco de R. Vamos en total cinco personas: además de R., Alfonso y yo, nuestro compañero Eloy y un francés bastante estúpido y estirado. Tomamos el barco en un embarcadero que hay a 10 km al sur de Luanda. Allí coincidimos con la llegada de los pescadores locales que usan unos pequeños cayucos hechos con troncos vaciados y que incorporan una pequeña vela cuadrada. Depositan en la arena de la playa una gran cantidad de peces de notable tamaño para que las mujeres, con una gran rapidez y precisión, los evisceren, los troceen y los preparen para su conservación. Las cabezas y vísceras son devueltas al mar, aunque las garzas y las gaviotas tratan de evitarlo abalanzándose ávidamente sobre los restos desechados. Entre la pesca recogida se encuentra un pequeño tiburón (figura 5).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 5

 

  • La isla de Mozulo cuenta con numerosas casitas donde los luandeses pudientes disfrutan del fin de semana. Las playas son magníficas, amplias, limpias y con abundantes sombras proporcionadas por pinos y cocoteros. Nos bañamos en una playa enorme y desierta en la parte externa de la isla, la que da a un Océano Atlántico abierto de par en par. A pesar de que todavía estamos en el invierno austral, el agua está a unos 22º C. No podemos dejar de pensar en lo que podría llegar a ser una Angola en paz y bien gobernada. En este lugar idílico y apacible parece increíble que a pocos kilómetros exista una guerra cruel y que unas inocentes religiosas estén secuestradas como moneda de cambio.  

 

4. Tercer viaje. Diciembre de 1983

 

  • El sábado día 10 hay fiesta grande porque es el aniversario del MPLA (Movimiento para la Liberación de Angola), partido único que dirige el país desde su independencia. Aprovechamos para hacer una excursión al cabo Ledo. Al atravesar el parque de Kissama vemos una manada de búfalos, algo bastante insólito porque la guerra ha acabado con la mayor parte de la fauna salvaje. En cabo Ledo hay una excelente playa donde nos bañamos y aprovechamos para comprar unas grandes langostas a un precio irrisorio.

  • Al volver, nos desviamos para hacer un alto en el “mirador de la luna”, un lugar muy bonito con formaciones rocosas muy llamativas donde los tonos rojizos, marrones y amarillentos del terreno llegan hasta fundirse con el azul del mar.

  • El domingo, tras asistir a la misa en la iglesia de Nuestra Señora de Fátima, vamos a la playa de Santiago, que está al norte de Luanda, camino de Caxito. Es otra de las impresionantes playas de la zona, enorme, limpia, solitaria, con arena blanca y aguas cristalinas.

  • Visitamos el mercado de S. Paulo, que es sumamente típico. Al entrar casi pisamos una rata que pasa corriendo a nuestros pies. Una multitud abigarrada compra y vende fruta, pescado, verduras… Todos los productos están sobre mesas de piedra y las cantidades se establecen a ojo, por montoncitos. Destacan los productos típicos africanos, la mandioca, las raíces para limpiarse los dientes, etc.

  • Camino de Caxito visitamos la lápida conmemorativa de la famosa batalla librada entre el MPLA y el FNLA en Quifangondo. A finales de octubre de 1975 parecía que el FNLA liderado por Holden Roberto iba a ser el movimiento de liberación que llegase a dominar Angola. Fue incluso reconocido por la OUA. Sin embargo, en esta decisiva batalla, el comunista MPLA de Agostinho Neto, con una importante participación de los cubanos, derrotó al FNLA, lo que le permitió controlar la zona de Luanda y, cuando unos días más tarde se concedió la independencia, hacerse con el gobierno del nuevo país.

  • Un control nos impide entrar en Caxito, por lo que tenemos que dar la vuelta. Sin embargo, nos piden que les hagamos el favor de llevar a dos chicas hasta el siguiente control. Por supuesto, aceptamos.

  • En vez de ir directamente a Luanda, nos desviamos por la carretera de Funda para ir a visitar al “Tío Paquete Barbosa”. Se trata de un venerable anciano angoleño, tan simpático como viejo. Pese a su modestia y su talante de campesino es nada menos que miembro de la Asamblea del Pueblo de Angola. Hablamos con él durante mucho rato sobre el país, la guerra, la política y el incierto futuro. En un momento dado nos presenta a su hija, una chica muy guapa. Ella nos da dos besos y enseguida se retira al interior de la casa, como es de rigor en África.

  • Por la noche estamos invitados a otra fiesta, en esta ocasión en casa de Fernández Santos. Una vez más contrasta la pobreza del país y las enormes carencias de todo tipo que se padecen con la abundancia que reina en estas fiestas que organizan personas más o menos próximas al poder. La cerveza, por supuesto holandesa, corre a raudales. Las cantidades de comida, servidas en ollas cuarteleras, son ingentes. Dos platos típicos portugueses hacen las delicias de los asistentes: caldeirada de cabrito y caril de frango. Yo me dedico a la caldeirada, que está exquisita. En un momento dado se pone música y todo el mundo baila animadamente. Tienen un aparato Sharp de disco vertical, último modelo, que produce un sonido de discoteca. Después de los postres, cuando ya se ha hecho muy tarde, decidimos marcharnos, aunque la fiesta está muy animada. En ese momento aparecen grandes fuentes de bacalao gratinado.

 

5. Cuarto viaje. Febrero y marzo de 1984

 

  • Aparte de otros amigos y conocidos de viajes anteriores, en esta ocasión tengo la suerte de coincidir con Francisco, un portugués que conoce bien Angola y con quien pronto entablo una buena amistad que, surgida en las difíciles condiciones de vida angoleñas, se mantendría en el futuro. La simpatía de Francisco y su conocimiento del país me facilitan la realización de excursiones muy interesantes.

  • En esta ocasión no nos alojamos en un hotel sino en la residencia oficial del Banco. Se trata de un edifico de dos plantas, de estilo colonial, con capacidad para una docena de personas y con un bonito jardín lleno de plantas tropicales. Además, está muy bien situado porque nos permite ir a trabajar andando. Como todo en el país, está bastante deteriorado porque el concepto de mantenimiento es totalmente desconocido. Cuenta con aparatos de aire acondicionado que producen un ruido ensordecedor. Yo sólo lo pongo en marcha por la tarde para espantar a los mosquitos pero lo apago al acostarme.

  • Con frecuencia aparecen baratas (cucarachas) que tienen un tamaño descomunal y, como dice Eloy, son de “despegue vertical” pues, antes de echar a correr se elevan sobre sus patas. Pero cuando corren, lo hacen a gran velocidad.

  • El sábado tres de marzo nos vamos los dos a la playa de Palmeirinhas. De camino hacia la playa vemos una enorme bandada de flamencos rosa junto al istmo que una la “isla” de Mozullo al continente. Inmediatamente detenemos el coche y me adentro en el barro, sumamente viscoso y lleno de excrementos de aves. Consigo acercarme a una distancia que me permite disparar algunas fotos, hasta que los flamencos deciden que esa distancia es demasiado corta y deciden elevar el vuelo, regalándonos unas imágenes de gran belleza (figura 6).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 6

  • Por tarde tomamos la carretera de Catete para ir a Bom Jesus. Al pasar un control, se toma una carretera hacia la derecha, unos 6 km después de Viana. Allí, desde un alto, se ve una magnífica panorámica del Kuanza, que describe una amplia curva entre un paisaje muy verde y frondoso. Un numeroso grupo de mujeres y niños se baña desnudo en la orilla, pero no nos atrevemos a tomar fotos.

  • Hay un pequeño bar que parece cerrado. Nos acercamos a preguntas si se puede tomar algo y el dueño nos responde de forma airada y agresiva. Al final, los ánimos se aplacan y nos da unas cervezas bastante calientes y con escasa fuerza. Después de un rato, nos obliga a tomar una segunda cerveza y se niega a cobrárnosla.

  • Al día siguiente, domingo, Carlos, Francisco y yo vamos otra vez a la excelente playa de Palmeirinhas. El sol cae de plano y quema de lo lindo, por lo que sólo podemos estar un rato en la playa, casi todo el tiempo dentro del agua.

  • Por la tarde vamos a Funda para ver la gran laguna que hay en las cercanías. Llegamos hasta la jangada que da entrada a la quinta de recreo que posee el Banco Nacional de Angola (nuestro cliente) cruzando el río Bengo. Otro lugar de una gran belleza en las cercanías de Luanda. Un grupo de angoleños nos pide que les hagamos algunas fotografías, lo que contrasta con el ambiente general de rechazo. Una mujer está junto a su cabaña machacando laboriosamente la mandioca, una estampa típica que puede contemplarse en la mayor parte de África.

  • Por la noche estamos invitados a cenar en casa de Vasco, que trabaja para la empresa Guedal. Tiene una casa muy bonita y bien equipada en el centro de la ciudad, junto al hotel Trópico, donde me alojé en mi primer viaje. Tiene un gran salón pintado de blanco adornado con mosaicos y motivos típicos angoleños. Cuenta con todas las comodidades. Cenamos una espetada de carne (pincho moruno) en la gran terraza de unos 80 m2. El cocinero es Quincas y la carne está exquisita.

  • El cónsul de Portugal nos informa de que UNITA ha secuestrado a 75 personas en la empresa diamantífera, Diamang. Más de la mitad son portugueses que trabajaban en la empresa. Un médico brasileño consiguió esconderse y escapar, aunque los guerrilleros le estuvieron buscando. A los secuestrados se les permitió recoger calzado adecuado para poder afrontar la larga marcha que les esperaba atravesando la sabana hasta llegar al cuartel general de UNITA.

  • El viernes nueve se desencadena una tormenta tropical fortísima. Los rayos y truenos son espectaculares y la lluvia cae de forma torrencial. La calle donde se halla situada la residencia del Banco, donde nos alojamos, se ha convertido en un verdadero río y el agua fluye imparable rebasando con mucho la altura de las aceras.

  • La tormenta sigue el sábado pero eso no nos arredra y decidimos hacer una excursión a Massangano y Dondo. En Massangano comemos junto al antiguo fuerte portugués. Se nos acerca un grupo de niños que se reparten ávidamente todo lo que podemos darles, incluso las cosas más nimias: comida, latas, bolsas de plástico…

  • Atravesamos Dondo sin tener problemas con la población ni con los militares. En uno de los controles no nos hacen caso porque los soldados están entretenidos jugando con un mono. En otro nos dicen que están “f de fraco”, lo que quiere decir que están a dos velas. Les damos tabaco y están encantados. En Dondo las lavanderas están lavando la ropa en el río y tendiéndola sobre la hierba para que se oree. Conseguimos con dificultad que nos dejen hacer alguna foto a cambio de sabonetes (pequeñas pastillas de jabón de las que te dan en los hoteles). Como no hay para todas, terminan peleándose y gritándose.

  • A la vuelta tenemos que adelantar a un enorme convoy militar compuesto por más de 50 camiones con cubanos que deben de venir de la guerra. Transportan carros de combate, maquinas, combustible, soldados, etc.

  • En nuestra residencia conviven con nosotros dos asesores cubanos, uno de los cuales es un ingeniero sesentón que no para de hablar y nos hace ver cómo es la situación real de Cuba. Es un fanático del régimen castrista y todo lo ve desde esa óptica peculiar. Ha viajado por algunos países, todos de la órbita soviética, y nos explica que la ciudad más rica y avanzada del mundo es Budapest donde, incluso los cables de la electricidad y el teléfono, en vez de estar colgados de postes de madera, han sido canalizados y van bajo tierra. A pesar de lo bocazas que es, nos da pena cuando nos explica, lleno de satisfacción, que a sus más de sesenta años y siendo ingeniero tiene por primera vez una vivienda propia que no tiene que compartir con otras familias. A pesar de su edad está bastante “salido” y no oculta su admiración por nuestra compañera Inés, que es sumamente llamativa: “qué bien lucirías en la playa de Varadero con tu biquinicito rojo…”.

  • Aprovecho que la residencia da a una calle céntrica para tomar desde la ventana algunas fotos de la vida de la ciudad, como la de la mujer que lleva en la cabeza nada menos que una bombona de butano.

  • En la iglesia de Nuestra Señora do Carmo decido hablar con las monjas para saber en qué se les puede ayudar. Así conozco a la hermana Cándida, una religiosa muy agradable que queda en prepararme una lista de las medicinas que más necesitan. Como anticipo, lo doy lo poco que llevo: chocolate y aspirinas.

  • El viaje de vuelta a Madrid es toda una epopeya. Llego al aeropuerto a la hora prevista, las 11 de la noche, pero me doy cuenta de que las cosas van mal cuando la tripulación aparece una hora después de la que estaba prevista como hora de partida del vuelo. A las 2,30 nos embarcan, por fin. Como ocurre en estos casos, la sensación de alivio es muy gratificante, aunque en este caso infundada. Pasamos una hora dentro del avión con un calor pegajoso y sofocante. Nos hacen desembarcar para iniciar una espera desquiciante en el aeropuerto sin que nos den ninguna información. Por fin nos dicen que están a la espera de que se cambie el avión. A las 8 de la mañana el nuevo avión está preparado y pensamos que se va a producir la salida. Pero en ese momento la tripulación, que lleva ya 7 horas en el aeropuerto, decide que ya ha trabajado bastante y se vuelve a su casa. Definitivamente, no podemos despegar. El aeropuerto no tiene aire acondicionado ni cafetería y el calor es agobiante. La gente está desesperada. Muchos duermen tirados por el suelo; otros presentan ojeras de concurso. A las 10 de la mañana, cuando llevo 11 horas en el aeropuerto, aterriza inesperadamente el avión de TAP que viene de Lisboa. Entonces empieza una batalla a muerte para cambiar el billete y conseguir una plaza en el avión que acaba de llegar: carreras, colas, nervios, gritos. Por fin tengo en mi mano el billete y la tarjeta de embarque de TAP pero, ¿dónde está mi maleta? Hay que atravesar las pistas a todo correr para sacarlas del avión anterior entrando y saliendo por la cinta transportadora y después atravesar la zona de vuelos nacionales atestada de bultos y gente variopinta sentada en el suelo. Finalmente el avión de TAP despega a las 12 del mediodía. He pasado 13 horas de espera y lucha en un aeropuerto muy deficiente convertido en un horno. He comprobado el conocido dicho según el cual en África todo lo que puede fallar, falla; pero luego se arregla de la forma más inesperada.        

      

6. Quinto viaje. Abril y mayo de 1984

 

  • Coincido en esta ocasión con otros dos compañeros que también han venido a trabajar a Luanda, Teresa y Jaime. Nos adjudican una residencia diferente de la clásica, antigua y céntrica donde nos hemos alojado las últimas veces. Es un chalet pequeño de dos plantas, situado en una zona residencial de la ciudad. Cuenta con cuatro empleados, Paulo Julio, que es el encargado, un cocinero y dos chicas que se ocupan de la limpieza y de lavar la ropa, una de las cuales posa con gusto para que la fotografiemos (figura 7).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 7

 

  • Afortunadamente, seguimos pudiendo utilizar el Renault 18 adjudicado al proyecto, único elemento que nos da un poco de movilidad y autonomía. Un día vamos a echar gasolina en la gasolinera que hay en la plaza de Kinaxixe. Por supuesto, como en todo buen sistema marxista, no se utiliza dinero para pagar sino los vales que previamente nos han adjudicado en el Banco. Pedimos que nos sirvan 30 litros pero la aguja que marca el nivel del depósito no llega ni a la cuarta parte. Evidentemente, nos han timado. Después de una fuerte discusión, nos echan 18 litros más sin cobrarnos por ello, señal de que nos habían sisado por lo menos 20.

  • El sábado intentamos tomar un barco para ir a la isla de Mossulo pero el barco está estropeado… desde hace más de tres meses. Intentamos pasar a la isla por una picada (pista de tierra) que va por el istmo. Lo conseguimos, no sin dificultades. Por fin llegamos a una playa inmensa donde somos los únicos seres humanos  a la vista. Disfrutamos de un baño inmejorable en un mar límpido y con una temperatura perfecta. El único problema es que las olas son fuertes y si no tienes cuidado puedes recibir un revolcón desagradable.

  • Ese mismo día por la tarde vamos a Caxito pero, una vez más, nos paran en el control de entrada y nos hacen dar la vuelta. Es una pena porque es una zona muy bonita y también sabemos que es muy interesante la “barra” del Dande. Es probable que en esta zona al norte de la capital la guerra esté cerca porque resulta imposible ir más allá de Caxito, a pesar de que está a sólo 70 km de Luanda.

  • En una visita que realizo a la embajada conozco a Gaspar, que es el delegado de FOCOEX, la empresa oficial para el fomento de las exportaciones españolas. Resulta que está casado con una amiga mía de la infancia, a quien hace mucho tiempo que no he visto. Es el momento de soltar la frase tópica: “El mundo es un pañuelo”.

  • Vamos a visitar a la Hermana Cándida y le entregamos un proyector de dispositivas y otras cosas que nos había encargado. Se muestra sumamente agradecida. En misa, mi compañero Jaime pasa un buen rato desesperado porque también asiste un pobre maluco que está empeñado en tomarle de la mano a toda costa (figura 8).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 8

  • Hacemos una excursión muy agradable a Cabo Ledo. La carretera está en muy mal estado porque las lluvias la han dejado plagada de enormes y peligrosos baches. Por ello no podemos llegar con el coche hasta la playa y tenemos que andar un buen trecho bajo el sol abrasador. Carlos compra dos grandes peces recién traídos en una barca. Hago varias fotos en la playa, en las rocas que hay un extremo y a unos niños que tiene tres grandes centolas (nécoras). Los pescadores han traído un tiburón bastante grande y vemos cómo lo abren y trocean (figura 9).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 9

  • Vendo por medio de Carlos, que tiene buenos “esquemas”, dos objetos que he traído para conseguir moneda local, una calculadora y un transistor. Me han costado en España 2.350 pts. y obtengo por ellos 35.000 kuanzas, lo que al cambio oficial equivale a 175.000 pts. Se trata de un verdadero “milagro” de multiplicación de las pesetas patrocinado por la curiosa economía socialista.

  • El día 10 de mayo amanecemos sin luz, sin agua y sin pan, y así seguimos todo el día. Al día siguiente ya hay luz pero seguimos sin agua. Como los cortes son frecuentes, la casa cuenta con un depósito para estas ocasiones pero, según los empleados, nos han robado el agua por la noche.

 

7. Sexto viaje. Julio de 1984

 

  • El día de llegada estalla el gas en la residencia pequeña donde nos toca volver a alojarnos. Al parecer se debe a una fuga que tiene la cocina. La explosión es fuerte y nos llevamos un gran susto, máxime en un país que está en guerra. Afortunada y sorprendentemente el accidente no tiene consecuencias importantes; sólo uno de los empleados, Laurindo, se ha quemado un poco el pelo.

  • El jueves es el único día que hay sesión en el único cine que hay en Luanda, el Carlos Marx, claro. Se trata de un cine al aire libre. Decidimos acudir principalmente para ver el ambiente. Proyectan una película portuguesa protagonizada por Victoria Abril. La película es un tostonazo pero la protagonista española tiene un gran éxito entre los espectadores angoleños.

  • En éste, que sería mi penúltimo viaje a Angola, tengo la suerte de que el trabajo en el Banco requiere que viste algunas de las oficinas con que cuenta en otras provincias del interior. En un país en guerra en el que los desplazamientos están radicalmente prohibidos salvo que se cuente con salvoconductos especiales que muy raramente se conceden, es una oportunidad única que estoy dispuesto a aprovechar y a disfrutar al máximo, aunque sólo podré visitar dos o tres provincias relativamente cercanas a la de Luanda. Además, no puedo evitar que me “acompañe” el inevitable guía-vigilante del Partido, en este caso se trata del camarada Carpinteiro.

  • Nos ponemos en marcha hacia nuestro primer destino en el interior del país: N’Dalatando. Por el camino, hacemos un alto para comer en Dondo. Lo hacemos en casa del gerente del Banco Nacional en esa ciudad y la comida es el plato popular angoleño por excelencia: fungi (harina) de mandioca, una pasta que suele estar pegajosa, con salsa picante y pescado secado al sol. Todo ello está acompañado del inevitable jindungo, la guindilla angoleña extremadamente picante que utilizan para alegrar todo tipo de platos. Contra todo pronóstico, el conjunto está sabroso y resulta agradable. 

  • Más adelante, el camino asciende a un morro en el que podemos contemplar extensas plantaciones de café que no han sido destruidas por la guerra. A media tarde llegamos a N’Dalatando, capital de la provincia, que en lengua nativa significa “cobra mortífera sobre la roca”, un nombre mucho más poético que el que tenía en época colonial: Salazar.

  • La residencia del Banco es magnífica. En la época colonial el entonces llamado Banco de Angola había construido una serie de edificios de gran tamaño y calidad en aquellos lugares en los que tenía oficina, generalmente las capitales de provincia. Se trataba de edificios grandes de estilo colonial que contaban no sólo con la zona de oficinas sino con alguna vivienda, por lo menos la destinada al gerente. Esto era necesario dadas las carencias que dichas ciudades del interior presentaban en cuanto a cualquier tipo de infraestructura como viviendas de alquiler, hoteles, restaurantes, etc. Como mínimo el gerente local, y a veces algún otro jefe, tenían su residencia en el edificio del Banco. El gerente provincial de N’Dalatando, Liomba, se desvivió por atendernos e intentó agasajarnos, a pesar de la situación de grave penuria en la que vivía.

  • Cenamos en su vivienda los tres (Liomba, Carpinteriro y yo) el inevitable fungi de mandioca. Nos sirve una señora de mediana edad con aspecto de sirvienta, que se mueve con los ojos bajos y que no se atreve a intervenir en nuestra conversación. Al día siguiente Capinteiro me dice que era la mujer de Liomba, un hecho típicamente africano que muestra la posición de subordinación social que todavía tiene la mujer en África, incluso en capas sociales de nivel medio alto.

  • Me adjudican para dormir la “habitación del gobernador”, un gran honor. En las residencias del Banco suele haber también una suite extremadamente lujosa que estaba destinada al alojamiento del Gobernador del Banco de Angola cuando viajaba por el interior del país y que también utilizaban algunas otras personas de relieve cuando visitaban el Banco. Era una habitación de gran tamaño decorada con muebles y objetos antiguos y valiosos, con una gran cama matrimonial y con su propio cuarto de baño, grande y perfectamente equipado. Todo un lujo que me propongo disfrutar como la ocasión merece. Dada la situación del país, inmerso en una larga guerra, primero contra la metrópoli y luego entre los diversos movimientos que intentan hacerse con el poder, supongo que la habitación no se ha usado en mucho tiempo y todo su interior parece más un museo que una vivienda en uso. Antes de acostarme cometo un error del que tendría que arrepentirme por sus desagradables consecuencias: esparzo un insecticida en espray con el fin de prevenir la posible existencia de mosquitos. Enseguida me quedo dormido y disfruto de un sueño reparador e ininterrumpido. Pero al despertarme, a eso de las 5,30 de la mañana, el susto es mayúsculo: todo el suelo de la habitación está plagado de cadáveres de enormes cucarachas. Las hay a cientos, de tal forma que es casi imposible levantarse y caminar sin pisarlas. Me doy cuenta de que mi insecticida ha producido un efecto desproporcionado en un lugar largamente deshabitado en el que hace muchos años que no se ha usado un producto de este tipo y el efecto sobre la abundante vida nocturna existente en la habitación ha sido devastador. Me calzo y con gran cuidado voy sorteando o apartando los cuerpos que cubren la habitación y me acerco al cuarto de baño. Allí el espectáculo es todavía peor. La noche anterior me habían dejado la bañera llena de agua para que pudiese bañarme al levantarme pero ahora hay docenas de cucarachas flotando en el agua. El inodoro y el lavabo están igualmente cubiertos de cadáveres de insectos. Venciendo la inmensa repugnancia que me produce este espectáculo me lavo los dientes, me visto y abandono la habitación abochornado por lo que pensarán de mí cuando vayan a limpiar la habitación.

  • Aprovecho que es muy temprano para dar una vuelta por la ciudad. Una neblina matutina se extiende por el valle cubriéndolo de colores tenues. Es una ciudad pequeña y moderna, aunque quedan restos de casas coloniales bonitas pero bastante deterioradas. Las calles están arboladas y cuentan con agradables paseos. A las afueras se ven sin embargo los inevitables barrios de chabolas (musseques) que han crecido en todas las ciudades por los cientos de miles de personas que han tenido que abandonar el campo por culpa de la guerra. Hay una estación de la línea férrea Luanda-Malanje, que tampoco funciona por culpa de la guerra.

  • Una vez reanudado nuestro camino vamos hacia Quilombo y por el camino vemos una gran tribu de monos en una zona de plataneras. En Quilombo hay un jardín botánico de la época colonial bastante descuidado pero aun así impresionante por los bellos árboles que contiene. Hay ejemplares de ficus y de bambú que superan los 30 m de altura y también cuenta con plantaciones experimentales de café.

  • Para comer volvemos a tener fungi, pero en esta ocasión es de maíz (milho), que es menos pegajoso y más agradable. Está acompañado de feijao (judías pintas) cocinado con aceite de palma, lo que le da un sabor muy fuerte, y pescado con salsa. De aperitivo tomamos jibunga, una especie de cacahuetes recién tostados que están deliciosos.

  • Nos informan de que en toda la provincia de N´Dalatando no hay un solo médico; uno que había dejó la zona y se fue a vivir a Brasil. Este dato me parece impresionante porque pone de relieve de forma evidente las graves carencias que presenta el país y el contraste dramático entre su riqueza potencial y la situación que padece la mayor parte de la población. Otro dato es que aquí no ha llegado todavía la televisión, a pesar de que la ciudad está a tan sólo 250 km de la capital (figura 10).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 10. El magnífico edificio del Banco Nacional de Angola en N'Dalatando

  • El siguiente viaje que realizo con mi inseparable compañero Carpinteiro es en avión porque vamos a visitar Cabinda, la provincia angoleña del norte enclavada en el territorio del vecino Zaire. El vuelo en un trayecto nacional es toda una experiencia típicamente africana: el avión va lleno hasta los topes y el pasaje lo conforma una multitud abigarrada, entre la que hay una gran cantidad de niños y que transporta cantidades inverosímiles de paquetes, bolsas y sacos. El olor a humanidad trabajadora es indescriptible.

  • Otra muestra de la inescrutable economía marxista: el billete aéreo cuesta sólo 3.300 kuanzas, es decir, lo mismo que tres pequeños montes de batata. Al cambio oficial son 15.000 pts. pero al real son unas 400 pts., así que por el precio de un pequeño transistor puedes comprar tres pasajes a Cabinda.

  • Me alojo también en la residencia del gobernador. El cuarto de baño está lleno de las famosas cucarachas angolanas (baratas) pero eso ya se da por supuesto y a estas alturas estoy bastante habituado..

  • Enseguida se comprueba que los cabindeses corresponden a una etnia diferente, son más altos, esbeltos y agraciados. Las cabindesas suelen llevar los tradicionales panos zaireños de colores muy llamativos y bonitos, frecuentemente combinando a juego cuerpo, falda y pañoleta. Se lo enrollan al cuerpo con habilidad y elegancia, sin ningún tipo de atadura y sin hacer nudos. Se ve un número significativo de mujeres muy guapas.

  • Cabinda es muy rica, además de grandes reservas de petróleo la vegetación es muy densa. Aquí no estamos en la sabana sino en la selva tropical. Abundan los grandes árboles y el cultivo de café. Curiosamente, en el país del café tengo que desayunar leche sola porque no hay café.

  • En nuestra visita a la provincia de Cabinda vamos hasta Iema, pequeña localidad fronteriza con Zaire. Tiene esa vida y ese ambiente propios de muchas ciudades fronterizas en todo el mundo y, como es frecuente en estos casos, es un lugar muy curioso y con una gran parte de la gente dedicada a la candonga (contrabando). Los angoleños entregan comida y kuanzas (algo completamente prohibido) a cambio de cerveza (que les encanta y escasea en Angola) y panos.

  • A pesar de que es un enclave en el territorio del conflictivo Zaire, en Cabinda no hay toque de queda como en Luanda. El nivel de vida es sensiblemente más alto y no se ven musseques (barrios de chabolas).  

 

8. Séptimo viaje. Septiembre de 1984

 

  • Parece que la guerra no mejora sino que se complica. Hay batallas cerca de Luanda. Por este motivo, no nos dejan ir a sitios a los que hemos ido en otras ocasiones, como Kissama y Caxito.

  • Estamos invitados a cenar en casa de R. Hoy ha cocinado la mujer de Q., que ha venido a pasar una temporada desde Portugal, donde vive habitualmente. Bueno, según parece, Q. tiene tres mujeres, una en Portugal, cuya venida hoy celebramos, otra en Luanda y la tercera en Dondo.

  • Los técnicos de organización del Banco han ido a hacer un curso de formación de un mes a Portugal. Casi todos han aprovechado para comprarse en Bélgica cochazos de alta gama: BMW, Audi 100, Renault 20…). ¿Cómo es eso posible? Otro milagro de la economía socialista: los que van a estudiar fuera reciben una dieta equivalente a 100 dólares por día, una cantidad razonable. Pero como a esa cantidad se le aplica el cambio oficial del kuanza, 50 veces superior al real, resulta que los viajeros autorizados a salir del país tienen unas cantidades de dinero con las que en Europa son muy ricos.

  • Angola fue durante la época de la esclavitud uno de los puntos importantes en las rutas desde el interior del continente hacia América. En particular, la sangre de la población brasileña proviene en gran medida de Angola. Como en otros lugares de África, se ha abierto un pequeño museo para perpetuar la memoria de esta época oscura y de lo que supuso este inhumano tráfico de personas. El museo es muy pequeño y no contiene casi nada, aunque se aprovecha un promontorio junto a la costa desde el que se embarcaron muchas remesas de esclavos. Se han colocado diversos letreros en los que la propaganda del régimen aprovecha para presentar una versión sesgada y tendenciosa de esta lamentable actividad. Por ejemplo, se incluye un crucifijo para intentar demostrar la participación de la Iglesia en la esclavitud y se incluye como esclavitud el trabajo con los colonos portugueses en los años 1960.

  • Por fin hemos conseguido una guía de marcha (salvoconducto) para poder ir hasta Caxito, algo que llevamos años queriendo hacer. Pero se ha producido un ataque de UNITA en la zona y nos quedamos una vez más sin poder ir.

  • Nos acercamos a una facenda que hay en el kilómetro 40 de la carretera de Catete para comprar cajú. Domingos, el encargado, me reconoce y me expresa su amistad con el gesto tradicional de poner mi mano sobre su frente.

  • Vamos a la playa de la isla de Luanda con ánimo de darnos un baño pero tenemos que renunciar porque hay una gran plaga de medusas enormes, gordas, rechonchas, casi sólidas (figura 11).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 11

  • Conocemos la barra del Dande que tiene fama de ser un lugar bonito, pero no nos parece nada de particular.

  • Vamos a hacer una visita al tío Paquete, quien nos recibe con grandes muestras de contento. Está con él el comisario de Cacuaco, quien tiene una enorme cogorza de cerveza y con la lengua suelta por el alcohol nos confiesa con toda su caradura que obtiene todo tipo de ventajas esquemas y prebendas gracias a su cargo. Los dos nos obsequian con sendos discursos filosófico-políticos. Al marcharnos nos regalan tres repollos, tomates y tres pollos. Aceptamos las hortalizas pero rechazamos las aves pues no sabríamos qué hacer con ellas.

  •  Hacemos una excursión a la localidad de Bom Jesus. Un lugareño se ofrece para cruzarnos el río Kuanza en su bote de remos. Hay viento y sobre el río se forman olas y corrientes que imponen bastante, pero no queremos desaprovechar una oportunidad que raras veces se presenta y aceptamos la invitación. Se llama Manoel Francisco y durante la travesía nos enteramos de que su hijo, su pioneiro, como él le llama, está enfermo. Tiene diarreas y vómitos, los ojos vidriosos y su pis es rojo. Un cuadro preocupante que nos enfrenta con el drama de los miles de niños que mueren en Angola y otros países africanos por no disponer de un tratamiento médico adecuado. A veces, una simple infección que no es tratada con antibióticos termina de forma fatal. Manoel se ofrece para llevarnos otro día a ver animales en el parque de Kissama, algo que todos sabemos que está prohibido y que no pasará de ser un proyecto irrealizable. Tal vez dentro de algunos años, cuando Angola haya dejado atrás esta guerra absurda y cuando no esté regido por una dictadura comunista, podamos visitar no sólo Kissama sino algunos otros de los muchos atractivos turísticos de que dispone este paradójico país (figura 12).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 12

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Bienvenido a mi sitio web de viajes

En este sitio quiero compartir con los amantes de los viajes, también con los que son renuentes a realizarlos, algunas experiencias y fotografías sobre algunos de los viajes más interesantes que hemos tenido la suerte de realizar.

Todo viaje a un país desconocido es una experiencia intensa que te hace sentirte vivo y te enriquece, pero en algunos casos la distancia, la sorpresa, el exotismo o la belleza del lugar hacen que esa experiencia sea algo especialmente memorable.

Jaime Pereña Brand

Madrid, 2020

 

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