
Rumbo al Cabo Norte
El cabo Norte (Nordkapp en noruego) es uno de los destinos más atractivos y más inaccesibles que existen en Europa. Pasa por ser el punto más septentrional de nuestro continente aunque, como siempre ocurre con este tipo de accidentes geográficos, parece que eso no es del todo cierto y que a poca distancia hay otro cabo que se acerca unos metros más al Polo Norte. En todo caso, el promontorio rocoso del Cabo Norte, situado en la isla noruega de Magerøya, es un lugar mítico que ha atraído a miles de viajeros, incluidos algunos muy ilustres, desde que el explorador británico Chancellor le pusiese el nombre por el que es conocido, a mediados del siglo XVI.
Hoy es posible volar en avión a alguno de los varios aeropuertos que existen en la región, por lo que la tradicional inaccesibilidad del lugar ha pasado a la historia. Sin embargo, para mí el Cabo Norte fue una meta soñada desde niño y un lugar que me resultaba especialmente atractivo. Pero, como en tantas ocasiones ocurre, me interesaba tanto el camino como la meta, por lo que mi objetivo fue siempre hacer el recorrido por tierra, disfrutando de las etapas intermedias y sin buscar necesariamente el camino más corto ni el más rápido.
Para los que vivimos en el sur de Europa, este objetivo se convierte en un reto bastante exigente incluso hoy el día. Entre Madrid y Oslo hay aproximadamente 3.000 km por carretera, lo que equivale gracias a las modernas autopistas a unas 30 o 35 horas de conducción, sin tener en cuenta que habremos de tomar algún ferry para cruzar a Noruega desde Dinamarca o desde Alemania (figura 1). Esto no es una sorpresa porque sabemos que para llegar a los países nórdicos hemos de atravesar una buena parte de Europa. Pero lo que sí es sorprendente es que una vez que estamos en Oslo nos faltan para llegar al Cabo Norte otros 2.000 km si optamos por la ruta más corta a través de Suecia o más de 2.500 km si queremos subir por Noruega, lo que era nuestro caso. Además, la orografía de Noruega es muy compleja, asentada sobre fiordos y montañas, por lo que las horas de conducción se multiplican y necesitamos otras 40 horas para hacer el recorrido hasta el Cabo Norte.
Figura 1. Puesta de sol sobre el mar del Norte en dirección a Oslo
En resumen, entre ida y vuelta recorrimos unos 12.000 km y hubimos de invertir unas 140 horas de conducción. Tardamos unos 25 días en hacer este periplo con una media de casi seis horas de conducción por día, datos estos que demuestran que el viaje al Cabo Norte por tierra desde el sur de Europa sigue siendo una aventura tan exigente como apasionante.
Aquí, por no alargar el relato, solo comentaré la parte del viaje que transcurrió por tierras escandinavas, el camino ascendente atravesando Noruega y el descenso por tierras de Finlandia.
Oslo es una capital manejable por sus reducidas dimensiones y situada en un entorno natural de gran belleza, con fiordos, islas, lagos y montañas. Cuenta con algunos atractivos bastante originales y que merece la pena visitar como el parque con las esculturas de Vigeland, el castillo de Akershus, el museo de barcos vikingos, el museo popular noruego, etc. Una de las cosas que más nos gustó por su originalidad y su antigüedad son las tradicionales iglesias de madera, como la de Gol que data nada menos que del siglo XIII (figura 2).
Figura 2. Tradicional iglesia de madera en los alrededores de Oslo
El clima de Oslo, y el de toda Noruega en general, es bastante duro para los que provenimos del Mediterráneo y no es raro que nos produzca algunas molestias. Se trata ante todo de un clima muy húmedo y, aunque las cantidades de precipitación que se recogen al año no son excesivamente elevadas, sí lo es el número de días con lluvia, aproximadamente uno de cada tres. También es muy elevada la humedad del aire. Las temperaturas son muy frías, con una media anual de solo 5º C. Realizamos nuestro viaje en verano, temporada en la que las temperaturas medias y las diurnas son suaves y agradables pero incluso en esa estación cálida las temperaturas nocturnas pueden ser bastante bajas lo que hace que la práctica del cámping sea poco recomendable y que haya que alojarse por lo menos en las cabañas que a tal efecto hay por todo el país.
Una de las cosas que más sorprende es la corta duración de las noches veraniegas, contrapartida de las largas noches que se producen en invierno. En el mes de junio tenemos luz solar hasta las 11 de la noche, pero antes de las cuatro de la mañana ya a ha amanecido. Por supuesto, esta larga duración del día es mucho más agradable que las eternas noches invernales en las que el sol no sale antes de las 9 de la mañana para ponerse a las 3 de la tarde. Pero, el organismo no está acostumbrado y no es raro que por la noche nos cueste conciliar el sueño y en cambio por la mañana estemos completamente despiertos por culpa del sol que brilla antes de las cinco de la mañana.
Poco tiempo podemos permanecer en la capital noruega porque sabemos que nuestro viaje hasta el Cabo Norte es muy largo. Nos encaminamos pues hacia los fiordos, accidentes geográficos característicos del país y que producen algunos de los paisajes más bonitos y más espectaculares que pueden contemplarse en todo el mundo. Los fiordos son profundos valles excavados por potentes glaciares que al desaparecer estos se han rellenado con agua del mar formando golfos que se adentran en la tierra flanqueados por elevadas montañas. Los fiordos son propios de las altas latitudes (Escocia, Islandia, Nueva Zelanda, Chile, etc.) pero los más conocidos y visitados son sin duda los excavados en tierras noruegas.
Explorar los fiordos noruegos es una tarea de meses dada la cantidad de ellos que hay y la increíble complejidad que proporcionan a una costa que resulta especialmente abrupta y accidentada. Como nuestra meta está mucho más al norte solo nos desviamos de la carretera principal E6 para ver algunos de estos espectaculares accidentes naturales. En ocasiones las carreteras se ven interrumpidas por estas cuñas en las que el mar se adentra muchos kilómetros hacia el interior de la tierra y se hace necesario tomar un ferry para salvar el obstáculo (figura 3).
Figura 3. Cruzando un fiordo noruego en ferry
Si todos los fiordos son diferentes y todos ofrecen paisajes de gran belleza, uno de los más conocidos es el de Geiranger, que permite obtener vistas especialmente bonitas desde miradores en altura desde los que se puede contemplar en todo su grandiosidad este espectáculo de la naturaleza (figura 4).
Figura 4. Vista del fiordo de Geiranger desde lo alto
Sentimos, cómo no, la tentación de detenernos más tiempo en el recorrido por los fiordos, pero nuestra meta se sitúa mucho más al Norte, por lo que debemos proseguir la ruta en dirección a la ciudad de Trondheim, una de las más pobladas de Noruega a pesar de ser una población de reducido tamaño, que no alcanza los 200.000 habitantes.
Trondheim es una ciudad muy bonita que incluso llegó a ser capital del país en la Edad media. Fue un centro comercial de notable importancia y ello dio lugar a la construcción de casas y mansiones nobles, si bien los sucesivos incendios que padeció la ciudad han dejado pocos restos de los tiempos antiguos. El edificio más destacado y representativo es sin duda la catedral de Nidaros, un magnífico ejemplo de la arquitectura gótica adaptada al estilo escandinavo.
Desde Trondheim hasta el Cabo Norte la ruta más corta es la que atraviesa Suecia pero nosotros decidimos continuar por Noruega a lo largo de la estrecha franja de tierra que discurre entre la costa atlántica y la frontera sueca, franja que en algunos lugares apenas tiene 40 kilómetros de anchura. Es un recorrido muy largo y bastante monótono pues antes de llegar a la ciudad de Narvik hemos de recorrer otros 900 km, que dadas las difíciles condiciones de estas carreteras suponen dos días completos de viaje. El paisaje va cambiando casi insensiblemente. Cada vez se va haciendo menos accidentado, más suave, pero al mismo tiempo más árido. El arbolado se vuelve cada vez más escaso y todo el paisaje se ve envuelto de unos colores tenues que transmiten sensación de frío, de soledad y de lejanía.
Un poco antes de llegar a Narvik cruzamos el Círculo Polar Ártico, un hito que nos hacía mucha ilusión porque esas líneas imaginarias que determinan las grandes regiones geográficas del planeta tienen siempre un carácter mítico y simbólico y porque, aunque como líneas sean imaginarias, reflejan fenómenos reales de gran importancia. En este caso, lo lugares situados al norte de la línea se caracterizan porque en ellos al menos un día al año no se pone el sol y otro día no llega a salir.
Efectivamente, nuestro viaje había sido programado de acuerdo con esta ley astronómica y nuestra intención era poder contemplar desde el Cabo Norte ese fenómeno del sol que se acerca hacia la línea del horizonte y antes de desaparecer vuelve a ascender en nuevo día, el llamado “sol de medianoche”.
Aunque, como se ha dicho, durante nuestro viaje nos alojamos en cabañas no habíamos renunciado completamente a los placeres de dormir en una tienda de campaña. Aprovechamos pues que el día en que rebasamos el Círculo Polar Ártico hacía un tiempo relativamente benigno para plantar las tiendas y disfrutar de la singular experiencia de pasar la noche acampando a una latitud superior a los 66º N (figura 5).
Figura 5. Paisaje en Círculo Polar Ártico
Narvik es una pequeña ciudad que no llega a los 20.000 habitantes y con escaso interés para el visitante. Es sin embargo un puerto de importancia porque se encuentra a tan solo 25 km de la frontera sueca y es por tanto el lugar de salida natural de muchas mercancías, principalmente minerales, producidas en Suecia. Por esta misma razón, Narvik jugó un importante papel durante la Segunda Guerra Mundial.
En Narvik encontramos un panel de esos que indican las distancias que existen desde la ciudad a diversos lugares, distancias medidas en línea recta. Nos resultó llamativo, y hasta cierto punto frustrante, porque al mismo tiempo que nos indicaba las grandes distancias que habíamos dejado atrás en nuestro recorrido y el punto tan septentrional que habíamos alcanzado, ponía de relieve que todavía estábamos muy lejos de nuestro destino final, Así, podemos ver (figura 6) que París se encontraba a casi 3.000 km hacia el sur y Roma a 3.719, distancia similar a la que habría hasta Madrid. Desde Oslo había 1.453 km en línea recta pero todavía teníamos que recorrer 739 km para llegar al Cabo Norte. Desde otro punto de vista, resultaba llamativo que el punto más septentrional de la Tierra, el Polo Norte, estuviese a una distancia comparativamente pequeña (2.400 km), más o menos el 60% de la distancia a la que se encontraba Madrid.
Figura 6. Distancias desde Narvik a diferentes lugares de Europa
Siguiendo nuestro recorrido hacia el norte, decidimos tomar otro desvío para acercarnos a visitar la ciudad de Hammerfest, un lugar que tenía muchas ganas de conocer porque estaba ligado en mi imaginación a lecturas sobre aventuras realizadas en la niñez y en la adolescencia. Se trata ni más ni menos que de la ciudad más septentrional del mundo, algo que de por sí hace que sea un destino especialmente atractivo para el viajero. Sé que hay algunos asentamientos, como Barrow en Alaska, que están unos pocos kilómetros más al Norte que Hammertfest pero se trata de pueblos bastante pequeños, mientras que la ciudad Noruega, con unos 10.000 habitantes, es la única digna de tal nombre.
La latitud de esta singular ciudad supera los 70º N y eso hace que sus condiciones climáticas sean extremadamente duras durante la mayor parte del año. Baste decir que la temperatura media anual se mantiene en valores negativos (-1,3º C). Afortunadamente, nuestro viaje tenía lugar en el mes de junio, una época del año en la que las temperaturas diurnas son bastante bajas (unos 11º de media) pero las nocturnas son bastante suaves, con una media de 7º aproximadamente.
La caza y la pesca han sido los modos de vida tradicionales de las gentes de este lugar, aunque la actividad portuaria también tiene bastante importancia. En conjunto, la ciudad tiene un cierto aire de construcción irreal o soñada en medio de los vientos, las nubes y los colores apagados tan característicos de estas regiones septentrionales que a uno le cuesta creer que se encuentren en la superpoblada y templada Europa (figura 7).
Figura 7. Alrededores de la ciudad de Hammertfest, a 70º N
El Cabo Norte se encuentra ya a solo 220 km de distancia y nuestra meta empieza a estar, por fin, al alcance de la mano. Antes de tomar el último ferry, el que nos llevará a la isla en la que se encuentra el famoso cabo, la carretera circula junto a la costa. La lluvia que ha estado cayendo durante la tarde ha cesado y el largo atardecer de las tierras septentrionales nos ofrece un bello arco iris en el que los colores apenas logran hacerse distinguir de los tonos rosáceos, púrpura y morados que se difuminan por todo el cielo (figura 8).
Figura 8. Arco iris en las cercanías del Cabo Norte
Por fin, llegamos a nuestra meta, ese Cabo Norte que es un agreste peñón de más de 300 metros de altura que se yergue altivo mirando al mar en dirección al punto más septentrional del planeta. Como tantos otros cabos alrededor del mundo, es un lugar bastante inhóspito donde la vegetación es rala y casi inexistente y donde los vientos son los señores de la situación. Pese a esos inconvenientes inherentes a estos puntos en los que la tierra se adentra dificultosamente en el mar, estamos encantados de haber alcanzado este punto, extremo septentrional de Europa. Hemos recorrido un largo trayecto pero la recompensa de alcanzar uno de los lugares más inaccesibles del continente nos hace olvidar todos los esfuerzos. El frío y el viento hacen que el ambiente sea bastante desapacible pero tomamos numerosas fotografías seducidos por la magia de este lugar mítico situado a 71º 10’ 21’’ de latitud Norte (figura 9).
Figura 9. El Cabo Norte, punto más septentrional de Europa
Nuestra felicidad no fue sin embargo completa. Como he dicho, teníamos mucha ilusión por ver el sol de medianoche, por contemplar ese espectáculo único en el que el sol, un poco antes de tocar la línea del horizonte en su descenso, parece que se arrepiente e inicia de nuevo el ascenso dando lugar a un nuevo día. No pudimos contemplar ese fenómeno porque al atardecer el cielo se nubló completamente y no volvimos a ver el sol, ni el del ocaso, ni el de la medianoche ni el del amanecer.
Lo inhóspito del lugar hace que la permanencia en el cabo fuese poco recomendable, por lo que hubimos de dar la vuelta e iniciar nuestro viaje de retorno, mirando atrás para contemplar cómo nos alejábamos del Cabo Norte.
En este punto decidimos que nuestro camino se vuelta no sería atravesando Noruega, un recorrido lleno de alicientes pero muy largo y accidentado, pero tampoco atravesando Suecia, el camino más directo pero menos atractivo para nosotros. Decidimos pues “bajar” a través de Finlandia, un país que todavía no conocíamos.
Nos sorprendió sobremanera lo diferente que es la geografía de dos países muy cercanos, como Noruega y Finlandia, ambos situados en la península escandinava y ambos situados a la misma latitud aproximadamente. Frente al dramatismo y la espectacularidad de los paisajes noruegos, nos encontramos con los suaves y monótonos paisajes finlandeses; frente a las montañas abruptas, los fiordos encajados en los valles y los grandes glaciares en altura, nos encontramos con grandes extensiones completamente planas, cubiertas de bosques infinitos y salpicadas de multitud de lagos de todos los tamaños; frente a las carreteras zigzagueantes y llenas de subidas y bajadas pronunciadas, las rectas pistas finlandesas en las que los principales obstáculos son los rebaños de renos (figura 10).
Figura 10. Los lagos y los bosques de abedules conforman el paisaje finlandés
Las diferencias orográficas hacen que también sean notables las diferencias climáticas. Las nubes de procedencia atlántica descargan la mayor parte del agua que portan en las tierras altas de Noruega y Suecia, donde las cantidades de precipitación son relativamente elevadas. Al llegar a Finlandia, al otro lado de las montañas, dejan precipitaciones en una cantidad significativamente menor.
El recorrido a lo largo del territorio finlandés es pues bastante tranquilo y monótono. También mucho más corto que el realizado por Noruega pues desde la frontera norte hasta Helsinki, hay “solo” 1.200 km por carretera. Por el camino atravesamos Inari, una pequeña y agradable ciudad situada al borde de un enorme lago, y la ciudad de Rovaniemi, famosa por ser la supuesta cuna de papa Noel, pero que tiene muy escaso interés.
Figura 11. Atardecer en los lagos finlandeses
Aunque el paisaje finlandés sea muy monótono y carezca de lugares especialmente llamativos, la sucesión de lagos y bosques resulta muy agradable y los largos días estivales ofrecen luces y colores muy sugerentes sobre todo a primera hora de la mañana y a última hora de la tarde (figura 11).
Helsinki es una ciudad bastante curiosa donde se mezclan influencias de diversas culturas, pues no en vano se encuentra a medio camino entre Suecia y Rusia. Pese a ser la ciudad más grande de Finlandia, apenas cuenta con un millón de habitantes. Su situación a orillas del mar Báltico y su proximidad a varios países (podemos, por ejemplo, ir y volver en el día a Tallin, la capital de Estonia) hacen de Helsinki un puerto importante y un cosmopolita centro de comunicaciones, a pesar de sus reducidas dimensiones. También tiene una importancia significativa desde el punto de vista de su capacidad industrial.
Figura 12. Vista de Helsinki
Diversos estudios internacionales consideran que esta es una de las mejores ciudades del mundo para vivir. Los que provenimos de latitudes más meridionales nos permitimos dudar de esta clasificación pues la temperatura media anual de Helsinki es de solo 5,1º C y entre noviembre y marzo las temperaturas medias son inferiores a cero grados.
En verano, sin embargo, es una ciudad agradable, con un clima fresco y benigno y situada en un entorno de gran belleza natural (figura 12). Como otros países nórdicos, Finlandia ha destacado por su capacidad de diseño, y en Helsinki son especialmente atractivos los modernos edificios debidos a la inspiración de Alvar Aalto. Por lo demás, la ciudad no presenta grandes alicientes.
He aludido de pasada a la necesidad de hacer ciertos recorridos en ferry cuando se viaja por Escandinavia, dada la compleja geomorfología y carácter marítimo de muchas de las regiones y ciudades a visitar. En nuestro viaje de vuelta desde el Cabo Norte hubimos de tomar este tipo de transporte en dos ocasiones más. Desde Helsinki viajamos en ferry hasta Estocolmo, haciendo el recorrido de noche y llegando a la bella capital sueca al amanecer.
Figura 13. Vista de Estocolmo desde el barco
Ya habíamos estado en Estocolmo con anterioridad y habíamos tenido ocasión de visitar los interesantes monumentos y edificios con que cuenta y de apreciar la belleza de un entorno al borde del mar que en los meses veraniegos es especialmente bonito y agradable. Pero la entrada en la ciudad desde el mar, serpenteando entre un sinfín de islas y contemplando desde la atalaya que supone la cubierta de un gran navío cómo se acerca la ciudad a la luz tenue del amanecer es una experiencia inolvidable. Si Estocolmo es bonita desde tierra, desde el mar al que se abre resulta impresionante. El avance lento del barco permite además disfrutar de las vistas a plena satisfacción (figura 13).
El tiempo ya nos apremiaba después de muchos días de viajar hasta el Cabo Norte y de volver atravesando Finlandia. Poco nos detuvimos pues en Estocolmo y pronto nos pusimos en marcha hacia la ciudad sueca de Trelleborg donde embarcamos en un nuevo ferry, en este caso para llegar a la ciudad alemana de Travemunde.
Desde Travemunde debíamos atravesar Alemania y Francia antes de llegar a España, y nuestro destino en Madrid nos obligaba todavía a recorrer 2.300 km por carretera. Aprovechamos para hacer algunas etapas interesantes por el camino, pero eso queda ya fuera de la narración del viaje que nos llevó al Cabo Norte atravesando de un extremo a otro dos de los países nórdicos, Noruega y Finlandia.
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