top of page

Marruecos 

España y Marruecos, vecinos que están a la vez tan cerca y tan lejos. Apenas 10 km en línea recta, una distancia que se podría recorrer en un par de horas caminando, si no estuviese de por medio el estrecho de Gibraltar. Una hora en barco entre Algeciras y Ceuta. Estamos muy, muy cerca.

Pero al mismo tiempo la distancia entre los dos países es inmensa. Dos continentes diferentes. Enormes diferencias culturales, sociales y económicas. Dos mundos que a lo largo de los siglos se han acercado hasta confundirse o se han dado la espalda como si fuesen completamente ajenos. Dos universos que parecen vivir en siglos diferentes. Dos países que comparten muchas cosas y que, como típicos vecinos, han pasado por fases de amistad, de incomprensión, de desprecio y de enfrentamiento.

Para el viajero un poco curioso Marruecos es un destino apasionante, lleno de contrastes y de alicientes. Ya en los siglos XVIII y XIX los viajeros europeos quedaron fascinados por el exotismo de este país norteafricano y grandes escritores como Pierre Loti o Edmundo De Amicis nos legaron narraciones de viajes inolvidables. Mucho ha cambiado desde entonces y Marruecos es hoy un país con un grado de desarrollo medio pero sigue siendo un destino fascinante.

 

Figura 1. Calle de la medina de Tetuán

 

Iniciamos nuestro recorrido por tierras marroquíes en Tetuán, una ciudad típicamente mediterránea que durante toda la primera mitad del siglo XX fue la capital del protectorado español de Marruecos. Se halla recostada sobre la ladera de un monte a tan solo 9 km del mar y 39 km de Ceuta y es una excelente síntesis de lo que ocurre en muchos lugares de Marruecos en los que se mezclan de una forma muy original los elementos autóctonos con las influencias europeas. Las huellas dejadas por España a lo largo de la historia se aprecian no solo en los barrios más modernos edificados durante el protectorado sino en muchos comercios y en la persistencia de apellidos castellanos arabizados.

Tetuán es una ciudad muy agradable, con casas enjalbegadas que en muchas ocasiones nos recuerda a los típicos pueblos andaluces. Hay que apreciarla caminando por sus calles y ascendiendo hasta la alcazaba de los Adives que domina la ciudad desde lo alto y permite tener una vista de conjunto de los diferentes barrios y de los campos que la rodean.  

Lo más interesante para el visitante es sin lugar a duda la medina, la ciudad vieja que conserva todo el sabor tradicional de las intrincadas ciudades del Norte de África (figura 1). Con solo caminar unos metros dejamos la ciudad moderna y nos adentramos en un dédalo de callejuelas estrechas y retorcidas que nos transporta de golpe a un mundo lejano y a una época pretérita.     

La medina de Tetuán es un barrio pobre que no puede ocultar el deterioro producido por el paso del tiempo pero es también un lugar con un marcado sabor oriental y con un encanto muy particular, lo que le ha valido el reconocimiento como Patrimonio de la Humanidad. Pasear por estas calles angostas, descubrir las exiguas plazoletas, observar las puertas y ventanas, atisbar el interior de los comercios tradicionales es uno de esos placeres inolvidables que nos ofrecen ciertos viajes. Nos hallamos a unos pocos kilómetros de España en línea recta y sin embargo nos encontramos en otra época, como si hubiésemos viajado en el tiempo (figura 2).

Figura 2. Una mujer acude a la fuente en la medina de Tetuán

 

En Europa nos hemos acostumbrado a que los barrios antiguos de las ciudades han perdido su encanto y su sabor. Se han convertido en zonas turísticas en las que predominan los restaurantes y las tiendas de recuerdos. Son como museos al aire libre, bonitos y bien conservados pero artificiales y con escasa presencia de la vida local. Nada de esto ocurre en la medina de Tetuán, mucho más pobre pero plena de autenticidad. Aquí trabajan los artesanos como se hacía hace siglos, aquí juegan los niños en la calle como siempre se ha hecho y aquí los ancianos pasan el tiempo jugando a las cartas con pasión (figura 3). Existen proyectos para rehabilitar la medina, algo probablemente necesario pero que debe ser un estímulo adicional para aprovechar para recorrer sus callejuelas antes de que pierdan su encanto auténtico.

Dentro de la medina hay también una antigua mezquita muy bonita. Los “infieles” no estamos autorizados a penetrar en su interior pero desde la puerta podemos atisbar la riqueza de la decoración típicamente musulmana que nos evoca otros lugares tan cercanos a nosotros como la Alhambra de Granada (figura 4).

 

 

Figura 3. Jugando a las cartas en la calle

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 4. Entrando a la mezquita

 

Tetuán es la capital de una amplia comarca rural dedicada a la agricultura y al pastoreo. Una comarca también bastante montañosa, poco poblada y con un relieve notablemente abrupto. Una buena parte de la población de la región está compuesta por los rifeños, miembros de una etnia bereber asentados preferentemente en la parte septentrional de Marruecos. Los rifeños descienden de las montañas ataviados con sus vestimentas tradicionales para vender sus productos agrícolas en los mercados de la ciudad o directamente en puestos improvisados en las calles (figura 5). 

 

Figura 5. Mujeres rifeñas vendiendo verduras

 

Dejamos Tetuán tomando la carretera nacional 2 en dirección Sur. El paisaje del Rif es montañoso y escarpado. La carretera asciende, desciende y serpentea adaptándose a la accidentada orografía. Las montañas están rasgadas por barrancos y ríos que en ocasiones forman llamativos cañones (figura 6). El nuevo Marruecos ha construido en esta región embalses para almacenar el agua que, como en todo el Mediterráneo, cae con acusada irregularidad. En un par de horas, haciendo el recorrido con tranquilidad, llegamos a la ciudad de Chauen, un destino para mí especialmente atractivo porque desde pequeño había oído hablar con entusiasmo de las bellezas del lugar y nunca había venido a este rincón de Marruecos tan cercano a la Península. Tenía un cierto temor a que la visita defraudara un tanto las altas expectativas. Pero no fue así, sino todo lo contrario.

 

Figura 6. Paisaje rifeño

 

Chauen es otra de las ciudades marroquíes en las que influencia española está todavía muy presente. Aunque en el lugar había pequeños asentamientos anteriores, la ciudad fue propiamente fundada en el siglo XV por exiliados procedentes del Sur de España, por lo que no es de sorprender que el trazado de la ciudad recuerde al de muchos pueblos andaluces (figura 7). Cuando en 1956 se produjo el traspaso de la soberanía de la región a Marruecos, tras el periodo del protectorado español, fue precisamente en Chauen donde se celebró la ceremonia y se arrió la bandera española.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 7. Característica calle de la ciudad antigua de Chauen

 

La ciudad de Chauen está edificada en un fértil valle y sus barrios más antiguos se encaraman hacia lo alto por la ladera de la montaña, donde existen unos manantiales de agua que son esenciales para la vida de los habitantes. Vemos, por ejemplo, en la figura 8 a una mujer lavando la ropa en los lavaderos públicos, una imagen que ha desaparecido de nuestros pueblos y ciudades pero que era común es España hasta mediados del siglo XX, cuando el abastecimiento de agua corriente en los hogares empezó a ser casi general.  

Las callejuelas, estrechas y sinuosas, están flanqueadas por casas que en muchos casos se apoyan unas en otras formando arcos que confieren a las calles un aspecto original y casi hogareño. Las casas están enjalbegadas a la manera andaluza pero muchas de ellas, en vez del color blanco que habitualmente proporcionan el yeso y la cal, muestran tonos azules más o menos intensos, puros o mezclados con el blanco. De esta forma, la ciudad adquiere en conjunto una tonalidad azulada que es muy original y que produce un ambiente inconfundible que parece irreal (figura 9).

Figura 8. En el lavadero público (Chauen)

 

Chauen ha tenido para los musulmanes el carácter de ciudad sagrada por lo que durante siglos los extranjeros tenían prohibida la entrada. Este hecho ha contribuido a reforzar las características enigmáticas de la ciudad y ha permitido que sufriese pocas alteraciones a lo largo del tiempo y conservase su aspecto medieval que en la actualidad podemos disfrutar. A diferencia de la medina de Tetuán, que pese a su encanto transmite una sensación de pobreza y deterioro, en Chauen el predominio del color azul y la abundancia de flores en las casas resultan muy alegres y ofrecen rincones de una belleza singular (figura 10).

Figura 9. El color azul característico de Chauen

 

El centro neurálgico y comercial de la ciudad es la plaza de Uta al-Hammam, donde se encuentran también dos de los más importantes edificios, la alcazaba y la mezquita principal. Esta cuenta con una gran torre que resulta muy original por tener planta octogonal, algo inusual en Marruecos. La plaza es también un destacado punto turístico en que hay varios restaurantes, algunos muy agradables. Al igual que suele ocurrir en muchas ciudades españolas, la plaza es también lugar privilegiado para el encuentro, la conversación y el ocio de los habitantes de la ciudad. Siempre está muy concurrida y es un observatorio ideal para tomar el pulso a la ciudad y para asomarse a la vida diaria de los lugareños (figura 11).

 

 

Figura 10. Calle de Chauen ascendiendo por la ladera

Figura 11. Pintándose los brazos con alheña (henna) en la plaza Uta al-Hammam

 

Chauen pues, no defrauda. Por el contrario, es un lugar mágico que para quienes vivimos tan cerca es una visita que no deberíamos perdernos. Pero hemos de seguir nuestro camino hacia el Sur, hacia otra de las grandes ciudades imperiales y sagradas, Fez. La primera impresión es un tanto decepcionante. Fez es hoy una ciudad grande y moderna, con anchas avenidas y amplias plazas. Una ciudad con más de 2 millones de habitantes que poco tiene que ver con la idea romántica de estrechas callejuelas, zocos e imágenes tradicionales. Pero esta primera impresión es engañosa porque en Fez conviven tres ciudades muy diferentes: la Ciudad Nueva surgida durante la dominación francesa, la ciudad extramuros anterior al protectorado y la ciudad vieja amurallada (Fès el-Bali).

Afortunadamente nos alojamos en un Riad muy agradable y confortable y que, sobre todo, se encuentra muy próximo a una de las puertas de la muralla que dan acceso a la medina, la ciudad antigua (figura 12). Atravesar una de estas puertas es una vez más hacer de golpe un viaje al pasado y a un mundo completamente diferente. La medina de Fez es un territorio aparte, como si la muralla fuese una barrera infranqueable que impide que el interior y el exterior del recinto se pongan en contacto. Una ciudad cerrada que da lugar a la zona peatonal más extensa del mundo y en la que la vida parece haber sido congelada en tiempos pretéritos. Un lugar, sin embargo, lleno de vida y de actividad.

 

Figura 12. Puerta de Bab Chems, una de las que dan acceso a la medina de Fez

 

Frente a la idea que podemos tener de lo que es una ciudad antigua, frecuentemente un territorio de reducidas dimensiones, la medina de Fez es inmensa. Unas 500.000 personas habitan en las miles de estrechas callejas, callejuelas y plazoletas que forman una maraña laberíntica de grandes proporciones. La única forma de visitar este lugar único es perderse en su interior, dejarse llevar de un rincón a otro, observar la vida que bulle en este microcosmos, dejar que pasen las horas y al atardecer volver agotados a nuestro alojamiento.

La medina se originó en el siglo VIII, cuando la ciudad de Fez fue fundada por Mulay Idrís, uno de los grandes reyes que tuvo lo que hoy es Marruecos. Y cuando uno se adentra en este territorio singular tiene la sensación de que está contemplando unas formas de vivir y trabajar muy similares a las que probablemente se daban aquí hace mil años, en plena Edad Media. En una angosta callejuela nos cruzamos con un burro que avanza a toda velocidad cargado de pieles de oveja y que casi nos atropella. Las sanguinolentas pieles nos manchan de sangre al pasar a nuestro lado (figura 13).

 

 

 

 

 

 

 

Figura 13. Burro cargado de piles en la medina de Fez

La medina es también un enorme zoco lleno de comercios de todo tipo. Podemos encontrar alfareros, caldereros, comercios dedicados a los artículos textiles o para el hogar, los consabidos tenderetes de especias que desprenden aromas embriagadores y, por supuesto, tiendas de alimentación. Pero todo tiene ese aspecto pretérito que en muchos casos resulta irreal y nos sorprende con imágenes muy sugerentes. La penumbra que reina entre las abarrotadas callejas hace que no siempre sea fácil tomar fotografías de calidad, pero los atractivos son infinitos y en muchos casos sorprendentes, como el puesto de alimentación de la figura 14, en el que las cabezas de unas cadavéricas ovejas casi negras parecen mirarnos de forma insistente.

Figura 14. Patas y cabezas de oveja en un comercio de alimentación

 

Para el visitante la medina es un lugar caótico en el que es muy difícil orientarse pero en su interior existe una organización hasta cierto punto lógica, basada en el sistema tradicional de gremios. No solo existe una gran actividad comercial, sino que también perviven números talleres en los que los artesanos siguen produciendo los artículos tradicionales como se hacía en la época preindustrial. Es apasionante ver trabajar a los caldereros, a los zapateros, a los canteros, a los ebanistas y carpinteros como se hacía hace siglos. Pasear por el laberinto de la medina de Fez es como visitar un museo antropológico, solo que no es un museo artificial sino una ciudad real que vive y trabaja a su ritmo peculiar.      

Aunque en otros lugares de Marruecos se puede contemplar el trabajo de los curtidores de pieles, la curtiduría de la medina de Fez es particularmente impresionante por su tamaño, por la cantidad de colores que pueden verse en sus depósitos, por la cantidad de personas que allí trabajan y porque es posible observar todas las fases del proceso productivo (figura 15).

Figura 15. Vista parcial de las tinas de la curtiduría de la medina de Fez

El trabajo de la curtiduría es siempre impresionante. Docenas, si no cientos, de tinas llenas de líquidos hediondos de variados colores, en las que los hombres se introducen para limpiar, rascar, restregar, curtir y tintar pieles de ovejas o de otros animales. Unas pieles que proceden de animales desollados y que empiezan siendo unos despojos repugnantes para convertirse tras varias manipulaciones laboriosas en un bello cuero adecuado para producir bolsos, carteras, chaquetas y muchos otros productos de consumo. Una transformación sorprendente que se practica desde hace siglos y aquí se produce ante nuestros ojos asombrados (figura 16).    

 

 

 

Figura 16. Dos hombres tintan una piel ya curtida

 

Fez es también el principal centro cultural y religioso de Marruecos, un núcleo urbano que atrae a miles de estudiantes del árabe y de la región musulmana. La medina alberga pues en su interior diversos edificios destinados al culto o a la enseñanza que en algunos casos tienen un gran valor arquitectónico y son de una belleza impresionante. En general no es fácil visitarlos. Pueden estar cerrados, pueden estar prohibidos a los visitantes no musulmanes, etc. La estrechez de las calles hace difícil la visión de conjunto de los grandes edificios. Pero vale la pena intentar ver lo que se pueda porque algunos de estos edificios son increíbles.

Destaca ante todo la mezquita que es también mausoleo del rey fundador de la ciudad, Mulay Idrís, un lugar de culto muy venerado por los musulmanes y que nosotros no pudimos visitar porque estaba en obras. Existen también varias escuelas coránicas superiores (madrasas), algunas de las cuales son muy antiguas y de una belleza refinada. Las dos principales son la de Bou Inania y la de Attarine que cuentan con patios, cúpulas, artesonados y decoraciones de gran riqueza y que son muestras excelentes del arte árabe (figura 17).

 

 

Figura 17. Patio de la madrasa de Attarine

Desde Fez tenemos un largo trecho hasta Marrakech, otra de las ciudades imperiales marroquíes y sin duda la más conocida y turística del país. Se encuentra situada al pie del Atlas en un entorno que cuenta con muchos atractivos naturales. Mucho ha cambiado esta ciudad como consecuencia del progreso económico del país y de la avalancha de turistas que recibe. Ha perdido buena parte de su exotismo pero ha ganado mucho en cuanto a las infraestructuras disponibles. 

 

Marrakech cuenta con un gran número de alicientes pero mi lugar preferido es la plaza de la Djemaa el Fna, un enorme cuadrilátero en el que siempre hierve una gran multitud de personas y en el que las actividades van cambiando a medida que se mueve el sol. De día hay hormigueros de gentes que pasean, que charlan, que venden, que compran y que van de un sitio para otro. Hay transportistas, acróbatas, músicos, narradores de historias, timadores de todo tipo, guías, encantadores de serpientes (en sentido estricto y también en sentido metafórico), aguadores y muchos, muchos turistas. Un mosaico multicolor y variopinto que uno no se cansa de observar.

Por la noche la plaza se transforma. Muchos de los buscavidas siguen pululando por allí pero se instalan docenas de puestos de comida donde se puede encontrar todo tipo de alimentos, más o menos recomendables. El perímetro de la plaza está lleno de restaurantes y cafeterías pero la plaza misma se convierte en un inmenso comedero al que se acercan cientos o miles de personas. La Djemaa el Fna es siempre un espectáculo singular, uno de esos lugares que tienen una personalidad propia e inimitable (figura 18).

 

 

Figura 18. La plaza Djemaa el Fna por la noche

Marrakech dispone también del zoco más grande y famoso de Marruecos, un gran espacio comercial laberíntico donde cientos de comerciantes exponen y ofrecen las más variadas mercancías. Es difícil aventurarse en el zoco sin guía pues sus intrincados pasadizos y callejuelas nos desorientan constantemente y nos hacen temer que no seamos capaces de salir de semejante maremágnum. Para los amantes de las compras este zoco es un verdadero paraíso, tanto por la abundancia de las mercancías que se ofrecen como por la originalidad de muchos productos y porque los precios son bastante bajos en comparación con los europeos. Pero se trata de una tarea agotadora. Hay que estar dispuesto a pasar mucho tiempo entre los cientos de comercios, a discutir con vendedores muy pegajosos y a negociar con paciencia y tenacidad (figura 19).  

Figura 19. Un tintorero en el zoco de Marrakech

 

Dos edificios singulares hay en Marrakech que no podemos dejar de visitar. La Koutoubia, mezquita de los libreros, es una de las principales mezquitas de Marruecos. Construida en el siglo XII tiene el color rosado típico de la piedra de la región y cuenta con una torre o alminar que se parece mucho a la Giralda de Sevilla. Desgraciadamente, como es norma en las mezquitas marroquíes, los “infieles” no podemos acceder y hemos de contentarnos con ver el exterior del edificio. Sí podemos en cambio visitar la madrasa de Ben Youssef que data del siglo XVI y es la más grande de Marruecos. En sus austeras celdas podían alojarse hasta 900 estudiantes pero lo más interesante es el bonito patio interior.

En los alrededores de la ciudad se encuentran otros lugares de notable interés. Los jardines de la Menara fueron diseñados en el siglo XII y han sido históricamente un lugar de reposo y solaz de califas, sultanes y reyes. Sus estanques y pabellones ofrecen vistas muy sugerentes. La cercanía a la cordillera del Atlas permite disponer aquí de agua en abundancia y explica en parte la historia y el atractivo de esta bella ciudad.

Sin embargo, para mi gusto tienen menos atractivo que el famoso palmeral de Marrakech. Se trata de un gigantesco oasis de unas 13.000 hectáreas cubierto por cientos de miles de palmeras que en otro tiempo fue una de las principales fuentes de riqueza de la ciudad por la producción de dátiles y de madera. Desde el punto de vista ecológico es una gran riqueza en un país que en su mayor parte es muy árido. El palmeral se ha deteriorado gravemente en los últimos decenios porque el enorme atractivo del lugar se ha aprovechado para construir hoteles, residencias de lujo y campos de golf. No obstante, las grandes dimensiones del palmeral hacen que todavía sea una visita obligada y que puedan encontrarse rincones llenos de encanto que evocan la vida en los oasis del desierto.  

Dejamos Marrakech tomado la carretera nacional 9 hacia el Sureste en dirección al Atlas y a Uarzazate. A medida que nos adentramos en las montañas la carretera se hace más sinuosa y nos ofrece paisajes muy bonitos con pequeños pueblos recostados sobre las laderas. Necesitamos dos horas para alcanzar el puerto de montaña de Tichka a pesar de que está a tan solo 100 km de Marrakech. Es un importante paso en el Atlas a pesar de que su altitud supera los 2.200 metros. No puedo resistirme a comprar una de las atractivas piedras de colores que los lugareños extraen de las montañas y ofrecen a los visitantes. Es una piedra muy bonita, tanto que cuando al llegar al hotel intento limpiarla un poco me doy cuenta de que está pintada y destiñe. La clásica picaresca de los marroquíes es muy ingeniosa y es difícil no caer en alguna de las trampas que te tienden constantemente.

Descendiendo del puerto de Tichka en dirección Sureste llegamos al antiguo pueblo fortificado (o ksar) de Ait Ben Hadu, situado ya en la provincia de Uarzazate a orillas del pequeño río Ounila. Ait Ben Hadu es uno de los pueblos más bonitos y típicos de Marruecos. En tiempos antiguos fue un oasis al que llegaban las caravanas procedentes del desierto pero hoy es un pueblo casi abandonado. Está formado por casas hechas con adobe y con un diseño muy característico del Sur de Marruecos, rodeadas por una muralla también de adobe que estaba destinada a proteger a los habitantes y a sus cosechas de los frecuentes ataques de bandidos. El tipismo y el buen estado de conservación del pueblo ha hecho que fuese elegido para filmar en él películas tan célebres como Lawrence de Arabia y La joya del Nilo, entre otras (figura 20).    

Figura 20. Vista de Ait Ben Hadu

 

Hay que gozar de la vista de conjunto desde el otro lado del río, pasear por las callejas de Ait Ben Hadu contemplando la original arquitectura de sus casas y subir hasta lo alto de la fortaleza para contemplar las terrazas desde arriba. El pueblo está lleno de rincones interesantes y de imágenes que captar con la cámara. También de bellos edificios que dan testimonio de la prosperidad que tuvo otrora. Pero hay que apresurarse a visitarlo porque su futuro es incierto. Hoy, casi abandonado por sus habitantes, se mantiene como pueblo-museo gracias a los fondos que se aportan para conservarlo.

Llagamos por fin a Uarzazate, importante ciudad meridional de Marruecos que es la parada inevitable para adentrarse en el desierto del Sahara. Nosotros hemos de volver hacia el Norte y no podemos seguir por el camino del desierto. Pero hemos llegado hasta aquí para ver algunas de las casbas que son un elemento muy característico del lugar. En el Sureste de Marruecos se aplica el nombre de casba a grandes edificios, generalmente de planta cuadrada y con torres en las esquinas, fabricados en adobe. Podían tener diversas finalidades pero en su mayor parte eran viviendas de familias poderosas que tenían también una función defensiva.

Aunque las casbas de la región no son muy antiguas pues datan en su mayor parte del siglo XVIII son un tipo de construcción muy atractivo por su singularidad y porque presentan un curioso contraste entre su tamaño grandioso y la sencillez de los materiales constructivos que los forman (figura 21).

 

 

Figura 21. Típica casba del Sureste marroquí

Iniciamos nuestro camino de retorno a casa tomando dirección Norte pero todavía tenemos que visitar algunos lugares importantes. Nuestro siguiente destino es Mequinez, otra de las ciudades imperiales de Marruecos y también una de las más ricas puesto que se halla situada en una de las mejores regiones agrícolas del país. Como en otras ciudades que hemos visto, se encuentran dos ciudades completamente diferentes: la ciudad vieja o medina y la ciudad moderna. En este caso están separadas por el río Boufekrane.

Aunque Mequinez es una ciudad antigua y en ella quedan restos de siglos anteriores, el apogeo de la ciudad se produjo en los siglos XVII y XVIII cuando fue capital imperial bajo el gobierno de Mulay Ismael. Algunos de los monumentos más relevantes datan de esa época, como es el caso del mausoleo del sultán. Destacan también los monumentos de tipo religioso, como la mezquita Nejjarine, del siglo X, la Gran Mezquita, del siglo XI, y la madrasa Bou Inania, del siglo XIV. Como en otros casos, solo podemos acceder a la madrasa, que es similar a las vistas en otras ciudades y en la que destaca el bello patio interior con una rica decoración de arcos, mocárabes, fuentes y azulejos (figura 22).

 

Figura 22. El patio de la madrasa de Bou Inania en Mequinez

 

Mequinez es una ciudad muy interesante y tiene muchos monumentos históricos que merece la pena visitar pero en mi opinión sus encantos palidecen un tanto cuando hemos visitado otras ciudades marroquíes como Tetuán, Chauen, Fez y Marrakech, que presentan unos contrastes más acusados y parecen tener una personalidad más singular y marcada.

Tal vez lo más llamativo en esta ciudad sean las puertas monumentales  mandadas construir en los siglos XVII y XVIII por Mulay Ismael. La más famosa es la puerta de Bab Mansour, también la más grandiosa de las que existen en Marruecos y en el Norte de África (figura 23). Es una gran puerta de casi 20 metros de altura con arcos de herradura profusamente decorados que contienen diversas citas del Corán y en la que destacan bellísimos azulejos de colores blancos y verdes. El buen estado de conservación de la puerta contribuye a su atractivo.

Figura 23. La impresionante puerta de Bab Mansour en Mequin

La puerta une la medina con la gran plaza principal de la ciudad que, sin tener el encanto de la Djemaa el Fna de Marrakech, cumple una función similar. Hay en ella una cantidad de restaurantes y de puestos callejeros y al anochecer se da cita en este lugar una multitud variopinta y abigarrada que se dedica a comprar, vender, comer y, sobre todo, vagar y charlar. El espectáculo de este enjambre humano a la pálida luz de la luna y a los pies de la gran puerta es especialmente sugerente (figura 24).

 

 

Figura 24. La puerta de Bab Mansour al anochecer

 

Aunque la puerta de Bab Mansour es sin duda la más impresionante, la muralla de Mequinez cuenta con otras entradas que son también muy bonitas. Personalmente me gusta mucho la de Bab Berdaine, también muy bien conservada y hoy encuadrada por una vegetación que realza su belleza (figura 25).

 

 

 

 

Figura 25. La puerta de Bab Berdaine

 

Hay una anécdota muy curiosa que relaciona a Mequinez con Madrid y que ilustra muy bien tanto la cercanía existente entre España y Marruecos como la conflictividad que a lo largo de la historia ha existido entre los dos países. En Madrid es muy venerada la imagen de Jesús de Medinaceli, un Cristo tallado en Sevilla a principios del siglo XVII y que fue llevado a Marruecos a la plaza fuerte de la Mamora. Este enclave español fue conquistado por Muley Ismael en 1681 y la imagen de Cristo fue trasladada a Mequinez donde fue objeto de todo tipo de profanaciones, ultrajes y vejaciones antes de ser abandonada en un muladar. Los Trinitarios, que se habían dedicado tradicionalmente al rescate de cautivos, rescataron al Cristo, entre otros cristianos capturados por Mulay Ismael, como si fuese un cautivo más, pagando por él el precio de su rescate en monedas de oro.

 

A unos 30 km de Maquinez visitamos los restos de la antigua ciudad romana de Volubilis, otra grata sorpresa. Parece que esta ciudad fue construida por los cartagineses en el siglo III a. de C. y que en época romana alcanzó una gran prosperidad como consecuencia de practicar un activo comercio de trigo, aceite y animales destinados a los circos. Su declive empezó cuando Diocleciano decidió abandonar los territorios situados al Sur de la actual Larache pero el golpe de gracia se lo proporcionó Mulay Ismael que desmanteló lo que quedaba para reaprovechar los nobles materiales romanos en las construcciones de su nueva capital de Mequinez.

 

Nos hemos acostumbrado a ver ruinas romanas grandiosas y sabemos del poderío y la organización de que hizo gala aquel imperio sin par pero a mí siempre me sorprende la extensión que llegó a tener en tiempos tan remotos, la inconfundible homogeneidad de las ciudades romanas y la calidad de sus construcciones, que ha permitido que llegasen hasta nuestro tiempo cuando muchas civilizaciones posteriores apenas han dejado rastros (figura 26).

 

 

 

 

 

 

Figura 26. Las cigüeñas anidan en las ruinas de Volubilis

Volubilis es un lugar bastante remoto al que acuden pocos turistas. Tuvimos la suerte de recorrer los restos de la ciudad una mañana primaveral, fresca pero clara, completamente solos. Pudimos recrearnos en los detalles decorativos de los diferentes edificios y en particular en la contemplación de los bellos mosaicos que sorprendentemente siguen decorando los suelos de muchas estancias, desafiando a las inclemencias del tiempo y al paso de los siglos (figura 27).

 

 

 

Figura 27. En Volubilis quedan restos de preciosos mosaicos

Los impresionantes restos de Volubilis yacen ahora casi abandonados en medio de una feraz campiña dedicada a la agricultura. A unos pocos kilómetros de distancia, apoyada contra la ladera de una montaña, se divisa la ciudad de Mulay Idrís, donde se encuentra el santuario erigido en honor de Idrís I. El bonito arco triunfal de Volubilis (figura 28) se abre hoy a un amplio horizonte campestre y resulta una metáfora ilustrativa de lo que implica el paso del tiempo. Tempus fugit…  

 

 

 

 

Figura  28. El arco de triunfo de Volubilis, abierto al campo

Terminamos nuestro recorrido por tierras marroquíes en Tánger, otra ciudad muy cercana a nuestro país y con la que han existido estrechos lazos históricos. Como consecuencia de su privilegiada ubicación y su excelente puerto, Tánger ha tenido una historia que se remonta a tiempos muy remotos y que ha sufrido numerosos avatares. Ya en los siglos VI a IV a. de C. fue un importante enclave comercial de fenicios y cartagineses. En época de Calígula fue la capital de la provincia romana llamada Mauretania Tingitana.  

Después de romana fue visigoda, bizantina, árabe, perteneció a la taifa de Málaga, fue ciudad independiente, fue portuguesa, española y británica. Durante el siglo XX tuvo el estatus de ciudad internacional bajo la administración de nueve países, entre ellos España. Hasta 1960 no se integró de forma completa y definitiva en el reino de Marruecos. Una historia increíble.

En 1283 nació en Tánger uno de sus hijos más famosos, el viajero, geógrafo y escritor Ibn Battuta, el equivalente a Marco Polo en el mundo árabe. Parece que llegó a la China y es posible que su recorrido fuese más largo que el del famoso viajero veneciano. Los escritos en que narra sus aventuras son muy interesantes. En Tánger se puede visitar el lugar en el que se supone que reposan los restos de este gran viajero (figura 29).

 

 

 

 

Figura 29. Tumba de Ibn Battuta en Tánger

 

Tánger es hoy una ciudad moderna y dinámica que está cambiando a una gran velocidad. Una ciudad con un puerto muy activo que aspira a convertirse en uno de los más importantes del Mediterráneo. Una ciudad que vive en gran medida del turismo y que tiene grandes alicientes: restos antiguos, grandes playas, un clima excelente, aeropuerto, un puerto muy activo, etc. No es de extrañar que muchos personajes afamados y adinerados se hayan construido lujosas residencias en los alrededores de esta ciudad.

La ciudad antigua, asentada sobre un elevado promontorio y protegida por grandes murallas, sigue guardando un incomparable sabor marroquí, con estrechas callejuelas, bellos rincones, y recoletas plazoletas (figura 30).

 

 

 

 

 

 

 

Figura 30. Paseando por la medina de Tánger

 

Sin embargo, a solo unos minutos caminando desde la medina está la otra Tánger, la moderna, la ciudad industrial y comercial que vive del turismo y del comercio. Una ciudad ante todo abierta al Mediterráneo, al mar que ha hecho su historia a lo largo de los siglos, desde su origen mitológico. Al mar que es su riqueza y que ha justificado la ambición de cuantos pueblos han deseado controlar su puerto en todas las épocas. La visión nocturna de la impresionante playa (figura 31) es un documento elocuente de la belleza de esta ciudad sorprendente. Es también un colofón adecuado a este relato. España está justo al otro lado de ese estrecho brazo de mar. Tan cerca y tan lejos.

 

 

Figura 31. Vista nocturna de la playa de Tánger

Figura 1 Marruecos_2014_1_Tetuán (4b).jp
Figura 2 Marruecos_2014_1_Tetuán (17).jp
Figura 3 Marruecos_2014_1_Tetuán (10).jp
Figura 4 Marruecos_2014_1_Tetuán (31).jp
Figura 5 Marruecos_2014_1_Tetuán (43).jp
Figura 6 Marruecos_2014_1_Tetuán (56).jp
Figura 7 Marruecos_2014_2_Cháuen (49).jp
Figura 8 Marruecos_2014_2_Cháuen (30).jp
Figura 9 Marruecos_2014_2_Cháuen (25).jp
Figura_10_Marruecos_2014_2_Cháuen_(46).j
Figura_11_Marruecos_2014_2_Cháuen_(51).j
Figura 12 Marruecos_2014_3_Fez (28).jpg
Figura 13 Marruecos_2014_3_Fez (54).jpg
Figura 14 Marruecos_2014_3_Fez (21).jpg
Figura 15 Marruecos_2014_3_Fez (71).jpg
Figura 16 Marruecos_2014_3_Fez (61).jpg
Figura 17 Marruecos_2014_3_Fez (51).jpg
Figura 18 1990_12_Marrakech (14).jpg
Figura 19 1990_12_Marrakech (33).jpg
Figura 20 1990_12_Marrakech (23).jpg
Figura 21 1990_12_Marrakech (16).jpg
Figura 22 Marruecos_2014_4_Meknes (14).j
Figura 23 Marruecos_2014_4_Meknes (12).j
Figura 24 Marruecos_2014_4_Meknes (26).j
Figura 25 Marruecos_2014_4_Meknes (24).j
Figura 26 Marruecos_2014_5_Volubilis (15
Figura 27 Marruecos_2014_5_Volubilis (26
Figura 28 Marruecos_2014_5_Volubilis (6)
Figura 29 Marruecos_2014_7_Tánger (5).jp
Figura 30 Marruecos_2014_7_Tánger (8).jp
Figura_31_Marruecos_2014_7_Tánger_(13).j
JPB_perfil.JPG
Sobre mí

Bienvenido a mi sitio web de viajes

En este sitio quiero compartir con los amantes de los viajes, también con los que son renuentes a realizarlos, algunas experiencias y fotografías sobre algunos de los viajes más interesantes que hemos tenido la suerte de realizar.

Todo viaje a un país desconocido es una experiencia intensa que te hace sentirte vivo y te enriquece, pero en algunos casos la distancia, la sorpresa, el exotismo o la belleza del lugar hacen que esa experiencia sea algo especialmente memorable.

Jaime Pereña Brand

Madrid, 2020

 

jpb_countries_load.png
bottom of page