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Etapa 11ª. Rabanal del Camino-Molinaseca

Etapa muy tradicional y bonita, aunque larga y dura. Una vez más, es difícil saber la verdadera distancia recorrida: 24,5 km según mi guía; 27 km según otras. Al salir de Rabanal iniciamos la subida a la mítica Cruz de Fierro. Tras una ascensión de dos horas y haber superado un desnivel de 400 metros llegamos a Foncebadón, lugar donde millones de peregrinos han encontrado albergue y refugio a lo largo de los siglos (figura 36). Es un pequeño pueblo de montaña, lleno de encanto y de recuerdos del Camino. Las vistas desde este lugar, que es el más alto de todo el Camino a excepción de los Pirineos (1.540 m.), son espectaculares. El día es claro y soleado y la vista del peregrino abarca cientos de kilómetros a la redonda. ¡Qué cambio más radical en el paisaje! Hace un par de días estábamos todavía en las llanuras sin fin de Castilla. Tomas conciencia de cómo vas avanzando, aunque a veces parezca que casi no progresas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 36. La llegada a Foncebadón

Y unos pocos metros más allá aparece, por fin, la ansiada Cruz de Fierro. Podemos aquí reproducir las palabras escritas por Castillo Solórzano hace cuatro siglos: Ellos que habían subido a la cumbre del áspero puerto del Rabanal, topáronse en el primero llano con la Cruz de Ferro, tan nombrada de los que caminan por aquella tierra, y hallando buena ocasión Marcos, que la había visto otra vez que se le ofreció ir a Astorga, dijo a su compañía: -Dominga; ésta es aquella Cruz de Ferro tan conocida de todos los de nuestra tierra, a quien las doncellas de allá, que pasan por aquí, hacen su oración, pero no el voto que dicen, de no volver como pasaron.

Se trata de un monumento en el que sobre un montículo de piedras hay un largo mástil de madera y en su extremo una cruz de hierro, actualmente una réplica moderna del original que se encuentra en el museo de Astorga. Según la tradición, la cruz fue instalada por el abad Gaucelmo en el siglo XI, probablemente sobre un monumento anterior dedicado a Mercurio.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 37. La Cruz de Fierro 

 

Después de pasar un rato en este lugar tan especial, y de hacer varias fotos (figura 37), inicio el camino de descenso hacia Molinaseca. Nos han hablado de la subida a Foncebadón y de la emoción de ver la Cruz de Fierro, pero no de la bajada. Así que me pilla de sorpresa la dureza y la longitud de este tramo de bajada. Se trata en efecto de una bajada de unos 20 kilómetros, con un desnivel de 1.000 metros y con muchos tramos por caminos angostos y llenos de piedras. Un duro descenso que no se acaba nunca (figura 38).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 38. Larga, dura y bonita bajada hasta Molinaseca

 

Atravesamos Manjarín, que se ha convertido en un lugar de refugio bastante “hippie”, y por el bonito pueblo típico de El Acebo, que conserva una gran cantidad de casas típicas y un ambiente muy auténtico de peregrinaje, montaña y acogida (figura 39). El Acebo resulta una parada casi inevitable para descansar, volver a almorzar, reponer fuerzas y tomar algunas fotografías. No debemos olvidar que, pese al cansancio que ya se acumula en nuestras piernas, todavía quedan 8 km de continua bajada antes de llegar a Molinaseca.  En El Acebo conozco a una chica finlandesa que está haciendo el Camino por segunda vez.

 

 

 

 

Figura 39. Travesía de El Acebo

 

Por fin llego a Molinaseca, atravesando su puente románico. Es un pueblo bonito y bastante turístico. El albergue privado de Santa Marina está muy bien. Es nuevo y agradable aunque después de una jornada tan larga se hace duro llegar allí porque está a la salida del pueblo.

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En este sitio quiero compartir con los amantes de los viajes, también con los que son renuentes a realizarlos, algunas experiencias y fotografías sobre algunos de los viajes más interesantes que hemos tenido la suerte de realizar.

Todo viaje a un país desconocido es una experiencia intensa que te hace sentirte vivo y te enriquece, pero en algunos casos la distancia, la sorpresa, el exotismo o la belleza del lugar hacen que esa experiencia sea algo especialmente memorable.

Jaime Pereña Brand

Madrid, 2020

 

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