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Brasil

Como la India, Estados Unidos, China o Rusia, Brasil es otro de esos países-continentes casi inabarcables. Tiene una superficie que es nada menos que 17 veces la de España con una población de poco más de 200 millones de habitantes, por lo que grandes zonas del país están muy escasamente pobladas.

Para mí, que no en vano tuve una abuela brasileña, ha sido un país que siempre ha ejercido una fascinación especial, un territorio al que he tenido la fortuna de viajar varias veces pero que me resulta todavía incomprensible y desconocido. Cuando en 1980 hice mi primer viaje a ultramar, el destino no podía ser otro que Brasil. Después, he podido visitar varios lugares del país, pero todavía solo conozco una mínima parte de su inmenso territorio.

Por ello, me limitaré aquí a dar unas pinceladas un tanto desordenadas y a citar algunos de los lugares de Brasil que más me han gustado, una selección fragmentaria, pero espero que representativa.

Entramos en Brasil por la puerta grande, para ver una de las más bellas maravillas naturales del mundo, las cataratas de Iguazú. El río Iguazú nace en la Serra do Mar y, tras un largo recorrido de 1.300 km, desemboca en el Paraná. Unos pocos kilómetros antes de su desembocadura el río Iguazú se ensancha en un amplio terreno llano para a continuación estrecharse y precipitarse por un cañón de paredes de basalto, formando un increíble espectáculo para los sentidos (figura 1).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 1. Las cataratas de Iguazú

 

El río Iguazú separa en este lugar a Brasil de Argentina, aunque también está muy próxima la frontera con Paraguay. La belleza de este accidente natural merece (más bien exige) una visita detenida, disfrutando de las vistas tanto desde el lado argentino como desde el brasileño. Aunque la mayor parte de los 275 saltos de agua que componen estas gigantescas cataratas se encuentran en territorio argentino, a mí me gustan más las vistas desde Brasil, que permiten una visión más próxima y un acercamiento a la Garganta del Diablo, el salto de agua más alto (82 metros) y más caudaloso. 

La frondosa vegetación tropical de la región y la curiosa fauna que habita alrededor de las cataratas (vencejos, tucanes, coatíes, mariposas, etc.) contribuyen no solo a realzar la belleza del lugar sino a conferirle un halo de lejanía, de misterio y de naturalidad especialmente llamativo.

Las cataratas de Iguazú son un destino único que justifica por sí mismo un viaje. El placer de pasear por sus alrededores, de ver las luces cambiantes a lo largo del día, de dejarse mojar por el vapor de agua que surge de las grandes caídas, de oír el trueno del agua al rebotar contra el basalto y de contemplar el grandioso espectáculo desde ángulos diferentes, es un placer difícilmente superable.

Las cataratas de Iguazú debemos contemplarlas tanto desde el suelo, como desde el agua y desde el aire. Cada experiencia es única y diferente. El acercarse a la base de la caída de agua navegando en una embarcación zarandeada por la fuerza de las aguas es sobrecogedora e inolvidable. Pero en este caso es también muy recomendable la vista aérea desde helicóptero. Podemos entonces contemplar la planicie cubierta de vegetación tropical exuberante que surca perezosamente el Iguazú y cómo de repente la masa de agua se desploma estrepitosamente en el gran escalón de basalto formando una extensa cortina de agua y espuma. Una vista no menos sobrecogedora y no menos inolvidable (figura 2).

 

Figura 2. Las cataratas de Iguazú desde el aire

 

Si Iguazú es una muestra destacada de un lugar esencialmente natural, el polo opuesto es la ciudad de San Pablo (o São Paulo), una inmensa megalópolis que alberga en su área metropolitana a más de veinte millones de personas. San Pablo tiene mala fama, no solo por ser una jungla de asfalto en un país pleno de bellezas naturales, sino por su ritmo frenético y su ambiente caótico. Pero también es el motor económico de una potencia emergente como es Brasil. Es el primer centro financiero, la ciudad más rica y la mejor ciudad para hacer negocios de Latinoamérica.

Tuve la ocasión de trabajar algún tiempo en esta gran ciudad en los años ochenta del pasado siglo y puedo decir que, pese a su enorme tamaño, es una ciudad llena de alicientes y con muchos atractivos, aunque es cierto que hay que tener cuidado con la inseguridad y que es una urbe un tanto caótica para nuestros gustos. Recuerdo una anécdota que me ocurrió una noche en la que con otros dos compañeros de trabajo acudimos a un espectáculo típico, de esos en los que las “mulatinhas” brasileñas exhiben sus encantos bailando las típicas sambas. Al terminar, tomamos un taxi para que nos llevase al hotel, que estaba bastante lejos. Tomamos la gran avenida Paulista y el taxista puso el coche a 100 km/hora. No aminoró la velocidad hasta que llegamos al hotel. Recorrimos kilómetros sin detenernos, superando docenas de cruces y pasando a la misma velocidad los semáforos en rojo que los que estaban en verde. Pasamos un miedo cerval. Al parar aliviados, uno de mis amigos se despidió del taxista sentenciando: “Usted no va a llegar a viejo”.

Es llamativo (y triste) que la mayoría de los españoles no sepan que esta enorme y pujante megalópolis fue fundada por un misionero jesuita español, José de Anchieta, natural de San Cristóbal de la Laguna en Tenerife. Aquí fundaron los jesuitas un colegio para educar y evangelizar a los indígenas, que fue el germen de la actual San Pablo. El padre Anchieta fue canonizado por el papa Francisco en 2014 (figura 3).

 

 

 

 

 

Figura 3. Estatua de José de Anchieta en San Pablo

 

San Pablo es una ciudad contradictoria, apabullante en una impresión superficial, pero una ciudad potente, dinámica, llena de vida y con no pocos alicientes. Partiendo de San Pablo es sumamente interesante el recorrido de San Pablo a Río de Janeiro en coche siguiendo la ruta de la costa. De San Pablo hay que ir primero a la ciudad de Santos, una industriosa ciudad costera y un importante puerto comercial que da servicio a la urbe de San Pablo. Es un excelente puerto natural que se ha convertido en uno de los principales puertos comerciales de América.

Pero lo que más nos interesa es el recorrido por la costa a partir de Santos. La carretera 101 va pegada a la costa y pasa por una serie de pueblos que todavía mantienen un sabor tradicional y por paisajes de una gran belleza, por no mencionar las excelentes playas que hay en el camino. La carretera ha mejorado sensiblemente, como es lógico, pero la primera vez que hice este recorrido en 1982 había que cruzar un río en un transbordador en las cercanías de Bertioga y había tramos en los que se conducía directamente sobre la arena de unas inmensas playas de arena dura. Si tenemos tiempo, en San Sebastián podemos tomar un barquito para visitar la isla de Ilhabela, una isla casi deshabitada que hace honor a su nombre (bella).    

En buena parte del recorrido las montañas llegan hasta la costa y están cubiertas de una vegetación exuberante, por lo que las playas que nos encontramos ofrecen paisajes increíblemente bonitos. Tal es el caso, por ejemplo, de Caraguatatuba y de Ubatuba (figura 4).

 

Figura 4. Paisaje de la costa entre Santos y Río de Janeiro

 

A unos 250 km de Río de Janeiro se encuentra Paraty, un pueblo turístico que está creciendo mucho pero que todavía cuenta con numerosas casas tradicionales y ofrece vistas panorámicas muy bonitas a la orilla del mar (figura 5). Y así, tras pasar Angra dos Reis, llegamos a Río de Janeiro, la que fuera capital del país hasta mediados del siglo XX.

 

 

Figura 5. Vista parcial de Paraty

 

¿Y qué decir de Río de Janeiro, tal vez una de las ciudades del mundo con una ubicación más bella y también una de las ciudades con más contrastes y contradicciones? Es sin duda una ciudad con unos rasgos y una personalidad muy peculiares, que a casi nadie dejan indiferentes. Ello es particularmente cierto en mi caso que, por tener una abuela carioca, desde pequeño oí hablar con entusiasmo de Río.

Destaca ante todo el entorno excepcional que tiene esta ciudad, que aprovecha las ventajas de la gran bahía de Guanabara para asomarse al Atlántico desde una situación protegida de la furia del océano. La bahía de Guanabara, a su vez, está rodeada de montañas relativamente elevadas que llegan hasta la orilla del mar. El pico de Tijuca, que alberga el que tal vez sea el mayor parque urbano del mundo, supera los 1.000 msnm. El Bico do Papagaio tiene 975 metros y el famoso Corcovado que domina la ciudad se eleva hasta los 704 metros. El Pan de Azúcar, a la entrada de la bahía y en pleno centro de la ciudad, tiene 395 metros de altitud. Además, el territorio que rodea a la ciudad está cubierto de una espesa y exuberante vegetación, en parte tropical y en parte atlántica. El cuadro inigualable de este emplazamiento se completa con la existencia de varias islas: Gobernador, Paquetá, Fundao, etc. Este entorno único se aprecia, por ejemplo, en la figura 6, en la que aparece en primer término la playa de Botafogo y en segundo plano el Pan de Azúcar, uno de los rasgos más característicos de la ciudad y también uno de sus mayores atractivos turísticos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

Figura 6. Río de Janeiro: Playa de Botafogo y Pan de Azúcar

 

El crecimiento vertiginoso que ha experimentado Río de Janeiro durante el siglo XX, periodo en el que la población de la ciudad se ha multiplicado casi por diez, ha hecho que la ciudad se desbordase y fuese extendiéndose hacia el interior y a lo largo de la costa convirtiendo en urbanos muchos terrenos que hasta hace poco eran playas desiertas y bosques forestales.

Así, la de Botafogo fue antaño la playa principal de la ciudad, situada muy cerca del centro histórico. Durante buena parte del siglo XX la gran playa de Río de Janeiro fue la de Copacabana, un inmenso arenal de cuatro kilómetros de longitud y gran anchura. Es sin duda una de las playas más famosas del mundo y el principal lugar de reunión de la ciudad. Aquí se reúnen los cariocas y los turistas no solo para bañarse sino también para pasear, para hacer deporte, para hablar, para bailar… y hasta para hurtar lo que se pueda. A pesar del crecimiento de la ciudad hacia otras playas, Copacabana sigue siendo uno de los mayores atractivos de Río y un lugar donde el tiempo se pasa sin darte cuenta (figura 7).

Figura 7. Vista parcial de la playa de Copacabana

 

El desarrollo urbano de la ciudad hacia el Sur ha ido incorporando progresivamente las playas de Ipanema, Leblón, San Conrado… En el caso de Ipanema, cuyo desarrolló comenzó a mediados del siglo XX, la música, que es sin duda uno de los grandes activos de Brasil, contribuyó a que esta playa se hiciese famosa en todo el mundo. Tom Jobim compuso la música y Vinícius de Morais escribió la letra de la Garota de Ipanema, una bossa nova que fue un éxito mundial y, al mismo tiempo, rendía tributo al culto que muchos brasileños profesan al cuerpo humano (figura 8):

Moça do corpo dourado, do sol de Ipanema

O seu balançado é mais que um poema

é a coisa mais linda que eu já vi passar.

 

 

Figura 8. “Garotas” en la playa de Ipanema

 

Los alicientes de Río de Janeiro no son únicamente sus excelentes playas, ni mucho menos. Podemos visitar bonitas iglesias como la Candelaria, la iglesia de Nuestra Señora del Monte del Carmen y la moderna catedral metropolitana, una espectacular estructura en forma de tronco de cono y con vidrieras que hacen que al filtrarse los rayos del sol el interior se ilumine con diversos colores.

Son numerosas las excursiones que merecen la pena en los alrededores de la ciudad. En el interior de la bahía de Guanabara se encuentra la isla de Paquetá, un remanso de paz muy próximo a la gran urbe, y algo más lejos están las islas llamadas Tropicales. A 75 km de distancia por carretera está la ciudad de Petrópolis, bonita ciudad conocida como “ciudad imperial” porque en este lugar, más alto y fresco que Río, los emperadores de Brasil Pedro I y Pedro II construyeron sus residencias veraniegas.

Las alturas que rodean Río de Janeiro, junto con la espectacular orografía de la bahía de Guanabara y sus alrededores, ofrecen vistas de una belleza sorprendente. Todas son parecidas pero todas son diferentes. El Pan de Azúcar, situado entre las playas de Botafogo y Copacabana ofrece vistas espectaculares sobre la bahía y sobre la ciudad. En particular al anochecer, cuando el sol se pone detrás del Corcovado, los colores y las luces son mágicos. El Corcovado, coronado por la impresionante estatua del Cristo Redentor que contempla la ciudad con los brazos abiertos, está en la actualidad rodeado en gran parte de construcciones y permite ver una gran parte del territorio como si lo contemplásemos desde un avión o sobre un mapa. Desde este mirador excepcional veremos la bahía, las playas, los barrios de negocios, el estadio de Maracaná, el aeropuerto y las playas, pero también los grandes barrios de favelas que se arraciman en las laderas y que son la cruz de esta gran urbe.

El inmenso parque nacional de la Tijuca tiene casi 4.000 hectáreas y es en la actualidad un precioso parque urbano situado en un terreno muy montañoso y con una vegetación exuberante. Es una visita obligada desde la que se obtienen panorámicas espectaculares de Rio y de la bahía de Guanabara. La más famosa es la Vista Chinesa, pero hay varios otros miradores a cual más bonito (figura 9).

 

 

Figura 9. Vista panorámica desde uno de los miradores del parque de la Tijuca

 

Aunque podríamos detenernos indefinidamente en Río de Janeiro, este rápido recorrido por Brasil nos obliga a buscar otros destinos. Tenemos que abandonar la cidade maravilhosa. y volamos a la que la sustituyó como capital de Brasil. La idea de que Brasil tuviese una nueva capital, alejada del mar y con una localización más central en el inmenso territorio brasileño, no era nueva. Ya desde el siglo XIX hubo proyectos en ese sentido, pero la construcción de Brasilia no comenzó hasta 1956 y solo en 1960 se convirtió en la capital de Brasil. Cuando visité la ciudad en 1980 era pues una ciudad de muy reciente construcción y todavía muy pequeña. Me pareció bastante desangelada y me defraudó un tanto, aunque el tiempo lluvioso que me acompañó dificultaba la visita a una ciudad con grandes avenidas y extensas plazas y explanadas.

El urbanista principal fue Lúcio Costa y el famoso arquitecto Óscar Niemeyer proyectó algunos de los principales edificios. La planta de Brasilia se asemeja a un inmenso avión, con las avenidas que corresponderían a las alas con forma curva y con el centro neurálgico del país en la cabina: la plaza de los Tres Poderes, así llamada porque en ella se encuentran el Congreso, el Tribunal Supremo y el palacio presidencial. Dos hechos muy originales son lo más destacable de Brasilia. En primer lugar, su peculiar urbanismo, surgido de una planificación hecha desde cero y tratando de concebir una ciudad muy amplia, con grandes avenidas, con extensos espacios verdes, con viviendas racionales de escasa altura, etc. Todo esto suena muy bien pero todo ello hace también que las distancias sean muy grandes y que sea muy difícil caminar por la ciudad. Hay que moverse en coche, casi inevitablemente.

Sin embargo, lo más interesante es el conjunto de magníficos edificios oficiales que se construyeron, edificios proyectados con las comodidades del siglo XX y con un diseño a la vez funcional, de gran belleza y con notable simbolismo. Algunos de estos edificios son obra del genio de Óscar Niemeyer, pero otros muchos arquitectos relevantes dejaron aquí su huella. Son especialmente destacables la bellísima catedral, el palacio del Congreso Nacional, el palacio de Alvorada (residencia del presidente de Brasil), el palacio de Itamaraty (Ministerio de Asuntos Exteriores), el Museo Nacional y el palacio del Tribunal Supremo (figura 10).

 

Figura 10. Vista parcial del palacio del Tribunal Supremo (Brasilia)

 

No sé si Brasilia será una ciudad cómoda para vivir, pero lo que es innegable es que se trata de un imponente museo al aire libre de la arquitectura del siglo XX.

Si Brasilia es la última capital de un país que ha tenido varias, la primera fue Salvador de Bahía. Si Brasilia es el símbolo del Brasil moderno, el santuario de la arquitectura de vanguardia del siglo XX, Salvador es la tradición, la ciudad colonial y la cuna de Brasil. Si visitamos, como yo hice la primera vez, estas dos ciudades una después de la otra el contraste es muy chocante, es que su hubiésemos cambiado de país (o de continente), es como si hubiésemos retrocedido unos siglos en el tiempo.

El estado de Bahía es uno de los veintiséis estados de que consta Brasil y sin duda el que cuenta con una mayor proporción de negros y mulatos. Un estado en el que, pese a los siglos transcurridos, están muy presentes las huellas de sus lejanas raíces africanas. Un estado con una marcada cultura propia que hasta cierto punto se ha identificado con la cultura brasileña en su conjunto. Un estado conocido por sus escritores, sus poetas, mus músicos, y también por sus fiestas. No es de extrañar, por tanto, que la capital del estado haya sido conocida como Capital de la Alegría e incluso como la Roma Negra.

Mi interés por conocer este estado, y en particular su capital, Salvador de Bahía, bautizada por sus primeros colonos con el muy religioso nombre de São Salvador da Bahia de Todos os Santos, era mucho desde mis años mozos. Cuando la visité por primera vez en 1980 no me defraudó; por el contrario, se acrecentó mi deseo de poder visitarla con mayor detenimiento.

Como Río, Salvador es una ciudad compleja y llena de contrastes. También situada en un bello entorno, a orillas de un océano Atlántico que aquí se muestra bastante movido y peligroso. Pero a diferencia de aquella, esta ciudad ha sido más pobre y ello ha favorecido que se mantuviesen mucho más vivas y visibles las huellas de su pasado colonial. Uno de los ejemplos más destacados es la catedral, situada en la preciosa placita del Terreiro de Jesús (figura 11). Una vista que parece haber sido tomada en Lisboa o en Oporto y no en Sudamérica. La catedral actual fue la antigua iglesia del colegio de los jesuitas y fue construida en el siglo XVII con el inconfundible estilo del barroco portugués.

 

 

Figura 11. La catedral de Salvador en el Terreiro de Jesús.

 

Muy cerca de la catedral se encuentra la iglesia o monasterio de San Francisco, una auténtica joya en la que se mezclan los estilos barroco y manierista y en la que brilla la espectacular decoración dorada que cubre prácticamente todo el interior de la iglesia. La impresión que produce esta mezcla de acendrada devoción religiosa, de arte barroco y de lujo artístico es sobrecogedora. Es también una muestra palmaria de la labor cultural que ejercieron las órdenes religiosas durante la época colonial y de la impresionante actividad religiosa y educativa que llevaron a cabo, aunque obviamente en muchos aspectos contraste con los enfoques que corresponden a la mentalidad actual (figura 12).

 

Figura 12. Interior de la iglesia de San Francisco

 

Tal vez una de las zonas más célebres de Salvador es el Pelourinho, un bonito barrio residencial típicamente colonial con casas de estilo inequívocamente portugués. Frente a lo ocurrido en otras ciudades iberoamericanas, en las que estos antiguos barrios coloniales están muy deteriorados, el Pelourinho se ha conservado muy bien porque hasta principios del siglo XX mantuvo su prestigio y su carácter residencial (figura 13).

Es impresionante recordar lo que significa el término portugués pelourinho. Es ni más ni menos que lo que era en español la picota, esas columnas situadas en lugares céntricos de los pueblos y ciudades en las que se exponían, para ejemplo del pueblo, las cabezas o los cuerpos de los reos ajusticiados por la justicia. Una costumbre típicamente ibérica que ahora nos repugna, pero de la que hay todavía numerosas muestras en muchos pueblos de España y Portugal. En el Pelourinho de Salvador, a 6.000 km de la península Ibérica, había una picota al igual que en nuestros pueblos.

 

Figura 13. El barrio de Pelourinho 

 

Se dice que en Salvador puede visitarse una iglesia diferente cada día del año. Aunque esto pueda ser una exageración, es cierto que el número de templos católicos coloniales de la ciudad es muy elevado. Uno de los más conocidos es el dedicado a Nosso Senhor do Bomfim. Está situado en una colina alejada del centro pero su visita es obligada porque es tal vez el principal centro religioso de Salvador y una muestra única de la mentalidad sincrética de una población en la que la fe católica se encuentra indisolublemente unida a las tradiciones locales y las creencias animistas que los esclavos trajeron de África. La fama de milagroso que tiene este lugar hace que cuente con una impresionante cantidad de exvotos ofrecidos por los fieles agradecidos, muchos de los cuales son alusivos a las partes del cuerpo humano que fueron curadas: piernas, brazos, cabezas y muchas otras partes de nuestra anatomía. También son famosas aquí las fitinhas do Bomfim, unas cintas de colores que se anudan a la muñeca y que según la tradición no se caerán hasta que el deseo que hemos pedido al orar en esta iglesia se cumpla (figura 14)

 

Figura 14. La iglesia de Nosso Senhor do Bomfim  

 

Salvador fue tal vez el principal puerto de entrada de esclavos africanos en Brasil, dada la importancia capital de la ciudad y que la producción de caña de azúcar, a la que se dedicaba una buena parte de los esclavos negros, se localizaba principalmente en el Nordeste del país. Esto confirió a la ciudad unas características poblacionales y culturales muy singulares, características que en buena parte todavía perviven a pesar del tiempo transcurrido. Salvador es una de las ciudades no africanas con una mayor proporción de población negra de todo el mundo, si bien en Brasil, al igual que ocurrió en las colonias españolas el mestizaje fue la práctica habitual. En cualquier caso, la población bahiana es bastante diferente de la del resto de Brasil y presenta rasgos morfológicos sui generis (figura 15).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 15. Mujer bahiana vestida al modo tradicional

El litoral de Brasil, todo él en el océano Atlántico, presenta unas condiciones excepcionales. Incluyendo los diversos accidentes costeros, tiene una longitud de más de 9.000 km. Es además un litoral poco recortado y relativamente bajo, por lo que cuenta con numerosísimas playas, algunas sumamente extensas. Si a esto se añade que la mayor parte del territorio cuenta con un clima tropical bastante cálido, resulta evidente que posee condiciones excepcionalmente favorables para el turismo de playa, aunque en muchas regiones el oleaje atlántico hace que la natación se dificulte y pueda ser bastante peligrosa.

El estado de Bahía, como otros estados brasileños, cuenta con un litoral extenso y lleno de lugares de interés, algunos de los cuales han estado prácticamente salvajes e inexplotados hasta tiempos muy recientes. Muchos de estos lugares suponen un marcado contraste con las grandes ciudades que, como Salvador, han crecido mucho y tienen un tráfico endiablado. El litoral de Bahía hacia el Norte de Salvador ofrece lugares naturales de gran interés, en los que abundan las amplias playas, los bosques y los ríos, la posibilidad de hacer múltiples actividades al aire libre e incluso una fauna llamativa como tortugas y ballenas (figura 16).

Figura 16. Unos pescadores arrastran a tierra un gran ejemplar de tortuga marina   

 

Praia do Forte, por ejemplo, es un destino que se ha desarrollado fuertemente en los últimos años. La llegada reciente del turismo a algunos de estos lugares permite que los pueblos mantengan su aspecto y su sabor tradicionales sin perjuicio de que se hayan construido grandes complejos turísticos. De todo ello resulta una excelente mezcla entre tradición y modernidad, entre conservación de la naturaleza y explotación turística (figura 17).

 

Figura 17. Embarcaciones en Praia do Forte

 

A medida que nos alejamos de Salvador en dirección Norte se reduce la influencia de la urbe y, al mismo tiempo que los alojamientos se hacen más raros, se incrementa la vegetación y las playas se vuelven casi desérticas. Podemos pasar días recorriendo lugares de gran belleza que ofrecen paisajes idílicos. Todo ello acompañado del clima tropical, cálido y húmedo, de la región y de las fuertes olas que el océano Atlántico envía sin cesar contra la tierra (figura 18).

 

Figura 18. Playa cercana a Imbassaí (Bahía)

 

Aunque parezca mentira, todavía se encuentran en esta costa numerosos lugares bastantes aislados a los que el acceso resulta difícil por la falta de carreteras, por los numerosos ríos, por las zonas con pantanos y manglares y por las dunas. Uno de los lugares más bonitos y más solitarios que he tenido la suerte de poder disfrutar es un poblado de pescadores llamado Mangue Seco. Para llegar allí hay que abandonar la carretera, tomar un ferry para cruzar la desembocadura de un gran río y después desplazarse por la arena para llegar a la increíble playa del lugar. Esta es un inmenso arenal con una gran anchura y casi desierto. La sensación de inmensidad y de soledad, la disponibilidad de espacios casi infinitos, el mar agitado, la temperatura cálida, todo contribuye a que este lugar sea único e inolvidable. Cuesta creer que todavía haya sitios así en nuestra superpoblada Tierra pero mucho más que estemos a unos 200 km de una gran ciudad como Salvador (figura 19).

 

 

 

 

Figura 19. Playa de Mangue Seco

 

Uno de los accidentes geográficos más impresionantes del mundo es el río Amazonas, cuya inmensa cuenca se encuentra en Perú, Colombia, Ecuador y, sobre todo, Brasil. Las proporciones de la cuenca del río más caudaloso de la Tierra son tales que es algo completamente inabarcable para el ser humano. Se trata además de una región mítica que para la mayor parte de la gente está todavía sumida en leyendas, mitos y misterios. Una región que nos atrae y nos asusta, un territorio que pese a los progresos de las comunicaciones y los transportes se resiste a dejarse conocer.

Brasil es por excelencia el país del Amazonas. No solo la mayor parte de esta gigantesca cuenca fluvial se encuentra en territorio brasileño, sino que en Brasil es donde los diversos ríos que nacen en las montañas andinas confluyen para formar el verdadero Amazonas, con sus numerosos afluentes y con su grandes brazos y canales.

Siempre me ha interesado el Amazonas, sus gentes, sus paisajes y las formas de vida a las que da lugar. Cuando he podido, me he acercado a alguno de sus numerosos brazos o afluentes, tanto en Ecuador y en Perú como en Colombia. Pero es muy poco lo que he podido conocer del Amazonas brasileño. No he podido visitar, hasta hora, ninguna de las grandes urbes amazónicas como Belén, Macapá, Santarém o la mítica Manaos. He estado sin embargo en un lugar muy curioso, el punto en el que confluyen las fronteras de Perú, Colombia y Brasil, el lugar donde el Amazonas, procedente de Perú, forma frontera con Colombia y se adentra definitivamente en Brasil.

La ciudad más conocida de la región es la colombiana Leticia, pero esta ciudad forma una única unidad urbana con la brasileña Tabatinga. Como en tantos otros lugares, la frontera política es una ficción que separa artificialmente en dos países una población por otra parte única. De Leticia pasamos caminando tranquilamente a Tabatinga sin tener que pasar ningún control y si cruzamos el río, aquí todavía no excesivamente ancho, llegamos a tierras peruanas. Descendiendo unos pocos centenares de metros río abajo llegamos a la ciudad brasileña de Benjamín Constant que a su vez se encuentra a escasos metros de la peruana Islandia.

La vida en estos lugares es completamente dependiente del gran río, que aporta a los habitantes de la región notables ventajas comerciales, pero también una gran dureza derivada de las condiciones que imponen las grandes masas de agua. El transporte por carretera es casi imposible. La comunicación con el exterior ha de hacerse por vía aérea y las comunicaciones locales solo pueden realizarse por barco, aprovechando los numerosos caminos sinuosos que ofrece el propio río. La vida se hace literalmente sobre el río, aprovechando lo que esté ofrece y soportando sus crecidas y vaivenes. El río es vía de comunicación, fuente de alimentos, lugar de habitación, amenaza de inundaciones, origen de enfermedades, punto de encuentro (figura 20).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 20. Una mujer asa unos pescados recién capturados sobre las cenagosas orillas del Amazonas (Tabatinga)

Mucho está cambiando la vida en la cuenca amazónica como consecuencia de las explotaciones forestales, la construcción de carreteras, el transporte aéreo, las telecomunicaciones, etc. Pero todavía hoy puede observarse ese tipo de vida completamente dependiente del río y cómo muchas personas sobreviven con penurias en sus orillas. La figura 21, también tomada en Tabatinga, nos muestra el diario intercambio de mercancías transportadas por barcas de construcción artesanal y realizado sobre el barrizal en un remanso del río (figura 21).

 

 

 

Figura 21. Transporte e intercambio de mercancías en el Amazonas (Tabatinga)

Para terminar este breve recorrido por tierras brasileñas damos un nuevo salto, volando del extremo Norte del país hasta el más meridional, el estado de Rio Grande do Sul. La distancia entre Porto Alegre, la capital de este estado, y Tabatinga es ingente en kilómetros: 6.300 en línea recta. Pero todavía lo es más en cuanto a las formas de vida. Uno de esos marcados contrastes que nos ofrece Brasil casi a cada paso.

Porto Alegre es una ciudad moderna (fundada a finales del siglo XVIII) y dinámica, la capital meridional de Brasil y sede de numerosos eventos internacionales. Es una ciudad muy bonita, amplia y abierta, con grandes avenidas y con modernos edificios. Se asienta sobre la margen izquierda del río Guaíba, que aquí desemboca en el mar formando un gran estuario, tan cerrado que recibe el nombre de Laguna de los Patos, y un excelente puerto natural.

El monumento más destacado de la ciudad es la catedral metropolitana, un edificio muy moderno, pues fue finalizado ya bien entrado el siglo XX. Cuenta con una original fachada muy bonita, decorada con mosaicos y cristales de Murano. El interior está iluminado por bonitos vitrales de colores (figura 22).

 

Figura 22. La plaza Matriz de Porto Alegre, con la catedral metropolitana al fondo

 

Hace muchos años ya que estuve en Porto Alegre, pero guardo un excelente recuerdo del fin de semana que pasé en esta acogedora ciudad. Tuve que pagar un precio bastante alto en cansancio porque por aquel entonces estaba viviendo en Montevideo. El viaje se hacía en unos autobuses que, aunque eran estupendos, tardaban más de 12 horas en recorrer los cerca de 900 km de distancia que separan las dos ciudades. Viajé toda la noche del viernes en sentido Norte y toda la del domingo en sentido Sur. Pero mereció la pena.     

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Bienvenido a mi sitio web de viajes

En este sitio quiero compartir con los amantes de los viajes, también con los que son renuentes a realizarlos, algunas experiencias y fotografías sobre algunos de los viajes más interesantes que hemos tenido la suerte de realizar.

Todo viaje a un país desconocido es una experiencia intensa que te hace sentirte vivo y te enriquece, pero en algunos casos la distancia, la sorpresa, el exotismo o la belleza del lugar hacen que esa experiencia sea algo especialmente memorable.

Jaime Pereña Brand

Madrid, 2020

 

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