top of page

Mali

Mali es uno de los países más grandes de África, con una superficie que duplica a la de España pero con una población que es la tercera parte de la de nuestro país. Es, por tanto, un país con una densidad de población muy baja. Se halla en una zona de transición entre las áreas desérticas del norte del continente y las zonas tropicales del centro, formando parte de las tierras del Sahel.

Tenemos pues una gran diversidad étnica y cultural. Sus habitantes viven principalmente de la agricultura, la ganadería y la pesca y se trata de uno de los países más pobres del mundo y que, además, no acaba de encontrar un camino de progreso estable (figura 1).

Figura 1. Pastores fulanis (o peules) conduciendo su ganado

 

En tiempos tuvo una importancia histórica grande pues formó parte de grandes imperios comerciales de la zona como el imperio de Ghana y el imperio de Mali. Pero desde que obtuvo la independencia en 1959 no ha dejado de estar envuelto en conflictos políticos, golpes de estado, gobiernos indeseables e incluso guerras sangrientas. En los últimos años, la situación, lejos de mejorar, ha empeorado por culpa de los ataques islamistas realizados en su territorio. Nosotros viajamos a Mali en una época relativamente tranquila (2006) y pudimos disfrutar de un viaje apasionante.

Aunque nuestro destino era Mali, volamos a Uagadugú, la capital de Burkina Faso, porque la combinación de vuelos resultaba más conveniente. Además, ello nos iba a permitir conocer esta ciudad y hacer un interesante recorrido en coche hasta Mali.

Uagadugú es una típica capital africana que se ha modernizado bastante y en la que conviven, en una curiosa simbiosis, elementos actuales con costumbres tradicionales. Así, por ejemplo, es la sede de la SIAO, la feria internacional más importante para la exhibición de la artesanía africana, y de un importante festival de cine. Pero junto a las excelentes instalaciones de esta feria internacional podemos encontrar mercadillos callejeros informales y comercios tradicionales como la pseudofarmacia que aparece en la figura 2, en la que se ofrecen supuestos remedios para numerosos problemas graciosamente ilustrados.

 

 

Figura 2. Farmacopea tradicional en Uagadugú

 

El viaje hasta Mali es largo pero para mí resulta muy entretenido e interesante. Nuestro pequeño grupo viaja en dos potentes todoterrenos y la pista, aunque sin asfaltar, se encuentra en buen estado. El paisaje está dominado por las tierras rojas y por una vegetación arbustiva muy bonita. Vemos pequeños poblados con las chozas escondidas entre la vegetación (figura 3).

Figura 3. Típico poblado de Burkina Faso

 

Aquí y allá se nos muestran esas imágenes netamente africanas sobre la vida de los habitantes de esos poblados y sobre las formas tradicionales de trabajar el campo o de preparar la comida (figura 4). Imágenes sugerentes, de una belleza atemporal. Son muchos los atractivos naturales y culturales que nos ofrecen los países africanos pero estas imágenes clásicas de la vida africana muestran un colorido y una plasticidad extraordinarias, pese a las carencias materiales que implica la vida diaria en estos poblados.

 

Figura 4. Típica estampa africana (Burkina Faso)

Cruzamos la frontera entre Burkina Faso y Mali por el puesto fronterizo de Thiou. El puesto consiste apenas en una caseta de adobe, colocada en medio de la nada y donde un par de policías aburridos realizan algunos trámites administrativos con desgana y con una lentitud exasperante (figura 5). Aunque somos los únicos visitantes en muchos kilómetros a la redonda los funcionarios han de demostrar su poder haciéndonos perder bastante tiempo en la raya fronteriza. Hay que armarse de paciencia y provechamos para descansar del largo viaje.

 

 

 

Figura 5. Puesto fronterizo entre Burkina Faso y Mali

 

Después de  muchas horas de carretera el sol se oculta repentinamente tras el horizonte y la noche se hace dueña de la carretera. Tenemos que conducir todavía un buen trecho de noche antes de llegar a nuestro alojamiento. Puesto que vamos con un avezado conductor que conoce bien la región estamos tranquilos y disfrutamos de la sensación de soledad y lejanía y de la oscuridad solo rota por los faros del vehículo. Al llegar a nuestro destino tras más de 10 horas de viaje estamos agotados y agradecemos encontrar un alojamiento confortable. Nos enteramos entonces de que nuestros compañeros del otro coche han estado bastante inquietos en el último trecho. Al parecer, la duración del viaje y el recorrido nocturno les hicieron pensar que podríamos estar perdidos o, algo todavía peor. Es curioso lo que son las sensaciones subjetivas: mientras nosotros disfrutábamos de un viaje emocionante nuestros amigos estaban pasando un mal rato.

 

Djenné

Nuestro primer destino en Mali es Djenné, una interesantísima ciudad que mantiene restos de la importancia comercial y religiosa que en otros tiempos tuvieron ciudades como Tombuctú y la propia Djenné.

Es una antigua ciudad que se remonta al siglo IX y cuyo centro ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad, en gran parte debido a la existencia de su famosa mezquita de adobe.

La mezquita es, en efecto, una magnífica representación del llamado arte sudanés, en el que son frecuentes estas construcciones de adobe que son capaces de resistir el paso del tiempo, a pesar de estar hechas de materiales muy poco resistentes, gracias a que las precipitaciones que caen en este lugar son escasas y a las constantes labores de mantenimiento que se realizan en ellas, añadiendo periódicamente sucesivas capas de barro (figura 6).

 

Figura 6. La antigua mezquita de Djenné

 

La mezquita de Djenné resulta un edificio sumamente atractivo por la originalidad de sus formas, la sencillez de los materiales utilizados en su construcción y el colorido que muestra bajo los intensos rayos solares. Parece tener un plano improvisado con torres y formas caprichosas que quieren ser agudas pero que se suavizan y redondean por el paso del tiempo y los efectos del agua y el viento. Es sin duda un edificio con un encanto muy especial.

Pero Djenné es mucho más que su mezquita. Hoy es una gran ciudad que mantiene su tipismo y sus tradiciones en sus mercados, en la vida que reina en sus concurridas calles y en sus construcciones típicas. Paseando por el centro de esta milenaria ciudad podemos captar imágenes que nos retrotraen a tiempos pasados y nos permiten entrever cómo todavía subsisten formas de vida que han ido desapareciendo de la mayor parte de los lugares. A los pies de la mezquita un curioso mercadillo cuyos puestos se protegen del sol con lonas de todos los colores es el centro en el que los habitantes se abastecen de comida y de objetos cotidianos.

El ganado se mezcla con las gentes por las concurridas y polvorientas calles de la población. Un pastor casi niño cuida con esmero de una oveja lactante como si se tratase de un hermano menor (figura 7). Las calles están llenas de vida y las gentes realizan muchas de sus actividades al aire libre, como un fotógrafo callejero que ofrece sus servicios a los viandantes. Cuenta con unos aparatos fotográficos centenarios pero ha montado un curioso “estudio” (figura 8). Como aficionado a la fotografía varias preguntas se me agolpan en la mente: ¿De dónde habrá sacado unos equipos tan antiguos y llamativos, que solo se encuentran en los museos? ¿Cómo podrá aprovisionarse en este remoto lugar de los elementos fungibles necesarios para esta actividad, papeles fotográficos, películas, reveladores?

 

Figura 7. Cuidando del ganado familiar

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 8. Tradicional fotógrafo callejero en Djenné

Djenné es una ciudad fascinante, un lugar lleno de vida y de historia, aunque sometida a problemas y tensiones de gran virulencia.

 

 El río Níger

Las orillas de los grandes ríos han sido algunos de los lugares preferidos a lo largo de la historia de la humanidad para instalar los asentamientos de la población.

El río proporciona elementos esenciales para la vida: agua y alimento en forma de pescado. Permite la agricultura y se convierte en una vía de transporte esencial para el comercio y las comunicaciones. Los grandes ríos separan y producen fronteras naturales pero también son las vías que permiten la circulación de personas y mercancías.  

El río Níger, con más de 4.000 km de longitud, es el tercer río más largo de África, tras el Nilo y el Congo. Riega cuatro países además de Mali (Guinea, Níger, Benín y Nigeria) y es el río más importante de África Occidental. Su cuenca ocupa una extensísima superficie de más de 2,2 millones de km2. Si tenemos en cuenta estos datos y que buena parte de Mali pertenece el Sahel, un territorio muy seco, no es de extrañar que el río Níger sea vital para el país y que varias de sus principales ciudades, desde Tombuctú hasta Bamako, pasando por Djenné, Segú y Mopti, se encuentren asentadas a orillas del gran río. Y como todo gran río también en ocasiones se desborda y causa graves inundaciones en las ciudades y en los campos ribereños.

El Níger es un río imponente y lugar sumamente atractivo en el que conviene demorarse para disfrutar de los paisajes y de las gentes. Cruzar el Níger es una interesante experiencia. No hay puentes en esta región y hay que recurrir a los transbordadores que en los lugares a los que llegan las carreteras permiten que las personas y sus vehículos pasen de una a otra orilla. Una vez más hay que armarse de paciencia porque los lentos y achacosos transbordadores no tienen horario. El pro

ceso de carga y descarga es desesperantemente lento y los barcos no zarpan hasta que están llenos a rebosar. Pero la espera se hace amena porque la orilla del río está llena de vida y es un lugar idóneo para tomar algunas fotografías interesantes, como la de la niña que lava la ropa ajena a cuanto la rodea (figura 9).

 

 

Figura 9. Lavando la ropa a la orilla del río Níger

 

El Níger es una fuente esencial de alimento para los habitantes de la región porque suministra una gran cantidad de pescado que se conserva tras dejarse secar al sol. Los pescadores siguen utilizando artes de pesca tradicionales y suelen lanzar las redes en equilibrio inverosímil desde la proa de sus ligeras embarcaciones (figura 10).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 10. Echando las redes al atardecer

 

La vida bulle alrededor del río y el espectáculo que se nos ofrece está lleno de color y tipismo. Si unos lavan y otros se dedican a la pesca, otros acuden al río para hacer su aseo personal, los niños bajan a jugar y a hacer travesuras y los barcos de pasajeros transportan su abigarrada mercancía (figura 11). El río vivifica la vida sencilla de los ribereños y estos acuden a la gran arteria para repetir actividades seculares.

Figura 11. Barcaza de pasajeros en el río Níger

Cuando anochece y el ocaso tiñe de naranja, rojo y amarillo el horizonte las vistas que ofrece el río adquieren unas tonalidades y una belleza sorprendentes. La actividad no cesa, los barcos de pasajeros y las barcas de los pescadores siguen surcando las aguas pero cielo y agua se confunden mientras el disco solar se va haciendo más grande a medida que desciende con rapidez. Es un espectáculo mágico que se queda grabado en nuestras retinas y que afortunadamente las cámaras de fotos nos permiten revivir (figura 12).

Figura 12. Puesta de sol sobre el río Níger

 

Mopti

Mopti es otra de las ciudades malienses asentada junto al río Níger. Tiene una localización estratégica ideal pues está situada sobre tres islas en la confluencia de los ríos Níger y Bani. No es de extrañar por tanto que se haya convertido en uno de los principales núcleos de población del país. Era históricamente un pequeño poblado de pescadores que creció mucho apoyado en su excelente ubicación geográfica hasta convertirse en una ciudad con gran importancia comercial, agrícola y ganadera. A partir de 1990 se desarrolló también una incipiente industria turística que ha sido completamente destruida por los atentados islamistas que se han producido en esta región.

Mopti ha experimentado, como tantas ciudades africanas, un crecimiento rápido y desordenado y es hoy una ciudad fea y destartalada con pocos alicientes. Tiene una mezquita del mismo estilo que la de Djenné pero mucho menos bonita. Sin embargo, Mopti es apasionante desde un punto de vista humano. El mercado de la ciudad es uno de esos mercados africanos que fascinan a los viajeros, un hervidero de gentes que se apretujan entre puestos de las más variadas mercancías, un caleidoscopio en el que se mezclan los colores de las frutas con los de los llamativos trajes de las vendedoras. Nuestros sentidos del oído, la vista y el olfato reciben estímulos diversos e intensos (figura 13). Muchos son los mercados que he tenido la suerte de poder visitar a lo ancho del mundo pero no creo exagerar si digo que el de Mopti es uno de los más llamativos que he contemplado.

Figura 13. Vista parcial del mercado de Mopti

 

El otro gran foco de interés de la ciudad es su bullicioso puerto. A pesar del crecimiento que ha tenido Mopti en las últimas décadas, sigue siendo una ciudad eminentemente comercial y portuaria. El comercio por la gran vía que marca el río es intenso, tanto de personas como de mercancías. Constantemente zarpan y arriban barcos y barcazas cargados de gente y de todo tipo de objetos. Una actividad frenética que nos brinda imágenes especialmente sugerentes (figura 14).      

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 14. Barcas en el puerto de Mopti

 

Sin embargo, Mopti no ha perdido su carácter de pueblo pesquero. La pesca sigue siendo una actividad principal para los habitantes de la ciudad. En un territorio semidesértico y con elevadas temperaturas la conservación del pescado es un reto muy difícil. Por ello, al igual que ocurre en otros lugares con climas similares, el pescado recién capturado es secado al sol siguiendo técnicas tradicionales tan baratas como eficaces. El pescado se abre y se fija en tablas o rejillas que quedan expuestas al sol y al viento. Una vez seco puede transportarse con facilidad y se conserva durante mucho tiempo (figura 15).

 

 

Figura 15. Secando el pescado en el puerto de Mopti

 

Una vez que estamos en Mopti no debemos desaprovechar la posibilidad de hacer una excursión por la arteria fluvial que vivifica a la ciudad. Es una excelente oportunidad de disfrutar de los paisajes que ofrece el río desde otro punto de vista y de acercarse a la vida de los numerosos poblados que viven en las orillas. Una muestra de ello la tenemos en la figura 16 en la que vemos a un grupo de niños bañándose y jugando felices en las aguas del Níger. Una escena llena de vida y color.

Figura 16. Niños bañándose en el Niger

 

Las gentes de Mali

 

Mali tiene una gran variedad étnica, algo que representa una riqueza indudable pero que ha sido también fuente de no pocas dificultades. Conviven en el territorio maliense unas 15 etnias diferentes, más o menos próximas entre sí. La etnia mayoritaria es la bambara, que se localizaba originalmente en Bamako y Segú y hoy se halla extendida por todo el territorio. Los bozo y los somono son etnias dedicadas ante todo a la pesca y se asientan principalmente a lo largo del Níger y de otros ríos importantes.

Son especialmente conocidos en el extranjero los dogón porque ocupan ante todo los territorios próximos a la gran falla de Bandiagara, que ha venido siendo uno de los principales atractivos turísticos del país.

Los peules o fulanis viven dedicados al pastoreo en las áreas centrales y septentrionales del país. Estas regiones, correspondientes al Sahel, son muy áridas, lo que hace que esta etnia tenga que ser en gran parte nómada para acompañar al ganado en busca de agua y pastos.

También son nómadas los tuareg, conocidos como los hombres azules del desierto. Viven en la zona norte del país cercana al desierto del Sahara, como en la famosa ciudad histórica de Tombuctú.

Los bobo, los senufo y los mianka viven en las regiones meridionales, las más húmedas del país, y se dedican en gran parte al cultivo del algodón.

Las etnias están pues bastante especializadas y han ocupado tradicionalmente ecosistemas diferentes adaptados a las diferentes condiciones climáticas que se dan en el vasto territorio maliense.

Esta gran variedad étnica produce como es lógico tipos y rostros muy diferentes y aunque la comunicación directa sea obviamente difícil por razones culturales e idiomáticas, debo dejar constancia que la mayor parte de las personas que encontramos en Mali mostraron una actitud acogedora. Muchas sonreían abiertamente a los visitante y se dejaban fotografiar sin ningún recelo (figura 17).

 

 

 

 

 

 

 

Figura 17. Rostros malienses

El País Dogón

Los dogón viven, como ya se ha dicho, en la zona de la falla de Bandiagara, una espectacular falla geológica, de unos 250 km de largo y unos 400 metros de desnivel, que separa el Norte de Mali (Sahel) de La región Sur, con características más típicamente africanas. Al Norte de la falla está el Sahel y la planicie por la que fluye el río Níger. Tierras yermas y casi desérticas salvo en las proximidades de las corrientes de agua. Al Sur, las grandes extensiones de sabana africana. La falla es una enorme cicatriz geológica que divide territorios sumamente diferentes y que da lugar a unos espectaculares acantilados. Uno de los grandes alicientes de Mali para los visitantes.

El pueblo dogón ha vivido durante siglos en una situación de profundo aislamiento, en un ambiente árido de piedra y arena, al abrigo de la gran falla, obteniendo en ella refugio, cobijo y algo de agua.

Es un terreno especialmente adecuado para la defensa por las abruptas paredes rocosas originadas por la falla. Los dogón han construido en este lugar unas peculiares casas formadas con humildes materiales de la zona: arcilla, excrementos de ganado y paja de arbustos. Estos modestos edificios presentan formas muy originales y están perfectamente concebidos para mimetizarse completamente con el terreno circundante. Tenemos que acercarnos mucho para darnos cuenta de que en la base y en la ladera de la falla yacen pequeños poblados y hay habitantes que han hecho de este curioso lugar su morada (figura 18).

Figura 18. Poblado dogón al pie de la falla de Bandiagara

Las casas están hechas de adobe y son sencillas hasta el extremo. Un tosco cubo, con una arista de unos tres metros aproximadamente, con una pequeña abertura que sirve de puerta y un techado plano al que se puede acceder mediante una escalera de mano para dejar secar al sol los productos agrícolas que lo requieran. Normalmente cuentan con una construcción más pequeña cubierta con un tejado cónico de paja que sirve para guardar el grano. Y eso es todo (figura 19).

 

Figura 19. Típica casa dogón

 

Las casas aparecen desperdigadas en un abrupto terreno al pie de la falla. Hechas con la tierra del entorno, apenas se distinguen en el paisaje. Solo algunas formas más rectilíneas nos indican que se trata de una obra debida a la mano del hombre. La población es muy escasa y apenas se ven habitantes salvo que nos adentremos por las estrechas callejuelas de estos poblados primitivos.

Un accidente geográfico común, como es una falla, aunque en este caso de unas dimensiones espectaculares y de una belleza muy especial, ha sido colonizado por un pueblo que, a pesar de la dureza de las condiciones del lugar, ha aprovechado las ventajas de seguridad y protección que le ofrecía la falla para adaptarse a unas formas de vida muy primitivas pero estables y a salvo de otras amenazas externas. En tiempos pretéritos la protección era todavía mayor porque los antepasados de los dogones actuales vivían en cuevas excavadas en el paredón a las que solo se podía acceder escalando por la roca. Todavía pueden verse esa viviendas trogloditas aunque hoy se encuentran deshabitadas.

En este santuario protegido por el inmenso murallón de la falla han mantenido los dogones sus formas de vida ancestrales, en casi total aislamiento hasta tiempos muy recientes, por lo que la visita a este lugar más que un viaje a un mundo lejano o ignoto es ante todo un viaje en el tiempo a una época en la que las formas de vida del neolítico todavía subsisten para nuestro asombro (figura 20).

 

 

Figura 20. Anciana dogón hilando junto a su cabaña

Es pues este un lugar único en el que confluyen la belleza del paisaje, la originalidad y espectacularidad de los asentamientos humanos construidos al abrigo de los murallones y el tipismo de los usos y costumbre de los moradores, por lo que no es de extrañar que tenga un especial atractivo para cualquier visitante interesado en las costumbres de otros pueblos.

La originalidad de la cultura y de la arquitectura dogón ha sido objeto de estudio por numerosos antropólogos desde que se abrió al mundo en el siglo XX. Uno de los elementos más llamativos, y que todavía puede verse en todos los poblados de la región, es la toguna, una tosca construcción sostenida por pilares de madera o de piedra con un grueso tejado de paja, donde los ancianos se reúnen para tomar las decisiones que afectan a la comunidad. Tienen unas dimensiones de unos 5 x 5 metros y su altura es de aproximadamente un metro, por lo que los hombres han de permanecer sentados cuando están en su interior. Se conoce como la casa de los hombres porque solo los varones tienen acceso a la toguna pero, como ha sido tradicional en tantos pueblos africanos, los que se reúnen aquí son los ancianos. Aquí es donde deliberan y toman las decisiones que afectan al gobierno del poblado (figura 21).

 

 

 

Figura 21. Anciano dogón a la puerta de una toguna

 

Desde lo alto de la falla se divisan paisajes de una amplitud y de una belleza extraordinarias. La utilidad defensiva del emplazamiento resulta obvia porque el terreno a los pies del paredón es completamente llano y la vista abarca una enorme extensión. Pocos kilómetros más al Norte nos encontrábamos en el Sahel y la vegetación era escasísima. Aquí nos sorprende lo verde que es un paisaje que está surcado por varios cursos de agua (figura 22).  

Figura 22. La sabana maliense desde lo alto de la falla de Bandiagara

 

Sanga es tal vez el pueblo principal del país dogón y un buen punto de partida para recorrer la región pero si queremos hacernos una buena idea de lo que es este lugar único y queremos ver un poco más de cerca la vida de sus habitantes, es necesario hacer algunos recorridos a pie. Hay que subir y bajar por la falla, hay que seguir los senderos que llevan a poblados casi inaccesibles y hay que detenerse a contemplar los paisajes y la vida de las

 

gentes. Y es que el país dogón es mucho más que la célebre falla, es un mundo aparte lleno de alicientes y que nos depara numerosas sorpresas.

En un momento dado, desde lo alto de la falla vemos un pueblo de postal que reposa abajo en la planicie. Todas las casas están construidas de adobe siguiendo el característico estilo dogón y reposan sobre un terreno polvoriento del mismo color. Se comunican por calles improvisadas, sin ningún trazado preconcebido, y están mezcladas con árboles que les proporcionan la sombra necesaria y que dan al conjunto un aspecto muy agradable. Solo sobresale la mezquita, construida también con los mismos materiales siguiendo la arquitectura tradicional (figura 23).

 

 

 

 

 

 

Figura 23. Vista aérea de un poblado dogón

Recorriendo uno de estos pequeños pueblos nos encontramos con una diminuta iglesia católica edificada también según el estilo típico de la región. Parece una toguna. El interior es sumamente pobre pero nos produce una profunda impresión. La estructura está soportada por unos cuantos troncos de madera de formas y tamaños heterogéneos a los que simplemente se les ha quitado la corteza. El suelo es la polvorienta tierra del lugar. Los bancos son unos caballetes de cemento muy bajos, al igual que el altar, que presenta una simple decoración de figuras geométricas. Algunos papeles colgados en la pared son las únicas imágenes de la iglesia, imágenes bastante feas y que representan a Jesús y a la Virgen de una forma muy simple y popular. Una única ventana ilumina la iglesia con una tenue luz lateral que da al interior un aspecto íntimo y misterioso (figura 24).

Figura 24. Pequeña iglesia rural católica en el país dogón

 

Esta zona es también bastante importante para el país desde el punto de vista de la producción agrícola. El terreno que hay al Sur de la falla es, como ya he dicho, una inmensa planicie y hay agua en cantidad suficiente para poder cultivar los campos. Hay pequeños riachuelos, hay charcas y pantanos y también estanques debidos a la intervención humana (figura 25).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 25. Estanque para regadío agrícola

 

Siempre me ha llamado la atención en África, cuando visitamos regiones tan apartadas de las grandes ciudades, cuando vemos las pobres y diminutas cabañas en las que viven los pobladores, cuando comprobamos las enormes dificultades que suele tener el abastecimiento de agua, cómo es posible que las mujeres salgan de casa vestidas con bonitos trajes coloridos, llenas de armonía y de elegancia. La imagen de la mujer que se dirige al campo o al mercado, con su bebé a la espalda y los objetos que tiene que transportar en la cabeza, casi descalza pero portando un bonito y vistoso traje tradicional es sin duda tópica pero es también de una belleza especialmente sugerente (figura 26).

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 26. Mujer dogón dirigiéndose al campo

La agricultura, como todavía es la norma habitual en África, es una agricultura familiar de subsistencia, muy artesanal, muy rudimentaria y muy poco productiva. Los duros trabajos del campo se hacen literalmente con las manos y de ellos se ocupan casi exclusivamente las mujeres. La imagen de las mujeres trabajando con el niño pequeño en el centro es muy bella pero refleja el atraso que presenta la agricultura en muchos países africanos y nos indica lo importante que sería para el desarrollo de estos pueblos la mejora de las técnicas agrícolas (figura 27).

 

Figura 27. Trabajos del campo en el país dogón

Al igual que ya he comentado al hablar de Burkina Faso, Mali cuenta con una interesante artesanía. Y no me refiero aquí a la artesanía producida masivamente para la venta a los turistas. Recorriendo los poblados del país dogón podemos encontrar muestras muy bonitas y auténticas de artesanía tradicional. En las pequeñas y humildes casas de adobe no es raro ver ventanas y puertas de madera con herrajes metálicos y bellamente trabajadas siguiendo modelos muy característicos de la región. Un buen ejemplo de ello podemos verlo en la figura 28. El agrietado barro de la pared contrasta con la madera labrada y decorada del ventanuco produciendo un efecto muy original y estético.    

 

 

 

 

 

Figura 28. Ventanuco típico en en una vivienda de adobe

 

Y así ponemos punto y final a nuestro viaje por tierras malienses, tan lleno de impresiones y de sorpresas. Deshacemos el camino de venida para volver a Uagadugú. Volvemos a pasar los interminables trámites fronterizos. Pero las emociones no han terminado. Ya en tierras de Burkina Faso se pincha una rueda de nuestro flamante todoterreno y no hay manera de cambiarla. Menos mal que vamos con dos coches y el otro puede ir a buscar ayuda. Pasamos casi tres horas sentados en medio de la sabana africana esperando a que venga el otro coche con la ayuda necesaria.

Ya cerca de la capital, al atravesar un poblado, nos llevamos un enorme susto. Una moto ha tenido un accidente y la pareja que viajaba en ella está tendida en el suelo. La chica parece inconsciente y presenta un estado preocupante. Paramos los coches y descendemos rápidamente. La gente del poblado que ha llegado antes que nosotros mira a la escena con preocupación pero no hace nada. Una de nuestras amigas, farmacéutica, se baja con determinación y empieza a reanimar a la chica, que en seguida se recupera. Está magullada y asustada pero no parece tener nada roto. Ha sido un gran susto pero no parece nada importante. Nuestro chófer, que no quería parar por miedo a los posible interminables trámites con la policía, nos presiona para que nos vayamos. Así que, parcialmente recuperados del susto, decidimos proseguir hacia Uaga.

Pasamos nuestra última noche en Uagadugú antes de tomar el vuelo de regreso hacia París. Después del ajetreado viaje desde Mali decidimos celebrar una cena de despedida y acudimos al restaurante l'Eau Vive (Agua Viva), que tiene fama de ser uno de los mejores de la ciudad. Aparte de que se come muy bien, se da la circunstancia curiosa de que el restaurante es una obra religiosa católica. Está regido y servido por monjas que han hecho de este trabajo su medio de vida. Es un jardín amplio y apacible con una iluminación ligera que confiere al lugar un ambiente íntimo. Al final de la cena las monjas entonan un canto religioso al que pueden unirse los comensales que lo deseen. Una experiencia muy bonita y original.

Ya en el avión es momento de repasar los sitios que hemos visitado y los recorridos que hemos hecho en estos días tan intensos. Las increíbles imágenes de los paisajes y las gentes de este pedazo de África que hemos contemplado se van archivando en nuestro cerebro con la inestimable ayuda de las fotografías digitales (figura 29).

 

Figura 29. Típica imagen africana en un poblado de Burkina Faso

Mali_blog_1.jpg
Mali_blog_2.jpg
Mali_blog_3.jpg
Mali_blog_4.jpg
Mali_blog_5.jpg
Mali_blog_6.jpg
Mali_blog_7.jpg
Mali_blog_8.jpg
Mali_blog_9.jpg
Mali_blog_10.jpg
Mali_blog_11.jpg
Mali_blog_12.jpg
Mali_blog_13.jpg
Mali_blog_14.jpg
Mali_blog_15.jpg
Mali_blog_16.jpg
Mali_blog_17.jpg
Mali_blog_18.jpg
Mali_blog_19.jpg
Mali_blog_20.jpg
Mali_blog_21.jpg
Mali_blog_22.jpg
Mali_blog_23.jpg
Mali_blog_24.jpg
Mali_blog_25.jpg
Mali_blog_26.jpg
Mali_blog_27.jpg
Mali_blog_28.jpg
Mali_blog_29.jpg
JPB_perfil.JPG
Sobre mí

Bienvenido a mi sitio web de viajes

En este sitio quiero compartir con los amantes de los viajes, también con los que son renuentes a realizarlos, algunas experiencias y fotografías sobre algunos de los viajes más interesantes que hemos tenido la suerte de realizar.

Todo viaje a un país desconocido es una experiencia intensa que te hace sentirte vivo y te enriquece, pero en algunos casos la distancia, la sorpresa, el exotismo o la belleza del lugar hacen que esa experiencia sea algo especialmente memorable.

Jaime Pereña Brand

Madrid, 2020

 

jpb_countries_load.png
bottom of page