
Líbano
Es muy curioso este país, lleno de contrastes y de alicientes. Un país de muy reducidas dimensiones, puesto que su superficie (10.452 km2) es ligeramente inferior a la que tiene una sola provincia española no demasiado grande, Asturias.
Un país creado en fechas muy recientes ya que alcanzó su independencia en 1943 tras haber formado parte durante siglos del imperio Otomano y de haber sido un protectorado francés en la primera mitad del siglo XX. Y sin embargo es una de las regiones del mundo con una historia más rica y más antigua porque de aquí partieron hace unos de 3.200 años los fenicios para extender su comercio y su civilización por todo el Mediterráneo. Cádiz es por ejemplo uno de los asentamientos fenicios más antiguos en el Mediterráneo occidental, datando de unos 1.100 años a. de C.
La situación del país de cara al Mediterráneo y su tradicional actividad comercial han hecho que esta región fuese siempre relativamente rica en relación con otras zonas próximas. Durante el siglo XX se llegó incluso a decir que Líbano era la Suiza de Oriente Medio porque se convirtió en una importante plaza financiera en la que recalaban los recursos económicos de los países vecinos. Esta situación de bonanza se truncó violentamente en 1975 cuando se desató una brutal guerra civil que tuvo consecuencias devastadoras. Pensemos que en un país de tan reducidas dimensiones murieron entre 120.000 y 150.000 personas. Aunque se tratase oficialmente de una guerra civil, supuestamente con enfrentamientos religiosos entre cristianos y musulmanes, la realidad fue mucho más compleja pues Líbano se convirtió en teatro de operaciones del enfrentamiento entre Siria e Israel tras la guerra de los Seis Días. Esto se comprende fácilmente si vemos un mapa: el pequeño país que es el Líbano está casi completamente rodeado por Siria, uno de los colosos de la región, y Damasco se encuentra solo a 30 km de la frontera libanesa. Por el Sur, el Líbano linda con Israel de forma que por ejemplo la ciudad de Tiro está a solo 20 km de la frontera con Israel.
La guerra duró hasta 1990 y dejó un país arruinado y una capital, Beirut, casi completamente destruida. Obviamente, el turismo desapareció y las noticias que nos llegaban desde allá eran las correspondientes a los desastres de la guerra. Han pasado poco más de 25 años desde la finalización de la guerra y las cosas han cambiado radicalmente, a pesar de que durante este tiempo ha habido otra terrible guerra en la vecina Siria. El Líbano se ha rehecho y se ha reconstruido por completo. Ha vuelto a ser un país próspero y dinámico y cuando uno recorre Beirut en 2019, una ciudad moderna y pujante, llena de grandes edificios de oficinas, le resulta muy difícil imaginar los destrozos que produjo una guerra tan reciente. Apenas el esqueleto de algún edificio antiguo da testimonio de lo que allí ocurrió a finales del siglo XX (figura 1).
Figura 1. El bonito paseo marítimo de la Corniche de Beirut al atardecer
El Líbano es un país en el que las manifestaciones de la fe religiosa de sus habitantes están presentes por doquier. Además, el mapa religioso es muy complejo. Los musulmanes representan la religión mayoritaria, en torno al 55% del total pero están divididos casi al 50% entre suníes y chiíes. Los cristianos representan aproximadamente el 40% de la población pero están compuestos también por diversos grupos siendo el más importante con diferencia el de los cristianos maronitas. Desconozco el peso que pudo tener el factor religioso en la guerra iniciada en 1975 pero sí puedo afirmar que actualmente la sensación que el viajero recibe es la de que hay una buena convivencia entre las diversas religiones. Todas disponen de templos abiertos al público y practican su fe abiertamente, aparentemente sin trabas. Si hay problemas interreligiosos están bastante ocultos (figura 2).
Figura 2. Mezquita Mohammed Al-Amin, uno de los principales edificios de Beirut
Una de las joyas de Beirut que el viajero no puede perderse es el Museo Nacional. Se abrió al público en 1943, y en 1975 hubo de cerrar por causa de la guerra. Las obras de arte se protegieron como se pudo y el museo reabrió sus puertas en 1999 convertido en un museo moderno, muy agradable y donde las excelentes piezas que conserva lucen en todo su esplendor. Se trata de un museo arqueológico en el que destacan las piezas de época prehistórica, fenicia, romana y otomana. Dadas la antigüedad y la potencia de la cultura fenicia no es de extrañar que el museo contenga obras de un interés y un valor extraordinarios.
A título de ejemplo presento como figura 3 una fotografía del denominado sarcófago de Aquiles, un bellísimo sarcófago de época romana encontrado en la necrópolis de Tiro. Los bajorrelieves representan escenas de la vida de Aquiles tal como se narran en la Ilíada de Homero. Impresiona pensar que esta bellísima obra no fue descubierta hasta 1962, cuando se excavó la necrópolis romano-bizantina de Tiro, y todavía más llamativo es saber que en esas excavaciones se encontraron unos 300 sarcófagos de la época. Esto nos da una idea cabal de la importancia que tuvieron estas ciudades hoy libanesas (figura 3).
Figura 3. Sarcófago de Aquiles, Museo Nacional de Beirut
Aunque los antiguos fenicios fueron conocidos ante todo por su potencia comercial y por las ciudades portuarias que fundaron, tal vez la mayor aportación que hicieron a la cultura mundial fue su sistema de escritura. Los mercaderes fenicios necesitaban medios de escritura eficaces para poder comerciar con habitantes de diversas regiones y registrar adecuadamente las operaciones comerciales. Por ello desarrollaron un sistema de escritura propio mucho más simple y eficaz que los que hasta entonces existían en Egipto o en Mesopotamia. El alfabeto fenicio se convirtió en el modelo del que surgirían la mayor parte de los alfabetos posteriores. El arameo, que es el antecedente directo del árabe y del hebreo modernos, proviene del alfabeto fenicio. De igual forma, el griego clásico surgió directamente del fenicio y ya sabemos que del griego derivaron otros alfabetos más modernos como el latino, el copto o el cirílico.
Así pues, una de las obras más valiosas del Museo de Beirut es el sarcófago del rey Ahiram, hallado en la ciudad de Biblos. Este sarcófago, que data más o menos de 1.000 años a. de C., tiene también bonitos bajorrelieves pero su fama deriva ante todo de las inscripciones que contiene en el alfabeto fenicio, ya desarrollado y sistematizado en ese momento. Es probablemente la muestra más antigua del alfabeto que, tras pasar por varias modificaciones intermedias, utilizamos hoy en día nosotros (figura 4).
Figura 4. Inscripciones fenicias en el sarcófago del rey Ahiram (1.000 años a. de C.)
A unos 30 km al Norte de Beirut, sobre una colina que se orienta hacia el Mediterráneo, se asienta la ciudad de Biblos, hoy una pequeña ciudad soleada y florida situada en un agradable entorno típicamente mediterráneo. Poco queda del antiguo esplendor de la ciudad y hay que hacer un gran esfuerzo de imaginación para comprender la importancia que ha tenido en la historia de la humanidad. Para muchos es la ciudad más antigua del mundo habitada de forma ininterrumpida pero los que hemos viajado sabemos que otras ciudades de la región, como Damasco o Jericó, reclaman ese mismo hito. Sea lo que sea no hay duda de que Biblos se fundó hacia el año 5.000 a. de C. y de que fue probablemente la primera ciudad fenicia. En el tercer milenio antes de Cristo poseía la flota más importante del mediterráneo (figura 5).
Figura 5. El pasaje mediterráneo de la moderna Biblos
La potencia comercial de Biblos y sus relaciones estrechas con Egipto hicieron que esta ciudad se convirtiese el centro principal de distribución del papiro, el material utilizado para confeccionar los libros de la época, lo que dio lugar a que el nombre griego de la ciudad fuese precisamente Biblos. La primera Biblia se escribió sobre papiros de esta ciudad y por ello el libro por excelencia tomó su nombre de Biblos.
Desgraciadamente poco es lo que hoy podemos ver de la antigua Biblos. Las excavaciones han sacado a la luz algunos escasos restos de construcciones pero la superposición de culturas que se han sucedido a lo largo de los siglos hace que lo poco que ha sobrevivido provenga de las capas superiores del tiempo y de la historia. El castillo construido por los cruzados hace unos mil años es casi el único monumento antiguo que ha sobrevivido. Paseando por el recinto podemos contemplar algunos restos de la primitiva ciudad fenicia y de la posterior época romana, que nos ha dejado por ejemplo un pequeño anfiteatro bastante bien conservado (figura 6).
Figura 6. Vista de las excavaciones de Biblos con restos fenicios y romanos
Desde el castillo de los cruzados se contempla el conjunto de lo que fue la antigua ciudad de Biblos con impresionantes vistas a un Mediterráneo que tiene aquí un profundo color azul marino y a unos campos que en la época primaveral en que nos encontramos rebosan de flores multicolores. Es difícil hacerse a la idea de que este desvencijado castillo de hace mil años se asienta sobre unas ruinas romanas que se remontan a mil años antes y que cuando los romanos construyeron sus magnos edificios hacía ya más de dos mil años que Biblos era un puerto comercial de primera importancia al que llegaban los papiros de Egipto y del que salía la apreciada madera de los cedros del Líbano (figura 7).
Figura 7. Castillo de los cruzados en Biblos
Antes de dejar esta ciudad mítica visitamos el típico zoco y la interesante iglesia de San Juan Bautista. Esta bonita iglesia pertenece a los cristianos maronitas, que tienen gran presencia en el Líbano, y fue construida también en la Edad Media, en la época de los cruzados (figura 8).
Figura 8. Iglesia maronita de San Juan Bautista en Biblos
Nuestra siguiente visita es el yacimiento arqueológico de Baalbek, tal vez el principal destino turístico del Líbano porque aquí se hallan los restos de algunos de los más impresionantes templos romanos que pueden visitarse en el mundo. El nombre de la ciudad proviene del antiguo dios cananeo Baal, dios del sol, de las tormentas y de la fertilidad. En la Biblia se hacen numerosas referencias a Baal como un falso ídolo de los cananeos y fenicios, opuesto al verdadero Dios de los Judíos (Yahveh) y al que estos en ocasiones adoraban cuando se desviaban del camino recto. En efecto, estamos en Fenicia y en Canaán, pueblos tradicionalmente enemigos de los israelitas, situados un poco más al Sur. En época griega la ciudad fue rebautizada como Heliópolis (ciudad del Sol) y fue visitada por Alejandro Magno en su camino hacia Damasco. Bajo Augusto se convirtió en colonia romana y de esa época son los imponentes templos que hoy podemos visitar.
Baalbek se halla situada en el valle de la Becá o de la Bekaa, una gran llanura orientada de Norte a Sur y situada en el centro del Líbano. Este país es, pese a su reducido tamaño, bastante montañoso pues cuenta con las cordilleras del Líbano y el Antilíbano. El valle de la Becá se abre entre ambas cordilleras y es a la vez una importantísima vía de comunicación y un territorio fértil que ya en época de los romanos se consideraba uno de los graneros del imperio. Baalbeck está pues situada en un emplazamiento privilegiado, en un fértil valle rodeado de montañas que durante buena parte del año están coronadas de nieve (figura 9).
Figura 9. Vista primaveral del paisaje que rodea a Baalbeck
A la entrada del complejo nos encontramos con un pequeño templo circular dedicado a Venus. Es muy bonito pero no debemos entusiasmarnos demasiado porque es uno de los más pequeños y más modernos de cuantos vamos a ver en Baalbeck (figura 10).
Figura 10. El templo de Venus, a la entrada del yacimiento de Baalbeck
El principal templo de Baalbeck es el dedicado a Júpiter, si bien más que un templo se trata de un grupo de varias construcciones diversas, todas ellas de proporciones colosales, que forman un conjunto sobrecogedor, tan vasto que no podemos comprenderlo sin la ayuda de un plano. Accedemos a la gigantesca explanada que alberga el conjunto por una monumental escalera en cuya parte superior se encuentran los propileos, la gran puerta de acceso al templo y sus construcciones adyacentes (figura 11).
Figura 11. Escalinata de acceso y propileos del templo de Júpiter
De los propileos se pasa a un original patio de planta hexagonal y con una refinada arquitectura decorativa. A continuación entramos en el gran patio central, un inmenso recinto rodado de imponentes murallas que en su día estaba ornamentado con fuentes, columnas y otros elementos decorativos. Su tamaño y su riqueza son impresionantes. Es difícil hacerse una idea de la belleza que debió de tener este conjunto en su época de apogeo pero si estamos un poco atentos podremos deducirlo a partir de los detalles que se han conservado: enormes piedras perfectamente talladas, bellas columnas de piedra traídas de lugares tan lejanos como Egipto, enormes capiteles bellamente tallados, y todo ello integrado en un diseño arquitectónico tan armónico y proporcionado como gigantesco (figura 12).
Figura 12. Vista del gran patio central del templo de Júpiter
Hay que subir otra gran escalinata formada con grandes bloques pétreos para llegar al templo propiamente dicho. Desgraciadamente es poco lo que se ha conservado de él. Solo quedan en pie seis de las 54 columnas que formaban el inmenso peristilo de este templo singular. Las columnas tienen 20 metros de altura y dos metros y medio de diámetro, lo que las convierte en las más grandes de cuantas se han encontrado en templos de la época clásica. La muestra que se ha conservado no nos da una idea acabada de lo que fue este templo pero nos permite ayudar a nuestra imaginación y hacernos una idea de su grandeza y de su riqueza.
A un lado del gran templo de Júpiter y en una cota bastante más baja se encuentra el templo dedicado a Baco. No es tan grande como el de Júpiter pero es también un templo de grandes dimensiones. Ocupa una superficie de 66 por 35 metros y alcanza una altura de 31 metros. Está rodeado por 42 columnas de estilo corintio. Este templo destaca por ser uno de los que mejor se han conservado de los construidos en época romana y porque cuenta con una riquísima decoración a base de bajorrelieves y de esculturas, una decoración única que supone uno de los grandes hitos del arte clásico (figura 13).
Figura 13. Vista del templo de Baco en Baalbeck
La visita a este precioso templo de Baco es un excelente colofón al recorrido que hemos realizado por el yacimiento arqueológico de Baalbeck. Un lugar único por su belleza, por su antigüedad, por la historia que atesora y por su ubicación. Aquí encontramos templos similares a los que podemos ver en Roma, en Atenas, en Palmira, en Paestum, en Agrigento… Pero aquí son tal vez más grandes o están mejor conservados o están más decorados. Y, sobre todo, aquí están edificados sobre los gigantescos monolitos de los templos anteriores dedicados al dios cananeo Baal.
Todavía en el fértil valle de la Becá visitamos la ruina de la ciudad de Anjar. En este núcleo de civilizaciones que es el Líbano, las épocas históricas se superponen como si se tratase de capas geológicas: cananeos, fenicios, griegos, romanos, bizantinos, omeyas, otomanos…
La ciudad de Anjar es hoy una población de reducidas dimensiones cuyos pobladores son en mayoría de origen armenio pues aquí se asentaron numerosos armenios que huyeron del genocidio perpetrado por los turcos a principios del siglo XX. Nuestro interés se centra en visitar los restos de la ciudad omeya, un asentamiento hoy en ruinas que supuso en su día un nexo de unión entre el arte bizantino y el árabe posterior Figura 14).
Figura 14. Ruinas de la ciudad omeya de Anjar
Es interesante esta mezcla de elementos artísticos diversos. La ciudad tiene la planificación ortogonal de los campamentos y las ciudades romanos, con los dos ejes principales, el cardo y el decumano, en su día flanqueados por pequeños espacios destinados a fines comerciales.
El gran palacio, el pequeño palacio, las termas y otros edificios de los que quedan vestigios en mejor o peor estado de conservación nos muestran el uso de la mampostería típicamente bizantina y una rica decoración a base de elementos geométricos y vegetales que nos hablan de la importancia que esta ciudad tuvo en la época omeya, antes de que los turcos otomanos se adueñasen de toda la región (figura 15).
Figura 15. Ruinas del gran palacio de Anjar
Una excursión muy interesante que realizamos durante nuestra estancia en Líbano fue la visita al valle de Kadisha. Se trata de un estrecho valle situado en el extremo Norte del país entre escarpadas montañas, un lugar bastante aislado y relativamente inaccesible, por lo que no es tan visitado como otros lugares del país. El valle está encajonado entre montañas nevadas y ofrece bellos paisajes entre los que destaca una abundante vegetación, escarpados precipicios y la existencia de numerosas cuevas naturales. El pueblo más destacado, al fondo del valle, es Bisharri pero existen numerosos asentamientos dispersos muchos de los cuales se dedican al cultivo de la vid (figura 16).
Figura 16. Vista del valle de Kadisha bajo las montañas nevadas
Cerca del pueblo de Bisharri visitamos la que fuera casa del pintor libanés del siglo XX Kahlil Gibran. No puedo decir que las pinturas de este artista me interesasen demasiado pero el museo resulta atractivo porque Gibran, que pasó buena parte de su vida en Nueva York, adquirió en 1931 un antiguo monasterio que había pertenecido desde el siglo XVI a los carmelitas para instalar en él su estudio. El monasterio llevaba el nombre de los santos Sergio y Baco y está construido aprovechando una gran cueva natural.
En efecto, el aislamiento en el que el valle estuvo sumido en tiempos pretéritos y la existencia de numerosas cuevas naturales hizo que desde el siglo IV se creasen en él numerosas comunidades eremíticas y muchos monjes se retirasen a vivir una vida de soledad, retiro y oración siguiendo el ejemplo de san Antonio abad, el famoso monje egipcio que se retiró al desierto y dio lugar a un movimiento eremítico que tuvo mucha fuerza en aquellos siglos.
Por ese motivo, el valle de Kadisha es también conocido como el Valle Santo. Numerosas comunidades, en su mayor parte de cristianos maronitas, viven su vida retirada todavía hoy y las muestras religiosas son constantes por todo el valle, no solo por los monasterios existentes sino también por las numerosas iglesias que podemos contemplar y por los cruceros y estatuas de la Virgen erigidas a las entradas y salidas de los pueblos y en los cruces de caminos (figura 17).
Figura 17. Monasterio maronita excavado en la roca
La presencia monástica en este apartado valle nos recuerda que el cristianismo nació en Galilea, un par de cientos de kilómetros más al Sur de este lugar. Pero al mismo tiempo no podemos desconocer lo sorprendente que resulta este valle cuando conocemos la azarosa historia que han vivido estos lugares y que el Oriente Medio ha estado dominado desde hace muchos siglos por la religión musulmana, no especialmente tolerante con las otras religiones.
Visitamos detenidamente uno de los principales monasterios del valle, el de Mar Antonios Qozhaya o Monasterio de san Antonio El Grande, dedicado como su nombre indica al fundador del movimiento eremítico. Se encuentra en un entorno muy bonito, con una abundante vegetación, y tiene un gran interés porque ha estado habitado como monasterio ininterrumpidamente desde el siglo XII, si bien algunos restos arqueológicas atestiguan que ya estaba en funcionamiento por lo menos desde el siglo VII. Como casi todos los monumentos de la región tiene su origen en una gran cueva natural a la que posteriormente se le fueron añadiendo edificios adosados a la roca (figura 18).
Figura 18. La gran cueva del monasterio de san Antonio
El monasterio de san Antonio El Grande es tal vez el más importante de cuantos existen en el valle y tiene una riquísima historia de la que da cuenta por ejemplo su excelente biblioteca. El manuscrito más antiguo que conserva se remonta al siglo X, nada menos. Además, en este remoto lugar se instaló en el siglo XVI la primera imprenta que funcionó en el mundo árabe. Resulta muy impresionante poder contemplar de cerca tan venerable máquina.
A medida que los monasterios crecían algunos monjes consideraban que su ideal eremítico se desvanecía y buscaban otras cuevas o lugares más apartados, por lo que en las proximidades de los monasterios principales se encuentran numerosas capillas, ermitas y eremitorios de reducidas dimensiones, muchos de ellos situados en lugares inverosímiles y casi inaccesibles (figura 19).
Figura 19. Pequeño eremitorio cercano al monasterio de san Antonio
No lejos del valle santo visitamos uno de los bosques de cedros que han llegado hasta nuestros tiempos. La imagen del Líbano está íntimamente asociada a la de su árbol nacional, el cedro, que también figura en la bandera del país. El cedro del Líbano, Cedrus libani, es un árbol pináceo oriundo de esta región cuya madera ha sido especialmente valorada desde la antigüedad por ser de las más pesadas, densas, duraderas y aromáticas. Algunas construcciones tan míticas y representativas como el templo de Salomón y el de Éfeso se erigieron basándose en las maderas de los cedros del Líbano.
En la Biblia se alude a este árbol con notable frecuencia y como símbolo de fortaleza. Por ejemplo, en los salmos se dice:
La voz del Señor rompe los cedros; sí, el Señor hace pedazos los cedros del Líbano (Salmos 29, 5).
El justo florecerá como la palma, crecerá como cedro en el Líbano (Salmos 92, 12).
El cedro crece inicialmente como un abeto, con una silueta fina y alargada pero a medida que envejece se va achaparrando y tomando una forma característica con las copas aplanadas y creciendo hacia lo ancho, aumentando el grosor de su tronco y alargando sus grandes ramas casi en horizontal (figura 20).
Figura 20. Bosque de cedros del Líbano
La explotación realizada a lo largo de milenios, tanto para la construcción de edificios como para la naval, ha hecho que desgraciadamente hoy en día esta especie esté confinada en reductos de tamaño bastante reducido. Por todo ello, la visita a los cedros es obligada cuando vamos al Líbano y la contemplación de estos majestuosos árboles, con tantas resonancias históricas, nos llena de emoción. Pasear por la montaña en el interior de un bosque de cedros en un soleado día primaveral por entre las manchas de nieve que todavía quedan a esa altitud, es un placer difícilmente explicable. Y aunque el número de cedros que quedan en estas montañas se ha reducido dramáticamente todavía podemos contemplar algunos ejemplares milenarios que impresionan por su tamaño, su belleza, su majestuosidad y su antigüedad (figura 21).
Figura 21. Impresionante ejemplar de cedro milenario
Nos dirigimos ahora hacia las regiones más meridionales del país, en las proximidades de la frontera con Israel. Zonas que fueron escenario de cruentas batallas durante la guerra “civil” y que todavía hoy albergan varios campos de refugiados. Visitamos en primer lugar la ciudad de Sidón, otra de las míticas ciudades fenicias fundadas en el tercer milenio antes de Cristo. Sidón fue durante siglos uno de los principales puertos del mediterráneo. Posteriormente, fue un puerto persa desde el siglo VI a. de C. y pasó a manos de Alejandro Magno en 333 a. de C. Nos hallamos pues ante otra ciudad con una historia apasionante, si bien en este caso las huellas de aquellos lejanos tiempos han desaparecido casi por completo. Hoy, Sidón es una ciudad moderna, cuyo puerto sigue siendo bastante activo, y situada junto a una fértil llanura que le permite tener una importante actividad agrícola (figura 22).
Figura 22. Vista general de la ciudad de Sidón
Uno de los pocos vestigios de tiempos pretéritos que quedan en Sidón es un pequeño castillo o bastión construido en época de los cruzados y situado a la entrada del puerto. Es una imagen característica de la ciudad pero corresponde obviamente a una época muy posterior a cuando Sidón era uno de los principales puertos del Mediterráneo durante civilizaciones tan potentes y duraderas como la fenicia, la persa, la griega y la romana. Esta fortaleza fue erigida en el siglo XIII y está unida al continente mediante un airoso puente (figura 23).
Figura 23. Fortaleza construida por los cruzados en Sidón
A diferencia de lo que ocurre en otras ciudades libanesas, Sidón tiene un carácter más marcadamente árabe. La duradera presencia otomana ha dejado aquí huellas más profundas que en otros lugares, lo que hace que la ciudad sea más árabe y menos europea que otras ciudades libanesas como Beirut. Es significativo estos efectos el zoco de Sidón, un intrincado dédalo de estrechas callejuelas comerciales donde pulula una bulliciosa multitud de personas dedicadas al comercio, a la artesanía y a todo tipo de oficios tradicionales (figura 24).
Figura 24. Vista de una calle del zoco de Sidón
A las afueras de Sidón, en lo alto de una elevada colina vamos a visitar el santuario maronita dedicado a Nuestra Señora de Mantara o de la Espera. Sidón está citado en numerosas ocasiones en la Biblia, tanto en el antiguo como en el nuevo Testamento. Sidón, al igual que Tiro, era una ciudad pagana enemiga del pueblo judío. En ocasiones los israelitas se desviaban del culto al verdadero Dios para adorar a los falsos dioses de Tiro y Sidón, como Baal. En el Nuevo Testamento se nos indica expresamente que Jesús fue a predicar a Tiro y a Sidón y que incluso en esta región realizó algunos milagros, destacando la curación de la mujer cananea:
Y partiendo de allí se fue hacia la región de Tiro y de Sidón. Y habiendo entrado en una casa deseaba que nadie lo supiera, pero no pudo permanecer oculto (Marcos, 7, 24).
Según la tradición, la Virgen solía acompañar a Jesús en sus peregrinaciones apostólicas pero las mujeres judías tenían prohibido entrar en las ciudades paganas, como era el caso de Tiro y Sidón, ciudades cananeas. Cerca de Sidón se halla pues la cueva en la que según dicha tradición la Virgen esperaba a Jesús mientras este predicaba en Sidón. Esta gran cueva natural ha sido desde muy antiguo un lugar tradicional de culto mariano y recientemente los cristianos maronitas han construido allí un grandioso templo. Obviamente, no podemos tener certeza de que en efecto fuese esta la cueva en la que solía esperar la Virgen pero la visita a este lugar nos permite ser conscientes del significado que Tiro y Sidón tuvieron en la Biblia y nos ayuda a comprender las difíciles relaciones que existían hace 2.000 o 3.000 años entre israelitas y cananeos. Dificultades que por cierto se mantienen a día de hoy (figura 25).
Figura 25. Cueva de Nuestra Señora de la Espera
Nuestro recorrido por el Líbano termina en la más meridional de sus ciudades, otra de las grandes ciudades históricas de Fenicia, Tiro. Otra ciudad en la que las capas de la historia se han superpuesto y han dejado huellas sumamente interesantes. Otra ciudad que controlaba el comercio de todo el mediterráneo. Otra ciudad con una ubicación excepcional, en la que la luz y el color del Mare Nostrum iluminan restos arqueológicos de un valor excepcional y donde es evidente el papel que siempre ha jugado como puente entre Oriente y Occidente (figura 26).
Figura 26. El mar Mediterráneo en Tiro
En Tiro debemos visitar dos yacimientos arqueológicos, cada uno de ellos con un valor y un interés excepcionales. El primero es la famosa necrópolis de la ciudad, que en realidad está formada por dos áreas diferentes: una necrópolis más antigua de época fenicia y una necrópolis más reciente, perteneciente a los períodos romano y bizantino. Este enorme cementerio debió de estar en funcionamiento durante al menos dos mil años, pues se utilizó hasta el siglo X. Sorprendentemente, su existencia se olvidó a lo largo de los siglos y no fue redescubierta hasta la década de 1960. Para darnos una idea de la dimensión y la importancia de este yacimiento baste decir que en la necrópolis romano-bizantina se han descubierto unos 300 sarcófagos de piedra y mármol, alguno tan relevante como el referido a Aquiles, que hemos visto en el museo de Beirut (figura 27).
Figura 27. Vista de la necrópolis romana de Tiro
Pero el vasto yacimiento arqueológico que es la necrópolis de Tiro contiene varias zonas, algunas con restos de construcciones muy importantes de época romana. Vemos por ejemplo una imponente avenida de época romana bizantina flanqueada de columnas, con un acueducto y con un bonito arco de triunfo. Todo ello nos da idea de la gran importancia que tenía Tiro todavía en época de los romanos (figura 28).
Figura 28. Vista de una de las avenidas romanas de la necrópolis de Tiro
Este yacimiento cuenta también con los restos de un imponente hipódromo, uno de los más grandes que existieron en toda la antigüedad. No es mucho lo que ha sobrevivido de este gran recinto deportivo pero podemos ver parte de las gradas y de las tiendas que existían en los accesos al hipódromo y en los túneles y galerías de piedra que sustentaban el conjunto arquitectónico (figura 29).
Figura 29. Vista de las arcadas que sustentan el graderío del hipódromo
El segundo de los yacimientos de Tiro es el de Al-Mina, situado junto a la costa. En su día fue un territorio insular que Alejandro Magno conquistó en el siglo IV a. de C. y unió a la costa. En este lugar pueden verse numerosas columnas correspondientes a varios edificios de época romana. Hay también un anfiteatro de forma rectangular, destinado entonces a acoger espectáculos de lucha, y restos de unos típicos baños romanos (figura 30).
Figura 30. Vista de las ruinas de Al-Mina en Tiro
Es muy curiosa esta ciudad que en su día estaba ubicada en una isla y completamente abierta al mar. Expresa muy bien esa vocación marinera y comercial que tenían los fenicios y que se mantuvo hasta las épocas romana y bizantina. Algunas de las edificaciones se sustentaban sobre grandes columnas de mármol veteado en verde que resultan de una gran belleza. El hecho de que la ciudad estuviese edificada en una isla hace que los restos que podemos visitar cuenten con el inmejorable telón de fondo que aporta el color azul intenso del Mediterráneo. Pasear por estas bellas columnatas siguiendo las calzadas romanas de hace veinte siglos y disfrutando de las bellas vistas al mar es uno de esos maravillosos placeres que te ofrecen los viajes y que solo podemos describir en forma muy parcial. La brillante luz mediterránea que ilumina a las imponentes columnas que contrastan con el color azul del mar y el rosa de las adelfas en flor te deja en la retina imágenes inolvidables.
Y, hablando de colores, podemos terminar nuestra descripción del viaje por este pequeño pero apasionante país que es el Líbano mencionando otra de las aportaciones que los fenicios hicieron a la cultura mundial, la púrpura. El color púrpura es próximo al morado, al lila, al malva o al cárdeno y fue desde la antigüedad un tinte especialmente apreciado y valioso, que se asociaba a los mantos y vestiduras de los monarcas y de los grandes señores. Los fenicios produjeron y exportaron este valioso producto obtenido de un caracol marino, el Stramonita haemastoma. cuya tinta producía este color al oxidarse. Tiro fue el principal centro exportador de este curioso producto. Y Tiro protagoniza una bonita leyenda sobre la invención de la púrpura. Se dice que la ninfa Tiro estaba paseando por la playa con el dios fenicio Melkart y cuando el perro de la ninfa mordió un caracol su boca se tiñó de un bonito color morado. La caprichosa Tiro le pidió al dios que le regalase un vestido de ese color tan especial si quería que siguiese siendo su amiga.





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