
Omán y Emiratos Árabes Unidos
En nuestro entorno no es raro que se hable de los Emiratos Árabes Unidos con un cierto carácter despectivo. Se trata de nuevos ricos, de un país artificial que gracias a la riqueza derivada de la explotación petrolífera ha construido unas ciudades tan faraónicas como artificiales. Unos lugares donde el lujo y el despilfarro saltan a la vista pero donde los trabajadores extranjeros son explotados y no pocas veces vejados. Unas poblaciones que quieren tapar su incultura y su zafiedad revistiéndose de oro. Etc.
Queríamos ver todo esto de primera mano a fin de formarnos una idea personal y menos preconcebida. Deseábamos conocer lo que está pasando en ese rincón del mundo que se ha transformado a una velocidad vertiginosa. Y queríamos contemplar en el propio lugar esta transformación que ha experimentado un pueblo que hasta hace pocas décadas vivía en el desierto con sus camellos y ahora rige un imperio de aceró, hormigón y cristal.
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Omán
Decidimos combinar el viaje a los Emiratos con la visita al Sultanato de Omán, un país muy poco conocido porque se trata de una monarquía absoluta que no suele aparecen en los medios de comunicación porque ha venido siendo muy estable y poco conflictiva. Es uno de los países del mundo que más han progresado en los últimos cuarenta años y seguramente el más estable del mundo árabe.
La visita a Omán fue una grata sorpresa. No esperábamos encontrarnos con un país con tantos y tan variados alicientes. La mezcla de tradición y modernidad que exhibe Omán es difícil de encontrar en otros lugares y supone una gran ventaja para los turistas.
Empezamos nuestra visita en la capital, Mascate, una ciudad con aproximadamente un millón de habitantes y que se asoma al golfo de Omán. Una ciudad muy antigua que fue famosa durante siglos por disponer de un excelente puerto situado en un lugar estratégico. Ya en el siglo I Ptolomeo hablaba de Mascate como “el puerto escondido”.
La pesca ha sido una de las principales actividades de la ciudad y todavía lo es hoy, a pesar de los muchos cambios experimentados. En las cercanías de la ciudad, los pescadores siguen ofreciendo al borde de la orilla los peces recién capturados, como lo han hecho durante siglos. Aunque ahora sus lanchas están propulsadas por potentes motores fabricados en Japón (figura 1).
Figura 1. Un pescador ofrece su mercancía en las cercanías de Mascate
El puerto de Mascate está en efecto escondido porque la ciudad está rodeada por escarpadas montañas, lo que suponía una protección muy conveniente contra los posibles ataques provenientes desde tierra. Las montañas estaban a su vez defendidas mediante numerosos castillos y fortalezas, algo que se ve con mucha claridad de noche, cuando estas construcciones defensivas aparecen iluminadas y se recortan contra el perfil escarpado de este litoral montañoso (figura 2).
Figura 2. Fortalezas iluminadas sobre la ciudad
La importancia del puerto de Mascate hizo que fuese codiciado en cada época por las potencias dominantes. Así, pocos españoles saben hoy que esta ciudad perteneció a España durante sesenta años en tiempos del apogeo del imperio español, entre 1580 y 1640.
Frente a la opulencia y ostentación de los vecinos más ricos como los EAU o Arabia Saudí, Omán, que también ha experimentado un rápido y acusado progreso económico en la segunda mitad del siglo XX, ha sabido combinar la construcción de edificios modernos suntuosos con el mantenimiento de muchas de sus costumbres tradicionales. Todo ello da lugar a contrastes que son muy sugerentes.
En la figura 3 vemos, por ejemplo, a unos niños omaníes con su madre, todos ataviados a la manera tradicional pero con llamativas gafas de sol occidentales. Al fondo, la imponente mezquita del sultán Qabus construida entre 1995 y 2000, un espectacular edificio con capacidad para más de siete mil fieles, en la que el lujo y la belleza son apabullantes. ¡Baste citar el dato de que la impresionante alfombra persa que cubre la sala de oración cuenta con 1.700 millones de nudos y pesa veintiuna toneladas! Ver figura 4.
Figura 3. Familia omaní ante la mezquita del sultán Qabus
Figura 4. Interior de la mezquita del sultán Qabus
Es interesante también el palacio de Al Alam, actualmente residencia del sultán, que fue reconstruido en 1972 y es una muestra de lo que consideramos típicamente como “lujo asiático”. Es un palacio imponente, no excesivamente grande pero muy bonito y espectacular con sus profusas decoraciones a base de azul y oro.
Como la mayor parte de las grandes ciudades árabes, Mascate cuenta con un interesante bazar que es uno de los principales centros comerciales de la ciudad y un lugar donde también los habitantes se reúnen para intercambiar informaciones, para charlar o simplemente para pasar el tiempo (figura 5).
Figura 5. Hombres charlando en el zoco de Mascate
La abrupta orografía que tiene Omán y la tormentosa historia de la región han hecho que a lo largo de los siglos se hayan construido numerosos castillos y fortalezas, como ya se vio en la figura 2. Una de las fortalezas más antigua y más importante es el fuerte de Nakhal situado en un amplio valle a una hora aproximadamente de Mascate. La fortaleza se halla erigida sobre un promontorio rocoso y se adapta a los contornos irregulares de esa superficie especial.
El valle sobre el que se alza la fortaleza fue muy importante en la región porque era el paso obligado de las rutas comerciales y porque en el lugar existe un gran oasis con numerosas palmeras en el que se asienta el antiguo pueblo de Nakhal. En los alrededores hay también fuentes de aguas termales conocidas desde la antigüedad.
El lugar es pues idóneo para construir un fuerte capaz de defender todo el valle y de vigilar todas las rutas que surcan la región. La fortaleza ha sufrido diversas etapas de construcción y de reconstrucción pero es actualmente una visita muy interesante por las vistas que ofrece sobre el valle y los palmerales del oasis, y por las intrincadas estancias y pasadizos que conforman su interior (figura 6).
Figura 6. Vista parcial de la fortaleza de Nakhal
El territorio de Omán está formado por varias zonas geográficas muy diferentes entre sí. Me sorprendió, tal vez por mi desconocimiento, la gran cadena montañosa que ocupa el norte del país y que presenta una orografía muy abrupta y accidentada, un terreno lleno de montañas y de valles, de gargantas y desfiladeros, una región tan bella y sorprendente como accidentada. Un verdadero paraíso para los aficionados a la geología. Nos da idea de lo abrupto de la región el hecho de que el pico más alto de esta cadena, el Jabal Sham, alcanza nada menos que los 3.000 m de altitud y se encuentra a solo 69 km en línea recta de la costa.
Hicimos el recorrido desde Mascate hasta Nisua atravesando esta región montañosa en vehículo todo terreno y usando en muchos casos pistas sin asfaltar y con desniveles muy acusados. Una excursión llena de alicientes y que resultaría inolvidable (figura 7).
Figura 7. Atravesando el macizo montañoso entre Mascate y Nisua
Este recorrido atravesando el macizo montañoso nos condujo a la ciudad de Nisua (Nizwa en inglés), una de las más antiguas ciudades del país y también una de las más importantes porque fue su capital en los siglos VI y VII. La ciudad puede presumir de una rica y antigua historia pues en el pasado no solo fue un importante centro comercial sino también un lugar principal desde los puntos de vista educativo y religioso. Tiene una de las mezquitas más antiguas y la gran mezquita fue un centro de educación islámica de primera fila (figura 8).
Figura 8. Mezquita (Nisua)
Nisua tiene también el monumento más visitado del país, la enorme fortaleza construida en el siglo XVII que servía de protección a toda la región y que, como la de Nakhal, está asentada sobre un promontorio y ofrece excelentes vistas sobre el palmeral que rodea la ciudad. Es también famoso el zoco de Nisua, uno de los más concurridos de Omán, en el que reina el bullicio de los vendedores y los compradores, y se puede encontrar una variedad increíble de productos.
A corta distancia de Nisua se encuentra el pueblo de Al Hamra, un pequeño poblado poco conocido que a mí sin embargo me resultó extraordinariamente interesante. Aquí damos un salto atrás en el tiempo y podemos ver cómo eran hace siglos los poblados omaníes vecinos al desierto. Casi todas las casas están construidas en adobe y muchas de ellas se encuentran en ruinas o poco menos, pero deambular por las calles en las que las paredes y los suelos presentan el mismo color rojizo y los rayos del sol apenas pueden alcanzar el suelo de los estrechos pasadizos resulta una experiencia única. El tiempo se ha detenido y el conjunto, extraordinariamente uniforme, tiene un encanto muy especial (figura 9).
Figura 9. Paseando por el interior de Al Hamra
En un bonito edificio con más de 400 años de antigüedad, uno de los pocos que han sido recientemente restaurados, se alberga el llamado museo de Bait Al Safah. Aunque desde luego no se trata de un museo al uso. Es más bien una casa grande tradicional en la que se recrean algunas de las costumbres ancestrales de la región. Para explicar esta singularidad es llamado en ocasiones museo interactivo, aunque la interacción sea muy es casa, o museo vivo.
A mí, que soy aficionado a la antropología y a la etnografía, la visita a este viejo caserón con sus pequeñas estancias, sus escaleras estrechas, su ausencia de mobiliario pero con los utensilios y aperos propios de la región, me resultó muy atractiva. Pasé un muy buen rato contemplando su singular arquitectura e imaginando que al fin y al cabo la vida en este lugar parecía ser muy similar a la que se vivía en millones de hogares rurales alrededor del mundo (figura 10).
Figura 10. Mujer omaní preparando una comida tradicional
Dejando Al Hamra por la carretera 21 en dirección Noroeste, vamos internándonos en el desierto bordeando el gran macizo montañoso, que queda a nuestra derecha, y su punto culminante, el Jabal Shams, para dirigirnos hacia Abu Dabi. A medida que nos separamos de las montañas el terreno se hace cada vez más árido y el desierto toma su aspecto característico, con extensos arenales casi desprovistos de vegetación en los que con frecuencia el viento ha formado espectaculares dunas serpenteantes (figura 11).
Figura 11. Dunas en el desierto de Omán
Una buena parte del territorio del Sultanato de Omán y del de los Emiratos Árabes Unidos está formado por estas regiones desérticas en las que la arena lo cubre todo y donde la vida ha estado tradicionalmente condicionada por los pocos oasis existentes, por las rutas seguidas por las caravanas y por la ayuda imprescindible del omnipresente camello.
2. Abu Dabi
Y así llegamos a la ciudad de Al Ain, situada junto a la frontera pero ya en territorio de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), un curioso y original país considerado como una “monarquía federal”, algo que implica una contradicción en los términos. Impresiona pensar que este país, que es hoy uno de los más ricos del mundo, con un PIB per capita que es más del doble del que tenemos los españoles, solo existe desde el 2 de diciembre de 1971, cuando seis emiratos (el séptimo se uniría un año más tarde) acordaron formar este país sui generis al calor de las gigantescas reservas de petróleo descubiertas unos pocos años antes. Los siete emiratos son Abu Dabi, Dubái, Ajman, Fuyaira, Sarja, Um al-Caiwain y Ras al-Jaima. Pero los dos primeros son los que cuentan con las grandes bolsas de petróleo y por ello son los dos que han experimentado un crecimiento vertiginoso y los únicos conocidos de forma universal.
La ciudad de Al Ain es la segunda en población del emirato de Abu Dabi, probablemente el más próspero de los siete porque es el que tiene las reservas de petróleo más abundantes. A diferencias de Abu Dabi, moderna ciudad de hormigón y cristal, es una típica ciudad árabe, aunque muy rica. Es famosa por sus jardines y cuenta con un interesante Museo Nacional, el más antiguo del país, que tiene buenas colecciones referidas a la arqueología y a la etnografía de la región.
Es también famoso, y muy curioso de ver, el mercado de camellos que tiene lugar en la localidad casi todos los días. A él acuden docenas de camelleros de todo el país a intercambiar sus animales siguiendo una práctica ancestral en todos los lugares en los que el camello es un elemento esencial de la vida popular. Es muy entretenido ver cómo los vendedores exhiben sus animales, como los compradores potenciales los observan con detenimiento y las largas negociaciones comerciales. Por fin, los camellos son transportados en pequeñas camionetas y con frecuencia es necesario que varios hombres aporten su esfuerzo para que un terco animal acepte por fin ser confinado en el estrecho habitáculo del vehículo (figura 12).
Figura 12. El mercado de camellos de Al Ain
En un par de horas, por las excelentes carreteras de los Emiratos y atravesando el desierto, llegamos a la capital, Abu Dabi. Esta ciudad, casi completamente nueva, no suele dejar indiferente a nadie. Hay personas que quedan fascinadas por el lujo, por la belleza y espectacularidad de las nuevas construcciones y por la sensación de limpieza y de grandiosidad, mientras que otras critican el carácter artificial, el ambiente de “nuevos ricos” y la ostentación de esta gran urbe de rascacielos de acero, hormigón y cristal. Lo mismo ocurre con la ciudad hermana de Dubái.
En Abu Dabi todo es nuevo, lujoso, brillante y espectacular. La belleza del entorno se ve favorecida porque la ciudad está inicialmente edificada sobre una isla, si bien su rápido crecimiento ha hecho que fuese ocupando otras islas cercanas y que en los últimos años se haya expandido hacia el interior del continente (figura 13).
Figura 13. Vista de Abu Dabi
Como capital oficial que es de los Emiratos, Abu Dabi no solo alberga a la mayoría de las dependencias gubernamentales sino que es también la sede de la familia real y un centro financiero de gran importancia. Aquí todo es grandioso y una gran parte de las construcciones que se han erigido en las últimas décadas no solo son brillantes y llamativas sino espectaculares, lujosas y apabullantes.
Entre tantas otras, tal vez la construcción más lujosa, brillante y espectacular sea la gigantesca mezquita del jeque Zayed, un edificio increíble que por sí solo justificaría la visita a la ciudad. Con sus 20.000 m2 de superficie es la mezquita más grande de los Emiratos y una de las mayores del mundo. Tiene cuatro grandes alminares que alcanzan una altura de 107 metros (figura 14).
Figura 14. La mezquita Zayed en Abu Dabi
Pero con todo no es la grandiosidad del edificio lo más destacable sino la calidad de los materiales empleados, el lujo de la decoración con motivos musulmanes de una belleza refinada y la profusión de elementos artísticos sorprendentes. El mármol, la madera, el yeso y los mosaicos se ven enriquecidos con decoraciones a base de piedras preciosas o semipreciosas, nácar, conchas, etc. La iluminación interior la proporcionan enormes arañas hechas con cristal de Svarowski. La alfombra de la gran sala de oración es la más grande del mundo, tiene un peso de más de 40.000 kilogramos y un precio superior a los 500 millones de dólares. Es una ostentación de riqueza sin parangón pero también una obra de arte singular. Como decía, algo que no puede dejar indiferente a nadie (figura 15).
Figura 15. Vista parcial del interior de la mezquita Zayed
En este país de marcados contrastes, la brillantez y la modernidad de la mezquita nos hace olvidar que muchas de las prácticas del islam son muy chocantes para nosotros y que corresponden a unas formas de vida muy antiguas que han desparecido de muchas zonas del mundo. Es en este punto puede resultar significativa la fotografía de la figura 16 en la que vemos cómo un grupo de niñas ataviadas a la antigua usanza acuden acompañadas de sus profesoras a recibir su instrucción pisando descalzas el impresionante suelo de mármol con incrustaciones de la mezquita (figura 16).
Figura 16. Un grupo de niñas acude a la oración en la mezquita
Por todo lo dicho, la visita a la mezquita del jeque Zayed es sin duda uno de los puntos fuertes de este viaje, un compendio de lo que para bien y para mal son los EAU, un escaparate de cómo están cambiando las cosas en el mundo y un lugar único que invita a la reflexión (figura 17).
Figura 17. Columnata exterior de la mezquita Zayed
Los Emiratos Árabes Unidos están preocupados, lógicamente, por su posible futuro en un mundo en el que el petróleo se haya agotado. En este sentido, Abu Dabi y Dubái han optado por estrategias diferentes. Abu Dabi ha optado ante todo por convertirse en una ciudad financiera y de servicios fomentando la cultura y el turismo de calidad. Cuando visitamos la ciudad estaba en construcción la imponente filial del Museo del Louvre, un hito de primera clase que se inauguraría en 2017. Existe igualmente la intención de construir un museo Guggenheim cuyo proyecto fue encargado, como no, a Frank Gehry. Se proyectó igualmente el Museo Nacional Zayed, dedicado (como la mezquita) a homenajear al jeque fundador del país, otro edificio singular diseñado por Norman Foster y que se supone que albergará piezas cedidas por el Museo Británico. Este museo que debería haberse inaugurado en 2013 no había empezado a edificarse en 2017.
En nuestra visita a Abu Dabi debimos contentarnos con ver las obras o los planos de estos magnos proyectos que, de concretarse, harán de la ciudad un destino especialmente relevante desde el punto de vista artístico. Sí pudimos en cambio visitar Ferrari World, el impresionante parque temático construido en la isla de Yas por la firma automovilística italiana del cavallino. También visitamos el no menos espectacular circuito de Fórmula 1, que alberga campeonatos de esta categoría desde 2009 y en el que tuvimos la suerte de coincidir con una jornada de entrenamientos en la que la belleza del circuito se llenaba con los llamativos colores y los furiosos rugidos de los bólidos de los grandes pilotos (figura 18).
Figura 18. Hotel del circuito de Formula 1 de Abu Dabi
3. Dubai
Dubái, la capital del emirato homónimo, es si cabe más impresionante y más grandiosa que Abu Dabi. Una ciudad que está experimentando un crecimiento pues ha multiplicado su población por diez entre 1980 y 2015. Una ciudad que, pese a estar rodeada de desierto, ha optado por crecer hacia el cielo construyendo docenas de rascacielos a cual más gigantesco. Un proceso de enorme dinamismo que hasta ahora no solo no se ha detenido sino que parece acelerarse. Dubái es un museo faraónico de la arquitectura del siglo XXI y algunos de los edificios de este museo son casi únicos en el mundo.
Cuando visitamos la ciudad el edificio más espectacular, y también uno de los más bonitos, era el rascacielos Burj Khalifa, en ese momento el más alto del mundo, con 848 metros de altura. La enorme altura del edificio hace que en la distancia parezca una construcción estilizada y ligera a pesar de sus gigantescas proporciones. La fachada está recubierta por más de 26.000 paneles de vidrio especial que hacen que el edificio presente un aspecto brillante y refulja bajo el sol abrasador de la región. Sin embargo, estos cristales rechazan una gran parte del calor que produce la radiación solar (figura 19).
Figura 19. Vista general de la torre Burj Khalifa
La experiencia de subir al piso que ofrece la vista panorámica desde lo alto de este edificio no es muy diferente de lo que ocurre en otros grandes rascacielos, como el Empire State de Nueva York o la torre Sears de Chicago. Apenas unos segundos dentro de un rapidísimo ascensor que parece no moverse. La vista arriba es, por descontado, amplísima y sorprendente, parecida a la que se obtiene desde un avión cuando aterriza o despega. Lo más destacable en este caso es que desde esta elevadísima atalaya nos hacemos una idea de cómo es Dubái. Abajo, muy abajo, vemos otros rascacielos que desde esta altura parecen pequeños, casi de juguete. Impresionan las modernas autopistas que surcan la ciudad y que dan idea de las inversiones ingentes que en ella se han hecho. A lo lejos, los barrios residenciales formados por casitas bajas se extienden hasta la misma orilla del mar. Y por todas partes el color ocre de la arena del desierto sobre el que se asienta la urbe (figura 20).
Figura 20. Vista parcial de Dubái desde el Burj Khalifa
Otro de los edificios más emblemáticos de Dubái es el hotel Burj Al Arab, construido sobre una isla artificial y considerado por muchos el mejor hotel del mundo o por lo menos el único que cuenta con una categoría de siete estrellas.
Su emplazamiento que parece surgir del mar, su característica de forma y la armonía de sus colores azules y blancos han hecho que la vista de este hotel se haya convertido en uno de los símbolos más conocidos de Dubái y de todos los Emiratos. Yo había visto muchas veces el simulacro de partido de tenis que habían jugado Andre Agassi y Roger Federer sobre el helipuerto circular con que cuenta el hotel a una altura de más de 300 metros. Tenía en mi retina las impresionantes imágenes de esa exhibición, una muestra palpable del atractivo que este tipo de construcciones, tan lujosas y tan originales, suscitan alrededor del mundo (figura 21).
Figura 21. Vista del hotel Burj Al Arab
Dubái, que se asienta sobre la arena del desierto y a la orilla del mar, es famosa también por la construcción de nuevas islas artificiales, siendo la más conocida, y ya una realidad, la célebre Palmera Jumeirah, un conjunto de islas artificiales dispuestas en forma de palmera destinadas a ampliar la superficie de la ciudad y a ofrecer suelo para edificar nuevos exponentes del lujo y la riqueza. Un alarde a la vez arquitectónico, de ingeniera y de potencia económica. Una iniciativa tan superflua como espectacular. En un extremo de la Palmera se encuentra el célebre hotel Atlantis, una impresionante muestra de lujo, refinamiento y riqueza que deberíamos calificar de única si no fuese porque en Abu Dabi y Dubái estas muestras excesivas no son únicas sino numerosas.
A diferencia de Abu Dabi, que es la capital oficial y que ha optado más por fomentar las actividades artísticas y culturales, Dubái es la capital económica de los EAU, una ciudad donde tienen importantes oficinas y centros de investigación la mayor parte de las grandes sociedades multinacionales y que cuenta con un aeropuerto que recibe 90 millones de pasajeros al año.
Dubái ha intentado mantener algún barrio antiguo, recuerdo de cuando sus habitantes eran pescadores, camelleros o buceadores en busca de perlas (hace solo unos decenios), pero es algo muy pequeño y tan reconstruido que resulta artificial además de aplastado por el crecimiento y dinamismo de la urbe moderna. En contraste, la ciudad no deja de crecer y nuevos barrios han surgido, en ocasiones bastante alejados unos de otros. Tal es el caso de la llamada Marina de Dubái, un nuevo barrio en fuerte crecimiento construido de cara al mar y donde se fomenta el disfrute de todo tipo de actividades relacionadas con la vela y la navegación (figura 22).
Figura 22. Rascacielos de la Marina de Dubái vistos desde el agua
Algo que no debe dejar de hacer el visitante de Dubái es ir a pasear a alguno de los grandiosos centros comerciales de la ciudad pero, claro, solo a pasear; no a comprar. Están en consonancia con todo lo demás. En cuanto a su tamaño, son enormes, casi inabarcables. Pero eso ocurre en muchos otros lugares del mundo. En cuanto al lujo, es difícil de explicar y hasta de comprender. Las marcas de lujo de todo el mundo rivalizan con comercios a cual más llamativo y más lujoso. Los precios son disparatados y solo están al alcance de los habitantes locales con los bolsillos llenos de petrodólares. Es curioso ver a las mujeres completamente cubiertas de negro con el tradicional niqab y cargando con grandes bolsas repletas de zapatos de Blahnik, de bolsos de Vuitton, de pañuelos de Hermès y de perfumes de Dior. Los más grandes y lujosos son el Dubai Mall y el Mall of the Emirates, pero hay muchos otros (figura 23).
Figura 23. Vista parcial del Dubai Mall con cascada y estatuas
En una visita a los Emiratos no debe faltar una excursión al desierto. Es, desde luego, una típica actividad turística pero está llena de encanto y supone un contraste tan marcado con las urbes llenas de rascacielos que parece mentira que entre los dos mundos haya apenas unos cuantos kilómetros. A mí personalmente la conducción en vehículos 4x4 sobre la arena del desierto trepando a las dunas y bajando por sus acusadas pendientes siempre me resulta muy divertida y estimulante. También soy muy aficionado a las puestas de sol, que fotografío tal vez con demasiada insistencia. Pero el espectáculo de ver cómo el sol se posa sobre la arena del desierto tiñendo todo el cielo de colores rosas y anaranjados tenues y cómo poco después se oculta tras las dunas dejando todo en penumbra y después en la oscuridad completa es sencillamente mágico (figura 24).
Figura 24. Puesta de sol en el desierto cercano a Dubái
Y el colofón ideal es disfrutar de una cena típica bajo las estrellas y sobre la arena cálida del desierto. Una actividad que los viajeros apreciamos como algo original y hasta exótico pero que los naturales de la región han hecho desde tiempos inmemoriales. Todavía hoy a menudo abandonan por unas horas el lujo del aire acondicionado de los edificios modernos para volver al desierto y disfrutar del placer ancestral de fumar y charlar directamente sobre la arena del desierto (figura 25).
Figura 25. Como hace siglos, fumando y charlando en la jaima


















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