
Etapa 15ª. Fonfría-Sarria
Se trata de otra etapa muy larga para mis posibilidades, 30 kilómetros aproximadamente. Tengo que llegar a Sarria porque allí he de reunirme con mi mujer, Isabel, que se incorpora para realizar conmigo los últimos 113 kilómetros de peregrinación. Así que, decido mandar por segunda vez la mochila por transportista. Una vez más, eso es muy saludable para el cuerpo, pero no tanto para el espíritu, porque hace que te sientas como tramposo y que pienses que tus compañeros de peregrinación te miran con desdén, algo que en realidad supongo que no ocurre.
El amanecer en Fonfría es muy bonito, el cielo está despejado pero la niebla se halla encajada en los valles. A medida que amanece el cielo va cambiando de colores y la niebla queda iluminada de diversas formas. Poco a poco el camino desciende y los caminantes nos vamos adentrando en la niebla (figuras 54 y 55).
Figuras 54 y 55. Bajada desde Fonfría a Triacastela, adentrándonos en la niebla del valle
En un momento dado se produce un fenómeno óptico que nunca había contemplado y me deja muy sorprendido: el sol, que me ilumina como siempre desde detrás, proyecta mi sombra sobre la niebla como si ésta fuese una pantalla y, además, la sombra aparece rodeada de un halo con los colores del arco iris (figura 56).
Figura 56. Mi sombra proyectada contra la niebla con un halo de arco iris
Hago una parte del camino con Doriano y Miguel. Hace días que nos hemos visto pero nunca habíamos hablado. Forman una curiosa pareja. Doriano es italiano pero vive la mitad de año en la India y Miguel es un ingeniero español. Se conocieron al principio del Camino, en Pamplona, y desde entonces se han hecho amigos y viajan juntos, a pesar de que Doriano tiene que esperar con frecuencia a Miguel. Más adelante, hago otro trecho con Jesús, el joven valenciano que conocí en Ponferrada.
El camino sigue descendiendo por caminos embarrados, entre bosques de castaños y de robles, hasta Triacastela, donde podemos visitar la bonita iglesia de Santiago. A partir de ese momento encontramos repetidos altibajos, algunos con bastante pendiente, como ocurre por San Gil. La etapa se va haciendo dura por su longitud y por los desniveles del terreno. Finalmente, se ve Sarria a lo lejos pero esa visión es engañosa porque todavía falta un largo trecho hasta poder pisar las calles del pueblo.
A la entrada de Sarria me encuentro con Patricia y Fran, una pareja canaria. Empezaron el camino en Astorga y ella lo está pasando muy mal por las ampollas en los pies. Más adelante volveríamos a coincidir y pasaríamos buenos ratos juntos.
Por fin, llego a Sarria, pero todavía queda un último esfuerzo porque Isabel ha reservado plaza en el albergue del Monasterio de la Magdalena, que se encuentra en la parte más alta del pueblo. El monasterio es un edificio magnífico y muy bien conservado (figuras 57 y 58). Los monjes han instalado allí un excelente albergue, grande y nuevo, que además está casi vacío, por lo que resulta muy cómodo.
Figura 57. Isabel en el claustro del monasterio
Figura 58. El monasterio de la Magdalena al anochecer
La llegada a Sarria supone un doble cambio. En lo personal, se han terminado los largos días de caminata en solitario. A partir de ahora Isabel y yo haremos el Camino juntos. La soledad es a veces interesante y, para muchos, un aspecto esencial para experimentar la esencia del Camino, pero es también un factor que le añade una gran dosis de dureza. Esa soledad te impele en ocasiones a relacionarte más con peregrinos desconocidos pero hace que las etapas resulten mucho más largas.
En Sarria se produce también un cambio más profundo que modifica radicalmente el ambiente todo de la peregrinación. Aquí se incorporan cientos de peregrinos de refresco, casi todos españoles, que van a hacer “los 100 últimos kilómetros”. Si hasta ahora los extranjeros estaban en clara mayoría, ahora se modifica completamente la proporción. Aparecen grupos de escolares, pandillas de amigos, parejas de vacaciones, turistas, etc. Los albergues municipales suelen estar masificados pero a cambio proliferan los albergues privados, las pensiones, las casas rurales y todo tipo de alojamientos. Los precios se multiplican: antes de Galicia el precio del alojamiento en un albergue municipal era 5 € y en uno privado 7 €; en Galicia todos los privados cuestan 10 ó 12 €. El peregrino que viene de lejos echa en falta la dureza y la soledad que ha experimentado en Castilla, aunque también agradece de vez en cuando las comodidades que encuentra en Galicia.




