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PANAMÁ

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hablamos de un pequeño país, y poco conocido porque no es un destino turístico muy destacado. Muchos viajeros sólo conocen el aeropuerto de la capital o, tal vez, la ciudad de Panamá (“Panamá City”, como la llaman ahora muchos influidos por la imperante marea norteamericana).Uno de esos empresarios que han recalado en el istmo por motivos de negocios me decía hace poco: “¡Que vas a Panamá! Pero si es un sitio horrible y que no tiene nada que ver…”.

Efectivamente, Panamá es un pequeño país pues en España caben nada menos que 8 “panamás”, pero sí tiene muchos alicientes y muchas cosas interesantes que ver, algo que por otra parte se da en casi todos los países del istmo centroamericano.

  1. La ciudad de Panamá

 

La ciudad de Panamá es casi siempre el punto de entrada en el país y la zona más conocida; en muchos casos, la única que se ha visitado. Y aquí podemos encontrar una de las primeras sorpresas de nuestro viaje: si no lo hemos visto, en persona o en fotografía, poco podríamos imaginar que la ciudad de Panamá parece el centro financiero de cualquier ciudad estadounidense transportado a los trópicos. Panamá ha crecido espectacularmente en las últimas décadas y en estos momentos el paisaje urbano es una especie de trasunto de Manhattan. Docenas de rascacielos, muchos de ellos obras arquitectónicas destacables, se lanzan al cielo desde una bonita bahía orientada al pacífico (fotografía 1).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 1. El gran crecimiento de la ciudad de Panamá

Este poderío arquitectónico y constructivo nos hace pensar inmediatamente que en Panamá existe una gran cantidad de riqueza, que esos edificios no pueden ser sino la consecuencia de una gran capacidad inversora. Y, desde luego, así es. Panamá se ha convertido, como es sabido, en un centro financiero de gran importancia a nivel mundial. Los principales bancos tienen aquí oficinas importantes y muchos negocios de grandes proporciones se localizan en esta ciudad o pasan a través de ella. Para muchos esto se debe a que Panamá es un paraíso fiscal pero, lo sea o no, es indudable que se trata de una plaza financiera destacada.

Sin embargo, la fuente de riqueza más importante en esta ciudad, y en todo el país, es sin duda el canal de Panamá. Desde que Vasco Núñez de Balboa descubriese el Océano Pacífico en 1513 (inicialmente llamado Mar del Sur por los españoles), la necesidad de comunicar los océanos Atlántico y Pacífico sin tener que dar la enorme y azarosa vuelta que implicaba el Estrecho de Magallanes hizo que las mercancías y las personas fluyesen por la zona del istmo, la más estrecha y más llana.

Desde que el canal se inauguró en 1915 su importancia comercial ha crecido sin parar y actualmente lo cruzan más de 14.000 barcos al año, que dejan 1.700 millones de dólares en peajes. Desde el año 2000, además, la administración ha pasado al país, con lo que se ha producido una nueva inyección económica (fotografía 2).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 2. Un barco navega por el Canal de Panamá

La ciudad de Panamá es pues actualmente una urbe moderna, similar a tantas otras existentes en el mundo, con problemas similares también, y con un gran dinamismo inversor y constructivo. En cambio, esta rápida expansión se ha acompañado de una pérdida de la mayor parte de sus vestigios históricos. Queda un pequeño casco antiguo reducido a unas pocas manzanas en la península en la que asentó inicialmente la ciudad, con algunos edificios coloniales atractivos, pero en general bastante degradado.

Sin embargo, este casco “antiguo” no se corresponde en realidad con la ubicación original de la ciudad, que estaba situada unos pocos kilómetros más al norte y de la que sólo quedan unas pocas ruinas que están siendo excavadas arqueológicamente. Este “viejo Panamá”, como se le conoce, fue en su día una ciudad de primera importancia en la conquista española y en la exploración de otras regiones americanas, como el Perú, y del océano Pacífico. La Vieja Panamá sufrió numerosos percances como terremotos, incendios y saqueos de piratas hasta que en 1671 quedó destruida por las explosiones provocadas para evitar que cayese en manos del pirata británico Morgan. Hoy casi lo único que podemos ver es la torre.

 

2. El Darién

 

A sólo 200 km de la ciudad de panamá se encuentra la selva del Darién, un lugar de enorme atractivo y rodeado de misterio por tratarse de una región de selva impenetrable. Esta selva separa con una barrera vegetal Panamá de Colombia, de forma que la comunicación por tierra entre los dos países es sumamente difícil, aparte de estar prohibida por las autoridades. Es lo que se ha llamado el “tapón del Darién”, una frontera de densa, húmeda y tupida vegetación.

No es de extrañar que esta región sea especialmente llamativa por su riqueza antropológica, faunística y botánica pero hoy su misterio y su peligrosidad se han visto aumentados por los graves problemas de delincuencia derivados del narcotráfico, que encuentra vías especialmente propicias para sus actividades en estas zonas fronterizas, remotas y escasamente pobladas.

Con todo ello, resulta aún más sorprendente que en esta tierra, a la vez rica y hostil, se fundara ya en 1590 una de las primeras ciudades de la España colonial, Santa Maria la Antigua del Darién, donde al parecer se construyó la primera iglesia de América en tierra firme y donde, más tarde, estuvo la primera sede episcopal del continente americano.

Como ocurre en tantas zonas de selva tropical o ecuatorial, el Darién se encuentra en un momento de cambio probablemente irreversible. Desde el punto de vista estrictamente ecologista o conservacionista, podemos ver que la selva va perdiendo terreno y sobre todo aislamiento. La “civilización” se extiende de forma imparable gracias al enorme desarrollo de los transportes y las comunicaciones. Los nuevos colonos aprovechan esas ventajas para ganarle terreno a la selva y ocupar nuevas áreas con actividades agrícolas, ganaderas y forestales (fotografía 3). El equilibrio ecológico está, sin duda, amenazado en áreas cada vez más extensas que hasta hace poco eran selvas impenetrables.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 3. Explotación maderera en El Darién

La contrapartida, sumamente importante, es la mejora de la calidad de vida de los habitantes, lo que se hace más sensible cuanto se trata de zonas habitadas más cercanas a los medios de comunicación. Vemos en estos momentos cómo en muchas zonas del Darién conviven los medios de vida ancestrales y tradicionales con los avances tecnológicos y culturales más modernos. Probablemente estamos asistiendo a los últimos momentos  de subsistencia de esas costumbres ancestrales.

Las comunidades indígenas siguen en muchos casos viviendo como hace siglos protegidas por un relativo aislamiento favorecido por las dificultades de acceso, muchas veces limitadas a largos recorridos río arriba, única forma de acceso en medio de la densa vegetación de la selva (fotografía 4). Podemos ver las chozas tradicionales de madera y paja, construidas en altura como forma de protección contra los animales y las inundaciones, en las que la vida se hace en el piso alto, abierto para favorecer el movimiento del aire (fotografía 5).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figuras 4 y 5. Cabañas tradicionales en El Darién

Se mantienen así muchos aspectos de las formas de vida tradicionales: la alimentación, la utilización del agua del río para beber y lavarse, la leña recogida en los alrededores para hacer el fuego en el interior de la propia cabaña, la ausencia de electricidad, las prendas tradicionales de vestir, el uso de las lenguas vernáculas, etc. Si atendemos a estos signos, podemos pensar que nada ha cambiado en los últimos siglos.

Pero, al mismo tiempo, en el mismo lugar, a veces en una simbiosis que resulta marcadamente anacrónica comprobamos la progresiva incorporación al más moderno de los mundos. No podemos encontrar en muchos lugares un tendido eléctrico pero sí podemos tal vez encontrar placas de energía solar o antenas parabólicas (fotografía 6).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 6. Contraste en tradicionalismo y modernidad

Tras navegar varias horas río arriba llegamos a un poblado tan difícilmente accesible que sólo se puede llegar con marea alta pues con la marea baja hasta la vía fluvial resulta impracticable. Aquí encontramos un grupo de chozas de aspecto completamente tradicional. Todo nos habla de formas de vida que no han cambiado en cientos de año, de aislamiento y de plena adaptación a la naturaleza. El cacique del poblado me explica orgulloso su organización y formas de vida, ese respeto a las costumbres y creencias tradicionales. Pero un poco más lejos, sin menoscabo de ese mismo orgullo, me enseña, la moderna escuela, donde los niños aprenden la cultura del siglo XXI, a cargo de maestros titulados en la capital y a la que los niños acuden embutidos en uniformes sorprendentemente limpios y planchados (fotografía 7).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 7. Colegiala de El Darién

La selva del Darién es actualmente un parque nacional, el más extenso de Panamá, y esto, unido a su declaración como Patrimonio de la Humanidad en el año 1981, hace pensar que será protegida y mantendrá sus excepcionales condiciones de paraje natural imprescindible. Pero probablemente sus condiciones de aislamiento y primitivismo han desaparecido para siempre y cuando se mejoren las condiciones derivadas de la actual delincuencia organizada presenciaremos una gran avalancha turística que servirá para mejorar la calidad de vida de los habitantes pero perdiendo una gran parte de sus formas de vida tradicionales.

 

3. Archipiélago de San Blas

 

Salimos muy temprano de la ciudad de Panamá en uno de los pequeños avioncitos de hélice que hacen el vuelo al archipiélago de San Blas, un bello conjunto de islas coralinas que se sitúan en el mar Caribe a poca distancia de la costa continental. Según dicen los locales, hay nada menos que 365 islas (una por cada día del año) pero tan pequeñas que una gran parte de ellas no son siquiera habitables y esto se percibe al aterrizar en el aeropuerto pues aunque está situado en una de las islas más grandes, sólo consta de una pista tan corta que atraviesa toda la isla y en todo momento parece que el avión va a posarse en el agua (fotografía 8).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 8. Vista aérea de una isla del archipiélago de San Blas

El archipiélago de San Blas es la tierra de los cuna, una tribu indígena que hasta hace muy poco tiempo ha tenido a gala mantener sus costumbres y su estilo de vida tradicional. A pesar de su proximidad a las tierras continentales, al carácter insular de este territorio y el reducido tamaño de las islas ha favorecido este relativo aislamiento y la pervivencia de las formas de vida tradicionales, en este caso vinculadas estrechamente al mar. El sustento principal de los habitantes proviene de las aguas, como no podría ser de otra forma, es decir, de actividades pesqueras que se realizan por procedimientos completamente artesanales (fotografía 9).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 9. Pescadores en el archipiélago de San Blas

Toda la vida se produce en contacto y dependencia permanente con el mar. Sólo algunas de las islas tienen tamaño suficiente para albergar un verdadero poblado, aunque siempre pequeño; muchas otras son tan pequeñas que en ellas sólo viven una o dos familias. En un momento en el que la inmensa mayor parte de los seres humanos vivimos en ciudades, la visión de una familia que vive sola, aislada (término especialmente bien adaptado) en una diminuta isla, nos traslada a épocas remotas en el tiempo. ¡Qué llamativo resulta este contraste entre la imagen idílica de una isla tropical llena de palmeras y una vida carente de todo lo consideramos más necesario! Basta con pensar en algo tan obvio y al mismo tan chocante como el problema de conseguir agua potable en un pequeño islote arenoso rodado de agua salada por todas partes (fotografía 10).

Figura 10. Isla del archipiélago de San Blas

 

Los cuna han ocupado estas islas desde hace siglos y en ellas han mantenido su estilo de vida tradicional. Llaman la atención, sobre todo en las mujeres, sus tradicionales vestidos llenos de colorido realizados a base de unir diversos trozos de telas (molas), en los que predominan los colores rojos y amarillos, las blusas blancas o azules bordadas y las faldas largas multicolores. El atuendo no está completo si no se acompaña de diversos adornos que cubren de colores los brazos y las piernas y también incluyen joyas de oro en las orejas y la nariz (fotografías 11 y 12).

Figuras 11 y 12. La vida diaria de los cuna

Si unimos la belleza de estas islas paradisíacas a su cercanía a la costa continental y al atractivo indudable de esta etnia cuna, no es de extrañar que el archipiélago se haya convertido en un destino turístico que cada vez atrae a mayor número de visitantes. Probablemente San Blas acabe perdiendo en poco tiempo parte de su carácter de lugar natural, casi intocado y poco conocido. Probablemente este niño cuna de la fotografía 13 tenga una vida muy distinta de la que vivieron sus abuelos, pero por el momento San Blas es una de las muchas joyas que esconde Panamá.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 13. Pequeño niño cuna

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Jaime Pereña Brand

Madrid, 2020

 

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