
Siria
Viajamos a este gran país del Oriente Medio con un fin esencialmente cultural, en busca de conocer las reliquias del pasado que una historia especialmente intensa nos ha legado. Nos interesan sobre todo la capital, Damasco, y las ciudades grecolatinas que allí florecieron.
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Damasco
Según rezan los eslóganes turísticos es la ciudad más antigua del mundo entre las que han sido habitadas de forma ininterrumpida. Sea cierta o no esta marca (otras ciudades, como Jericó, la reivindican para sí), lo que resulta indudable es que se trata de una ciudad que durante miles de años ha estado no sólo habitada sino que ha ejercido un papel preponderante y ha extendido su influencia cultural sobre vastos territorios.
A lo largo de sus más de 4.000 años de historia ha conocido tiempos de gloria y etapas de decadencia y hoy es en gran medida una ciudad moderna en la que han desaparecido muchas de las trazas de épocas remotas. Pero el viajero se siente abrumado cuando, al pasear por la ciudad antigua a la caída de la tarde, piensa en algunos de los episodios de esta historia apasionante.
Tal vez uno de los monumentos mejor conservado y más impresionante es la famosa Mezquita de los Omeya, uno de los lugares sagrados del Islam. Fue construida a principios del siglo VII, en uno de los momentos de esplendor de Damasco, cuando era la capital del mundo islámico, y ha sido el modelo arquitectónico que han seguido miles de mezquitas a lo ancho del mundo. La antigüedad, las dimensiones (más de 150 metros de largo por casi 100 de ancho) y la belleza de la decoración, hacen de esta mezquita un monumento inolvidable (fotos 1 y 2).
Fotos 1 y 2. La mezquita de los Omeya en Damasco
Como en toda ciudad árabe, los zocos y mercados son alguno de los lugares más concurridos, más coloridos y más apasionantes, donde la vida fluye y las costumbres ancestrales perviven aunque se mezclen con los productos más modernos. El mercado de Hamidiye es, como el Gran Bazar de Estambul, un inmenso mercado cubierto donde cada día se abren cientos de tiendas y donde miles de personas acuden a intercambiar todo tipos de productos: las más variadas y refinadas especias, telas y ropas de diversos estilos y colores, los utensilios necesarios para la cocina, adornos y elementos decorativos de todo tipo, modernos aparatos electrónicos, juegos, artículos de viaje y un sinfín de objetos, más o menos útiles, que podemos estar viendo durante horas sin llegar a cansarnos y sin poder abarcarlo todo. Damasco tiene en este punto un interés especial, muy diferente de los que ocurre en otras ciudades árabes: que el turismo es todavía escaso y el mercado es más auténtico y más local (ver fotos 3 y 4).
Fotos 3 y 4. El mercado Hamidiye de Damasco
Aunque hoy Siria es un país confesional, de religión islámica, Damasco tuvo una gran importancia en los comienzos del cristianismo y hoy quedan todavía vestigios de gran valor e interés histórico. Saulo, conocido por su afán en perseguir a los cristianos, se convierte en el camino que le lleva de Jerusalén a Damasco y a partir de ese momento, ya con el nombre de Pablo, se convierte en uno de los pilares más importantes del cristianismo. En Damasco estuvo preso y en Damasco empezó su predicación, que desarrollaría de forma incansable por todo el Mediterráneo. San Pablo tuvo que huir de la ciudad, según la tradición, descolgándose en una espuerta para atravesar una de las puertas que la protegían y que hoy podemos contemplar, aunque muy restaurada (foto 5).
Foto 5. Antigua puerta de Damasco
Según la tradición, san Pablo recibió en Damasco el apoyo de san Ananías, quien le ayudó a recobrar la vista, la bautizó y le orientó en sus primeros pasos como cristiano. En la casa de Ananías debemos visitar la capilla, situada en el sótano, o tal vez en el que era el nivel de la calle en época romana, pequeña joya de principios de nuestra era que, aunque haya sido restaurada varias veces, conserva todo el sabor de lo que es, una iglesia paleocristiana con 2.000 años de antigüedad y un hito esencial en la expansión del cristianismo (ver foto 6).
Foto 6. Capilla de san Ananías en Damasco
Damasco tiene otros muchos alicientes, entre los cuales uno de los más llamativos es sin duda el pasear por las calles de la ciudad vieja. En este deambular podemos encontrar imágenes y paisajes sorprendentes, que muchas veces nos permiten atisbar retazos de la imponente historia de la ciudad (ver foto 7).
Foto 7. Vista nocturna de Damasco
Otros atractivos que no podemos dejar de visitar son la tumba de Saladino, el palacio de Azem y el rico museo Nacional (foto 8), donde se pueden contemplar magníficos recuerdos de un pasado histórico especialmente rico.
Foto 8. El museo Nacional de Damasco
2. Palmira
El viaje de Damasco a Palmira nos lleva en dirección nordeste a través de zonas semidesérticas hasta la proximidad de la frontera con Iraq, que se encuentra a sólo 100 kms. Un viaje de unas 3 horas de duración que nos conduce a una de esas ciudades míticas que te hacen viajar no sólo en la distancia sino también en el tiempo. Al llegar a Palmira te sientes ante todo transportado a otra época. Las ruinas de Palmira se encuentran actualmente en medio del desierto y tan lejos de cualquier lugar habitado que resulta sorprendente comprobar que hace 1.700 o 1.800 años allí floreció un imperio rico, poderoso y culto. En el siglo I Siria era una provincia del imperio romano y el emperador Adriano, de origen hispano, concedió a Palmira la condición de ciudad libre, ciudad que prosperó a raíz de una fuerte actividad comercial, como una de las etapas de la ruta de la seda. En el siglo III Palmira fue la capital del reino nabateo, bajo el reinado de Zenobia, la legendaria reina que extendió sus dominios hasta Egipto.
Palmira es uno de esos lugares apasionantes porque la realidad de lo que ves se une a lo que te sugieren y tu imaginación es capaz de atisbar lo que pudo ser la ciudad en su época de apogeo. Es cierto que se trata de un yacimiento arqueológico del que la vida humana desapareció hace mucho tiempo, pero la dimensión, la riqueza y la espectacularidad de las ruinas te sobrecoge y te traslada a la época en la que Palmira era una de las grandes ciudades del mundo con unos 200.000 habitantes.
El templo de Bel, la columnata, los restos del cardo y el decumano, las ruinas del campamento de Diocleciano y el palacio de la reina Zenobia y tantos otros restos forman un conjunto incomparable por su belleza y su variedad (ver fotos 9 a 12). Tanto las construcciones religiosas como las civiles nos hablan con elocuencia del poder del Imperio Romano y de los reinos que se formaron en su periferia y nos interpelan sobre los mecanismos sociales y económicos que dieron lugar a una ciudad como Palmira en medio del desierto y en los confines del imperio.
Fotos 9 a 12. Vistas de la ciudad de Palmira
3. Bosra
Palmira es sin lugar a dudas la más importante entre las ciudades romanas de Siria, pero ni mucho menos la única. Otra importante ciudad que no podemos dejar de visitar es Bosra, en su día nada menos que la capital de la provincia romana de Arabia.
Entre las diferentes ruinas que pueden verse en esta ciudad del sur de Siria destaca el imponente teatro del siglo II que con sus 17.000 plazas era uno de los más capaces en toda la región oriental del Imperio.
Pero lo más impresionante es que esta magnífica construcción ha llegado hasta nuestros días en un estado de conservación casi impecable (foto 13).
Foto 13. El teatro de Bosra
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