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Etapa 20ª. Brea-Santiago de Compostela

Por fin, nos ponemos en marcha para recorrer la última etapa, la que nos ha de llevar a Santiago, a la misma tumba del apóstol que es la meta y objetivo del camino todo. Bien descansados, estamos llenos de fuerza y de ánimo.

Es la última jornada y el camino nos regala otro de esos amaneceres espectaculares en los que la luz del sol produce luces y colores inigualables, en este caso filtrándose a través de las ramas de los árboles del bosque (figura 72).

Seguimos pues disfrutando del Camino y aprovechando para conservar estas imágenes en la retina (y en la cámara de fotos).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 72. Hasta el último día disfrutamos del amanecer

Es 24 de junio, día de san Juan, y en muchos pueblos gallegos han engalanado las puertas de las casas con ramos de flores, costumbre ancestral destinada a protegerse de los malos espíritus (figura 73). Es llamativo el contraste que se produce en Galicia (y también en Castilla) entre los modernos polígonos industriales y las avanzadas técnicas de cultivo mecanizado y el mantenimiento de hábitos, costumbres y estilos de vida arcaicos que son reflejo de otras épocas y afloran cuando menos se espera.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 73. Flores para ahuyentar a los malos espíritus

El trazado del camino rodea el pueblo de Pedrouzo, que es para muchos peregrinos el final de etapa anterior a Santiago. Por aquí nos encontramos con los chicos del colegio sevillano que habían llegado mojados a Portomarín. Continuamos por diversos senderos que probablemente dan rodeos importantes para evitar las autopistas de entrada a la ciudad y para salvar el terreno del aeropuerto de Labacolla.

Una vez superado el aeropuerto vemos ya el Monte do Gozo y pensamos que ya casi hemos llegado a nuestro destino. Nada más lejos de la realidad. Ya llevamos bastantes kilómetros en nuestras piernas y la subida al monte se hace interminable: larga, atravesando lugares que carecen de cualquier interés y en algunos tramos bastante pendiente.

Aquí nos damos cuenta de que hemos cometido un error importante. Habíamos hecho etapas un  poco más cortas en días anteriores con la intención de llegar hoy al Monte do Gozo y hacer noche en este lugar tradicional. Pero, de repente, en parte acuciados por las ganas de llegar a Santiago, que está ya muy cerca, hemos decidido no parar en el Monte do Gozo sino llegar a Santiago hoy mismo. Por eso, anoche nos quedamos en Brea en vez de llegar hasta Pedrouzo, que es lo habitual. Nos ha quedado pues una etapa excesivamente larga y dura, y eso va a hacer que lo pasemos bastante mal. La etapa Pedrouzo-Santiago tiene 20 kilómetros sin grandes dificultades, pero nosotros hemos puesto por delante entre 6 y 8 más, por lo que llegamos agotados al Monte do Gozo. No experimentamos un gran gozo sino más bien la desagradable sensación de que todavía nos queda un buen trecho (figura 74).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 74. Isabel recupera fuerzas en el Monte do Gozo

 

El Monte do Gozo, donde los peregrinos solían celebrar que al fondo se veía la catedral, se ha convertido en un lugar suburbano y urbanizado, desde el que no se ve la catedral, que está tapada por otros muchos edificios modernos. En definitiva, hemos hecho muy bien en no quedarnos a dormir en este lugar pero hemos cometido el error de no llegar hasta Pedrouzo el día anterior.

La bajada hacia Santiago y la larga entrada a través de diversos barrios y calles se hace interminable después de haber recorrido ya más de 20 kilómetros. Mantenemos el esfuerzo animados por la certeza de que ya estamos dentro de la ciudad pero a las dos de la tarde, siete horas después de haber dejado el albergue, ya no podemos más y paramos a comer en un bar. Como siempre, el efecto conjunto del descanso y la comida es revitalizante y realizamos sin problemas el tramo final hasta el Seminario Menor, en cuyo albergue nos alojamos.

El Seminario Menor es un edificio grande y singular, situado a unos 15 minutos de la catedral y que cuenta con en excelente albergue con grandes salas en las que cada peregrino dispone de su propia cama y de una taquilla para guardar sus cosas (figura 75).  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 75. El Seminario menor de Santiago

 

Ya estamos en Santiago. Es muy difícil expresar los diversos sentimientos, no pocos contradictorios entre sí, que se agolpan en las mentes de los peregrinos. Tal vez el más contundente sea la sensación de satisfacción y logro que supone el haber llegado a la meta, una meta que en muchos momentos ha parecido demasiado lejana y hasta inalcanzable. Hay peregrinos que  están muy serios, otros ríen, oran o lloran (figura 76).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 76. Un peregrino ora emocionado en el Obradoiro

La imponente catedral de Santiago es la meta. A medida que nos acercamos a ella van apareciendo sus torres, sus pórticos, su inigualable arquitectura. Para nosotros es bien conocida, pero en esta tarde radiante de sol parece más bonita, más grande y más atractiva que nunca. Los peregrinos nos concentramos en la plaza del Obradoiro para saludar al santo, para saludarnos entre nosotros, muchas veces sin saber qué decir, repitiendo las fotos una y otra vez y aprovechando para reponer fuerzas (figura 77).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 77. El descanso es más placentero cuando se ha alcanzado la meta

 

En seguida entramos en la catedral a dar las gracias y el tradicional abrazo al Santo. Lástima que el Pórtico de la Gloria está siendo restaurado y no podemos visitarlo. También vamos a la oficina del peregrino donde nos ponen el último, y fundamental, sello en la credencial y nos dan la Compostela, un bonito certificado en latín que es la versión actual de las cartas probatorias que se instituyeron en el siglo XIII, y que acredita que se ha hecho la peregrinación por motivos religiosos y se han recorrido al menos 100 kilómetros. Nosotros hemos hecho respectivamente 500 y 113, así que nos la hemos ganado.

En la oficina hay un cartel que reproduce el famoso romance de Don Gaiferos. Según creo, el autor es anónimo pero el romance está recogido en el Codex Calixtinus y relata la historia de Guillermo, Duque de Aquitania, que en 1137 peregrinó a Santiago y murió a los pies del apóstol:

 

I onde vai aquil romeiro, meu romeiro a donde irá,
camiño de Compostela, non sei se alí chegará.
Os pés leva cheos de sangue, xa non pode máis andar,
malpocado, probe vello, non sei se alí chegará.
Ten longas e brancas barbas, ollos de doce mirar,
ollos gazos leonados, verdes como a auga do mar.
“I onde ides meu romeiro, onde queredes chegar?”
“Camiño de Compostela donde teño o meu fogar.”
“Compostela é miña terra, deixeina sete anos hai,
relucinte en sete soles, brilante como un altar.
Cóllase a min meu velliño, vamos xuntos camiñar,
eu son trobeiro das trobas da Virxe de Bonaval.”
“I eu chámome don Gaiferos, Gaiferos de Mormaltán,
se agora non teño forzas, meu Santiago mas dará.”
Chegaron a Compostela, foron á Catedral,
Ai, desta maneira falou Gaiferos de Mormaltán:
“Gracias meu señor Santiago, aos vosos pés me tes xa,
si queres tirarme a vida, pódesma señor tirar,
porque morrerei contento nesta santa Catedral.”
E o vello das brancas barbas caíu tendido no chan,
Pechou os seus ollos verdes, verdes como a auga do mar.
O bispo que esto oíu, alí o mandou enterrar
E así morreu señores, Gaiferos de Mormaltán.
Iste é un dos moito miragres que Santiago Apóstol fai.

 

Aunque, afortunadamente, la mayor parte de los peregrinos no morimos a los pies del Apóstol, es sorprendente no sólo la belleza de este poema sino cómo refleja el ambiente y las circunstancias del Camino. El peregrino del siglo XXI (figura 78) se identifica con diversos pasajes de este romance que otro peregrino escribió hace casi 900 años: Camino de Compostela, no sé si llegará hasta allí… lleva los pies llenos de sangre, ya no puede andar… vamos a caminar juntos… me llamo… llegaron a Compostela y fueron a la catedral… gracias mi señor, Santiago…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 78. Por fin, a los pies del Apóstol

 

Pasamos la tarde paseando por Santiago (figura 79), disfrutando de la satisfacción que produce haber llegado a la meta después de tantos días de esfuerzo y celebrándolo con nuestros nuevos amigos Patricia y Fran (figura 80). Tan a gusto estamos charlando después de cenar que tenemos que correr para llegar antes de que nos cierren al albergue.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 79. Clásica vista de la catedral desde la alameda

 

Descansamos estupendamente en Santiago y, a la mañana siguiente, tenemos tiempo para pasear antes de asistir a la misa del peregrino. Es el colofón ideal. Cientos de personas de más de 20 nacionalidades diferentes asistimos a una ceremonia auténticamente “católica”. Muchos nos hemos saludado o nos hemos visto a lo largo de nuestro peregrinaje. Muchos otros nos son desconocidos. Reina un ambiente impresionante de solemnidad, de silencio y de camaradería, que se manifiesta abiertamente en el momento de darse la paz.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Figura 80. Con Patricia y Fran

Figura 81. Isabel en la escalinata de la catedral

 

Y ahora sí que la peregrinación se ha terminado definitivamente. Volvemos a pasear por el Obradoiro (figura 81) y remoloneamos. Y nos despedimos de algunos compañeros de peregrinación: la japonesa que habla algo de español, los chicos coreanos que conocí en Castrojeriz, hace 450 kilómetros, la chica turca de Éfeso (figura 82)…

 

 

 

 

 

 

Figura 82. Con la peregrina de Éfeso 

La alegría es grande pero aparecen inevitables sentimientos de melancolía. Haber terminado el camino es una gran satisfacción pero se intuye un vacío penoso: después de tantos días de esfuerzo, con tantas experiencias acumuladas en la mochila, acostumbrados a un ritmo de vida simple y natural, con las imágenes intactas de tantos paisajes y monumentos, ¿qué vamos a hacer a partir de ahora? ¿No vamos a encontrar que los días son demasiado vacíos e insulsos?

Sí, ahora entendemos muchas cosas que hemos oído decir: cada una hace su propio Camino, el Camino es un fin en sí mismo aunque no consigas llegar a la meta y, sobre todo, el Camino es una experiencia muy especial, única e inolvidable. También un poco misteriosa.

 

Sólo así se explica, aunque sólo en parte, que tantos peregrinos de todo el mundo lo hayan recorrido desde hace más de 1000 años.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Jaime Pereña Brand

Julio 2012

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Jaime Pereña Brand

Madrid, 2020

 

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