
Sudán
Sudán es el país más grande de África, lo que ya es mucho decir, y también una de los menos conocidos, salvo por lo que se refiere a sus frecuentes apariciones en las noticias de la prensa a causa de los numerosos conflictos bélicos que ha padecido. Completamente fuera de los circuitos turísticos hasta ahora, el gobierno y ciertas empresas privadas están intentando promover esta importante actividad y ello me ha brindado la oportunidad inesperada de hacer un breve viaje a este país. Mejor dicho, a una pequeña parte de este enorme territorio, puesto que una gran parte del país sigue estando en condiciones que hacen que la visita sea poco recomendable. Tal es el caso del sur, convertido hoy en el nuevo país Sudán del Sur, y el oeste (Darfur), zona muy conflictiva e insegura.
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Jartum
Como suele ser habitual en los países africanos, la capital es el obligado lugar de entrada a pesar de que suele tratarse de ciudades grandes, destartaladas, feas y sin grandes atractivos turísticos. Tal es el caso de Jartum, donde pensábamos pasar una única noche y tuvieron que ser dos a causa de una inesperado accidente de tráfico. El mayor atractivo de Jartum es la visión del gran río Nilo, que la atraviesa, y el hecho de que allí confluyan las sus dos grandes y famosas ramas: el Nilo Azul, proveniente de Etiopía, y el Nilo Blanco, originado en Uganda (figura 1).
Figura 1. El Nilo a su paso por Jartúm
Jartum dispone también de un interesante museo arqueológico, pequeño, modesto, mal instalado, polvoriento y pobre, pero que alberga importantes y valiosas piezas de las épocas faraónica y cristiana, hitos esenciales de la historia sudanesa. Valga como ejemplo la bonita escultura de mujer, en la que las exageradas formas de cadera y pecho nos refieren a un claro homenaje a la fertilidad femenina (figura 2).
Figura 2. Estatua femenina en el museo de Jartúm
2. El Nilo
Muchas veces se ha citado la conocida frase de Herodoto: Egipto es un don del Nilo. Esta frase hace referencia a que la cultura egipcia surgió a orillas de esta imponente vía de agua que con grandes inundaciones periódicas fertilizaba una estrecha franja de tierra en medio de enormes desiertos. Si esto era cierto para el antiguo Egipto lo es hoy también para Sudán, donde tal vez se aprecia con más claridad todavía esta situación, a pesar del tiempo transcurrido desde entonces.
Al recorrer el norte de Sudán en dirección a la frontera egipcia casi siempre se ha seguido la línea que describe el curso del río, aunque atravesando parte de desierto en aquellos lugares en los que el Nilo describe una curva excesivamente amplia. La mayor parte del territorio es desértico o semidesértico con una casi total ausencia de agua y en medio de una naturaleza hostil para la vida humana.
El río representa pues un inmenso oasis, muy largo y muy estrecho, a cuyas orillas se produce una débil franja de terrenos cultivados. Y ello con no pocas dificultades, debido de una parte a las ya citadas inundaciones anuales y de otra a lo costoso que resultaba otrora elevar las aguas del cauce del río a las márgenes adyacentes (figura 3).
Figura 3. La estrecha franja cultivable que permite el Nilo
El Nilo era la vía de comunicación que unía el Mediterráneo con las tierras nubias y, más allá, con el centro del África negra. La civilización egipcia fue avanzando de norte a sur a lo largo del río, extendiéndose por lo que se llamaba Nubia, y hoy es la región septentrional de Sudán. Pero ese avance fue muy lento y sufrió prolongadas detenciones debidas, según se cree, al insalvable obstáculo que entonces suponían las míticas cataratas del Nilo.
El tiempo y las obras hidráulicas han hecho que probablemente el Nilo que hoy contemplamos sea muy diferente al que pudo ver Herodoto. Pensemos, por ejemplo, en lo que supuso la presa de Asuán y cómo ha modificado o ha hecho desaparecer las dos primeras cataratas. He tenido sin embargo la oportunidad de contemplar la tercera catarata, situada en una zona todavía muy poco alterada. Es un paraje de una gran belleza en el que se aprecia con claridad cómo el perezoso y serpenteante Nilo pasa por una zona de rápidos antes de retomar su marcha cansina a través del plano y desierto territorio (figura 4).
Figura 4. La tercera catarata
Al contemplar estos rápidos, que difícilmente pueden recibir el nombre de catarata, nos preguntamos si han sido siempre como hoy los vemos o si el tiempo o ciertas obras aguas arriba han modificado sensiblemente el trazado o la apariencia del curso del río. De todas formas, la orografía del terreno parece confirmar que estas cataratas nunca pudieron pasar de ser un obstáculo menor y ello plantea otra duda: ¿Cómo es posible que la avanzada civilización egipcia, que construyó obras grandiosas y complejísimas, tuviese graves dificultades para superar obstáculos tan modestos como el que hoy representa la tercera catarata? ¿Será tal vez que la tesis tradicional de los historiadores que atribuye a las cataratas esos parones en el avance de la civilización egipcia es equivocada y fueron otras las razones que podrían explicar ese hecho?
3. Gebel Barkal
Cerca de la ciudad moderna de Karima se encuentra la montaña santa de Gebel Barkal, nombre que significa montaña pura, un monte singular que destaca sobre el plano desierto no lejos del cauce del Nilo, un accidente natural que por sus especiales características tuvo históricamente una relevancia especial. Hace unos 3.500 años el faraón Tutmosis III llegó a este lugar y aquí fundó una nueva civilización que se conocería como reino de Napata.
Como en tantos otros lugares a lo ancho del mundo, la montaña impresionó a los humanos y se utilizó no sólo como punto de observación y defensivo sino como lugar sagrado.
Esta montaña presenta también un llamativo pináculo exento que para los antiguos egipcios representaba la cobra que suele acompañar al dios Amón como símbolo protector (figura 5).
Figura 5. El pináculo de Gebel Barkal, con forma de cobra
Aquí se erigieron pues numerosos templos de los que hoy desgraciadamente sólo quedan ruinas en un estado de conservación bastante lamentable. El principal templo era el dedicado al propio Amón, templo cuyos vestigios vistos desde el mirador privilegiado que supone el Gebel nos indican que sus dimensiones fueron mayores que las del mismísimo templo de Karnak (figura 6).
Figura 6. Ruinas del templo de Amón desde Gebel Barkal
Debajo mismo del pináculo se abre la entrada a un templo rupestre dedicado a la diosa Mut, de escasas dimensiones pero que conserva delicados frescos e inscripciones en sus paredes excavadas en la roca.
Después de haber pasado la noche en un hotel a los pies de la montaña sagrada, iniciamos su ascensión de noche para ver el amanecer en ese lugar tan especial. Allá arriba, el sol apareciendo sobre el Nilo, el oasis lineal que forma el Nilo, las abruptas paredes de la montaña, las ruinas del templo de Amón divisadas como un plano gigante, las pirámides que todavía subsisten y el horizonte infinito del desierto suponen una experiencia mágica, de esas que alimentan el espíritu viajero.
4. Vivir en el desierto
Una gran parte del territorio de Sudán está cubierto por el desierto. Se trata del extremo oriental del desierto del Sahara, aunque en determinadas zonas recibe otros nombres locales, como es el caso del desierto de Bayuda. Nombres aparte, la inmensidad, la aridez y la variedad del desierto son tres características que me llamaron la atención al visitar un país que se asienta plenamente sobre un enorme desierto.
Son muchas las ideas preconcebidas sobre el desierto, algunas de las cuales quedan en seguida desmontadas cuando se observa de cerca. Frecuentemente imaginamos que el desierto está formado por constantes e interminables campos de dunas y es lógico pues ello representa un paisaje muy singular (figura 7) pero no todo el desierto es así, ni mucho menos. Por el contrario, las zonas de dunas son en Sudán bastante raras.
Figura 7. Campo de dunas en Sudán
Me llamó mucho la atención que una gran parte del desierto sudanés muestra un terreno de origen marcadamente volcánico, cubierto de restos de ríos de lava y con abundancia de rocas basálticas (figura 8). Esto no es tan extraño si pensamos que el gran rift que corta el este africano de norte a sur ese halla bastante próximo, pero no esperaba encontrar tal abundancia de paisajes con el color negruzco de la lava.
Figura 8. Desierto con conos volcánicos
El desierto no es tampoco sinónimo de carencia absoluta de vegetación. En algunas zonas con agua en el subsuelo o cercanas a las ramblas donde en ciertas ocasiones se producen avenidas sobrevive a duras penas una vegetación rala y espinosa que ha de luchar no sólo contra la aridez del terreno sino contra los ganados (cabras y camellos) que encuentran en sus escasas hojas un alimento imprescindible (figura 9).
Figura 9. Vegetación espinosa en el desierto de Bayuda
El ser humano es tal vez la especie animal que ha sido capaz de colonizar una mayor parte de la Tierra y que se ha adaptado a vivir en condiciones más variadas y adversas, y el desierto es una prueba de ello puesto que pocas cosas son tan necesarias para la supervivencia como el agua. Miles, tal vez millones, de personas se han habituado a vivir en este ambiente tan hostil, desplazándose constantemente para buscar las escasas disponibilidades de agua y en una estrecha simbiosis con animales domésticos, también bien adaptados a la escasez de agua, como cabras y camellos (figura 10).
Figura 10. Vivienda de seminómadas en el desierto sudanés
Sobrecoge ver las viviendas provisionales hechas con unos pocos palos y ramas hincados en la arena y uno se pregunta, siempre sin hallar una respuesta convincente, de dónde podrán obtener sus habitantes las mínimas cantidades de agua y comida necesarias para permitir la vida.
Uno de los espectáculos más ilustrativos es el que representa la visita a un pozo en pleno desierto. La astucia humana ha sido capaz de hallar agua en lugares inverosímiles, a veces a una profundidad de 20, 50 y hasta 80 metros, y a estos puntos estratégicos acuden periódicamente los habitantes de los alrededores, frecuentemente en marchas de hasta 4 y 5 horas, para recoger agua en estas auténticas fuentes de vida.
Familias completas, desde los ancianos a los niños, se desplazan kilómetros bajo el sol abrasador del desierto, acompañados de sus menguados rebaños y de los valiosos burros capaces de transportar a la cabaña los bidones llenos de agua que permitirán a la familia vivir una nueva semana (figura 11).
Figura 11. Extrayendo el agua de un pozo en el desierto
Alrededor del pozo se produce una febril actividad mientras el agua es recogida en pellejos de cabra e izada a la superficie tirando a mano de la cuerda o, si cuando se trata de un pozo más profundo, utilizando a los burros como fuerza motriz para sacar este tesoro de las entrañas de la tierra (figura 12).
Figura 12. Los burros son necesarios para extraer el agua de un pozo profundo
5. Sudán cristiano
Sudán es desde hace siglos un país islámico pero todavía subsisten restos de un lejano pasado cristiano. En efecto Sudán, al igual de Etiopía, fue cristianizado hacia el siglo IV, siendo uno de los primeros países convertidos al cristianismo. Aunque se han hecho no pocos esfuerzos por arrancar estas raíces, han sobrevivido algunos vestigios de este pasado cristiano que dan testimonio de una época pretérita muy diferente de la actual.
Como muestra de este pasado y de la incuria con que se han tratado sus restos sirvan de muestras las figuras 13 y 14. En la primera vemos varios bellos capiteles de época y estilo bizantinos desperdigados sobre la arena del desierto. En la segunda, las ruinas de un gran monasterio erigido en su día junto a un uadi por el que solían transitar las caravanas, como lugar a la vez de recogimiento y de hospitalidad.
Figura 13. Capiteles de una antigua iglesia bizantina
Figura 14. Restos de un monasterio cristiano en el desierto
6. Los sudaneses
Sudán es hoy un país islámico militante que ha pasado por diversos gobiernos escasamente democráticos, desgarrado por varias guerras intestinas y con normas muy poco amistosas, por ejemplo, en relación con la prohibición de hacer fotografías a personas, mercados y diversas instalaciones. Hay pues una actitud oficial muy poco amistosa.
No obstante, cuando tienes la oportunidad de acercarte a la gente en los poblados, en lugares a visitar e incluso en las chozas dispersas por el desierto, sueles encontrarte con gente amable y acogedora, con personas que pese a las dificultades de comunicación te muestran su simpatía, incluso con quienes tratan de demostrarte la tradicional hospitalidad de los habitantes del desierto.
En un país en el que se ven muy pocos extranjeros, las gentes muestran a veces una mezcla de curiosidad y reserva pero no es difícil que lleguen a mostrarte sus viviendas, como la típica casa nubia de la figura 15.
Figura 15. Tradicional casa nubia
La actitud oficial de prevención contra la fotografía poco tiene que ver con la curiosidad y la amabilidad de los sudaneses de a pie. La fotografía de las mujeres no sólo está mal vista sino bastante desaconsejada pero muchas mujeres, sobre todo chicas jóvenes, posan divertidas ante la cámara, como vemos en la figura 16, al menos hasta que aparezca un iracundo varón tratando de imponer el objetivo de ocultar a la mujer.
Figura 16. Dos jóvenes sudanesas posando coquetas ante la cámara
Muchos sudaneses presentan bellos y armónicos rostros, sonríen con naturalidad y lucen una tez morena de tonos no excesivamente oscuros derivada de siglos de vivir en el desierto, como podemos apreciar en el niño de la figura 17, que acude con sus acémilas a buscar agua al pozo.
Figura 17. Niño del desierto
Aunque para nuestros ojos occidentales parezca difícil de creer, algunos nómadas son capaces de vivir largos años como lo demuestra la anciana de la figura 18 cuyo rostro grave surcado por las huellas del paso del tiempo (según ella tiene 90 años) contrasta con una profunda y penetrante mirada todavía llena de vitalidad.
Figura 18. Anciana sudanesa con su nieto
7. Las pirámides de Meroe
Uno de los atractivos más espectaculares del norte de Sudán es el formado por las conocidas pirámides de Meroe, un conjunto de más de 50 pirámides, de tamaño mucho más modesto que las egipcias de Gizá, pero que suponen una joya arqueológica, testimonio del importante reino meroítico que se asentó en Nubia en entre los siglos IV antes de Cristo y III después de Cristo, como continuación del reino de Napata (figura 19). El conjunto tiene un gran valor histórico y presenta un atractivo especial porque todavía ha sido escasamente restaurado y estudiado. Así como la cultura egipcia se ha estudiado desde hace siglos y es muy bien conocida, la civilización nubia, que en algunos aspectos es muy similar, se conoce mucho menos e incluso sus jeroglíficos está por descifrar.
Figura 19. Las pirámides de Meroe
Algunas de las pirámides de Meroe muestran un estado de conservación deficiente pero muchas otras conservan todavía relieves, inscripciones y jeroglíficos, aparentemente similares a los egipcios, pero con destacadas singularidades propias.
Figura 20. Relieve con dioses nubios, a la derecha Apedemak
En los templos y pirámides de Nubia podemos encontrar a los dioses egipcios con sus representaciones tradicionales, como Amón con forma de carnero y Horus, el halcón, pero hallamos también aportaciones y características propias entre las cabe destacar el dios Apedemak, que toma el aspecto de león (figura 20), y los conocidos como faraones negros, es decir, faraones nubios cuyas representaciones demuestran rasgos negroides muy diferentes de los que tienen los faraones del bajo Nilo (figura 21).
Figura 21. Relieve de un faraón nubio
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