
Bután
El Reino de Bután es uno de los tres países tradicionales del Himalaya, junto con Nepal y el Tibet (hoy parte de China). Es un país independiente desde 1947 y también uno de los países más pequeños del mundo, pues tiene una superficie que es inferior a la décima parte de la de España y una población de apenas unos 800.000 habitantes.
Uno de los rasgos más característicos de este país es que ha estado completamente cerrado al resto del mundo hasta tiempos muy recientes. Tanto que la apertura al turismo no se produjo hasta 1974, pero en una fecha tan reciente como 2009 la cantidad de turistas que recibía cada año era inferior a 25.000. A partir de entonces el turismo se ha convertido en una industria importante para el país y en 2015 alcanzó la cifra de 150.000 turistas. Otro dato que demuestra el aislamiento en que estuvo el país es que hasta 1999 no tuvo acceso a Internet, ni siquiera televisión.
Actualmente Bután no solo está abierto al turismo sino que lo fomenta porque es una de las principales fuentes de ingresos del país. No obstante, el número de turistas está limitado por el Estado y además, cada turista ha de pagar antes de entrar en el país una elevada cantidad de dinero por día (entre 200 y 250 dólares según la época del año). Este precio cubre los gastos del turista dentro del país: alojamiento, comidas, transporte, guías y acceso a los lugares visitados. También se incluye una tasa de 65 dólares/día dedicada (se supone) a fines sociales. Es un sistema muy rentable para el país y notablemente costoso para el viajero, aunque también cómodo.
Nuestra llegada a Bután se produjo, como suele ser habitual, desde Nueva Delhi pues son todavía muy pocas las líneas aéreas con permiso para volar a este país. El vuelo, que tiene una duración de solo dos horas, ofrece vistas increíbles sobre la cordillera del Himalaya, a condición de que el tiempo esté despejado y de que tengamos asiento en la ventanilla orientada hacia el Norte. Nosotros volamos con esas condiciones, tanto a la ida como a la vuelta, y el espectáculo que ofrecen las montañas más altas de la Tierra vistas desde el aire es sin duda uno de los más bellos que pueden contemplarse. Desde los diez kilómetros de altura a que vuela el avión los macizos del Himalaya se suceden imponentes y gigantescos pero, al mismo tiempo, la distancia hace que parezcan más pequeños de lo que son y que nos dé la sensación de que tienen menos cantidad de nieve de la que esperaríamos ver (figura 1). Todavía no hemos pisado el suelo butanés y ya hemos tenido una experiencia que justifica el largo viaje.
Figura 1. El Everest, con un ligero penacho de nubes, destaca entre los restantes picos del Himalaya
El aterrizaje en el aeropuerto de Paro es otra experiencia llamativa. Está considerado como uno de los más complicados y peligrosos del mundo porque está rodeado de picos de más de 5.000 metros de altura y solo unos pocos pilotos están capacitados para aterrizar en sus pistas. Muchos de los viajeros muestran una ansiedad mal disimulada. A mí la experiencia me gustó mucho. No es solo que el avión deba esquivar grandes picos para aterrizar en la pequeña pista de un valle situado a más de 2.200 m de altitud. En otros aeropuertos, como Quito o Cuzco, se dan también esas circunstancias. Lo original y emocionante aquí es que el avión ha de ir bajando gradualmente por un pasillo muy estrecho, pasando de un valle a otro y dando en cada caso giros muy pronunciados (figura 2). Al final, el avión se posa tranquilamente en la pista del aeropuerto, tras otra experiencia que merece mucho la pena.
Figura 2. La aproximación al aeropuerto de Paro
Y es que uno de los rasgos más sobresalientes de Bután es su orografía accidentada, como corresponde con su ubicación en el Himalaya. Este pequeño país cuenta con varias montañas que superan los 7.000 metros de altitud, siendo la más alta el Ganqkhar Punsum, que alcanza nada menos que los 7.564 msnm (figura 3), pero al mismo tiempo está surcado por profundos valles y cañones, por lo que la mayor parte de la población vive en altitudes mucho más habitables, en torno a los 2.000 m. Los valles están separados unos de otros por elevados puertos de montaña con frecuencia difícilmente transitables, lo que explica que hayan sido tradicionalmente muy autosuficientes y hayan mantenido sus características propias. Hace también que los viajes de un valle a otro exijan mucho más tiempo del que habíamos previsto.
Figura 3. El Ganqkar Punsum (7.564 m) visto desde el puerto de Dochula
Nuestra primera etapa es la capital del país, Timbu, situada en un estrecho valle a 2.300 msnm. Hace 60 años era una pequeña aldea y a pesar de que su crecimiento ha sido muy rápido desde que se convirtió en la capital del país solo cuenta con unos 80.000 habitantes.
Tal vez el monumento más conocido de Timbu sea el memorial Chorten, una estupa de construcción reciente pues fue erigida en 1974 en memoria del tercer rey del país. Es un edificio de planta cuadrada con la forma típica de las estupas butanesas, que es diferente de la que tienen estas construcciones en Nepal y en el Tibet. Es un lugar muy venerado en Bután y muchas personas acuden a orar y a dar vueltas alrededor del edifico, siempre en el sentido de las agujas del reloj, como establece la liturgia budista (figura 4).
Figura 4. El memorial Chorten en Timbu
Aquí, como en otros lugares sagrados, es frecuente ver a ancianos que pasan la mayor parte del día orando en los aledaños del templo, una imagen que es bastante chocante para nosotros pero que para ellos se considera una forma deseable de pasar los largos tiempos ociosos de la vejez (figura 5).
Figura 5. Ancianos orando en el memorial Chorten
La organización política y administrativa de Bután es sui generis. Formalmente se trata de una monarquía constitucional, si bien en la práctica es un régimen en el que conviven prácticas paternalistas con normas notablemente autocráticas. Como ejemplo de esto baste decir que el fumar está prohibido en todo el país.
Una notable aportación del país, que ha tenido mucho éxito, es la elaboración de un llamado índice de felicidad interna bruta, término propuesto en 1972 por el rey del país. La idea es que el Producto Interior Bruto (PIB) es un indicador parcial y excesivamente materialista. El índice de Felicidad Interna Bruta (FIB) sería un indicador más completo y más psicológico, que vendría a evaluar mejor la calidad de vida. Coincide en sus objetivos con el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de las Naciones Unidas, pero incluye más factores y aspectos más subjetivos, como el bienestar psicológico, el uso del tiempo, la cultura, etc.
Esto ha llevado a elaborar eslóganes turísticos diciendo que Bután es el país de la felicidad. Pero muchos pensamos que el objetivo de medir la “felicidad” es bastante irrealizable y que este índice, que tiene mucho que ver con el “buenismo” imperante, arroja resultados cuando menos discutibles y sorprendentes. En todo caso, Bután es un país más rico que su vecino Nepal (3.100 dólares de PIB frente a 835) pero mucho más pobre que España (25.000 dólares de PIB per capita).
Uno de los grandes alicientes de Bután son los varios dzong repartidos por el país. Los dzong son construcciones muy peculiares porque tienen una doble función, como fortalezas civiles y como monasterios religiosos. Surgieron en el siglo XVII cuando se produjo la relativa unificación del país y se ubicaron normalmente en lugares adecuados para cumplir fines defensivos, en montes o junto a grandes ríos.
En la organización política actual suelen ocupar las cabezas de las provincias y siguen agrupando en su interior las funciones civiles (administrativas, legislativas y judiciales) con los fines monásticos. Suelen tener grandes dimensiones y una arquitectura muy característica con torres defensivas en el exterior y con grandes patios ceremoniales en el interior.
El más importante en la actualidad es el dzong Tashichoe, en Timbu, por estar situado en la capital (figura 6), si bien algunos de los situados en otros lugares del país son más bonitos y tienen una historia más rica.
Figura 6. Vista lateral del dzong Tashichoe en Timbu
Como ocurre en otros países budistas, la religión es omnipresente en la vida de Bután. Hay una gran cantidad de templos, cada uno con sus propias características y significados, y es constante la afluencia de fieles que acuden a dar vueltas alrededor del templo, a presentar sus ofrendas y a hacer girar a los molinos de oración (figura 7).
Figura 7. Mujeres butanesas haciendo girar los molinos de oración en un templo de Timbu
El deporte nacional de Bután es el tiro con arco, una actividad a la que son muy aficionados y que se considera prestigiosa. Puede practicarse con arcos de bambú tradicionales, pero hoy es más frecuente que se usen modernos y costosos arcos de fibra de carbono. Es fácil ver a grupos de hombres practicando este deporte, frecuentemente ataviados con los trajes típicos. Los componentes de los equipos vencedores suelen acompañar su celebración con bonitos cánticos y con bailes en círculo (figura 8).
Figura 8. Un grupo de hombres practica el deporte nacional en Timbu
A la entrada del valle de Timbu por el Sur, en lo alto de una montaña, han erigido recientemente una enorme construcción en honor de Buda que se divisa desde todo el valle. Se trata de un gigantesco templo de más de 50 metros de altura con la forma de Buda. El Buda Dordenma está además completamente dorado por lo que refulge desde lo alto como un faro (figura 9).
Figura 9. El gran Buda Dodemna a las afueras de Timbu
El interior del templo, pese a ser muy reciente, sigue el estilo y la decoración tradicionales y resulta muy bonito, aunque no nos dejan tomar fotografías. Sin embargo, para mí lo más bonito de este conjunto monumental es la vista espectacular que se tiene del valle de Timbu y de las montañas que lo circundan.
Desde Timbu tomamos la carretera para ir al valle de Phobijka, situado en la región Este del país. Es un viaje de apenas 130 km pero que requiere unas cuatro horas de conducción. En primer lugar hay que ascender al puerto de Dochula, tal vez el más conocido de Bután por las bellas vistas que ofrece y por encontrarse cerca de la capital. Hay que subir este puerto para descender después al valle de Punakha.
Tuvimos la suerte de ver el puerto en dos momentos completamente diferentes. A la ida estaba cubierto por una espesa niebla que impedía por completo las vistas sobre los valles y las montañas. Únicamente pudimos contemplar, en medio de las sombras fantasmagóricas de la niebla, los pequeños chorten (o estupas) que en 2003 mandó construir aquí la reina madre en honor de los butaneses que habían muerto para sofocar una rebelión promovida por un grupo indio. Se trata de 108 pequeños chorten que no tienen de por sí ningún interés artístico pero que en conjunto y en el lugar en que están erigidos resultan fotogénicos y producen imágenes sugerentes (figura 10).
Figura 10. Vista parcial de los chorten del puerto de Dochula
A la vuelta el día estaba también nublado pero las nubes se despejaban momentáneamente y nos permitieron tener vistas espectaculares tanto de los valles cercanos como de las grandes cimas del Himalaya de Bután y especialmente de la cumbre más elevada del país, el Ganqkhar Punsum (figura 3).
Desde el puerto de Dochula la carretera desciende al valle de Punakha, que se encuentra 1.800 metros más abajo, para a continuación iniciar una pronunciada y prolongada ascensión que parece no acabarse nunca. Las vistas son espectaculares, pero también lo son las numerosísimas revueltas que da la carretera, que además en bastantes tramos ha perdido el asfaltado como consecuencia de las riadas.
Por fin, ya de noche y agotados, llegamos a nuestro alojamiento en el valle de Phobjika. Es un valle bastante especial porque se encuentra a una altitud muy elevada (unos 3.000 msnm) y es bastante amplio y abierto. Está surcado por el río Nake Chuu y una buena parte del terreno suele estar inundado. Estas características geográficas hacen que el valle, situado al pie de las Montañas Negras, esté cubierto de una gran capa de hierba y sea el hábitat de ciertas especies interesantes, como el bambú enano y la grulla de cuello negro. Es además un territorio propicio para la agricultura y está dedicado sobre todo al cultivo de la patata (figura 11).
Figura 11. Vista del valle de Phobjica
En este remoto lugar del Himalaya las comodidades son raras. Nuestro hotel no tiene calefacción, únicamente una pequeña estufa de leña en cada habitación. El frío es intenso a esta altitud y los termómetros marcan 3 ó 4 grados bajo cero por la noche. La estufa se apaga enseguida y al amanecer cuesta mucho esfuerzo salir de la cama y sobre todo ducharse en ese gélido ambiente. Pero el día amanece claro y soleado y las vistas del valle son muy estimulantes.
Visitamos el monasterio de Gangtey, típico monasterio budista butanés, y el pequeño poblado de igual nombre que se arracima a su alrededor. El monasterio es pequeño pero muy bonito. Tiene la tradicional arquitectura en madera y una rica y barroca decoración típicamente butanesa (figura 12). Un gran patio rodea el templo y al mismo se abren las celdas donde viven los monjes, celdas muy pequeñas y humildes. En esta época del año (mes de diciembre) el recinto está casi desierto porque los monjes suelen ir a pasar el invierno a regiones del país menos elevadas y con un clima más templado.
Figura 12. Detalle de la decoración del templo de Gangtey
Los butaneses, sobre todo en estos lugares remotos y poco frecuentados, son muy acogedores y es fácil comunicarse con ellos, aunque tenga ser mediante el lenguaje universal de los gestos. Vemos, por ejemplo, en la figura 13 a una abuela que nos muestra orgullosa a su desinteresado nieto.
Figura 13. Mujer con su nieto a la espalda (Gangtey)
El recorrido caminando por este bonito valle en un soleado día invernal es un placer muy especial. Disfrutamos del paisaje, observamos la vida de sus habitantes, como los dos hombres que a la puerta de una de las casas del poblado mantienen una conversación, sin duda reservada y de gran interés (figura 14), avistamos a las raras grullas de cuello negro que pasan aquí el invierno y nos parece increíble encontramos tan a gusto en un lugar tan remoto para nosotros.
Figura 14. Dos hombres charlan a la puerta de una casa en Gangtey
Nuestra siguiente etapa es la ciudad de Lobesa, cercana al valle de Punakha. Está región se encuentra a una altitud mucho menor, apenas unos 1.300 msnm. Esto hace que los cultivos sean aquí completamente diferentes, estando los terrenos dedicados principalmente al cultivo del arroz, elemento esencial de la dieta butanesa. Es invierno y los arrozales están secos y amarillentos. El trabajo en esta temporada consiste en retirar del terreno la paja seca de la temporada anterior (figura 15) y preparar el terreno para la próxima siembra.
Figura 15. Dos hombres retiran la paja sobrante de un arrozal (Lobesa)
En las cercanías de Lobesa se encuentra el templo Chimi (Chimi Lhakhang), un pequeño templo situado en lo alto de una colina, que es conocido como el templo de la fertilidad. Según la leyenda, el monje budista Drukpa Kunley difundió en Bután el budismo en los siglos XV y XVI. Este monje, conocido también como el “Divino Loco” defendía la vida sexual muy activa como forma de espiritualidad. De donde resultó que en todo Bután, pero sobre todo en la región de Lobesa, se profesase un cierto culto al falo como símbolo religioso y representación de la sabiduría. Muchas casas del pueblo llaman la atención porque en las portadas de las bellas casas de arquitectura tradicional se hallan pintados gigantescos y explícitos falos (figura 16).
Figura 16. Típica casa butanesa con la decoración tradicional y un falo pintado en la fachada
En cualquier caso, el templo Chimi presenta unas vistas muy bonitas sobre los arrozales aterrazados del valle de Lobesa y sobre el pequeño caserío formado en su mayor parte por grandes y bonitas casas de estilo butanés. Muchas personas acuden a orar a este santuario por su singularidad y como lugar propicio para lograr la fecundidad.
Como en muchos templos de Bután, en este templo reside una comunidad de monjes niños que resulta muy llamativa. Los pequeños monjes estudian en el mismo reciento, deambulan por los pasadizos del templo y contemplan pensativamente el paisaje circundante (figura 17).
Figura 17. Un pequeño monje budista contempla el valle desde el templo Chimi
Cerca de Lobesa, en lo alto de un elevado monte, visitamos otro monasterio, original porque en este caso se trata de un monasterio de mujeres, al parecer el único de este tipo que existe en Bután. Es un edificio de construcción reciente y escaso interés, pero la visita al lugar merece la pena. El templo es de estilo nepalí en vez de butanés, con la cúpula de la estupa redondeada y con ojos pintados en la parte superior. Las monjas que habitan este monasterio solo se dejan ver fugazmente, pero resulta llamativo que, al igual que sus colegas varones, lleven el pelo completamente rapado, lo que produce una impresión chocante. Lo más interesante de este lugar, sin embrago, son las espectaculares vistas que se divisan sobre el valle del río Punakha, los arrozales escalonados y las montañas circundantes. Un paisaje sin duda idílico (figura 18).
Figura 18. Paisaje del valle de Punakha y de los arrozales de Lobesa
El valle de Punakha, como ya he dicho, se encuentra a una altitud mucho menor que Timbu, la actual capital de Bután. Por ello, el cultivo predominante aquí es el arroz. Pero Punakha es célebre porque fue la capital del país hasta que esta se trasladó a Timbu a mediados del siglo XX. Todavía sigue siendo un lugar en el que los grandes mandatarios, y sobre todo la mayor parte de los monjes, pasan grandes temporadas en invierno por gozar de una temperatura mucho menos rigurosa que la que tienen Timbu.
El dzong de Punakha es el segundo más antiguo del país y también el segundo más grande. Es también uno de los monumentos más importantes del país. Es, como en otros casos, una enorme construcción de estilo característico que alberga tanto las funciones del gobierno civil, en la actualidad el gobierno de la región, como las funciones religiosas de un gran monasterio (figura 19).
Figura 19. Muestra de arquitectura butanesa en el dzong de Punakha
El dzong tiene un emplazamiento privilegiado en una península formada por dos ríos que confluyen, de los cuales uno es considerado macho y el otro hembra. Todo ello confiere a este conjunto de edificios un inequívoco carácter defensivo, pero también una sensación de apacible bienestar dada la belleza del lugar (figura 20). El conjunto monumental ocupa una superficie de 180 metros de largo por 72 de ancho y alberga torres defensivas, templos, tres grandes patios interiores y varios edificios, algunos de los cuales llegan a tener seis pisos (figura 21).
Figura 20. Vista general del dzong de Punakha
Figura 21. Un monje se dirige a sus quehaceres en el interior del dzong de Punakha
El valor histórico dzong, la importancia religiosa de este monasterio, el clima bonancible de la región y la belleza del entorno hacen que el valle de Punakha sea tal vez el más visitado del país, tanto por los butaneses como por los extranjeros. Es un importante centro de reuniones, conferencias y festivales. Además, este valle se interna en dirección Norte hacia las tierras más montañosas y elevadas, por lo que en invierno los miembros de ciertas tribus seminómadas que habitan habitualmente a altitudes en torno a los 4.000 metros y que viven casi exclusivamente de los productos que les proporcionan sus rebaños de yaks (leche, carne, pieles), bajan a este valle en busca de un clima más benigno (figura 22).
Figura 22. Una mujer habitante de las tierras altas pasa el invierno en el valle de Punakha
En las cercanías del dzong hay un puente peatonal colgante de esos que solemos llamar tibetanos. En Occidente se han puesto muy de moda con fines turísticos y deportivos porque el característico bamboleo de estos puentes puede hacer que su cruce resulte bastante emocionante, sobre todo cuando están situados a gran altura. En este caso se trata de un puente destinado a cumplir con su función propia de facilitar el cruce de un ancho río. Por eso resulta gracioso ver cómo lo utilizan tranquilamente una pareja de ancianos como parte de su reposado paseo cotidiano (figura 23).
Figura 23. Dos ancianos butaneses cruzan un puente “tibetano”
En el valle de Punakha tuvimos la oportunidad de disfrutar de una comida típicamente tibetana en una casa campesina. La comida en sí no resultó nada de particular, pero fue interesante la visita de la vivienda y el contacto con sus moradores. La dueña de la casa nos atendió en todo momento con gran amabilidad y transportando a su niño pequeño a la espalda (figura 24). Una niña mayorcita nos despidió desde la ventana de la casa atestiguando la curiosidad que despertábamos en ella (figura 25).
Figuras 24 y 25. En una casa de campo de Punakha. Madre con su bebé y niña asomada a la ventana
Aunque los butaneses muestran su religiosidad muy abiertamente y en muy diversas ocasiones son muy celosos de proteger el interior de sus templos. Las fotografías están prohibidas en el interior de todos los templos, lo que es una verdadera pena porque algunos son muy bonitos, con estructuras de madera y con profusión de pinturas y decoraciones de todo tipo. Asimismo, aunque los monjes suelen ser muy amables en su trato, el acceso a las oraciones y a las ceremonias litúrgicas es bastante difícil.
No obstante, en el camino de vuelta hacia Paro nos detuvimos a visitar el dzong de Semthoka, que está bastante cerca de la capital. Es un dzong más pequeño y menos espectacular que otros que habíamos visitado, pero tiene un gran valor histórico porque es el primer edificio de estas características que se construyó en Bután.
El interior del templo, todo de madera profusamente decorada, es muy bonito, pero aquí la suerte nos deparó una de esas sorpresas que a veces nos proporcionan los viajes y que nos dejan una profunda huella. Los monjes estaban celebrando una ceremonia y nos permitieron asistir a la misma. Fue un rato mágico. En la semioscuridad del bellísimo templo los monjes cantaban canciones rítmicas melodiosas acompañados por instrumentos tradicionales de percusión y de cuerda. El entorno, los colores, las melodías, el recogimiento, todo contribuía a hacer que uno quedase atrapado por una ceremonia de una belleza singular (figura 26).
Figura 26. Monjes orando en el dzong de Semthoka
Paro es una pequeña ciudad, poco más que un pueblo, pero muy diferente de Timbu, que ha crecido exponencialmente desde que se convirtió en la capital del país. Paro cuenta con un par de calles bastante bonitas porque conservan en buena medida las casas tradicionales, pero es ante todo un gran comercio. Las tiendas se suceden una al lado de la otra y muchas están dedicadas a los turistas desde que esta actividad se ha convertido en una de las principales fuentes de riqueza de Bután.
Nuestro interés en Paro se limitaba a que desde su aeropuerto debíamos iniciar nuestro vuelo de regreso a España, pero, sobre todo, a que en sus proximidades se encuentra uno de los principales atractivos de Bután, quizá el que más se conoce en todo el mundo, el famoso monasterio del “Nido del Tigre”. Es uno de esos lugares míticos que todo viajero aspira a poder visitar algún día. Como tal, está también rodeado de leyendas y son muchas las informaciones falsas que sobre el mismo circulan.
Lo primero que hay que decir es que no se trata propiamente de un monasterio sino de un conjunto de siete pequeños templos erigidos en un acantilado, más bien casi en una grieta de una gigantesca pared de roca. Se encuentra a 3.100 msnm y 700 metros por encima del amplio valle de Paro (figura 27).
Figura 27. Vista del monasterio de Taktshang (Nido del Tigre) desde el camino de subida
Se trata de un lugar muy sagrado para los budistas de la región del Himalaya, y en particular para los butaneses. Según la tradición, el gurú Padmasambhava fue quien introdujo el budismo en Bután en el siglo VIII. Se cree que el gurú oró aquí durante tres años, tres meses, tres semanas, tres días y tres horas y que llegó a este escarpado lugar volando desde el Tibet a lomos de una tigresa. De esta leyenda deriva el poético y popular nombre de “Nido del Tigre” aunque el verdadero nombre es monasterio de Taktshang.
Taktshang aúna pues el valor histórico y religioso que tiene para los budistas con su ubicación en un emplazamiento excepcional, de difícil acceso y de gran belleza. Con todos esos ingredientes no es de extrañar que el Nido del Tigre sea una meta de máximo interés, un lugar muy especial no solo para los devotos sino también para los viajeros.
El acceso al monasterio no es tan difícil como se lee en muchos escritos dados a las exageraciones, pero sí exige una caminata de una cierta intensidad. Desde donde nos dejan los coches hay que ascender unos 700 metros de desnivel. El trayecto tiene dos partes claramente diferenciadas. La primera, que llega hasta un café que hay a media subida, es una pista ancha y no muy difícil, aunque en algunos tramos la pendiente tiene cierta dureza. Los más sedentarios o menos en forma pueden hacer esta primera parte de la ascensión a lomos de mulas guiadas por lugareños. Un transporte no muy confortable pero que exige poco esfuerzo.
La segunda parte es ya un sendero estrecho que hay que hacer inevitablemente a pie. No es un camino muy largo pero tiene tramos con bastante pendiente e incluso algunos con escalones. Cuando ya estamos a la altura del monasterio, y nos creemos que ya hemos llegado a la meta, nos encontramos con la sorpresa de que hay que hacer un esfuerzo adicional porque hay que descender algunos metros para poder cruzar un torrente que cae de la montaña y luego hay que volver a subir lo bajado para alcanzar el monasterio (figura 28).
Figura 28. El conjunto de pequeños templos que forman el monasterio de Taktshang
En total se necesitan unas dos horas a la subida y una hora y media a la bajada. En el monasterio, situado a más de 3.000 metros, puede hacer bastante frío y sobre todo el hecho de tener que descalzarnos para visitar los templos hace que los pies se queden cada vez más fríos al caminar sobre las piedras heladas. No obstante, la visita de los pequeños templos encajados en la grieta, completamente adaptados a las formas de la masa rocosa y unidos por un dédalo de pasadizos, es una experiencia de gran interés. Contemplamos además las impresionantes vistas del valle situado 700 metros más abajo y las paredes verticales de roca sobre las que se apoyan los edificios.
Muy satisfechos por haber alcanzado este lugar tan lejano e inaccesible, también tan singular e interesante, descendemos al fondo del valle y allí, al pie de la montaña que alberga este monasterio, y también muchos otros menos conocidos, disfrutamos de un picnic típicamente butanés antes de iniciar nuestro vuelo de regreso.
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